ÍNDICE
·
Oscar
Wilde o los límites de la moral
·
José
Adolph y ese sándwich de pollo sin lechuga
·
¿El
fin de la era atómica?
·
La envidia, llama que
ennegrece lo que no puede destruir
·
Apuntes
sobre poética
·
Poesía
y vida
·
El
gran cambio del camaleón
·
Löwy y la revolución de
las ideas
·
Problema
de todos, problema de nadie
·
Lenguaje
y naturaleza
·
Entre
lo sonoro y lo vacío
·
Entre
alfajores y tacutacus
OSCAR WILDE O LOS LÍMITES DE LA MORAL
Irlandés como Bernard Shaw, como Joyce, como Butler Yeats, Oscar Wilde marca la etapa culminante del movimiento hedonista, aquel movimiento en donde el culto a la belleza pasó de lo místico a lo voluptuoso y que tuvo en Walter Pater, maestro de un colegio de Oxford, a su principal impulsor. Hijo de un célebre oculista en su época, William Robert Wills Wilde y de Jane Francesca Elgee, una bella mujer con manías de grandezas, Wilde habría de heredar casi todas las condiciones de su madre, así en lo físico como en lo moral. Era, como ella, corpulento, y como ella, sería inclinada al lujo y a la ostentación; de ella heredó también la afición a las letras, aunque la pudo heredar de su padre con su afición a los placeres y su despreocupación; como su madre, Oscar ocultaba también su edad, quitándose años, a pesar de haber muerto relativamente joven. Según Juan Arbó, Wilde “Jugó al tenis, montó algo a caballo y se dedicó un poco a la pesca, aunque sin éxito (...) su pasión fueron siempre los juegos del intelecto y de la mente, en los cuales tanto había de descollar. A pesar de sus modales y de su aspecto afeminado, era Wilde robusto y de una fuerza extraordinaria y se sabía defender cuando lo provocaban” (“Oscar Wilde”; S. Juan Arbó, Ediciones G. P., 1967 – Barcelona – Págs.: 23 –24).
En Oxford, no tardó Wilde en contraer valiosas amistades. Lo ayudaron a ello su talento, la gracia y amenidad de su conversación. El atractivo indudable de su persona, y también la norma que había adoptado para su carrera en el mundo: Wilde era amable con todos y dispuesto siempre a la alabanza; en este punto, como en tantos, entró en gran parte el cálculo. Lo que lo ayudó mucho fue su táctica de alabar a las personas de una manera exagerada, cosa que le granjeó enseguida todas las simpatías. Las mujeres, en general, no le agradaban; más adelante las llamó “esfinges sin secreto”, no obstante, las consideraba importantes para introducirse en los grandes salones, escalones también de la fama. Desde muy joven comprendió lo importante que era en la vida tener de su parte a las mujeres para triunfar en el mundo. Alguna vez escribió que ningún hombre podría conseguir el verdadero éxito en el mundo si no estaba apoyado por las mujeres, pues, ellas eran las que mandaban en la sociedad. El buscó este apoyo por todos los medios que tenía a su alcance. La muerte de su hermana Isola Francesa en 1867, impactó en el espíritu del joven Oscar quien, ocho años después, escribiría uno de sus primeros poemas, “Requiescat”, versos en los cuales es notorio los ecos del poeta inglés Thomas Hood, sin que esto implique una imitación. Sus lecturas poéticas en sus primeros años en Oxford están centradas en los poemas de Tennyson, Matthew Arnold, Rossetti y Algernon Swinburne. Parece que de esas lecturas nocturnas quedó en él algo de Milton, pues, el soneto “A las últimas matanzas de cristianos en Bulgaria” tiene una innegable influencia del autor del “Paraíso perdido”. El poeta puritano del siglo XVII, al que Wilde – a pesar de todo lo que los separaba había dedicado un soneto, había escrito “A la última matanza en Piamonte”. Transcribo las versiones en inglés, pues, es en esta lengua donde se aprecia mejor la semejanza, así como las traducciones respectivas.
On the Recent Massacres of the Christians in Bulgaria
For here the air is heavy with men’s groans,
The priests that call upon thy name are slain;
Dost Thou nor hear the bitter wail of pain
From those whose children lie upon the stones?
Our prayers are nought: impenenetrable gloom
Covers God’s face. And in the starless night
Over thy Cross the Crescent Mon I see.
If thou in very truth didst burst the tomb,
Come down, O Son of Mau, and show thy might
Lest Mahomet be crowned instead of thee
Oscar Wilde
A las últimas matanza de cristianos en Bulgaria
Cristo ¿vives de verdad o están tus restos
aún oprimidos en tu sepulcro de roca,
y sólo debemos tu ascensión a aquella
cuyo amor por ti expía todos sus pecados?
Porque aquí el aire está cargado de lamentos del hombre,
los sacerdotes que invocan tu nombre son inmolados; ¿no oyes las amargas quejas de dolor
de aquellos cuyos hijos yacen sobre las piedras?
Nuestros rezos son vanos: impenetrable sombra cubre la faz de Dios; y, en la noche sin estrellas,
sobre tu Cruz la Media Luna veo.
Si de verdad hiciste saltar la losa,
desciende, Hijo del Hombre, y muestra tu poder,
no sea que en vez de ti coronen a Mahoma.
Oscar Wilde
“On the Late Massacre in Piemont”
Avenge, O Lord, thy slaughter’d Saints, Wose bones
Lie scatter’d on the Alpne mountains cold,
Ev’n them who kept thy truth so pure of old
When all our Fathers worship’t Stocks and stones,
Forget no: inthy book record their groans
Who Were thy Sheep and in their ancient Fold
Slain by the bloody Piemontese that roll’d
Mother with Infant down the Rocks. Their moans
The Vales redoubl’d to the Hills, and they
To Heav´n. their martyr’d blood and ashes sow
Oér all thÍtalian fields where still doth sway
The tripel Tyrant: that from these may grow
A hundredfold who haing learnt thy way
Early may fly the Babylonian woe.”
John Milton
A la última matanza en Piamonte
Venga, Señor, a los santos degollados cuyos restos
yacen desparramados sobre los fríos Alpes;
y a quienes guardaron tan pura tu verdad desde antaño,
cuando nuestros padres adoraban árboles y piedras,
no los olvides; recoge en tu libro sus lamentos,
fueron tu rebaño y en su antiguo redil
los inmoló el sanguinario piamontés, que lanzó
a la madre y al niño peñas abajo. Sus quejas
rebotaron del valle a las cumbres y de éstas
al cielo. Siembra su sangre y ceniza de mártires
sobre todos los campos de Italia donde aún impera
el triple tirano, para que de ellas crezcan.
centuplicados los que habiendo conocido tus caminos puedan escapar a tiempo de las penas babilónicas.
John Milton
En cuanto al tema y a la forma ambos poemas muestran gran semejanza. Ambos poemas hablan de una matanza de cristianos y la aflicción por aquella iniquidad; en ambos hay un diálogo con Dios; ambos son sonetos e inclusive alguna que otra palabra se repite: bones, groans. Un análisis más meticuloso deja entrever grandes diferencias. Sobre este hecho, Peter Funk afirma que “la forma interrogativa domina la elocución en la poesía de Wilde reflejando la inseguridad del que interroga, la cual, desviándose del motivo de la desesperación en el primer cuarteto, termina exigiendo, ante una inminente amenaza, una prueba de existencia. Contrariamente a lo que expresa el soneto de Milton, en los Versos de Wilde no se advierte ni fe convincente, ni indignación profunda que pudieran conferir al lenguaje tonos de sinceridad.
Todo lo contrario; la lengua de Wilde en este soneto no puede ocultar la satisfacción de su creador en el logro de ciertas expresiones... and in the starless night / over the cross the crescent moon I see es una imagen afortunada que, sin embargo, no tiene mucho que ver con la situación inicial. Hay fórmulas logradas pero no convincentes, a lo largo de todo el soneto que, en sonoridad, está muy por debajo del de Milton. La indignación es artificiosa, está elaborada intelectualmente y formulada artísticamente” (Peter Funke. “Oscar Wilde”, Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1972 – Pág. 43).
Todo lo contrario; la lengua de Wilde en este soneto no puede ocultar la satisfacción de su creador en el logro de ciertas expresiones... and in the starless night / over the cross the crescent moon I see es una imagen afortunada que, sin embargo, no tiene mucho que ver con la situación inicial. Hay fórmulas logradas pero no convincentes, a lo largo de todo el soneto que, en sonoridad, está muy por debajo del de Milton. La indignación es artificiosa, está elaborada intelectualmente y formulada artísticamente” (Peter Funke. “Oscar Wilde”, Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1972 – Pág. 43).
El hombre que en 1880, a los 26 años había dado satisfacción a su naturaleza histriónica vistiéndose con trajes llamativos, adornaba en 1890 sus pensamientos expresándolos en un lenguaje asombroso. Además de su capacidad creadora, Wilde poseía dos peculiaridades indispensables para un conversador que desea retener a su propio auditorio: Una memoria prodigiosa y una bella voz. El escritor capaz de recordar una cuarta parte de lo que ha leído ha de nadar en la abundancia. Oscar poseía la facultad misteriosa dos páginas de una novela simultáneamente, viéndolas como en una fotografía, y fotografiándolas en su mente con tal rapidez, que podía leer casi tan de prisa como podía dar vuelta a las páginas, y después contaba el argumento y esbozaba los personajes detalladamente de memoria, mejorando aquel y estos. Varias personas que lo conocieron bien han dado fe de su notable facultad, pero la prueba que proporciona W. B. Maxwell es suficiente: ... “Abrimos un libro en la primera pagina, lo pusimos sobre la mesa de la sala de billar, y nos aglomeramos en torno a la mesa para observar. Creo que era el tercer volumen de una novela de tres. Volvió las páginas de prisa al principio, después cada vez con más rapidez, y hacia el final del libro lo hizo con un poco más de lentitud. No medimos el tiempo que invirtió. Pero seguramente no pasaron más de tres minutos. Cerró el libro sonriendo y nos lo entregó nuevamente para que lo estudiásemos y le hiciésemos preguntas. Resistió la prueba sin incurrir en un solo error. No solamente dominaba el contenido total de la novela, sino que citaba pasajes enteros de memoria” (W.B. Maxwell, citado por Hesketh Pearson en “Oscar Wilde, su vida y su ingenio”, Editorial Grijalbo, 1958; México – pás: 193 – 194).
Estos dones le sirvieron a Oscar para conquistar París, ciudad en la que el irlandés llegó a ser conocidísimo; lo fue en los grandes salones, en los círculos literarios más prestigiosos donde se le invitaba, y su figura con el clavel empezó a ser popular en la capital de Francia. Conoció escritores, pintores, acotes y a todo aquel que estuviera relacionado con el arte. Conoció a Verlaine, a Mallarmé, Zola, Degas, Alphonse Daudet, Henry de Regnier, Richepin y a Víctor Hugo, ya enfermo y viviendo sus últimos días. También entabló relación con Paul Bourget, que empezaba entonces su carrera, y que sintió una sincera admiración por Wilde. Con el novelista francés pasó interminables horas: ora cenando en el Fayot, frente al Luxemburgo; ora en el café D’Orsay, entre pintores como Pizarro, De Nittis o Sargent. De las relaciones con Zola nos ha quedado una anécdota en que el autor de “La Taberna” quedó bastante mal parado. Wilde, al llegar a París, había hecho también su visita a Emile Zola. La obra del novelista francés no le gustaba a Wilde, pero Zola empezaba a gozar de gran fama, a ser traducido y elogiado en todas partes, y a ganar dinero, cosa tampoco despreciable. Zola y él no simpatizaron, ni entonces ni nunca, y Wilde se permitió algunas bromas a costa del padre del naturalismo, y a costa de sus libros que detestaba. Zola, por su parte, no lo trató mejor. Esta secreta ojeriza se haría patente con ocasión de un banquete en que se encontraron; fue una ocasión también de lucimiento personal para Oscar, que demostró, una vez más, los recursos de su ingenio, sus dotes de improvisador. En la citada comida, Zola propuso un brindis por el arte, uniéndolo intencionalmente al nombre de Wilde, y terminó con estas provocadoras palabras: “Desgraciadamente, Mr. Wilde estará obligado a contestarme en su lengua bárbara”. Oscar se levantó imperturbable y dijo en correcto francés: “Soy irlandés de origen, inglés de raza y, como dice M. Zola, Estoy condenado a hablar la Lengua de Shakespeare”. Fue, en verdad una lección la que le dio Wilde al célebre autor de “Nana”
En su viaje a Estados Unidos en enero de 1882, Wilde encantó y maravilló a los estadounidenses durante el ciclo de conferencias que dio en diferentes estados. Ya a su llegada a Nueva York, Oscar dio rienda suelta a su humor cuando un funcionario de aduana lo interrogó: “¿Tiene usted algo que declarar? No, no tengo nada que declarar – y después de una pausa, Wilde agregó - : excepto mi genio”. Wilde pronunció su primera conferencia el 09 de Enero en 1882 en (Hickering may, casa de anchos salones ubicada en Nueva York; es uno de los lugares donde Wilde leerá su discurso sobre el gran renacimiento del arte en Inglaterra. Allí acuden aristocráticos lectores de fama y fortuna que consideran al poeta y dramaturgo irlandés como un maestro y guía. Oscar Wilde despierta admiración no sólo por su genio, es también un hombre de excelente familia irlandesa que ha comprado con su independencia pecuniaria el derecho a pensar libremente. Saben que Wilde ha superado ese mal endémico del que mueren muchos hombres de genio que, sumidos en la pobreza no pueden defender la verdad que los consume e ilumina. La aparición de Wilde (descripción de los diarios de la época) deja sin aliento a suntuosas damas y selectos caballeros: el cabello le cuelga como a los caballeros de Elizabeth de Inglaterra sobre el cuello y los hombros, un cabello abundante es dividido por una cuidadosa raya hacia la mitad de la frente. Viste frac negro, chaleco de seda blanco, calzón corto y holgado, medias largas de seda negra y zapatos de hebilla. El cuello de su camisa, bajo a la usanza de Byron, está sujeto por una corbata de seda blanca anudada con descuido. En la pechera soma ostentosamente un botón de brillantes, y del chaleco le cuelga una artística leopoldina. El escenario también ha sido preparado con cuidado para la ocasión. Una silla de alto espaldar y gruesos brazos. De marroquí oscuro es el respaldo y de castaño suave el lienzo que ocupa la pared del fondo. Junto a la silla una mesa elegante sostiene una artística jarra llena de agua. Los organizadores parecen conocer con todo detalle la pasión de Oscar por los objetos hermosos en los lugares que se aloja o se presenta. En una de sus cartas da rienda suelta a su entusiasmo con ocasión de heredar una de las habitaciones más hermosas del Magdalen College cuando estudiaba ahí. Dice al amigo que se la cedió: “Estoy contentísimo con tus habitaciones. En la interior tengo porcelana china, cuadros, un atril y un piano; y sobre el suelo barnizado, una alfombra gris. Toda esta suntuosidad es objeto de gran admiración y, en las tardes de los domingos, de ligeras burlas. Las habitaciones son aún más encantadoras de lo que yo me había figurado: el sol que brilla, los grajos que graznan, las ramas que se balancean y la suave brisa que entra por la ventana son verdaderamente encantadores”. (“Las Cartas de Oscar Wilde”, Edición de Rupert Hart – Davis. Londres 1962, 1963; Págs. 31 –32).
Las palabras de Wilde encandilan al auditorio. El contenido de la lectura constituye una modesta introducción al origen, desarrollo y fines de aquel movimiento de renovación de las artes que había surgido, como dijo Wilde, como reacción al espíritu comercial de Inglaterra. La conferencia constituyó un panegírico a la belleza considerada como valor imperecedero y consistió en un conglomerado de ideas del John Ruckin, Walter Pater y sus epígonos, salpicado de alusiones eruditas. Lo que entendía por esteticismo Wilde lo había expuesto en una entrevista celebrada a su llegada a los Estados Unidos. “Es la ocupación con lo que puede hallarse en el arte. Es la búsqueda del secreto de la vida. Todo lo que se encierra en el arte representa la verdad eterna, es expresión de la gran verdad oculta. En este sentido el esteticismo puede considerarse como estudio de la verdad en el arte” (citado según W. Hamilton en “El Movimiento esteticista en Inglaterra”, Londres, 1882, Pág. 110). Y para el arte – así se dice en la conferencia – sólo hay una ley, la ley de la forma o de la armonía. Dice Wilde que nadie ha de intentar definir la belleza, luego de qu3e el olímpico Goethe la ha definido; que el gran renacimiento inglés del siglo XIX une al amor de la hermosura griega, la pasión por el renacimiento italiano, y el anhelo de aprovechar toda la belleza que ponga en sus obras ese espíritu moderno; sostiene que la escuela nueva ha brotado, como la armoniosa eufonía del amor de Fausto y Helena de Troya, del maridaje del espíritu de Grecia, donde todo fue bello, y el individualismo ardiente, inquisidor y rebelde de los modernos románticos. Homero precedió a Fidias, Dante a la renovación maravillosa de las artes de Italia, los poetas, según Wilde, siempre preceden. En Chikerin Hall, el joven irlandés de luenga cabellera y calzón corto, habló de Keats, cuya breve existencia (Keats murió a los 26 años), no evitó que dejara un legado poético que lo lleva a las cimas de la poética donde se encumbran bardos como Shelley, Byron o Pope. También habló de Swinburne, el célebre poeta londinense que tuvo un grandísimo éxito con “Poemas y Baladas” (1866) sobre todo de escándalo, porque el libro estaba dominado por la figura del ídolo sanguinario e implacable en el que el poeta encanaba su ideal femenino: tipo de mujer fatal, cantada como Venus, como Faustina, como Heroídas, Cleopatra y otras lujuriosas reinas que desfilan en “Representación de la reina Betsabé”, uno de los más atrevidos poemas de aquel libro que parecía un desafío al pudor de la sociedad victoriana y que creó alrededor de Swinburne una leyenda acerca del satanismo del poeta. Decía Wilde entre otras cosas: ...
“No queremos cortar las alas a los poetas, sino que nos hemos habituado a contar sus innumerables pulsaciones, a calcular su fuerza ilimitada, a gobernar su libertad ingobernable. Cántelo todo el bardo, si cuanto canta es digno de sus versos. Todo está presente ante el bardo. Vive de espíritus, que no perecen. No hay para él forma perdida, sí asunto caducado. Pero el poeta debe, con la calma de quien se siente en posesión del secreto de la belleza, aceptar lo que en los tiempos halle de irreprochablemente hermoso, y rechazar lo que no ajuste a su cabal idea de la hermosura. Swinburne, que es también gran poeta inglés, cuya imaginación inunda de riquezas sin cuento sus rimas musicales, dice que el arte es la vida misma, y que el arte no sabe nada de la muerte. No desdeñemos lo antiguo, porque acontece que lo antiguo refleja de modo perfecto lo presente, puesto que la vida, varía en formas, es perpetua en su esencia, y en lo pasado se la ve sin esa “bruma de familiaridad” o de preocupación que la anubla para los que vamos existiendo en ella. Más no basta la elección de un adecuado asunto para conmemorar las almas: no es el asunto pintado en un lienzo lo que encadena a él las miradas, sino el vapor del alma que surge del hábil empleo de los colores. Así el poeta, para ser su obra noble y durable, ha de adquirir ese arte de la mano, meramente técnico, que da a sus cantos ese perfume espiritual que ¿embriaga a los hombres. ¡Qué importan que murmuren los críticos! El que puede ser artista nos e limita a ser crítico, y los artistas, que al tiempo confirma, sólo son comprendidos en todo su valer por los artistas. Nuestro Keats decía que sólo veneraba a Dios, a la memoria de los grandes hombres y a la belleza. A eso venimos los estetas: a mostrar a los hombres la utilidad de amar la belleza, a excitar el estudio de los que la han cultivado, a avivar el gusto por lo perfecto, y el aborrecimiento de toda fealdad; a poner de nuevo en boga la admiración, el conocimiento y la práctica de todo lo que los hombres han admirado como hermoso. Más, ¿de qué vale que ansiemos coronar la forma dramática que intentó nuestro poeta Shelley, enfermo de amar al cielo en una tierra donde no se le ama? ¿De qué vale que persigamos con ahínco la mejora de nuestra poesía convencional y de nuestras artes pálidas, el embellecimiento de nuestras casas, la gracia y propiedad de nuestros vestidos? No puede haber gran arte sin una hermosa vida nacional y el espíritu comercial de Inglaterra la ha matado. No puede haber una gran drama sin una noble vida nacional, y ésa también ha sido muerta por el espíritu comercial de los ingleses.”
(Oscar Wilde, citado por José Martí en “Páginas escogidas”, Instituto cubano del libro, la Habana, 1971. Tomo 2. Págs. 138 – 140)
Los aplausos y las ovaciones animaron a Oscar, quien se sintió como un objeto visible de la curiosidad afectuosa de su auditorio Wilde, dueño de su auditorio, dice a los norteamericanos: ....
Vosotros, tal vez hijos de pueblo nuevo, podréis lograr aquí lo que a nosotros nos cuesta tanta labor lograr allá en Bretaña. Vuestra carencia de viejas instituciones sea bendita, porque es una carencia de trabas; no tenéis tradiciones que os aten ni convenciones seculares e hipócritas con que os den los críticos en rostro. No os han pisoteado generaciones hambrientas. No estáis obligados a imitar perpetuamente un tipo de belleza cuyos elementos ya han muerto. De vosotros puede surgir el esplendor de una nueva imaginación y la maravilla de alguna nueva libertad. Os falta en vuestras ciudades, como en vuestra literatura, esa flexibilidad y gracia que da la sensibilidad a la belleza. Amad todo lo bello por el placer de amarlo. Todo reposo y toda ventura vienen de eso. La devoción a la belleza y a la creación de cosas bellas es la mejor de todas las civilizaciones: ella hace de la vida de cada hombre un sacramento, no un número en los libros de comercio. La belleza es la única cosa que el tiempo no acaba. Mueren las filosofía, extínguense los credos religiosos, pero lo que es bello vive siempre, y es joya de todos los tiempos, alimento de todos y gala eterna. Las guerras vendrán a ser menores cuando los hombres amen con igual intensidad las mismas cosas, cuando los una común atmósfera intelectual. Soberana poderosa es aún, por la fuerza de las guerras, Inglaterra; y nuestro renacimiento quiere crearle tal soberanía, que dure, aun cuando ya sus leopardo amarillos estén cansados del fragor de los combates, y no riña la rosa de su escudo la sangre derramada en las batallas. Y vosotros también, americanos, poniendo en el corazón de este gran pueblo este espíritu artístico que mejora y endulza, crearéis para vosotros mismos tales riquezas, que os harán olvidar, por pequeñas, estas que gozáis ahora, por haber hecho de vuestra tierra una red de ferrocarriles, y de vuestra bahías el refugio de todas las embarcaciones que surcan los mares conocidos a los hombres.”
(Op. Cit, Págs. 140 – 141)
Wilde cruzó la bahía de Delaware para visitar a Whitman en Cadmen. Whitman tenía sesenta y tres años; Wilde, veintisiete. Hablaron de Swinburne, de Rossetti, Morris, Tensión, Browning, sobre la personalidad y la obra de todos los cuales el joven irlandés se manifestó con elocuencia. En aquel apartado lugar, abatido por los años y los achaques, Whitman esperaba la muerte; su voz, que había resonado con tanta fuerza a través de los mares, parecía próxima a extinguirse. No es probable que Wilde sintiera gran admiración por el viejo poeta; la diferencia de la poesía de aquel primitivo, de aquel salvaje que había cantado al viento y a la tempestad, a la libertad y al fuego, tenía poco que ver con la del pulcro discípulo de Oxford, formado en las disciplinas clásicas y pese a sus ínfulas - a veces – de revolucionario Whitman lo hizo beber una infusión de bayas de saúco, y él agradeció el obsequio como si fuese su bebida preferida, y no dejaba de ser chocante que el rudo cantor de las tempestades apagara su sed con aquellos menjunjes, mientras que el delicado poeta de las rosas, las perlas y los príncipes, se tragara el whisky como un minero de pacotilla. No sería extraño que a Wilde le desagradara el desaliño, el desorden y la casi suciedad en que vivía el poeta. No olvidemos que pese a su amistad que lo unía a Robert Sherard, este no pudo lograr que Wilde fuese a verlo en el humilde piso de la calle de Passy donde vivía. La verdad es que la pobreza y la fealdad lo repetían, y aquel barrio le parecía horrible. Decía que era un lugar muy feo para una excursión; hasta los cocheros se mostraban, al parecer, reacios a meterse por aquellas calles. Volviendo a su breve y fugaz estadía en Cadmen, Whitman declaró a la prensa que había pasado un rato muy feliz junto a Wilde. “Yo creo que es un hombre franco, honesto y varonil. Su salud, su entusiasmo y su generosidad juvenil resultan estimulantes, me dijo el célebre autor de “hojas de hierba”. El comentario de Whitman sobre Wilde es por demás elocuente y desautoriza a muchos áulicos que no tuvieron reparo alguno en vituperar a Oscar cuando se hallaba en la picota, después de haberlo endiosado hasta el delirio cuando se hallaba en la cima de su carrera. A su regreso a Inglaterra, el éxito de sus comedias le reportó un éxito financiero sin precedentes. Se comportó como un muchacho que acaba de salir de la escuela con todo el dinero que quiere. Rodeado de parásitos, ente los que destacaba Lord Alfred Douglas, el hijo del marqués de Queensberry, Wilde pasaba la mayor parte de su tiempo entre el hotel Savoy, el Kettner’s y el café Royal, comiendo, bebiendo, fumando, durmiendo y conversando, pero – a diferencia de sus jóvenes acompañantes – observándose y observando el oropel de la vida, comentándose a sí mismo y comentando sobre la gente. Que lo rodeaba.
El dinero entraba por sus bolsillos en grandes cantidades, pero, su vida sibarítica lo hacía gastar a tales extremos que muchas veces no podía abandonar los hoteles en que se hospedaba con sus jóvenes acompañantes por no tener con que pagar la cuenta. Byron solía decirle a Shelley con cierta amargura que todo lo que había ganado con el cerebro se lo había gastado con las bolas. De Wilde se podría decir que toda su fortuna la dilapidó entre un coro partiquinos fracasados que vivieron a la sombra de su fama y su dinero. Fueron pocos los que estuvieron con él en su momento más difícil. Entre ellos un joven llamado Robert Sherard, al que Wilde conoció en febrero de 1883 y del cual ya no se separaría. Sherard lo admiró desde el primer día y lo quiso y, con el tiempo, habría de escribir una de sus más acertadas biografías. En los días de la tragedia lo defendió de acusaciones, verdaderas o calumniosas, que también las hubo, Fue Sherard, en su amistad, de los que no abundan, de aquellos a los que hay que buscar, como Diógenes al hombre con su linterna. Sherard, en su fidelidad al poeta, pasó por encima de todo; fue más allá de la cárcel, la persecución y la ruina; lo acompañó en el Tabor y en el Calvario: en la hora de las tinieblas, en la que uno mira a su alrededor y ve que todos han desaparecido y está solo con su martirio. El no huyó; en aquella hora de dolor y angustia estaba junto al amigo, con otros dos, a los sumo tres, que lo siguieron en aquel camino, que son los que quedan siempre en el último acto en las tragedias de los hombres, sean quienes sean. Algunas noches, él y Sherard deambulaban por las calles de París a altas horas; en una de ellas Wilde lo llevó en peregrinación” hasta el lugar donde se ahorcó Gerard de Nerval. Una vez allí evocó ante él la figura del poeta muerto, mientras Sherard lo escuchaba en silencio, emocionado; otra noche, mientras pasaban a la luz de la luna, Wilde le refirió, a su manera, la historia de Eugenia Grandet de Balzac:, Sherard confiesa en su libro, “La vida de Oscar Wilde”, publicado en 1906, que después de escucharlo, la novela de Balzac le pareció muy inferior a la versión que aquella noche la había oído a él
El dinero entraba por sus bolsillos en grandes cantidades, pero, su vida sibarítica lo hacía gastar a tales extremos que muchas veces no podía abandonar los hoteles en que se hospedaba con sus jóvenes acompañantes por no tener con que pagar la cuenta. Byron solía decirle a Shelley con cierta amargura que todo lo que había ganado con el cerebro se lo había gastado con las bolas. De Wilde se podría decir que toda su fortuna la dilapidó entre un coro partiquinos fracasados que vivieron a la sombra de su fama y su dinero. Fueron pocos los que estuvieron con él en su momento más difícil. Entre ellos un joven llamado Robert Sherard, al que Wilde conoció en febrero de 1883 y del cual ya no se separaría. Sherard lo admiró desde el primer día y lo quiso y, con el tiempo, habría de escribir una de sus más acertadas biografías. En los días de la tragedia lo defendió de acusaciones, verdaderas o calumniosas, que también las hubo, Fue Sherard, en su amistad, de los que no abundan, de aquellos a los que hay que buscar, como Diógenes al hombre con su linterna. Sherard, en su fidelidad al poeta, pasó por encima de todo; fue más allá de la cárcel, la persecución y la ruina; lo acompañó en el Tabor y en el Calvario: en la hora de las tinieblas, en la que uno mira a su alrededor y ve que todos han desaparecido y está solo con su martirio. El no huyó; en aquella hora de dolor y angustia estaba junto al amigo, con otros dos, a los sumo tres, que lo siguieron en aquel camino, que son los que quedan siempre en el último acto en las tragedias de los hombres, sean quienes sean. Algunas noches, él y Sherard deambulaban por las calles de París a altas horas; en una de ellas Wilde lo llevó en peregrinación” hasta el lugar donde se ahorcó Gerard de Nerval. Una vez allí evocó ante él la figura del poeta muerto, mientras Sherard lo escuchaba en silencio, emocionado; otra noche, mientras pasaban a la luz de la luna, Wilde le refirió, a su manera, la historia de Eugenia Grandet de Balzac:, Sherard confiesa en su libro, “La vida de Oscar Wilde”, publicado en 1906, que después de escucharlo, la novela de Balzac le pareció muy inferior a la versión que aquella noche la había oído a él
La debacle de Wilde no fue intempestiva, sino la suma de varios hechos que lo precipitaron hasta su ruina. Su éxito iba de la mano con el peligro y Wilde, embriagado entre los laureles de su triunfo; ignoraba esa frase que Francois de la Rochfoucauld pareciera haber escrito para él: “Necesitamos mayores virtudes para mantenernos en la buena fortuna que en la mala”. A su alrededor se fueron tejiendo intrigas, murmuraciones, odios, los cuales, debido a su vida disipada y escandalosa – sumado a su éxito – fueron creciendo rápidamente. La publicación de “El retrato de Mr. Woh” con sus alusiones al homosexualismo, a base del misterio creado alrededor del protagonista y del autor de los sonetos de Shakespeare, fue la primera nota de la sinfonía del escándalo que terminaría consumiéndolo. Esta novela, podemos suponer, fue en su origen una novela corta del tipo de “Piel de zapa”, de Balzac, y “William Wilson” de Pol; después siguieron otras tres historias, aunque resulta difícil comprender como alguna de ellas fue introducida en el esquema del libro; pero la idea primordial de la novela devino de una hecho sucedido en 1884 cuando Wilde solía visitar el estudio de Basil Ward, un pintor que tenía entre sus modelos a un joven de belleza excepcional, que nos hace pensar en el Tadzio que escogió Visconti para su “Muerte en Venecia”, película basada en la novela homónima de Thomas Mann. Cuando uno de esos días Ward terminó el retrato del muchacho y éste se marchó, Wilde comentó que sería una pena que aquel joven envejeciera alguna vez. El pintor asintió agregando lo maravilloso que sería que el muchacho pudiera permanecer exactamente como era, mientras que el retrato envejeciera en su lugar. Aquel comentario no fue pasado por alto por Oscar, quien expresó su gratitud denominado al pintor de su “Dorian Gray” con el nombre de Basil Hallward.
Es impresionante como avanzó el desarrollo de los hechos que llevaron a Wilde a la ruina aun cuando apenas se había anuncia. La rapidez y la virulencia con que se cambió para Oscar el rostro de la vida, pasando en pocos días de la gloria a la miseria y convirtiéndose en el hazmerreír de los puritanos y de un populacho sediento de un espectáculo con el cual ceban la ira de sus frustraciones: se ha culpado de esta situación al puritanismo inglés de aquella época. La verdad es que Wilde con sus poses provocativas y sus conductas desafiantes se había atraído la inquina de los ingleses. Ofendió y se mofó de mucha gente, de sus creencias y de su moral. El se había criado en el seño de una familia donde cada cual hacía lo que le daba la gana, sin que ninguno se preocupara por lo que los otros hacían y él, Oscar Wilde, quería que el mundo fuera como su casa. Quiso transformar los patos en cisnes y falló en su intento. La lucha virulífera entre él e Inglaterra se había enconado hasta lo indecible. A esto se unió el envanecimiento de sus éxitos y la convicción de que era un ser excepcional y, por ende, intocable. Con posterioridad a su muerte se han emitido juicios a favor y en contra de él. Bernard Shaw lanzó en este punto juicios muy duros contra su compatriota. “Wilde – escribe Shaw – se dijo: no amaré a nadie; seré absolutamente egoísta; me comportaré no como un bribón, si no como un monstruo, y a pesar de ello, todo me lo perdonarán”. Para otros como Joyce, Wilde no fue más que un chivo expiatorio del sistema universitario anglosajón de su época, con sus autoprohibiciones y sus reservas. Dice Joyce:
“Las causas por las que el pueblo de Inglaterra condenó a Wilde son muchas y muy complejas, pero no fue la simple reacción de una conciencia pura. Cualquiera que analice los graffiti, los licenciosos dibujos, los gestos obscenos de este pueblo, dudará mucho antes de calificarlo de limpio de corazón. Cualquiera que preste atención a la vida y al habla de estos hombres, tanto si se trata de soldados en su cuartel como de empleados de las grandes casas comerciales, dudará mucho que aquellos que lapidaron a Wilde estuvieran limpios de culpa. En realidad, todo el mundo se siente incómodo cuando habla de este tema con otros, temerosos de que quien escucha pueda saber más que él mismo. La defensa que de sí mismo publicó Oscar Wilde en el Scots Observer sigue siendo válida para todo crítico objetivo. Wilde escribió que cada cual ve su propio pecado en Dorian Gray (la más popular novela de Wilde). Nadie dice y nadie sabe cuáles fueron los pecados de Dorian Gray. Aquel que los adivina los ha cometido”.
(James Joyce, “Escritos Críticos”. Alianza Editorial S. A., Madrid, 1975 – Pág. 265)
El epílogo de la caída de Wilde está lleno de ironía. Ante la afrenta sufrida por el marqués de Queensberry quien lo llamó “Sodomita”, Wilde, incitado por Alfred Douglas, inicio una demanda por difamación que durante el juicio celebrado en el Old Bailesy (Tribunal central de lo Criminal en Londres) el 3 de Abril de 1895, se volvió contra él y terminó siendo acusado de perjurio. Los interrogatorios inquisitivos a que fue sometido por el Fiscar Carson, antiguo compañero de Oscar en el Magdalen de Oxford, fueron letales. Cartas comprometedoras a jovencitos que le habían servido de acompañantes, poemas con versos de tono demasiado intimista para sus acusadores bastaron para enviarlo a la prisión de Holloway primero, y a Reading después. A pesar de que dispuso del tiempo suficiente para huir de Inglaterra, Wilde quiso representar hasta el fin el papel de un hombre de honor. “Un hombre debe ir hacia donde la vida lo lleva” solía decir. Poco antes de la sentencia le hizo saber a Alfred Douglas que no quería que lo llamasen cobarde o desertor. “Un nombre falso, un disfraz, una vida de proscrito no son cosas para mí”, le dijo a Wilde en una carta. El resto de esta misiva, última de las dirigidas al hijo del marqués de Queensberry, con sus revelaciones de amor arrebatado, confirma las presunciones de que Wilde se había identificado con un papel: ... “Mi dulce rosa, mi delicada flor, mi lirio de los lirios, quizá sea en la cárcel donde yo vaya a poner a prueba el poder del amor. Voy a ver si no soy capaz de hacer dulces las aguas amargas por la intensidad del amor que te tengo. Ha habido momentos en que he pensado que sería más prudente que nos superásemos. ¡Ay, momento de debilidad y locura!
Ahora me doy cuenta de que eso hubiera mutilado mi vida, destrozado mi arte y roto las cuerdas musicales que forman un alma perfecta. Hasta cubierto de fango cantaré tus alabanzas, desde los abismos más profundos te llegará mi voz” (Rupert Hart – Davis, “Las cartas de Oscar Wilde”, Londres, 1962 – Pág.: 397).
En “De profundis”, la larga carta que Wilde escribió a Douglas durante el último período de cárcel, explica la necesidad de esa ilusión... “Cuando me encarcelaron por primera vez, lagunas personas me aconsejaron que me olvidara de quién era. Era una consejo funesto. Solo dándose cuenta de quién es uno es como se puede encontrar algún consuelo. Ahora otros me aconsejan que cuando salga de la prisión trate de olvidarme del tiempo que he estado en la prisión. Sé que eso sería igualmente fatal. Significaría que tendría que estar siempre perseguido por una sensación intolerable de desgracia y que aquellas cosas que significan para mi tanto como para cualquiera – la belleza del mal y de la luna, la floración de las estaciones, la música de la aurora y el silencio de las grandes noches, la lluvia cayendo entre las hojas o el rocío que platea el césped – estarían como mancilladas para mí y habrían perdido su poder de purificación y de alegría. Añorar las propias experiencias es detener la evolución de uno. Negarlas es colocar una mentira en los labios de la propia vida de uno. No es menos que renegar del alma”. (En “Oscar Wilde, Obras Inmortales”, EDAF, Ediciones – Distribuciones, S. A. – Madrid 1974; Pág. 1576) sus actos y conductas en los años posteriores a su salida de prisión, confirmaran que Oscar no había expresado lo que sentía, sino lo que creía tener que sentir. La misma actitud domina en todo el “De profundis”: Es la carta más importante de mi vida, porque va a tratar, por fin, de mi futura postura espiritual frente a la vida, de la forma con que deseo volver a enfrentarme con el mundo, del desarrollo de mi carácter. De lo que he perdido, de lo que he aprendido, de lo que espero alcanzar... Toda mi vida depende de ello. La carta (el “De profundis”) debe su origen a motivos muy concretos, y las instrucciones precisas que Wilde dio Robert Ross en cuanto a su conservación, empleo y difusión prueban que tenía una misión que cumplir. Douglas y Wilde se pelearon amargamente en diversas ocasiones.
El primero era voluntarioso, el último obstinado, y cuando el voluntarioso se encuentra con la obstinación, generalmente se produce la fricción. El “De profundis” tenía que servir de ajuste de cuentas con Douglas y de justificación propia frente a sus amigos y frente al mundo. “Un día tendrá que hacerse la luz de la verdad, no necesariamente durante mi vida o la de Douglas, pero es que yo no estoy dispuesto a aguantarme para siempre en la picota donde me han puesto”. Chocante documento esta larga misiva. Que Wilde dirigió a Alfred Douglas y envió a Robert Ross para poner a máquina y sacará varias copias. Comienza lanzando violentos ataques y acusaciones contra el muchacho, que van desde la enumeración de sus vicios hasta la lapidación del dinero que le había costado su amistad Oscar aparece como el cautivo víctima de los caprichos del amigo Douglas es presentado como fuerza del destino; Wilde, en cambio, aparece como el artista obstaculizado en su obra y arruinado económica y espiritualmente por Douglas. “No empleo frases de exageración retórica al recordarle que durante todo el tiempo que estuvimos juntos no escribí ni una línea”. Ni una palabra sobre el hecho de que la época de la amistad coincidió con sus mayores éxitos literarios. Ni una palabra sobre helecho de que sus instintos sin frenos nos e habían limitado a Douglas “La verdad es que en ninguna época de mi vida hubo cosa alguna que ni de cerca tuviera la importancia que para mí tuvo el arte”. Son palabras que corresponden a un ideal de Wilde, pero no a la realidad.
El primero era voluntarioso, el último obstinado, y cuando el voluntarioso se encuentra con la obstinación, generalmente se produce la fricción. El “De profundis” tenía que servir de ajuste de cuentas con Douglas y de justificación propia frente a sus amigos y frente al mundo. “Un día tendrá que hacerse la luz de la verdad, no necesariamente durante mi vida o la de Douglas, pero es que yo no estoy dispuesto a aguantarme para siempre en la picota donde me han puesto”. Chocante documento esta larga misiva. Que Wilde dirigió a Alfred Douglas y envió a Robert Ross para poner a máquina y sacará varias copias. Comienza lanzando violentos ataques y acusaciones contra el muchacho, que van desde la enumeración de sus vicios hasta la lapidación del dinero que le había costado su amistad Oscar aparece como el cautivo víctima de los caprichos del amigo Douglas es presentado como fuerza del destino; Wilde, en cambio, aparece como el artista obstaculizado en su obra y arruinado económica y espiritualmente por Douglas. “No empleo frases de exageración retórica al recordarle que durante todo el tiempo que estuvimos juntos no escribí ni una línea”. Ni una palabra sobre el hecho de que la época de la amistad coincidió con sus mayores éxitos literarios. Ni una palabra sobre helecho de que sus instintos sin frenos nos e habían limitado a Douglas “La verdad es que en ninguna época de mi vida hubo cosa alguna que ni de cerca tuviera la importancia que para mí tuvo el arte”. Son palabras que corresponden a un ideal de Wilde, pero no a la realidad.
Dos años pasó Wilde tras las rejas, tiempo suficiente para convertirlo en un despojo humano, una sombra penitente que no lograría recuperarse. Lady Wilde fue la responsable, en parte, de la actitud de Wilde. Por algún curioso proceso mental, había llegado a convencerse de que Irlanda estaba desafiando a todo el universo en la persona de su hijo, a quien dejo. ... “Si te quedas, aunque vayas a la cárcel, siempre te consideraré como hijo mío; no había diferencia en el orden de mis afectos; pero si te vas, no volveré a hablarte”. Salvo su madre, cuantas personas se ocupaban de él trataron de lograr que huyera, pero, como ya hemos dicho, todo fue inútil. La madre murió el 3 de febrero de 1896 estando Oscar en prisión, y en su “De profundis”, la famosa carta escrita en la prisión, expresa en tonos doloridos el profundo amor y veneración de que él la había hecho objeto: .... “Su muerte me ha afectado de una forma tan tremenda que yo, antaño maestro de la lengua, no encuentro palabras, para expresar mi pesar y mi vergüenza. Jamás, ni siquiera en la cumbre de mi carrera artística, hubiera podido encontrar palabras adecuadas para soportar un peso tan sublime o para moverme en la escena purpúrea de mi dolor inefable” (cartas, Edic. citada; Pág. 458). En prisión, incapaz ya del menor esfuerzo creativo, Wilde sabía de los deseos oscuros que devoran el alma, y que cada uno de nosotros lleva dentro de sí el cielo y el infierno, pero no sabía del esfuerzo para elevarse por encima de aquellos deseos, para alcanzar aquel dominio en el cual sólo está la paz del espíritu, aquel bien en que los deseos de Dios coinciden con nuestros deseos, como Vio Dante, y como dijo tan hermosa y profundamente en sus versos: ... “Che el vuoler nostro in questo bien s’affina / che quel vuole Iddio e noi volemmo”.
No se conoce un espectáculo tan ridículo como el que ofrecía el público inglés de aquel entonces en uno de sus accesos periódicos de moralidad. En general, los raptos, divorcios y querellas de familia en aquella época pasan casi inadvertidos. Se leían noticias escandalosas; se hablaba de ellas durante el día y se olvidaban fácilmente. Pero una vez cada seis o siete años, la virtud se hería cómodamente. No podían soportar que las leyes de la religión y la decencia sean violadas. Se debía hacer una campaña contra el vicio. Se debía enseñar a los libertinos que los ingleses apreciaban la importancia de los vínculos familiares. Como consecuencia, algún desgraciado, que desde ningún punto de vista era más depravado que centenares de personas cuyas faltas habían sido tratadas con lenidad, era señalado como víctima propiciatoria. Si tenía hijos, se le separaba de ellos. Si tenía profesión, se le expulsaba de ella. Las gentes de las capas más altas de la sociedad lo aislaban, y las más bajas lo silbaban. Era, en verdad, un chivo expiatorio en cuyas angustias se suponía que quedaban suficientemente castigados todos los demás transgresores de la misma clase. Reflexionaban muy complacidos en su propia severidad, y comparaban con gran orgullo elevado Standar de la moral establecida en Inglaterra con el libertinaje parisiense. Al fin su cólera quedaba aplacada. La víctima, arruinada y destrozada y sus virtudes se iban a dormir tranquilamente durante siete años más.
Wilde no fue una excepción. Su estadía en prisión no era una visión agradable. Los victorianos se ocupaban afanosamente en un viejo pasatiempo al que eran aficionados. Sabían mejor que ninguno de los hombres de otras épocas, como expiar los pecados que ellos solían cometer condenando a los que no les importaban. Condenaron a Wilde con tal rigor y en forma tan completa que, sólo por esto, aquella época debe ser considerada la época más perversa de la historia. Jamás había sucedido nada semejante en igual escala, aunque Macaulay tiene un interesante pasaje sobre Byron, que demuestra que los ingleses fueron siempre susceptibles a los espasmos de indignación inmoral... “La infamia que Byron tuvo que soportar fue tal, que había sido capaz de sacudir a una mentalidad más constante. Los periódicos aparecían llenos de sátiras. Los teatros trepidaban de maldiciones. Quedó excluido de los círculos en los que hasta entonces había sido la atracción de todo el mundo. Todas aquellas cosas viles que conspiraron para provocar la caída de las naturalezas más nobles se precipitaron contra su presa; ay ellos tenían razón; hicieron lo que su naturaleza les exigía. No todos los días la envidia salvaje de los ambiciosos brutos se ve satisfecha ante el espectáculo de las angustias y degradación de una personalidad de tal espíritu” (Historia de Inglaterra”, Tomás Babington Macaulay; Volumen IV, editado por J. Mac Nelly Whisteer, 1904). El trato que recibió Byron, sin embargo, fue de una suavidad cristiana comparado con el que se impuso a Wilde, víctima de una época más putrefacta. Jamás Wilde, volvió a levantar su espíritu después de su paso por Reading. Hasta su muerte en el Hotel D’Alsace del barrio latino de París el 30 de Noviembre de 1900, fue sólo una sombra fantasmagórico que deambulaba de bar en bar bebiendo absenta, brandy o ajenjo, perseguido por algún ángel malo que le susurraba al oído esos versos proféticos de la balada que había compuesto en Reading: ...
“Pues aquel que peca por segunda vez
despierta un alma muerta al dolor
y la arranca de su manchado sudario,
y la hace sangrar de nuevo,
y la hace sangrar grandes gotas de sangre
y la hace sangrar en vano”.
Publicado en Olandina, Revista de
poesía, febrero 2005.
JOSÉ ADOLPH Y ESE SANDWICH DE POLLO SIN LECHUGA
José Adolph |
Por no contradecirla, aceptó. A los pocos minutos apareció la señora llevando una pequeña fuente con la taza y unas rebanadas de pan tostado. Después de mojar el pan en el té y llevárselo a la boca sintió en su paladar la sensación de su reblandecimiento cargada de un sabor a té, …”Sufrí un estremecimiento, olor a geranios, a naranjos, una sensación de extraordinaria claridad, de dicha; permanecí inmóvil, temiendo que un solo movimiento interrumpiera lo que estaba pasando en mí y que yo no comprendía, aferrándome en todo momento a aquel pedazo de pan mojado que parecía provocar tantas maravillas (...) Entonces me acordé: todos los días, cuando estaba vestido, bajaba a la habitación de mi abuelo que acababa de despertarse y tomaba su té. Mojaba un bizcocho y me lo daba a comer, y cuando hubieron pasado aquellos veranos, la sensación del bizcocho reblandecido en el té fue uno de los refugios en donde habían ido a acurrucarse las horas muertas – muertas para la inteligencia – y en donde sin duda no las había hallado nunca si esta tarde de invierno, cuando volvía helado de la nieve, mi cocinera no me hubiera ofrecido la bebida a que estaba ligada la resurrección, en virtud de un pacto mágico que yo desconocía”. (Obras completas, Marcel Proust. Tomo III, pág. 74. Editorial Aguilar. 2004). Esta reminiscencia de Proust me invita a una larga reflexión, ahora que con tristeza, leo la breve mención que se hace en un diario anunciando la muerte de José Adolph, escritor y periodista peruano, nacido en Alemania en 1933.
La causa de la muerte no se indica, (eso es algo sin importancia), la muerte en cualquiera de sus formas llega inexorablemente, el vacío queda y la tristeza y la nostalgia invaden nuestro espíritu por igual. Nacido en la tierra de Goethe y Schiller, Adolph se instaló muy joven en el Perú, patria que asumió como suya. Su entereza no la había quebrado la Segunda Gran Guerra. Lo conocí en el Instituto Goethe, allá por 1975, en el viejo local del Jirón Ica, Lima todavía parecía una pequeña urbe donde reinaba un ambiente de tranquilidad, cultura y decencia. Yo estaba en la Biblioteca hojeando un libro de Hesse (Peter Camenzind). Ahí solía encontrarme con César, el hijo mayor de mi querido amigo César Lévano, hombre sabio y corajudo, eximio periodista y voraz lector. Cuando Adolph paso al lado mío, me dijo, mirando el libro que tenía, “Buena lectura, después revisé “El Juego de los abalorios” y se perdió entre los estantes. Vestía de marrón. Pantalón y saco de corduroy, zapatos de gamuza del mismo color. Lucía el cabello largo con raya al centro y una barbita a lo Bécquer. Su imagen desprendía alegría, sencillez y coraje: el tiempo me lo confirmaría, porque José Adolph fue siempre un escritor humilde, sin empavonamientos de ningún tipo.
La causa de la muerte no se indica, (eso es algo sin importancia), la muerte en cualquiera de sus formas llega inexorablemente, el vacío queda y la tristeza y la nostalgia invaden nuestro espíritu por igual. Nacido en la tierra de Goethe y Schiller, Adolph se instaló muy joven en el Perú, patria que asumió como suya. Su entereza no la había quebrado la Segunda Gran Guerra. Lo conocí en el Instituto Goethe, allá por 1975, en el viejo local del Jirón Ica, Lima todavía parecía una pequeña urbe donde reinaba un ambiente de tranquilidad, cultura y decencia. Yo estaba en la Biblioteca hojeando un libro de Hesse (Peter Camenzind). Ahí solía encontrarme con César, el hijo mayor de mi querido amigo César Lévano, hombre sabio y corajudo, eximio periodista y voraz lector. Cuando Adolph paso al lado mío, me dijo, mirando el libro que tenía, “Buena lectura, después revisé “El Juego de los abalorios” y se perdió entre los estantes. Vestía de marrón. Pantalón y saco de corduroy, zapatos de gamuza del mismo color. Lucía el cabello largo con raya al centro y una barbita a lo Bécquer. Su imagen desprendía alegría, sencillez y coraje: el tiempo me lo confirmaría, porque José Adolph fue siempre un escritor humilde, sin empavonamientos de ningún tipo.
Otro día lo encontré en el cafetín del Instituto. Me invito a que lo acompañara. Hablamos del Goethe, de Schopenhauer, de Brecht, de Nietzsche, de Jean Paul. Recordé mientras bebíamos café, que había asistido al Teatro La Cabaña a ver una obra suya, “Asedio y liberación del Ciego y la Parturienta”. Me deshice en halagos hacia su obra y, emocionado (con esa emoción cándida de la juventud) le manifesté, estrechándole la mano, el placer y la alegría que sentía de conocerlo. Me miró fijamente por sobre sus espejuelos y dijo sonriente: “Cuidado, a veces nos decepcionamos cuando conoceos a la persona más profundamente”. A partir de ese día coincidimos muchas veces, en la biblioteca, en el cafetín, a veces nos poníamos de acuerdo para hacerlas, no era nada fácil encontrar un momento cuando estaba inmerso en las traducciones, lo agotaban, según me confesó. Entre tazas de café o alguna copa de tinto nos encontrábamos en el Cordano, Carbone o Queirolo, habíamos forjado una amistad que duró muchos años, hasta su muerte diría yo, porque, si bien este mundo de modernidad acelerada y desintegradora de las relaciones humanas resulta desesperante y no nos da tiempo para frecuentar a nuestros amigos aunque sea un breve instante, siempre quedan esas resurrecciones de las que habla Proust para rememorar los momentos gratos y felices pasados con la persona amada y con Adolph me sucede lo mismo que a Proust con su abuelo, cuando desayuno en donde me atrapa la premura del tiempo y pido un café y mi sándwich de pollo sin lechuga, como lo escribe José Adolph en su cuento “Vacaciones en Albania”… “Cuando por primera vez descubrí que la miraba, comprendí que la había estado viendo durante varios días sin notarlo. Aquello debe haber ocurrido un lunes, porque recuerdo una súbita interrupción de ese malhumor que identificamos con el primer día de la semana. Fijaré el instante: es aquel en el que yo termino de comer mi sándwich de pollo sin lechuga…” Y así ha quedado grabado en mi recuerdo este peruano nacido en Alemania, en ese “Sándwich de pollo sin lechuga”. Descansa el guerrero y yo le rindo mi tributo en estas líneas.
¿EL FIN DE LA ERA ATÓMICA?
Nunca me he preocupado en averiguar si Dios existe o no, eso se los dejo a los filósofos. Si no existe no tengo de que preocuparme, no me interesa; si por el contrario, existe, tampoco me incumbe, no me interesa. Si tuviera que acercarme a alguna creencia, digamos, por obligación, me afiliaría al Panteísmo, palabra que viene del griego pas, pan (todo, todas las cosas) y theós (dios). De aquí deducimos que pan los panteístas Dios y el mundo forman una unidad. Dios y el mundo son la misma cosa y constituyen un todo indivisible. Dios no es trascendente al mundo: no se distingue ni se separa de él. Al contrario, es inmanente a él y se confunde con él, se disuelve en él, se manifiesta en él, y en él se realiza como una sola realidad total y substancial. Partiendo de esto y pensando en los frecuentes terremotos, huracanes, tsunamis y toda suerte de catástrofes que aquejan a este golpeado planeta, pienso que las bombas infringidas a ella durante todas las “guerras modernas”, están teniendo su consecuencia, o, mejor dicho, la naturaleza está pasándonos la factura. Las extracciones mineras, las perforaciones para extraer petróleo (no sólo en tierra sino también en el Océano), la extracción de agua, la inyección de fluidos y la construcción de represas son sólo algunas muestras del accionar humano en la superficie terrestre. Para algunos científicos relacionados con el tema, “la actividad humana ha producido más de doscientos terremotos de gran magnitud” (fuente Die Ziet, periódico alemán).
En la ciudad australiana de Newcastle un terremoto en 1989 causó 13 muertos, 165 heridos y las pérdidas en daños materiales se calcularon en 3500 millones de dólares. Los científicos han atribuido a la explotación subterránea de carbón la culpabilidad. Cierto o no, las pérdidas originadas por el terremoto sobrepasaron el total de ingresos obtenidos de la mínima desde que comenzaron las operaciones de dicha ciudad hace dos siglos. En su “Ética a Nicómaco”, Aristóteles nos aconseja que no sólo debemos cuidarnos de las cosas humanas, sino que en la medida de los posible debemos hacernos inmortales y hacerlo todo para vivir de conformidad con la parte más excelente de nosotros mismos, ya que, aunque sea pequeña por sus dimensiones, supera y en mucho a todas las cosas por su poder y dignidad. No es está una bella forma de exhortación del Estagirita de que el hombre por su bien y su provecho (no usufructo) debe cuidar el medio ambiente en que habita.
En la ciudad australiana de Newcastle un terremoto en 1989 causó 13 muertos, 165 heridos y las pérdidas en daños materiales se calcularon en 3500 millones de dólares. Los científicos han atribuido a la explotación subterránea de carbón la culpabilidad. Cierto o no, las pérdidas originadas por el terremoto sobrepasaron el total de ingresos obtenidos de la mínima desde que comenzaron las operaciones de dicha ciudad hace dos siglos. En su “Ética a Nicómaco”, Aristóteles nos aconseja que no sólo debemos cuidarnos de las cosas humanas, sino que en la medida de los posible debemos hacernos inmortales y hacerlo todo para vivir de conformidad con la parte más excelente de nosotros mismos, ya que, aunque sea pequeña por sus dimensiones, supera y en mucho a todas las cosas por su poder y dignidad. No es está una bella forma de exhortación del Estagirita de que el hombre por su bien y su provecho (no usufructo) debe cuidar el medio ambiente en que habita.
El reciente terremoto en Japón y sus consecuencias a nivel mundial pone en alerta no sólo a los países con plantas nucleares (Canadá, U.S.A, Alemania, Rusia, China, Japón son algunos de los veintinueve países que manejan energía nuclear) sino a toda la especie humana. Los desperfectos sufridos por la Central Nuclear de Fukushima nos traen a la memoria Chernóbil. Hace 25 años una explosión en el núcleo del reactor número 4 de la Central Nuclear de Chernóbil se convirtió en el desastre atómico más grave de la historia: el suceso causó la desaparición de una ciudad entera y afectó con la radiación, según los cálculos más alentadores, a 9 mil personas.
Como creador de ficciones que soy, me aventuro a decir que Japón está recibiendo de la Naturaleza una respuesta al abominable exterminio que realiza en los mares contra el tiburón. Ver como los cazadores de estos escualos los cortan las aletas y los devuelven al mar vivos es algo que escapa a la comprensión de algunos a quienes todavía se nos revuelve el estomago al ver este tipo de atrocidades y todo para qué, para satisfacer el gusto de “paladares exigentes” que gustan de una sopa en base a las atletas del escualo. Los Estados Unidos, país que ha provocado y originado cuantiosos conflictos bélicos a nivel mundial también tienen su “flagelo natural”. ¿Cuántas muertes y destrucción provocan anualmente huracanes y tifones en sus costas? Sólo ellos los saben. Estamos agarrados a una rama espinosa que no queremos soltar atengámonos a las consecuencias. ¿Significaría esta última catástrofe el fin de la “Era atómica”?
LA ENVIDIA, LLAMA QUE ENNEGRECE LO QUE NO PUEDE DESTRUIR
"La Orestiada", de Esquilo |
El transcurrir de la vida ha demostrado en la realidad, así como la literatura en la ficción, que muchos males que ha golpeado y destruido hombres, tuvieron sus raíces en la envidia. La envidia en el corazón del envidioso siempre está latente, como un volcán de mugre que abrasa con la perseverancia de una llama en el fondo de un estercolero. La envidia es un trastorno que infesta a gran parte del género humano proveyéndolos de un veneno que contamina sus vidas y que, sólo manifestándose exteriormente y muchas veces en forma subrepticia, logra calmar ese sentimiento de fracaso y frustraciones en que el envidio se halla inmerso. La envidia es un mal del ser humano por antonomasia, algo inherente a él y del que la mayoría de las veces no puede liberarse. Muchas veces la envidia arrastra una cuota de resentimiento que, ya en el campo patológico, queda apresada en la lógica vengativa de una agresividad. Esta envidia queda, ya a este nivel, orientada inicialmente hacia el interior con una tendencia a la autodestrucción; posteriormente y, ya a gran escala, surge hacia el exterior manifestándose bajo la forma de agresión o de destrucción hacia el ser que se envidia. William Shakespeare nos ha dejado en sus más logradas tragedias prueba de ello.
En “Otelo, el moro de Venecia”, es Yago, ese ser endemoniado, quien descarga contra Otelo un resentimiento brutal generado por la envidia que siente hacia ese hombre, según palabras de él “de una naturaleza noble, constante en sus afectos”, en fin, todo lo que el moro representa y él no:… “ahora yo la quiero también (Desdémona); no por deseo carnal - aunque quizá el sentimiento que me guía sea tan gran pecado -, sino porque ella me proporciona en parte el sazonamiento de mi venganza. Pues abrigo la sospecha de que el lascivo moro se ha insinuado en mi lecho, sospecha que, como un veneno mineral, me roe las entrañas, y nada podrá contentar mi alma hasta que liquide cuenta con él esposa por esposa; o, si no puedo, hasta que haya arrojado al moro en tan violentos celos, que el buen sentido no pueda curarle. Para llegar a este objeto, si ese pobre desdichado de Venecia, a quien señaló el rastro para su ardiente caza, sigue bien la pista, cogeré a nuestro Miguel Cassio en una desventaja y lo ultrajaré a los ojos del moro de la manera más grosera, pues temo también que Cassio vigile mi gorro de dormir. Quiero que el moro me dé las gracias, me ame y me recompense por haber hecho de él un asno insigne, y turbado su paz y quietud hasta volverse loco” Yago llevará a cabo su plan con tal maestría, que el moro sucumbirá ante unos celos infundados hacia Desdémona, a quien terminará matando en un ataque de furia, por creer la infiel y, por ello, merecedora de la muerte.
APUNTES SOBRE POÉTICA
Los hombres se han habituado a excitar sus pasiones en mares tempestuosos para después cual estrella marina que busca una roca donde asirse, esconderse y decir lo contrario de lo que piensan y sienten, como si una necesidad los llevara a formar parte de una parodia donde nadie cree a nadie y todos fingen que se creen; círculo vicioso de mentiras, hipocresías y felonías.
Del contacto diario con el ser humano han nacido a través de los años mis más encendidas pasiones y mis más tristes desencantos. Admiro a poetas como Juan Gonzalo Rose y César Calvo que supieron transparentar en su poesía, con arrojo y liviandad, su fracaso existencial para sumergirse en sus orígenes y encaminarnos a los nuestros. Siempre he creído y creo que las acciones del poeta en el mundo externo en que se mueve poco importan, porque a veces estas termina solamente alimentando el morbo de los maledicientes; lo que importa es su intimidad revelada a través de su poética, los resortes que impulsaron tal o cual creación.
Muchas veces me he preguntado porqué los jóvenes son los que más se han interesado por mi poesía. Creo que la respuesta está en el hecho de que ésta es intimista, confesional, que reviste en si misma hechos que ellos viven. Sus mismas angustias y anhelos, sus mismas ilusiones y desilusiones, sus esperanzas y desesperanzas con sus encantos y desencantos cotidianos. No es una poesía para impresionar o criticastros y antojologadores que gustan clasificar al poeta poniéndole los antifaces de “poeta mayor” y “poeta menor”, meras, inútiles e inconsistentes clasificaciones que no tienen ningún asidero teórico. César Calvo me contó en una noche de vinos y poesía, que Gonzalo Rose solía decir: Todo aquello que toca mi corazón es poesía. La poesía es o no es, y punto.
Creo en una poesía que asiente sus bases en una vivencia real u onírica, mis ideas sobre la poética no entran en convergencia con la verborrea de Versolari, hueca, que nació de la nada y que en esencia no dice nada. Tampoco coincido con los “innovadores”, arquitectos de Torres de babel, hacedores de juegos verbales donde burdas imitaciones se regodean en un mar condenado a desvanecerse, este no es más que la materialización de sentimientos y pensamientos de otros que son coincidentes con los míos. Para que esto se concrete y el creador entre en comunión con el lector, el poeta, merced a la fuerza imantadora y al arte suasorio de su poderosa personalidad, debe caer en la cuenta del momento en que en el proceso creativo, sus sentimientos y sus ideas se han ido solidificando hasta tomar la forma perfecta.
La vida nos enseña a orillar riesgos. Siempre creí que el amor era una llama que una vez encendida en el corazón seguiría iluminando nuestra vida y nuestro espíritu eternamente; cuando una mujer que amé me dijo no me hables de amor, háblame de dinero, comprendí que la crueldad también puede tomar la forma engañosa de un corazón. Hoy, con una sonrisa irónica, iluminado el rostro en rubor purpúreo y una mano desnuda en el aire en señal de adiós, hago apostasía de esa creencia ingenua e inocente.
CAMINO DEL OTOÑO
En que parte del camino
quedaron las alegrías,
las blancas palomas que
volaban en los campos,
aquellos viajes intermitentes
aquellos viajes intermitentes
de noches estrelladas
con árboles anidados
de luces incandescentes.
Parece que hubiera nubes
en las cuales el tiempo
no echa raíces.
(Amores crepusculares
que fecundan en el alba
amores seculares
que se pierden en el tiempo)
¡Ay! Dios, que nunca he visto
pero que he sentido.
¿Qué fuerza divina
tiene el querer
para copular en el corazón?
(gris es la tristeza
que tiene el mar
cuando besa la arena;
blanca la espuma
que en las noches
de luna se serena)
Y ahora que envejecemos
nos damos cuenta.
Que la alegría con que la vida vino
es la misma tristeza conque el amor se fue.
(de: ... “Las malas conciencias”)
Esta convicción no significa renegar del amor, pues, parece casi imposible hablar de poesía sin que la palabra amor no haga su aparición. Entre los más bellos poemas que el hombre ha escrito, los poemas relativos al amor tienen un lugar de prevalencia. Para Salomón, aquel rey eternamente enamorado, el yo del hombre que da vida a la lírica, fue para él cántico de cánticos, cantar de cantares....
¡Bésame con besos de tu boca!
Son tus amores más suaves que el vino,
son tus ungüentos suaves al sentido
es tu nombre ungüento derramado
por eso te aman las doncellas
Llevamos tras de ti, corramos.
Introdúcenos rey, en tus cámaras,
y nos gozaremos y regocijaremos contigo,
y cantaremos tus amores, más suaves que el vino
y cantaremos tus amores, más suaves que el vino
con razón eres amado.
(“Cantar de los Cantares”, Canto Primero v. v. 2-11- en sagrada Biblia – Nácar – Colunga, Biblioteca de autores Cristianos, Pág. 699)
Con el discurrir de los siglos, el amor también hará escribir a Garcilazo de la Vega bellos poemas de amor en diferentes tonos, donde su amor imposible por Isabel Freyre cobran ribetes que muy difícilmente han sido superados por poeta alguno. El matrimonio de Isabel con Antonio de Fonseca, al que apodaban “el gordo”, y su temprana muerte en 1533 hace brotar en el poeta toledano versos admirables como inmortales: ...
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribo de vos deseo;
vos sola lo escribiste, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.
(Soneto V, en “Poesía Castellana Completa” de Garcilazo de la Vega; Ediciones Cátedra, S. A. Madrid – 1982, Págs.: 181 – 182)
Puntualizando más lo afirmado acerca del amor en cuanto a su importancia dentro de la poesía diremos también que la mujer juega un papel preponderante en la creación. Alberti lo afirma y lo sostiene así en el prólogo a su antología “Canción de canciones”...”Por legendaria tradición la presencia femenina ha sido y es esencial en la poesía. No es exagerado decir que Dante y Petrarca hubieran sido menos grandes sin la aparición en sus vidas de Beatriz Portinari y Laura Di Noves, porque ellas alentaron, desde su cercanía o distanciamiento, la genial inspiración de ambos poetas. Aunque la mujer es la que más a menudo aparece como musa, el hombre ha inspirado y protagonizado también atrevidos y apasionados versos en épocas en que parece imposible imaginar que las mujeres tomaran iniciativas de este tipo”. “Canción de canciones”, María Asunción Mateo – Rafael Alberti; Anaya y Mario Muchnik – 1995 – Madrid, Pág. 13).
Pero grandes poemas demuestran que este alabado recatamiento muy bien podría haber sido sólo un juego de apariencias. Mujeres de tanta fuerza poética como sor Juana Inés de la Cruz, Rosalía de Castro, Alfonsina Storni, Delmira Agustín, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbouron, Dulce María Loynaz y tantísimas otras, han dejado escrito versos difícilmente superables en intensidad y pasión por hombre alguno. Y es que es una utopía apreciar quien ama con mayor frenesí, quien posee mayor locura, quien tiene más capacidad y emoción literaria. Pocas cosas han cambiado menos que el sentimiento amoroso aunque sí su forma de expresarlo. Pero no nos engañemos, “esos pensares tristes”, - usando una expresión de Keats en su “Endimión” – que nos aqueja, nos tumba y no sabemos cómo arrancar de la sangre cuando desciende sobre nosotros el mágico misterio del amor, es el mismo de siempre, por encima de modas y tiempo.
Fue Lope de Vega, el más activo barroco que dio la Edad de Oro de la literatura española, quien mejor expresó en sus vitales dualidades sus sentimientos encontrados: en su pasión y burla, en su fe y desengaño, en su amor y soledad. Jamás se ha visto una vida que en su cotidianidad se transforme tan lealmente en literatura como sucedió con el Fénix de los Ingenios. Amó con intensidad y mucho y quiso transformar ese sentir en palabras, dejándonos así un legado invalorable: apasionado testimonio de un vivir intenso y sin descanso. Elena Osorio, Micaela Luján y Marta Nevares son las tres aristas amorosas sobre las que giró la pasión del poeta madrileño. La muerte de Marta Nevares en 1632, tres años antes de la muerte de Lope, le inspira un bello soneto que nos hace recordar aquella joya de Quevedo, aquel soneto que comienza... “cerrar podrá mis ojos la postrera / sombra que me llevare el blanco día...”. Pero escuchemos primero la voz de Lope en aquel soneto donde el amor por la pérdida de la amada palpita generoso, embadurnado los versos de un luminoso y recordado amor.
Resulta en polvo ya, más siempre hermosa
sin dejarme vivir, vive serena
aquella luz, que fue mi gloria y pena,
y me hace guerra, cuando en paz reposa.
Tan vivo está el jazmín, la pura rosa
que blandamente ardiendo en azucena,
me abrasa el alma de memorias llena,
ceniza de su fénix amorosa.
¡Oh memoria cruel de mis enojos!
¿Qué honor te puede dar mi sentimiento,
en polvo convertidos sus despojos?.
Permíteme callar sólo un momento:
que ya no tiene lágrimas mis ojos
ni conceptos de amor mi pensamiento.
(“Poesía lírica”, Lope de Vega; Editorial Bruguera, S. A. – Barcelona. 1970 – pág. 314).
Resulta claro observar como las comparaciones salen del corazón del creador; son hipóstasis que a la vez lo torturan y lo consuelan, porque ese amor por la mujer amada a veces lo supera en generosidad o en mezquindad, en bonhomía o en maldad.
La pasión de amar transita otro badén, muy diferente, en el inteligente, cerebral, genial Francisco de Quevedo; como en Garcilaso, en Quevedo confluyen los más perfectos y categóricos endecasílabos de la poesía española; pero es inútil buscar en su delirio el nombre de mujer alguna. Para un hombre que renegó tanto del sexo femenino difícil debe haber sido encontrar madero alguno de cual asirse: Pienso que Quevedo no hubiera hablado tan cruda y brutalmente de las mujeres ni se hubiera mostrado durante toda su existencia tan acérrimamente misógino, si en su infancia, una madre dulce y devota se hubiera afincado junto a él. Parece – después de leer sus escritos más íntimos – que desde su entrada al mundo hubiera acumulado tanta bilis, que sentía la necesidad de descargarla sin importarle contra qué o contra quién. Ya en sus opiniones políticas o religiosas, Quevedo se salía de los límites permisibles con una libertad inaudita a la que no llegaron hombres tan refractarios como Rabelais o Erasmo: Por eso en Quevedo se relevan y contrastan el más apasionado deseo de amar (de proclamarse amor) y el cruel escarnio o desengaño del amor. En su deseo de amar, que su propia condición le impide ejecutar, entregándose generosamente, Quevedo compone uno de los más perfectos y bellos sonetos de la poesía española...
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:
su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
(“Obras selectas”, Francisco de Quevedo y Villegas; Librería “El Ateneo” Editorial – Buenos Aires 1957. Pág. 847).
Aquí, en Quevedo, preside el poeta, es el rabioso amor de Quevedo el que se exalta y no ya contra la muerte sino contra la propia vida, en la que no supo o quiso o pudo encontrar una Marta Nevares o una Beatriz Portinari a la que entregarse, con todo lo que el amor es renuncia y entrega. Así, a vueltas consigo mismo, burlándose de sí para anticiparse a la posible herida, Quevedo va haciéndose profundo poeta de amor que labra admirables endecasílabos donde se trasciende su ironía, su agresividad, su desengaño, su egoísmo, su audaz inteligencia, y una soberbia que le impide probar el riesgo de entregarse. Por ello, más que sentir en sus labios la viva caricia de la amada, puede aceptarse su confesión de...
Vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
POESÍA Y VIDA
Gabriela Mistral, escritora chilena. |
¿Qué hizo que este hombre pacífico que gustaba pensar 18 horas diarias sobre la complejidad del universo, y que se deleitaba tocando el violín las más bellas creaciones de Mozart hiciera este vaticinio tan espantoso?
La respuesta la podemos encontrar en dos hechos criminales unidos como siameses: las bombas atómicas lanzadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki que dejaron como saldo más de 220,000 muertos, sin contar los heridos, mutilados y los incinerados por fisión nuclear. Un arma tan mortífera, capaz de matar 80,000 personas en cinco segundos, había sido creada gracias a la "genialidad" del hombre: podíamos estar satisfechos; en materia de cavernas y barbaries, de salvajismos y genocidios, habíamos superado largamente la fiereza de los Neanderthal.
¿Pero, que hay de cierto en estas predicciones de Einstein?
Las armas nucleares son, hoy en día, como poseer en los años de Al Capone una metralleta.
Echemos un vistazo al planeta y veamos cuáles son los países con reactores nucleares operativos en el mundo al 10 de marzo del 2011, según el organismo internacional de Energía Atómica (OIEA).
Canadá(18); E.E.U.U.(104); México(2); Países Bajos(1); Finlandia(4); Suecia(10); Reino Unido(19); Francia(58); España(8); Alemania(17); Brasil(2); Argentina(2); Bélgica(7); República Checa(6); Rumania(2); Suiza(5); Eslovenia(1); Eslovaquia(4); Ucrania(15); Bulgaria(2); Hungría(4); Armenia(1); Suráfrica(2); Rusia(32); China(13); Japón(54); Corea del Sur(21), sin contar con los 65 reactores nucleares que están en construcción.
Lo sucedido en la Central Nuclear de Fukushima en el Japón, nos lleva a preguntarnos si es la energía nuclear la mejor alternativa a la cada vez más cara, contaminante y escasa energía obtenida de otras fuentes. Lo que sí es cierto y no cabe duda alguna, es que la energía nuclear puede causar catástrofes por el error humano, el tecnológico, los desastres naturales o un atentado terrorista.
Todo esto parece indicarnos que el amor por la vida es sólo una utopía, una posibilidad que poco nos interesa.
Como si esto fuera poco, diariamente estamos expuestos a un terrorismo periodístico que emana, con pus y sangre, de la radio, la televisión y los periódicos. La barbarie y la sinrazón, mezclada con el sadismo y el embrutecimiento, se introduce en nuestras casas a través de la televisión con sus noticieros que no son otra cosa que visiones necrológicas, documentales para sádicos y mentes retorcidas. En algo similar se han convertido los diarios y la radio: las imágenes truculentos le otorgan a la televisión una gran ventaja.
Hemos perdido el respeto por el prójimo.
Viajamos en un transporte público hecho para animales inclasificados, soportando los gritos de un energúmeno que va promocionando el diario de ruta y tolerando, indiferentes, emisoras bulliciosas a volúmenes de chingana, de pollada bandolera. ¿Y todo por que?
Porque estos señores asocian el ruido con la alegría y el bienestar emocional.
Estamos viviendo la era del ruido y la estridencia, la de la tropelía troglodita en su máxima expresión.
En la televisión los mal llamados animadores no hablan, chillan, gritan y farfullan una monserga que en poco se diferencia del lenguaje con que se comunican nuestros jóvenes hoy en día.
¿Con una televisión, una radio y un periodismo tan desastrado como el que tenemos podemos aspirar a que nuestros hijos crezcan en un ambiente motivador y salubre que los lleve a desarrollar una cultura de calidad?
La respuesta es no, y requiere una profunda reflexión que busque revertir este hecho.
A este problema, que tiene que ver con el hombre como ser individual, se suman otros de carácter externo, donde la destrucción del medio ambiente nos visualiza un futuro caótico.
Estados unidos, ese país continente que dio a un Whitman y a un Poe, a un Washington y a un Emerson, ha destruido en los últimos 60 años el 85% de sus bosques y ha forjado un Estado como el de Nueva York que produce una contaminación ambiental en un año, equivalente a la de todo el Perú en un tiempo igual.
¿Pero no existe nada positivo en este mundo de calamidades y tragedias?
Sí, existe, pero muy poco. Hay un periodismo inmaculado que informa con una pulcritud de lenguaje digno de un académico de la Real Academia de la Lengua, con noticias relevantes tan lejanas de esas informaciones deslavazadas que vemos a diario en los canales de señal abierta. Es el que practican maestros del periodismo como Cesar Lévano o Cesar Hildebrandt. Un periodismo serio y bien informado, un periodismo que no pacta con la podredumbre y la corrupción que carcome los cimientos de nuestra sociedad. Un periodismo de calidad y no de cantidad, un periodismo no vendible, no marrullero. Programas culturales los hay: ahí está el perseverante Hermoza con su "Presencia Cultural" o Marco Aurelio Denegri con su "Función de la Palabra" por citar sólo algunos. ¿Pero cómo hacer llegar a una mayoría a estos periodistas y a estos programas culturales en un país donde leer parece algo despreciable? He ahí otra de las aristas de nuestra problemática.
Pero en medio de toda esta vorágine que nos envuelve queriéndonos quitar el tiempo, la decencia y la memoria se eleva inmune sobre ella la esperanza de una mañana que nos avizore un destino mejor.
Como escritor, como hombre que ha hecho de la lectura una religión, creo que uno de los primeros pasos que debemos dar es el de promover la lectura en todos los niveles. Cuando veo que un hombre tiene el hábito de la lectura siento un gran regocijo al saber que no estoy sólo en este mundo donde pululan los analfabetos funcionales (aquellos que aprendieron a leer y no leen, o, en el mejor de los casos, llenan su cabeza con las banalidades que publican los periodiquillos de 0.50 céntimos). En este país, donde los niveles de lectura son tan bajos que alcanzan niveles trasatlánticos y extremos nauseabundos, es una suerte de lotería encontrar un bibliófilo, un lector empedernido.
Aristóteles sostenía que la poesía era más profunda y mas filosófica que la historia; yo agregaría también, más humana. De ahí que, como poeta que soy, como hombre que ha cultivado este "ejercicio divino" desde muy corta edad, creo que la poesía es una herramienta imprescindible para salir del estercolero.
La poesía como una invención del hombre sensible, se ofrece como una alternativa para mejorar la calidad de vida, para redescubrir la sensibilidad perdida en tantos avatares vividos, en tantos infortunios sufridos. La poesía expresa el sentir del hombre, de ese hombre que descubre que no solo es un ser de carne y hueso, sino que por encima de ese ser material que le sirve de vivienda transitoria, se eleva un corazón que ama, una sangre que fluye con sentimientos y valores encontrados, un cerebro que calcula, sopesa y evalúa su accionar diario, esa forma de ser y existir que busca en todos los intersticios de su existencia una razón de ser en este mundo que le ha tocado vivir: un espíritu que está viviendo una experiencia humana.
Ya estos sentimientos y sentires lo han expresado poetas como Vallejo y Neruda, como Gabriela Mistral y Alfonsina Storni y tantos otros que con su voz nos han demostrado que muchas veces la palabra es el mejor bálsamo para nuestros males, y que la panacea mayor que tanto buscamos cuando el mundo moderno y agitado nos embriaga y nos asfixia, la podemos encontrar en la poesía.
Uno de los pocos deseos que he podido plasmar es el sencillo sueño de poder leer rodeado de libros. Vivo en una biblioteca con baño y cocina, duermo en una cama con interminables libros de cabecera y cuando despierto, lo primero que vislumbran mis ojos son estantes llenos de ese interminable mundo de papel que conforman los libros. He leído mucho y todo lo que he devorado día y noche me ha servido para lograr lo poco que tengo. Hay libros que han pasado más tiempo conmigo que el que he pasado con mis cuatro hijos. Libros que han amado conmigo, que me han acompañado en las tristezas y en las lágrimas en que me dejaron los amores desprendidos. Libros, cuyas páginas gastadas y amarillentas, me recuerdan cuando los releo que el tiempo ha transcurrido y, como decía el autor de las Coplas eternales, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Wolfsschanze, noviembre del 2011.
EL
GRAN CAMBIO DEL CAMALEÓN
Según el DRAE,
una de las significaciones que le da a la palabra CONCESIÓN es: “Otorgamiento que una empresa a otra, o a un
particular, de vender y administrar sus productos en una localidad o país
distinto”. Visto esto, el Estado Peruano [viene a ser una de las empresas,
la que otorga] y las Empresas Mineras como Afrodita [la otra empresa, la otorgada].
Bien, sería bueno echar un vistazo a algunas concesiones que el gobierno del Camaleón Ollanta Humala ha otorgado a
los consorcios mineros, poniendo en riesgo la desaparición de lagunas,
contaminando ríos, perjudicando tierras de cultivo y pastizales, desplazando
actividades agrícolas y ganaderas, afectando Parques Nacionales como Ichigkat
Muja y otras reservas del departamento de Amazonas o destruyendo páramos que
abastecen de agua a departamentos como Piura.
La población de
Cajamarca tiene el 47.3% de su territorio concesionado alas mineras;
Chumbivilcas (Apurímac), que fue una de las provincias que mas votación le dio
al Camaleón en la última elección
(90%) tiene concesionado el 79.91% de su territorio; el departamento del Cusco,
19.7%; la comunidad de Anco, provincia de La Mar, Ayacucho, 29.84%; Apurímac,
58.4% de territorio concesionado; El Carmen de la Frontera, distrito de
Huancabamba, Piura, 28.7%; el distrito de Cocachacra, provincia arequipeña de
Islay, 71.2% de territorio concesionado. Estas son algunas de la cuentas de un
rosario maléfico en el que se cuentan las horas, los días y los meses de un
país quebrado políticamente, donde los candidatos de turno a la Presidencia de la Nación prometen el oro
y el moro por ganar votos, para luego, una vez elegidos, desdoblarse y
convertirse en lo que prometieron no ser y dirigir un gobierno que juraron y
rejuraron no representar. Se ha negociado con las mineras inversiones que
oscilan en 46 mil millones de dólares en proyectos. Si el Estado que dirige el Camaleón cobrara la deuda tributaria que
le adeuda Telefónica a la SUNAT, más las otras que deben otras empresas,
sacaría mucho más que los gravámenes mineros que se cobraran el 2012.
El quid
del asunto es que la gran inversión minera financiará el tan vociferado
proyecto de “inclusión social” que pretende el señor Ollanta Humala, atrapado
en ese callejón sin salida de donde no sabe cómo salir; no olvidemos que el Camaleón evitó hacer una reforma
tributaria y quitarle ese majar exquisito del que disfrutan en el Perú los
grandes capitales. Según el estudioso David Roca Basadre, el departamento de
San Martín incrementa sus exportaciones al punto que no logra atender la
demanda de sus productos bandera: cacao, café y aceite de palma. El Perú ha
logrado exportar 1300 millones de dólares en café, de los que aproximadamente
el 18% corresponden a la producción de la región San Martín. Si hacemos sumas y
restas, y agregamos los otros productos bandera igualmente exitosos, ello debe
dar como ingresos para el Estado niveles mayores a los que daría la explotación
minera depredadora del ambiente en las cuatro lagunas de Celendín y otros
lugares de Cajamarca. Es tan difícil
andar derecho en este país, ha dicho cierta damita de sonrisa gazapo.
Cuando se tiene al lado a un cojitranco, sí.
LÖWY Y LA REVOLUCION DE LAS IDEAS
Lowy |
El conflicto producido en Cajamarca debido a la pugna entre los pobladores del departamento norteño y el proyecto minero Conga, pone sobre la mesa la crisis del modelo capitalista de consumo vinculada a la crisis ecológica.
¿Qué hacer ante esta disyuntiva? El sociólogo y filosofo franco – brasileño Michael Löwy y el académico estadounidense Joel Novel, han publicado el “manifiesto ecosocialista internacional”, valioso libro que propone la aplicación mundial de la doctrina ecosocialista, como alternativa para atender la necesidad de un cambio profundo y revolucionario, no sólo de las relaciones de propiedad, sino del mismo aparato productivo, del modelo de consumo y de todo lo que representa la civilización del capitalismo industrial moderno. El punto de vista de Löwy y Novel gira en torno a que siendo la población la que conoce mejor que nadie sus necesidades básicas, pues, debe también ella estar relacionada directamente con las prioridades de lo que se debe producir, sin que esto implique un desequilibrio ecológico; en buen cristiano, la explotación de los bienes naturales debe ser equitativa, dándole a la naturaleza un trato justo y no que, por una ambición capitalista babilónica, arrasar con todo lo que se ponga en el camino de la utilidad económica: bosques, reservas ecológicas, manantiales, ríos, lagos, suelos, bofedales, lagunas, etc. Löwy se muestra optimista (una rareza de los tiempos modernos) en oposición a aquellos pensadores que opinan que el sistema socioeconómico que marca el siglo XXI no tiene visos de solución. “el sistema, creo que tiene salida. La crisis tiene salidas siempre pésimas, a costa de los de abajo, pero el capitalismo nunca va a morir de muerte natural (ya lo decía Walter Benjamín) alguna salida dará. Pero es que el problema no es la crisis económica aunque puede durar muchos años, el problema es la crisis ecológica que es una crisis de civilización. Esa si tiene lÍmites, a partir de cierto punto entramos en un proceso irreversible de destrucción ecológica, de cambio de clima y calentamiento global, a partir de ahí no hay camino ni vuelta atrás y esa si es la mayor amenaza” (entrevista a Michael Löwy).
Los relevantes ensayos publicados por Löwy como “La teoría de la revolución en el joven Marx”, “Dialéctica y revolución. Ensayos de sociología e historia del marxismo” y “Para una sociología de los intelectuales revolucionarios. La evolución política de Lukacs 1909 – 1929” , han hecho que las opiniones del autor sean consideradas como cimientos indispensables en la búsqueda de una crisis ecológica, que asoma como un Armagedón en el negro futuro de una humanidad que se derrumba. De lo que sí está convencido Löwy es que las políticas actuales que aplican los gobiernos de los países que más contaminan el planeta, no van a resolver las crisis, ya que son medidas que se enmarcan en la lógica del capitalismo neoliberal. Las medidas que se tomen, según Löwy deben ser extremadas y sostenibles para que puedan confrontar los intereses privados del capital y puedan incitar a una economía reorganizada. Lo difícil d esto, es que los gobiernos ni los mercados del usufructo lo van a permitir. Lo único que procede es una revolución, entendiéndose por esto una transformación social radical.
¿Pero qué hacer mientras se dan las condiciones para esta revolución?
Plantear medidas concretas en función a los intereses de los trabajadores que tengan un matiz social y ecológico; solo una presión social contundente, hará que los gobiernos y los mercados vean la necesidad de ceder en algo a su avidez devoradora.
Va a ver que releer a Mark para entender cómo funciona el sistema capitalista para luchar contra él. Resulta interesante escuchar a este sociólogo, profesor de la Escuela de Altos Estudios Sociales de París, por cuanto pone el dedo en la llaga en problemas tan candentes como el de Yanacocha en Cajamarca, donde a nivel político y, sobre todo con este gobierno de política cambiante, prolifera el sarro y la piorrea. “Es un modelo [el ecosocialismo] revolucionario, pero no basta con tener una visión, una utopía, tenemos que partir de luchas actuales, de pequeñas victorias para intentar avanzar en esa dirección. En América Latina esos movimientos de indígenas, de campesinos, aunque no se definan como tal, es donde más avanzado está el planteamiento ecosocialista; de hecho hay un enfrentamiento con la lógica de la expansión del capital, de las multinacionales, del agronegocio, la destrucción de la flora, de los bosques, etc. Ahí se está librando una batalla importante y no sólo para ellos, sino para toda la humanidad, basta observar la importancia del Amazonas como pozo de carbono para frenar el calentamiento global” (citada, Supra).Bagua, Puno y Cajamarca son los claros ejemplos de una resistencia basada en un ecosocialismo. El Antiguo Testamento está plagado de profecías que indican que si la humanidad no cambia sobrevendrán las catástrofes. No hay que ser agorero ni tirar las cartas para prever que si se sigue con este sistema capitalista extremo, con los supernegocios de siempre, va a sobrevenir una crisis económica y ecológica aún más grave. ¿Tomaremos conciencia de la necesidad de un cambio de rumbo, confiando en la racionalidad de los seres humanos, sobre todo de los oprimidos y explotados para que las cosas cambien? Yo, particularmente, lo dudo.
PROBLEMA DE TODOS, PROBLEMA DE NADIE
Cuando el niño pregunta por qué hay tantas palomas en los parques, en las iglesias, en los techos de las casas, sobre los cables y los postes de luz...qué podemos contestarles; cómo explicarles que nosotros, los humanos, la gran creación de Dios, los seres inteligentes por antonomasia, hemos invadido sus territorios y las hemos dejado sin hábitat. Y podríamos hablarles durante largas horas de la cantidad de especies que han desaparecido de la faz de la tierra por nuestro descontrol, por nuestra voracidad que no tiene límites y que nos ha llevado a exterminar bosques, valles, terrenos de cultivo, ríos, lagunas y todo aquello que se pone en el camino de nuestra codicia insaciable. En África, a medida que aumenta la población humana, se reduce el hábitat de la fauna, lo que provoca encuentros frecuentes entre personas y animales. El choque entre leones y humanos es inevitable; los felinos han visto en el hombre una buena presa. Solo en Tanzania desde 1990 al 2009 han muerto al menos setenta personas por ataques de leones: No se tiene el número de leones muertos por la mano del hombre, por las represalias. Se sabe que algunas han llegado a especializarse en humanos, atacando a sus víctimas a la entrada de sus chozas o atravesando techos de paja y paredes de adobe poco resistentes.
Pero los leones no son los únicos animales que tienen problemas para evitar, en un futuro no muy lejano, su probable extinción; a ellos se suman los osos panda, los koalas, los rinocerontes, los elefantes, los osos polares y una lista interminable. ¿La causa? El hombre y su codicia que han llevado al planeta a un final inevitable alterando el ciclo normal geológico y provocan muchos aldeanos de las islas Tuvalu, no necesitan de informes científicos para saber que el nivel del mar está subiendo: las playas donde crecieron muchos ancianos que bordean los 70 años están desapareciendo, el agua salada proveniente del océano ha envenenado los cultivos con que los pobladores se la isla alimentan a sus familias. Ya en abril del 2007 muchos pobladores tuvieron que abandonar sus viviendas cuando una marea viva las cubrió y las llenó de grava y sedimentos.
Para los pobladores de Tuvalu, archipiélago cuyo relieve no sobrepasa los cuatro metros sobre el nivel del mar, el calentamiento global no es un asunto del cual se escriben infinidad de artículos periodísticos en cuantiosos idiomas ni de lo que se habla en los noticieros televisivos, sino una realidad cotidiana. Miles de tuvalúes ya han emigrado y muchos más se preparan para ello.
¿Qué debemos entender por calentamiento global?
Una respuesta precisa sería: un ascenso generalizado de la temperatura de la atmósfera y los océanos.
En algunas poblaciones australianas sólo pueden regarse los jardines en determinados días y con balde, no con regadera ni manguera. Los automóviles, sólo pueden recibir limpieza con agua los espejos, las ventanillas y las placas. ¿Por qué estas restricciones tan drásticas? Porque algunos pobladores viven en zonas que sufren la peor sequía en cien años. Y hay todavía zonas australianas donde la situación es aún peor.
Medir la temperatura de la tierra no es tan sencillo, es fluctuante, no es homogénea en todas las zonas del planeta, y de esto se “cuelgan” quienes sostienen que lo del calentamiento global no pasa de ser una exageración de los defensores del medio ambiente, a quienes acusan de alarmistas.
¿Cómo se mide la temperatura de la tierra?
Para ilustrar las dificultades para obtener un diagnostico preciso imaginemos que debemos medir la temperatura de una habitación. ¿Dónde pondríamos el termómetro? Como el calor asciende, cerca del techo la temperatura es más alta que a nivel del piso. Los resultados también variaran dependiendo de si se pone el termómetro junto a una ventana, al sol o a la sombra. Asimismo, el color de la habitación incidirá en el resultado, pues, las superficies oscuras absorben más calor.
Por lo tanto, no bastará con una sola medición: tendremos que hacer varias y luego calcular el promedio. Pero los valores pueden cambiar de día en día y de estación en estación. De manera que para obtener una medida exacta, deberemos efectuar múltiples lecturas durante un largo período de tiempo. Ahora veremos más claro por qué es tan complicado medir la temperatura general de la superficie, la atmósfera y los océanos de la tierra. Y, sin embargo, estos datos son indispensables para evaluar con exactitud el cambio climático.
La cantidad del hielo ártico que se ha derretido por efecto del calentamiento global ha batido hasta el 2011 todos los récords anteriores.
Veamos algunos informes sobre los efectos del calentamiento global a nivel mundial.
La revista Science informa que se está acelerando el avance de varios de los grandes glaciares en que se fragmenta el manto de hielo que cubre Groenlandia. El monitoreo por satélite indica que, en los años (2001 – 2006), diversos glaciares groenlandeses han duplicado su velocidad, alcanzando más de 12 kilómetros por año. En el pasado decenio, la pérdida neta de masa de hielo pasó de 90 a 220 kilómetros cúbicos anuales. En vista de lo anterior, los científicos creen que los cálculos actuales sobre el incremento futuro del nivel del mar se quedan cortas.
Según el diario italiano Corriere della Sera, el tórrido verano del año 2003 fue, para los glaciares alpinos, la peor estación que los italianos puedan recordar. Al subir el promedio de las temperaturas estivales, se han derretido a un ritmo sin precedentes la nieve y el hielo de las montañas del norte de Italia. Ha sido tan tremebundo el deshielo, que entre los objetos ocultos que la falta de nieve ha dejado a la intemperie, figura un cañón austriaco de 3300 kilos, situado a 3,178 metros de altitud, con el que se atacaron las posiciones italianas en la primera guerra mundial. Hallazgos como este se han vuelto cada vez más frecuentes en los últimos veinte años. Con esos veremos calurosos, los glaciares son como un congelador con la puerta abierta.
Otra perla negra: en los últimos 50 años el 87 por ciento de los 244 glaciares marinos de la Península Antártica se retrajeron, y a un ritmo mayor del que los expertos en la materia habían calculado. Los científicos de esta investigación – que constituye el primer estudio amplio sobre los glaciares en dicha área – también encontraron que la temperatura atmosférica ha aumentado más de 2.5°c en el mismo periodo. David Vanghan, de la British Antactic Survey señala que la extensa retracción se debió al cambio climático.
El Universal, de México, informa que la temperatura media de la ciudad de aquel país ha aumentado casi cuatro grados en un siglo, mientras que el resto del planeta el incremento ha sido de poco más de medio grado. Los expertos atribuyen el fenómeno a la deforestación y a la urbanización.
¿Qué dicen los expertos a todo esto?
Muchos consideran que las actividades humanas son una de las causas fundamentales del calentamiento global, cuyos efectos sobre el clima y el medio ambiente podrían ser catastróficos. Por ejemplo, al derretirse las masas de hielo continental y al dilatarse los océanos por el calentamiento del agua, aumentaría drásticamente el nivel de mar. Las islas bajas desaparecerán, así también como grandes zonas urbanas de los Países Bajos, Florida (U.S.A.), Nueva York, Buenos Aires, sólo por nombrar algunos lugares. Millones de habitantes de ciudades como Shangai y Calcuta y de algunas áreas de Bangladesh estarían obligados a abandonar sus hogares.
Al mismo tiempo, el alza de las temperaturas intensificaría las tormentas, las inundaciones y las sequías. Causaría la desaparición de los glaciares del Himalaya – que alimentan siete sistemas hidrográficos -, reduciendo las fuentes de agua dulce para el 40% de la población mundial. También corren peligro miles de especies de animales, entre ellos los osos polares, cuyos terrenos de caza están principalmente en el hielo; de hecho, ya hay informes de que nuevos osos están perdiendo peso y que otros están muriendo de hambre.
El incremento de las temperaturas también favorecería la propagación de enfermedades infecciosas, pues los organismos que las transportan como mosquitos, garrapatas y hongos, llegan a lugares donde hoy no se conocen. El Boletín de científicos atómicos afirma que: “los peligros que plantea el cambio climático son casi tan calamitosos como los planteados por las armas nucleares”. Los efectos pueden ser menos dramáticos en un futuro próximo, pero durante las siguientes tres o cuatro décadas podría causar mucho daño irremediable a los habitantes de los cuales las sociedades humanas dependen para su supervivencia. Algunos científicos, aún más pesimistas, creen que los cambios atribuidos al calentamiento global se están acelerando mucho más de lo esperado.
¿Qué tan grave es esta amenaza?
El calentamiento global ha sido calificado como la mayor amenaza para la humanidad.
A los científicos les inquieta la posibilidad de que hayamos iniciado un lento pero implacable alud de cambios. No faltan los que cuestionan esta afirmación. Aunque reconocen que la tierra se está calentando, no están seguros de las causas ni de las consecuencias. Admiten que las actividades humanas pueden ser un factor, pero no que sea necesariamente el principal. ¿Por qué la diferencia de opiniones?
Para empezar, los procesos físicos que intervienen en los sistemas climáticos son complejos y no se comprenden del todo.
Además es común que los grupos de interés interpreten tendenciosamente los datos científicos, como los que se usan para explicar el ascenso de las temperaturas.
¿Pero es real el aumento de la temperatura?
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el cambio climático, deja claro que el calentamiento global es “inequívoco” y que “muy probablemente” se debe a la acción del hombre.
Quienes cuestionan dicha opinión, sobre todo en lo referente al factor humano, admiten que el calentamiento de las ciudades se debe a su crecimiento el concreto y el acero absorben con facilidad el calor y tardan en liberarlo por la noche. Sin embargo, argumentan que las condiciones de temperatura en las zonas urbanas no reflejan la realidad de las zonas rurales y pueden distorsionar las estadísticas mundiales.
Como se ve, los países industrializados que son los grandes contaminantes del planeta, tienen a su servicio todo el equipo de “expertos” dispuestos a encontrarle la justificación más conveniente a los injustificable, la razón a la sinrazón y siempre, que duda cabe, terminaran convenciendo a los indecisos. Solo la ciudad de Nueva York contamina en un año lo que todo el Perú en ese mismo tiempo.
¿Pero los argumentos de estos mercenarios de los países industrializados podrán convencernos a todos?
Por lo menos a Clifford, un anciano que vive en una isla del mar de Chukchi, frente a las costas de Alaska, creo que no había argumento que valga. El anciano dice haber observado cambios con sus propios ojos. Su aldea suele desplazarse por el hielo marino hacia el continente, para cazar alces y caribúes, pero el aumento de la temperatura le está imposibilitando su forma de vida tradicional. “Las corrientes han cambiado, las condiciones de hielo han cambiado y los periodos de congelación del mar de Chukchi han cambiado”, arguye el anciano. Antes el mar se congelaba a finales de octubre, pero ahora no se congela hasta bien entrado diciembre.
¿El efecto invernadero es esencial para la vida?
Una de las causas a las que se atribuye los cambios climáticos para la tierra es la intensificación del efecto invernadero, fenómeno natural esencial para el sostén de los seres vivos. Nuestro planeta absorbe el 70% de la energía solar que llega hasta él, con lo cual se calienta el aire, el suelo y el mar; de no ser por este mecanismo, la temperatura media en la superficie rondaría los 18°c bajo cero. Luego, la tierra se desprende del calor absorbido liberándolo hacia el espacio en forma de radiación infrarroja, lo que evita el calentamiento. Pero cuando los contaminantes alteran la composición de la atmósfera, escapa menos calor y se elevan las temperaturas.
- Entre los gases que contribuyen al efecto invernadero figuran el dióxido de carbono, el oxido nitroso y el metano, así como el vapor de agua. La concentración de estos gases en la atmósfera se ha incrementado significativamente en los últimos doscientos cincuenta años con la revolución industrial y con el aumento del consumo de combustible fósil como el carbón y el petróleo.
A estos factores se añade la creciente población de animales de granja, que en el proceso de digestión liberan metano y oxido nitroso.
Como ejemplo de algunas catástrofes climáticas mencionamos los acontecimientos durante el año 2007 en algunas regiones del mundo: en Madagascar, ciclones y lluvias intensas obligaron el desplazamiento de 33000 isleños y arrasaron los cultivos de 260000, en África occidental, las inundaciones afectaron a 800000 personas en catorce países; en México a 500000 personas perdieron sus casas y más de 1000’000 se vieron perjudicadas por las inundaciones en diversas regiones; en la India, las inundaciones dejaron 30000000 de damnificados. Que desolador se muestra el futuro para quien ha hecho de la tierra su propia sepultura.
¿Posee el lenguaje humano los matices precisos para expresar esa belleza? Creo que no.
LENGUAJE
Y NATURALEZA
Hay bellezas
creadas por el hombre, el Moisés de
Miguel Ángel y La Última Cena de
Leonardo son un buen ejemplo de ello; pero hay bellezas ajenas al ser humano
que sólo le pertenecen a la naturaleza: un volcán, un lago, un crepúsculo, un
arrebol, la desembocadura de un río, un calvero, un bosque.
¿Posee el lenguaje humano los matices precisos para expresar esa belleza? Creo que no.
Nuestro idioma
puede apresar aquello que está al alcance de su mano, no lo que sólo es posible
aprehender a través de los sentidos.
La hipérbole,
la metáfora, la epífora, el símil o los epítetos son buenos elementos en la
descripción, pero nunca lograrán reproducir la belleza en toda su magnitud, en
todo su esplendor.
El soberbio
volcán, la apacible soledad de la pampa, el verde inmarcesible de la sabana, la
arrogancia del huracán, la majestuosidad terrible de un tsunami, la aspereza bravía
de una empinada montaña rocosa, toda una belleza inefable enfrentada a la
terquedad del poeta que se atiborra de palabras luchando por reproducir aquello
que lo supera.
Aunque fallido,
el poeta en su intento perenniza con su palabra esa agreste naturaleza que el
hombre con su tanática tecnología destruye día a día.
Por ahora no
cabe otra cosa que conformarnos con lo que nuestro lenguaje, impotente él,
puede brindarnos.
Hay quienes dicen que la poesía no es para ellos, que les aburre, que no se entiende, que prefieren una novela o algún otro cuento. Quien tiene orejas de asno y paladar de buitre no tiene acceso al parnaso. ¿Podrá apreciar la buena prosa quien no posee ni la sensibilidad ni la inteligencia, ni la paciencia para navegar por los derroteros de la poesía?
ENTRE
LO SONORO Y LO VACÍO
“La raza irritable de los poetas”
Epístolas
Horacio
Hay quienes dicen que la poesía no es para ellos, que les aburre, que no se entiende, que prefieren una novela o algún otro cuento. Quien tiene orejas de asno y paladar de buitre no tiene acceso al parnaso. ¿Podrá apreciar la buena prosa quien no posee ni la sensibilidad ni la inteligencia, ni la paciencia para navegar por los derroteros de la poesía?
La poesía
expresa en pocas palabras lo que la prosa en mucho más, sin que esto signifique
la superioridad del uno sobre el otro, de ningún modo. Unas páginas de Joyce
son tan valiosas como un soneto de Shakespeare; los cuentos de Boccaccio valen
tanto como los tercetos de Dante en la Comedia;
un corazón vibra por igual en la lectura de la Guerra de las Galias de Julio César como antes los versos de Frost;
la sangre se enciende por igual frente a los Discursos de Demóstenes que frente al Endimión de Keats. No se trata pues de prosa o verso, aquí se trata
de orejas.
El asunto es
que, en esa economía de lenguaje en la que burila el poeta, está la grandeza y
la magnificencia de su arte.
En el cristal de tu
divina mano
de amor bebí el
dulcísimo veneno.
Versos
magistrales de Góngora que encierran una connotación tal, que se requerirían
muchas páginas para esparcir el contenido, lo denotativo. En estos versos
gongorinos hay tanto de forma como de
fondo, esa forma y ese fondo del que
huyen los espíritus mediocres, los conformistas, los gaznápiros de pensamiento,
los irreflexivos, los intelectualoides,
los advenedizos del arte, los oportunistas, los que tienen la piel embadurnada
en oro y los órganos cubiertos de heces, en fin, toda una jungla de aquellos
que han hecho del fracaso una justificación de su vida.
He aquí un
poema que un tipejo que dice ser escritor calificó de aburrido; pertenece al poeta español Juan Ramón Jiménez. Con
verdadero ritmo interior, la vena creativa del poeta condensa la angustia
nostálgica de una final despedida.
… Y yo me iré. Y se
quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto
con su verde árbol
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el
cielo será azul y placido;
y tocarán, como esta tarde
están tocando
las campanas del
campanario.
Se morirán los que me
amaron;
y el pueblo se hará
nuevo cada año;
en el rincón aquel de
mi huerto, florido y encalado,
mi espíritu errará,
nostálgico...
Y yo me iré, y estaré
solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo
blanco,
sin cielo azul y
placido…
Y se quedarán los
pájaros cantando.
(“El viaje definitivo”)
¿García Márquez
es un poeta que escribe en prosa o un prosista que escribe en poesía? He aquí
una fusión extraña que se encuentra también en Goethe o en Hesse. Las páginas
de “Cien años de soledad”, de “Crónica de una muerte anunciada” o de “El otoño del patriarca” parecen
escritas por un poeta; estas páginas en prosa poseen un ritmo y una musicalidad
muy propia de la poesía: aquí no hay transgresión, hay comunión. En nuestra
literatura hay un caso notorio en “Las
tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía” de César Calvo. En
el apartado 6, que lleva por título “Don
Hildebrando lee en el aire un libro de Stéfano Varese”, el brujo don
Hildebrando dice:
“-Es cierto. La casa
del aire es la casa de la vida.
Nada muere una vez que
entra en el aire. Las ánimas de todos los tiempos, los conoceres y los sentimientos
de todos los tiempos, inclusive los que germinaron antes que apareciera nuestro
primer pariente, las ánimas de siempre, nobles y dañinas, altas y bajas, están
mejor que sembradas en el aire. Allí pueden crecer o detenerse pero no mueren
nunca. Ahora mismo están ahí, al alcance de las gentes que se preparan, que
pueden, que lo merecen. Ahí está, intacto, todo lo que se ha pensado aun antes
que los humanos tuvieran pensamiento.
Ahí está todo lo que
se ha escrito. Todos los libros están ahí, en el aire. Cierto es lo que te ha
dicho Don Javier”.
Otro caso
interesante que resulta ilustrativo para el tema en cuestión, es el de las
novelas “Os Sertóes” de Euclides da
Cunha y “La Guerra del fin del mundo”
de Mario Vargas Llosa.
Ambas
narraciones, ambientadas en la Guerra de Canudos [la rebelión ocurrida en el
Estado de Bahía, en Brasil, en los años 1896 y 1897], alcanzan los ribetes de
los grandes libros que se han escrito en América Latina. La diferencia
fundamental entre ambos textos es que en el de Vargas Llosa se nota al prosista
neto, de oficio; en el del brasileño asoma esa temperatura espiritual para
descubrir los hechos con una emoción desnuda y una castidad estremecedora que
caracteriza al buen poeta.
Insisto, no es
que la poesía aburra o tenga un grado de dificultad insuperable, se requiere
paciencia y estudio, mucho estudio, si no es así, cambiemos de rumbo.
ENTRE
ALFAJORES Y TACUTACUS
Parece que para
triunfar en este mundo no sólo hay que tener talento, sino saber encandilar,
halagar y seducir. El que no quiera hacer esas cosas, sea porque no posee esos “dones” o por imposibilidad ontológica,
está condenado a irse de bruces en todas las aventuras artísticas o económicas
en que se involucre. La educación pública ya no era entonces (1994) la que yo
había conocido en la década del sesenta cuando era estudiante de la Gran Unidad
Escolar “Ricardo Palma”, colegio que
contaba con una enorme banda, una voluminosa y variada biblioteca y donde
verdaderos profesionales de las ciencias impartían sus clases de física y
química en unos bien dotados laboratorios. En ese colegio conocí a fondo las
obras de los pintores del Renacimiento (Leonardo Boticelli, Miguel Ángel, el
divino Rafael) y me regocijé en las clases de música del “cholo” Canchumani
escuchando, en el tocadisco que siempre llevaba de salón en salón, las
sinfonías de Beethoven, las Mazurcas de
Chopin, las alegres sinfonías de Mozart, la Danza
Macabra de Camille Saint – Saëns, el Nabucco
de Verdi o Madame Butterfly de
Puccini. Pero esa educación humanística impartida en las escuelas públicas
(primer gobierno de Fernando Belaúnde) parece ser sólo un sueño, un recuerdo
placentero como cuando se recuerda un cuento de hadas escuchado en nuestra
niñez.
La educación
pública, hoy en día, es una verdadera fatalidad, que sentencia a una gran
cantidad de estudiantes peruanos a competir con creciente desventaja, para
forjarse un futuro, con los estudiantes de clase media y alta que reciben,
gracias a una posición económica superior, una mejor formación escolar y
profesional. Y como el presupuesto nacional destinado a la educación llega al
interior del país a cuentagotas, la situación de los estudiantes de esos lares
se encuentra en peor situación que los que viven en Lima. ¿Quiénes han llevado
la educación pública a niveles tan catastróficos? Las respuestas tendrían que
surgir de un análisis exhaustivo y riguroso, libre de todo tipo de mezquindades
y tintes políticos. Pero lo que sí es cierto, una verdad tan grande como una
casa, es que los demagogos, los conversos y los ladrones que se posesionan del
Estado a través de la presidencia de la República, han utilizado los recursos
destinados a la educación pública para llenarse los bolsillos; uno de los casos
más escandalosos, quizá el más esperpéntico de todos, es el protagonizado por
Alan García Pérez y su ministro de educación, José Antonio Chang (toda su
carrera docente está llena de irregularidades y vicios) quienes a través de los
“colegios emblemáticos” han robado a
manos llenas.
Buena razón
tuvo el presidente venezolano Hugo Chávez cuando llamó a García “Ladrón de siete suelas” (es decir, el
que levanta con todo). Un ejemplo de esta Feria
de las Vanidades de los socios García – Chang, es el glorioso colegio
Nuestra Señora de Guadalupe, donde las aulas están vacías, despintadas y
melancólicas. No hay carpetas, sillas, escritorios, pizarras ni la típica
algarabía que reina en el aula cuando está llena de alumnos. Las obras de
remodelación fueron encargadas en enero del 2011 a dos empresas de dudosos
precedentes. El costo de la obra fue presupuestado en 33 millones de soles, el
plazo de entrega 360 días calendarios. Han pasado casi dos años, los hampones
(García – Chang) ya se fueron, las empresas encargadas se levantaron el dinero
y el Colegio más importante de la historia peruana sigue sin abrir sus puertas.
Ante tanta
ignominia y zafiedad, uno se pregunta dónde están las voces de aquellos
neoliberales que se rasgan las vestiduras apoyando a ultranza la globalización
y que se pasan la vida hurgando la política de países ajenos al Perú como Cuba,
Venezuela, Corea y Bolivia y que sólo vienen aquí cada dos años a recibir
condecoraciones, con beso de mejillas incluido, de parte de aquellos a quienes
en otro tiempo llamaron “bribones y cacacenos”.
Es usted
demasiado inmaculado de espíritu, muy franco, excesivamente noble para este
negocio”, me dijo una de las promotoras que contraté cuando me embarqué en una
aventura editorial. Las cosas al comienzo marcharon bien, los libros que
producíamos eran de óptima calidad en cuanto a contenido académico, la
presentación (dibujos, diagramación, colores, etc.) era aceptable. Pero lo que
ni mi socia ni yo sabíamos es que en estos avatares de impresión hay una parte “sucia” (por llamarlo de alguna forma), una cajita nauseabunda que en este
negocio era una norma que no podíamos dejar de lado: la coima.
Los profesores
(no todos por supuesto, pero sí un gran número de ellos), beneficiarios
directos de esta prebenda, denominaban a la coima con marbetes eufemísticos
como “molido”, “mordida”, “golosina”
o “goteo”; otros usaban términos más
criollos, pues se consideraban más cancheros: “como es la tajada”, “y la marmaja”, “y la chancaca”; otros era interrogativos: “¿y cómo es?”, “¿cuál es la mía?”, “¿cómo es el cariño?”; otros
eran más sutiles: “El libro es bueno,
pero usted sabe…” o “Que buen libro
han traído realmente, sólo faltaría solucionar ciertos inconvenientes…”;
otros eran hilarantes: “¿y cómo es la
chorreada?”, “¿cómo es el quaquer?”, “¿cómo es el dulce?”, “¿y la empanada?”;
y otras invenciones del acervo popular que rayaban entre la comicidad y la sentina.
Pero todo esto
se resumía en un solo postulado: no importaba la calidad académica que se
pusiera frente a los ojos del docente (la mayoría de las veces ni abrían el
libro, otras veces lo hojeaban con menos entusiasmo y menos atención que cuando
veían los catálogos de cosméticos o
algún periódico futbolero), lo que importaba eran los chibilines, el metálico, el alfajor, los soldados o, como decía una
profesora con veintiocho años de sacrificado magisterio educando en valores a
nuestra juventud y, que entre todos los visitados por nuestros promotores,
demostró ser la más pragmática:
- Mire, jovencito,
le dijo al promotor, a mí me importa un
pito el contenido del libro, a mí me da mi tacutacu y asunto concluido.
Es fácil darse
cuenta que todo se reducía a un dinero venal, que como editorial debíamos entregarle
a la susodicha maestra para que eligiera nuestros textos escolares como opción.
El tiempo me ha enseñado que así ha sido y así será siempre en este país de eslóganes
patrioteros como “Marca Perú”. Este es
nuestro universo educativo tan venido a menos no sólo a nivel profesorado, a
nivel estructura, a nivel logístico y, lo que es tan grave también, a nivel de
textos.
REFLEXIONES
Frederic Chopin |
Entre las cosas
que me causan más regocijo esta la soledad y la lectura. Puedo pasar hasta doce
horas leyendo imperturbablemente. También el arte y la belleza ponen su cuota
para elevar a mi espíritu en este mundo caótico del hombre de hoy, tan
empecinado por su estupidez por destruir lo bello (el paisaje, el hábitat de
los animales que viven en estado salvaje), por hacer de la cultura “algo
innecesario, superfluo” si es que no nos brinda alguna utilidad, ganar dinero
por ejemplo.
Ese hombre
ordinario de vida trillada llama música a cualquier sonido estridente, poeta al
rimador de versolari y novelista al que acopia banalidades como quien pegotea
un collage.
La conducta consonante
presupone un espíritu cadencioso. Esta cadencia del espíritu se excita por el
cultivo de la música. La música clásica (Hayeln, Mussorgski, Mozart) sirven
para estimulo, para observación, para “viajar” al interior de nosotros mismos; las
arias, como el Orfeo de Gluck o las Pasiones de Bach; los madrigales de
Monte Verdi o los de Charles Bordes o los oratorios como el Mors et vita, de Gounod o el Marie –
Magdeleine, de Massenet, despiertan un sentimiento de rebeldía contra la
opresión y la injusticia; excitan los sentimientos de amor hacia los
semejantes. Particularmente he aprendido a conocer el mundo de los pájaros y de los animales, de las flores, de los árboles,
del viento, de las estrellas, de los aromas de la naturaleza gracias a las
canciones de cuna de la opera Berceuse de Jocelyn o en la sinfonía Berceuse de
l´Oisean de feu, de Stravinsky; en el nocturno Béatrice et Benedict, de
Berlioz; los innumerables de Chopin o también en las baladas de Fauré, Chopin y
Brahms.
Confucio dijo
que nunca imaginó que la música pudiese llegar a tanto. Dijo que la música
(Confucio dominaba la cítara y la piedra sonora, este instrumento consistía en
una serie de placas me nefrita, lisas y colgantes, de diversos tamaños, cuyo
sonido claro y puro era producido golpeándolas con un plectro) no sólo poseía
la suprema belleza, sino también la suprema bondad. Notamos como Confucio vive
en la música, cómo la música significa para él una emoción de índole suprema,
que revela no solamente el sonido, sino también la personalidad moral de quien
la produce. Llama la atención que este
aspecto de su índole de tanta importancia no sea considerada como algo cardinal
en las exposiciones europeas. Confucio sabía con su música manifestar de tal
manera su estado de ánimo, que un oyente ilustrado podía deducir su
sentimiento. Acerca de la cítara y la manera de entenderla cabe la siguiente
anécdota inserta en Schong Tsitú,
edición particular y citada por Richard Wilhelm en su biografía sobre el sabio
y filósofo chino. “Una vez Confucio
tocaba la cítara. Dos de sus discípulos escuchaban detrás de la puerta.
Súbitamente sus notas, que antes expresaban la más pura armonía del espíritu,
hiciéronse oscuras y confusas, de forma que uno de los discípulos entró
asustado a inquirir el motivo. Respondió Confucio que acababa de ver a un gato
que se disponía a cazar un ratón. Este suceso habíase reflejado en su música”.
Hoy vivimos en
un mundo donde una gran mayoría se ha acostumbrado a lo mediocre, a los fácil de digerir, a lo que no exige esfuerzo mental alguno.
El mundo de
hoy ha mecanizado a gran parte de la humanidad: para muchos ya no existe un
mundo interior y, si penetran en él de vez en cuando, llegan sólo a las capas superficiales. Todo parece
guiarse por lo externo. Un buen carro, buena ropa, teléfono moderno, todo un
mundo de entretenimiento donde la televisión, los periódicos y la radio, salvo
honrosas excepciones, sólo producen mierda. Los que se enriquecen a costa de
estos simios tecnológicos paran de fiesta. ¿Y la buena lectura? No, para qué,
eso no es útil en este mundo de
banalidades, en este mundo pragmático y consumista.
Cuantiosos
jóvenes estudiando ingles porque el inglés es “útil”. Lo insólito es que muchos
de esos “anglófilos” ni siquiera
escriben correctamente ni pronuncian adecuadamente su lengua materna. Hay que
seguir la moda, esa es la consigna.
El flautista de
Hamelín guía una interminable muchedumbre de ilusos. Cuando Nietzsche habla de
la chusma en su “Así habla Zaratustra”
lo hace con una precisión que asombra. “La
vida es un manantial de placer; pero donde la chusma va a beber con los demás,
allí todos los pozos quedan envenenados. Por todo lo limpio siento inclinación;
pero no soporto ver los hocicos de mofa y la sed de los impuros. Han lanzado
sus ojos al fondo del pozo: ahora me sube del pozo el reflejo de su repugnante
sonrisa.
El
agua santa la han envenenado con su lasciva; y como llamaron placer a sus
sucios sueños, han envenenado incluso las palabras. Se enfada la llama cuando
ellos ponen al fuego sus húmedos corazones; también el espíritu borbotea y
humea cuando la chusma se acerca al fuego”.
LORENZA
Y PAVLOV
Cuando Lorenza
ladra a las seis de la mañana corro a prepararle su desayuno: avena con leche,
un pan con queso y uno con jamonada.
Una mañana,
mientras yo desayunaba y ella se lamia el hocico, satisfecha por su puntual
alimento, pensé en mis clases universitarias sobre Pavlov y los reflejos condicionados.
Entonces la vi
a elle con sus ojos vidriosos, moviendo la cola, como diciéndome… “¿Y muchacho,
Pavlov funciona, no?” Sí, pensé, pero al revés.
EXPRESIÓN
POÉTICA
Nunca me ha
gustado eso de “la técnica del poeta”,
prefiero decir “la expresión poética”.
La poesía refleja estados interiores, pues, eso es todo lo que puede reflejarse
en el mundo exterior. Todo ese universo interno se ve sublimado, embellecido en
el cuenco de una expresión personal. Si aceptamos eso de “la técnica del poeta”, hay que hacerlo con mucha sutileza.
Confrontando ambos términos, estaríamos en la misma situación en la que se
encontrarían un pintor y un escultor. El pintor dibuja para rebelar lo
particular, pero el escultor lo hace para hacer aflorar lo universal. El pintor
dibuja para exteriorizar, para arrancar una forma de sí mismo y fijarla en el
papel; el escultor dibuja para interiorizar, para desentrañar una forma
del mundo y solidificarla dentro de sí
mismo. El escultor persigue las figuras tridimensionales, no sólo el ancho y la
altura sino la profundidad. El pintor dibuja para ocupar espacio y el escultor
para desplazarlo.
El pintor
dibuja la vida dentro de un marco, mientras el escultor la dibuja para
sorprender el movimiento, para descubrir la tirantez y torsiones escondidas
dentro de la figura humana. “La técnica del poeta” sería el pintor; “la
expresión poética” el escultor.
CONTRA
EL SOL NACIENTE
En un mundo
gobernado por tiburones, los japoneses estarían en el banquillo de los acusados
como lo estuvieron los jerarcas nazis en Neuremberg. ¿Cuál sería el cargo? Los
millones de escualos calzados indiscriminadamente por el simple hecho de
satisfacer un capricho culinario: una carísima sopa que se prepara con aletas
de tiburón. Son cuantiosas las embarcaciones japonesas que recorren los mares
en busca de tiburones, a los que cazan, cortan las “preciadas” aletas y
después, aún con vida, arrojan por la borda. Está demás decir, que un tiburón,
desprovisto de aletas, está condenado a morir a las pocas horas: algo así como
lanzar a un hombre sin brazos a una piscina. Un guardacostas estadounidense
intercepto una sospechosa embarcación hawaiana hace dos décadas. ¿Qué se encontró en ese
sospechoso barquito?
Pues nada menos
que 32, 000 kilos de aletas de tiburón, nada más había a bordo. Según cálculo
de los escualógos esa terrible carga suponía al menos 30, 000 tiburones muertos
y 580, 000 kilos de carne desperdiciada. ¿Cuántos tiburones son exterminados al
año? Se calcula unos cien millones de ejemplares, casi la totalidad de víctimas
a consecuencia de las dos grandes guerras. ¿Cuánto vale un kilo de aletas en
este mercado de honor y desquicio? Algo más de cuatrocientos dólares. A pesar
de tan exorbitante precio, la demanda es cada día mayor. Los japoneses no son
los únicos despreciables depredadores de esta especie, pero encabezan la lista
a nivel mundial.
AVERSIÓN A LA
ÉTICA
Los
temas que incomodan al Gobierno de turno son tomados por los medios de
comunicación como si estos estuvieran vetados, sin soltura, con fruncimiento.
En el Perú el diario “El Comercio”
concentra un 65% de la producción de la prensa escrita y un porcentaje
semejante, en alianza con ATV, de la repartija publicitaria en televisión,
contando a su servicio con los mejores y más destacados productores de mierda
impresa que hay en el Perú, no es para menos que los medios de comunicación se
comporten, voluntariamente y por conveniencia, como se comportaron los diarios
y las radios en los mejores años del fascismo y el nazismo, sin atreverse a
decir las cosas de modo directo, valiéndose de subterfugios para no despertar
las iras de sus jefes y gobernantes. ¿Y qué decir de los periodistas? Salvo
algunas excepciones, la mayoría son, como se dice en buen español, una ristra
de lameculos. Contaba Luis Alberto Sánchez, una anécdota que calza como un
guante en este asunto. El año de mil ochocientos sesenta y tantos llegó al Perú
como huésped ilustre, el escritor, jurista y pedagogo puertorriqueño Eugenio
María de Hostos (1839 – 1903), cuyo pensamiento tenía como base preferentemente
ética defender, como José Martí, la libertad de su pueblo. Así lo demuestra el
título de su libro más significativo, “Moral
social” (1888). En este valioso libro, Hostos expone una concepción propia y original de la ética en las
relaciones del hombre con la sociedad. Amigo de los grandes intelectuales
liberales españoles (Castelar, Sanz del Río, Concepción Arenal), Hostos postuló
constantemente a la independencia antillana, que veía realizada en una gran
federación, y la instauración de la república en la metrópoli, como garantía de
sus aspiraciones independentistas. Tales ideas las expuso en sus conferencias
del Ateneo de Madrid, que fueron descritas con gran vivacidad por Benito Pérez
Galdós en el “Episodio Nacional” “Prim”. El Ateneo gozaba de un prestigio
imponente en los círculos culturales españoles. Allí Chocano leyó sus versos de
“Alma América”. La descripción
entomológica que hace Galdós de tan renombrado local es de las mejores páginas del autor de “Fortunata y Jacinta”:
“El
Ateneo era entonces como un templo intelectual, establecido, por no haber mejor
sitio, en una casa burguesa de las más prosaicas, donde se hicieron naves,
presbiterio y capillas a fuerza de derribar tabiques, suprimiendo alcobas y
gabinetes para formar espacios donde la multitud pueda congregarse. Era una
iglesia pobre, una casa holgona, donde años antes habían vivido señores
enriquecidos en el comercio, y que nunca supieron ni una palabra de Filosofía,
ni de Literatura, ni de Historia. Y con ser tan chabacano el edificio y tan
mísero de belleza arquitectónica, tenía un ambiente de seriedad pensativa,
propicio al estudio, y sus techos desnudos daban sombra semejante a la de los
pórticos de Academos. Iban allí personas de todas edades, jóvenes y viejos de
diferentes ideas, dominando los liberales y demócratas, y los moderados que
habían afinado con viajatas al extranjero su cultura; iban, también, neos, no
de los enfurruñados e intolerantes; las disputas eran siempre corteses, y la
fraternidad suavizaba el vuelo agresivo de las opiniones opuestas. Sobre las
divergencias de criterio fluctuaba, como el espíritu de una madre cariñosa, la
estimación general.
Entrábase,
por la calle de la Montera, a un portal amplio, que si no estuviera blanqueado
y limpio, sería igual a los de las posadas de la Cava Baja. A mano derecha, la
escalera, nada monumental, conducía, en dos tramos, al piso primero; una
mampara de hule claveteado daba ingreso al templo. Pasado el vestíbulo, en que
hacían guarda el conserje y los porteros, llegábase a un luengo y anchuroso
callejón pasillo, harto oscuro de día, de noche alumbrado por mecheros de gas.
Divanes de muelles que ablandó la pesadumbre de tantos cuerpos convidaban al
descanso a un lado y otro y en las cabeceras del extenso corredor. En verano,
no faltaba un botijo en algún rincón, y en invierno los paseantes medían de dos
en dos, con las manos a la espalda, la dilatada estera de cordoncillo. Andando
en la dirección de la Red de San Luis, a la izquierda, caían la sala que
llamaban Senado, con balcones a la calle, la Biblioteca y una salita de
conversación; a la derecha, el paso a los salones de Lectura y al de Sesiones…
Más abajo, en derechura de la Puerta del Sol, abríase un pasadizo estrecho que
a las estancias inferiores y de servicio conducía. En el Senado hacían tertulia
señores respetables, fijos en los divanes como las ostras en su banco y otros
que entraban y salían parándose un rato a platicar con los viejos. Comúnmente
allí no se trataba de asuntos técnicos ni didácticos, sino de los sucesos del
día, que siempre daban pie a ingeniosas aplicaciones de los principios
inmutables.
En
la Biblioteca, carpetas para escribir y leer, estantería de estas que se
estilan en las casas burguesas para guardar libros que no se leen nunca: allí
se leía, sí; pero los libros tenían cierto aire de no querer dejarse leer,
prefiriendo su cómodo resguardo entre cristales. En el fondo de la sala, apenas
visible por el estorbo de las altas carpetas, se acurrucaba un hombre. En
invierno se inclinaba tarde y noche sobre un brasero, puestos los pies en la
tarima; en todo tiempo tomaba café a ciertas horas… café traído del café y en
vaso. Era don José Moreno Nieto, para quien la Biblioteca que regentaba era
poca cosa en comparación de la que él tenía en su cabeza. Había metido en ella
todos los sistemas filosóficos conocidos y los que aún estaban por conocer. A
esta desaforada erudición correspondía una facilidad, una fluidez de palabra
como el chorro de fuente inagotable. Más meritorio debía de ser en él, el
silencio que la elocuencia, pues esta le salía de la boca sin esfuerzo alguno,
como la constante erudición de un entendimiento que no cabe en sí mismo. Era de
corta estatura, picado de viruelas, erizado el bigote, el pelo echado hacia
atrás. Solo, callado y sin oyentes, hablaba con la movilidad de su temperamento
nervioso, con el espíritu que no esperaba ya palabra para salirse por los ojos.
No existió jamás hombre más puro, de más recta conciencia ni una vida en que
tan bien incrustadas estuvieran, una dentro de otra, la filosofía sabida y la
virtud practicada.
El
salón o salones de lectura eran un gran espacio irregular compuesto de dos
distintas crujías, comunicadas una con otra por arcadas de fábrica, con buenas
luces al patio interior; recinto vulgar, que lo mismo habría servido para
obrador de modista que para cajas de imprenta o para capilla protestante.
Largas mesas ofrecían a los socios toda la prensa de Madrid y mucha de
provincias, lo mejor de la extranjera, revistas científicas, ilustradas o no,
de todos los países. Era un comedero intelectual inmensamente variado, en que
cada cual encontraba el manjar más de su gusto.
En
aquel recinto blanco, luminoso, beatifico, sin más adorno que algún mapa o
cuadros de estadística, habitaba como huésped fijo un silencio de paz y
reflexión, y al amparo de él se apiñaban los lectores, todos a lo suyo, sin
cuidarse ninguno de los demás. Nadie interrumpía con vanos cuchicheos aquella
tranquilidad devorante de gusanos de seda agarrados a las hojas de la morera.
Oíase no más que el voltear de las hojas de los periódicos, armados en bastones
para más comodidad del leyente.
Allí
se veían extraños tipos de tragadores de lectura. Un señor había que agarraba
el Times y no lo dejaba en tres horas. Otro tenía la manía de coger seis u ocho
periódicos de los más leídos, se sentaba sobre ellos y los iba sacando uno por
uno de debajo de las nalgas y dejándolos en la mesona conforme los leía. Otros
picaban aquí y allí, en pie; los más comían sentados, sin quitar los ojos del
plato exquisito, como buenos gastrónomos. Por aquel vasto local desfilaron
todas las celebridades literarias y políticas del siglo, sin excluir buena
parte de las militares. Los que recordaban a Martínez de la Rosa leyendo Le
Journal des Débats, veían casi a diario, en los días de esta historia, a don
Antonio Alcalá Galiano recreándose con las donosas caricaturas del Punch y
explicando el texto de ellas, poco inteligible para los que no habían hablado
el inglés en la propia Inglaterra. El buen señor, ya viejo, de cara fosca y
larga, enfundado en luengo gabán gris, entraba paso a paso y se situaba en la
mesa de las revistas: hojeaba algunas, picando aquí y allí, buscando las
mejores golosinas en la bandeja de los conocimientos novísimos. El ruedo de
admiradores que junto a él en ocasiones se formaba oía su palabra ronca, que
aun en lo familiar tiraba siempre a lo oratorio, engalanada con las formas
gramaticales más perfectas. En la ironía sazonada no hubo maestro que le
igualase, y a veces su intención dejaba tamañitos a los toros de Miura.
También
iba alguna vez don Antonio Ríos Rosas, que a los jóvenes imponía respeto con su
cara de tigre y su entrada silenciosa, el andar lento, sin hablar con nadie,
hacia el salón de lectura. No picaba, como Alcalá Galiano, en diferentes
revistas, sino que cogía una sola. Le Correspondant o la de Ambos Mundos, y
metódicamente se tragaba uno de aquellos ingentes estudios de arte político o
de controversia religiosa. Este y otros señores no iban más que a leer, y rara
vez entraban en los sitios de tertulia, como otros ancianos o jóvenes maduros
que amaban el sabroso toma y daca de la controversia. Fermín Gonzalo Morón, en
el declinar de sus años; el padre Sánchez en su madura existencia vigorosa, se
pirraban por armar altercados con la juventud en el pasillo o en el Senado.
Entre
la muchedumbre de hombres hechos bullían mozos en formación para personales,
estudiantes ávidos de aprender, que se ejercitaban en la intelectual esgrima,
tirando a perorar y a discutir con los espadachines mayores: los había también
tímidos, que laboraban en la muda gimnasia de la observación y la lectura. Para
que nada faltase, había un grupo de cubanos que exponían sus ideas de autonomía
y aun de emancipación de las Antillas, sin que nadie de ello se asustara.
En
aquel espacio, no más grande que el de una mediana iglesia, cabía toda la selva
de los conocimientos que entonces prevalecían en el mundo, y allí se condensaba
la mayor parte de la acción cerebral de la gente hispánica. Era la gran logia
de la inteligencia, que había venido a desbancar las antiguas, ya
desacreditadas, como generadoras de la acción iracunda, inconsciente. Por su
carácter de cantón neutral o de templo libre y tolerante, donde cabían todos
los dogmas filosóficos, literarios y científicos, fue llamado el Ateneo la
Holanda española. En aquella Holanda se refugiaba la libre conciencia; lo demás
del ser español quedaba fuera del vulgarismo zaguán del 22 de la calle de la
Montera”.
(Benito Pérez Galdós, “Obras completas”, vol. XI; págs. 872 – 874)
(Benito Pérez Galdós, “Obras completas”, vol. XI; págs. 872 – 874)
Lo
cierto es que cuando Hostos llegó al Perú se daban los días de los contratos
ferrocarrileros de Enrique Meiggs. Hostos entró a la redacción de un periódico.
Hombre insobornable el puertorriqueño escribía artículos de censura a Enrique
Meiggs, a quien sin lugar a dudas endilgaba el popular refrán, “el lobo cambia de pelos, pero no de mañas”.
El “empresario” estadounidense entró
un día en la redacción y preguntó quiénes eran los que estaban sus planes. Le
señalaron a Hostos, y, sin más ambages, Meiggs dijo al gran apóstol: “Usted
escribiría en este sentido; aquí está el dinero, o sino, usted se va”. Como
Meiggs tenía comiendo de su mano al dueño del periódico, Hostos devolvió el
dinero a Meiggs y tuvo que marcharse a Chile, donde estableció la educación
femenina, que hasta el día de hoy perdura en aquel país. ¿Tenía razón Hostos?
¿Por qué su actitud contra Meiggs? Veamos los antecedentes del estadounidense y
después saquemos nuestras conclusiones.
Antes
de llegar al Perú, en enero de 1868, el empresario estadounidense Enrique J.
Meiggs dirigió varias obras ferrocarrileras en Chile. Una de las más
importantes fue la construcción del ferrocarril que unía a Santiago con el puerto
de Valparaíso, realizada de 1861 y 1863. La eficiencia con la que Meiggs
culminó estos proyectos estuvo entre las razones que propiciaron su
contratación por el gobierno peruano de Pedro Diez Canseco. Parece que el
gobierno peruano y chileno no conocían los antecedentes financieros de este
ingeniero ferroviario: la de gran estafador. Meiggs nació en Catskill, Nueva
York el 7 de julio de 1811. Sus primeros pasos en los negocios le reportaron
grandes utilidades, pero el mal manejo de sus finanzas e inversiones lo
llevaron a la quiebra. Hábil para los buenos negocios también lo fue en el
quebranto de la ley. Meiggs escapó de San Francisco el 26 de setiembre de 1854
después de que logró apoderarse de un legajo de cheques pertenecientes al
Municipio, ya firmados por el alcalde y por el tesoro edilicio. Vendió esos
cheques a 50 centavos cada dólar y obtuvo unas ganancias de $365,000 dólares.
Al abordar el barco velero que lo llevaría rumbo a Chile después de realizar su
fechoría, le obsequio $10,000 dólares en oro al capitán. Cuando se descubrió el
desfalco, el “emprendedor empresario” ya estaba lejos de las costas de su país.
Jorge Basadre, con la tibieza característica de José de la Riva Agüero para
tocar algunos temas espinosos, dice en su “Historia
General de la República”
“En
1873, [Meiggs] pagó su deuda a San Francisco y la legislatura del Estado de
California levantó la orden de persecución contra él, a pesar de las objeciones
del Gobernador. Pero su fallecimiento se produjo en 1877 cuando todavía la condena
registrada en los libros municipales no había sido modificada. El juez Harry W.
Low declaró el 18 de julio de 1977, ratificando el testimonio entre otros del
vicecónsul del Perú, Gustavo Gutiérrez, que Meiggs estaba rehabilitado por su
punible acción y que había comparecido ante un tribunal más alto que cualquiera
de los existentes en este mundo”.
(Basadre, obra citada,
vol. 7)
Basadre
rotula este apartado con el título de “Meiggs
reivindica su nombre cien años después de su muerte”. Reivindicar según el DRAE significa reclamar o recuperar uno
lo que por razón de dominio, cuasi dominio u otro motivo le pertenece.
Reivindicó su nombre Alfred Dreyfus acusado injustamente por una burda
conspiración que lo utilizó como chivo expiatorio; Juan Velasco Alvarado se ha
reivindicado ante la historia con dos títulos que no le pudieron decir jamás:
ni cobarde, ni ladrón. Conspirador por vocación como Vivanco, Castilla o
Piérola, Velasco tomó el poder ante el bochornoso escándalo de la “página once” que Carlos Loret de Mola
ha explicado en su libro que lleva ese título con todo lujo de detalles. Meiggs
no se reivindicó, fue simple y llanamente un ladrón que devolvió un dinero que
había robado y que con el cual amasó una fortuna. ¿Ignoraban Pedro Diez Canseco
y luego Piérola cuando negociaron con él gringo los antecedentes delictivos de
tamaña joyita? De hecho no, pero como todo en el Perú desde los inicios de la
República está lleno de delaciones, traiciones y asaltos al erario del Estado,
el “empresario ferrocarrilero” fue visto como rata de la misma camada por sus
contratistas peruanos.
LIBERTAD
Amparándose
en la defensa de la libertad (entendida esta en todas sus formas y en sus
respectivos contextos), naciones como Francia, España, Bélgica, Inglaterra o
Estados Unidos, han cometido genocidios que, aun cuando están representados en
la historia, muchos prefieren ignorar u olvidar. Nada más cierto que lo expresado
por Núñez de Arce en Estrofas, XVIII:
“¡Libertad,
libertad! No eres aquella
virgen,
de blanca túnica ceñida,
que
vi en mis sueños pudibunda y bella”.
EL SUTIL
ENTENDIMIENTO
En el
canto I, de su obra “Circe”, Lope de
Vega refiere como Circe iba a tocar el héroe griego Ulises con su vara para que
correspondiese a su amor; como el rey de Ítaca tiró de su espada, la hechicera
recurrió entonces al ruego y a las lágrimas. Al ver esto, Ulises se conmueve y
calma su enojo. Al final del pasaje, Lope puntualiza “que nunca fue sangriento/ el hombre de sutil entendimiento”. Se ve
entonces que hombres con las manos manchadas de sangre no encajaban en este
razonamiento. Allí está registrada la historia con Atila, Alejandro de
Macedonia, Napoleón, Hitler, Mussolini y una larga lista.
SIEMPRE
CORTÁZAR
Hoy le
he rendido un homenaje a Cortázar a todo dar. Lectura de algunos cuentos que no
había leído (Ahí pero dónde, cómo;
Segunda vez; Diario para un cuento) y releído otros que no me canso de
releer (como me sucede con “Cien años de
soledad”, “El lobo estepario” y las novelas policiales de Agatha Christie).
Las Ménades, Torito y “El perseguidor”, ese magistral cuento
que, si no se es un lector avisado, tiene una dedicatoria enigmática: “In
memoriam CH. P.”. El cuento es un homenaje que Cortázar, amante del jazz, rinde
al saxofonista estadounidense Charlie Parker. De vida disoluta, Parker había
nacido en un barrio de Kansas City. Con 13 años ingresó en el “College Lincoln”
donde se despertó el interés por la música. Su vida puede ser resumida como la
de un ascenso vertiginoso hasta convertirse en el más extraordinario saxo alto
y el más grande improvisador de toda la historia del jazz. Había en poco más de
una década, cambiado con su música el curso de esa misma historia de forma
imparable y las consecuencias de su gigantesca aportación sigue hoy tan válida
como entonces. Charlie Parker tenía 35 años y su muerte según el parte médico
del forense – el cadáver era el de un hombre que aparentaba 60 años – fue
producto de una combinación entre neumonía, úlcera de estómago, cirrosis e
infarto posterior. Hay también unos cuentos que, releído más de cinco veces, me
dejan la sensación de que aún no he logrado penetrar en el entendimiento total
del mismo. Me consuelo con las palabras de Vargas Llosa en el prólogo de los
cuentos completos del argentino universal: “Porque
de los libros de Cortázar juega el autor, juega el narrador, juegan los
personajes y juega el lector, obligado a ello por las endiabladas trampas que
lo acechan a la vuelta de la página menos pensada”. En este personal y
solitario homenaje, mientras escribo estas líneas, escucho música de Parker;
mis preferencias: Billie’s Bounce, Koko,
My old flame y Bird of paradise.
Mañana, continuando con Cortázar, echaré mano a su novela más difícil, “Rayuela”, ese juego de audacias
formales que supera a un fuerte dolor de cabeza. Dios me ayude.
“No hay que quedarse en los odios y las pasiones. De manera personal, y si me preguntan, yo liberaría a Alberto Fujimori”.
Y aseguró que el expresidente “Ya pagó sus culpas y ya es un hombre de edad”. El hecho de que sea un anciano no lo libera de lo que es: “un viejo ladrón y asesino”. Ahí están las victimas de Accomarca, La Cantuta y Barrios Altos para lo segundo; y para lo primero: ¿Por qué no devuelve el resto de los 6,000 millones que en el Japón – Santiago y Rosa Fujimori – hermanos del mafioso japonés, tienen a buen recaudo?
DUELO DE
MISILEROS
Como
los forajidos en el lejano oeste norteamericano que se batían a tiro de pistola
como quien se da un saludo matutino, Donald Trump y su homólogo Kim Jong,
amenazan enfrentarse en un duelo de misiles, como si las repercusiones de tal
atrocidad fuera agua de borrajas. Las intimidaciones y bravuconadas van de
Washington a Pyongyang y de Pyongyang a Washington como tarjetas navideñas. Los
horrores causados por las bombas de Hiroshima y Nagasaki no han mellado el afán
destructivo de estos dos aventureros que creen que Estados Unidos y Corea del
Norte son dos dianas a quienes hay que acertarles un buen misil.
La
crisis de los misiles generada en 1962 y que tuvo al mundo con los pelos de
punta durante 13 días llegó a buen puerto gracias al manejo político que le
dieron, John F. Kennedy y Nikita Kruschev. La formación académica y geopolítica
de aquellos contendores del sesenta distaba largamente de estos dos advenedizos
que se han hecho del poder por esos errores que tienen más de divinos que de
terrenales. Ya lo dijo el griego Homero: los dioses traman la perdición de los
mortales, para que los venideros tengan algo que cantar. El empecinamiento de
Trump para que el líder norcoreano dé marcha atrás en sus pretensiones
nucleares es tan notoria como el afán de Kim Jong en mandar al trasto las
intenciones de su homólogo estadounidense. Esta engañosa y peligrosa situación
nos lleva a pensar que cuando entran en juego ambiciones nacionales,
egocentrismo personal y armas mortíferas, son muchas las posibilidades de un
cálculo erróneo. Trump sabe que, aunque Estados Unidos puede ser más
contundente, no debe llegar al grado de confrontar a Kim Jong de manera tan
provocadora que llegue a reavivar la hoguera de la Guerra de Corea, casi
sesenta y cuatro años después de un armisticio, y sobre todo, sabiendo que
tiene al frente a un energúmeno más salvaje que él. Por su lado, Kim Jong tiene
presente que en el 2003 el líder de Livia, Coronel Muammar Gaddafi, renunció a
su programa nuclear incipiente a cambio de promesas de Occidente de integración
económica. Esas promesas no fueron más que una celada típica de Estados Unidos
y sus aliados europeos y árabes. Tan pronto como la población de Libia se
volvió contra el dictador durante la Primavera Árabe, Georges Bush II y sus
secuaces, lo sacaron del poder y, al estilo de Eliot Ness y sus Intocables, se
lo bajaron a tiros. Kim Jong está más que convencido de que si Gaddafi no
hubiera renunciado al programa nuclear, aún seguiría al mando de Libia. El
líder norcoreano no piensa cometer tan craso error.
DIÁLOGO DE
MAFIOSOS
Mientras
la peste del fujimorismo siga merodeando y contaminando más la ya infecta
política peruana, los ingenuos peruanos seguiremos eligiendo infrahombres como
Fujimori, Toledo, García, Humala o Kuczynski, es decir, a cualquier pobre
diablo que enfrente a la lacra fujimorista que, con su actitud perseverante de
hacerse del poder, le hace daño a un país tan deprimente como éste. Kuczynski
vende humo, oferta sombras, expende más fantasías y mentiras que el papa en
Semana Santa y eso lo sabemos quiénes observamos con atención la gestión
gubernativa de ese anciano de hablar gangoso y trapalón. Kuczynski carga sobre
él los dos grandes vicios que aquejaban a Humala: la traición y la cobardía. Es
decir, hemos cambiado mocos por babas.
Ahora que las aguas fangosas tocan a sus puertas por su innegable concusión en
el caso Odebrecht, Kuczynski se ve en la necesidad de protegerse con un sólido
muro que solo puede del albañal fujimorista. Pero ese escudo tiene un alto
precio y Kuczynski lo sabe: la liberación del preso de la Diroes. Acostumbrado
a cagarse en los pantalones apenas presiente el peligro, Kuczynski ya comenzó a
lanzar sus encriptados íncipits verbales de contubernio político. El mensaje
dirigido a la banda del Mototaxi es
claro: yo libero al jefe de la mafia y ustedes me ayudan a salir de este
atolladero. Conmemorando la Operación Chavín de Huántar, que liberó la Embajada
de Japón de un asalto guerrillero en 1997, Kuczynski dijo que Fujimori se había
portado “de manera eximia” con ésta.
También celebró la asistencia de Keiko Fujimori, hija y heredera política del japonés
mafioso, y señaló que era necesario “voltear
la página”. El ladrón de los 6,000 millones de soles (esta es la cifra que
Fujimori ha amasado ilegalmente cuando fue presidente; el cálculo ha sido hecho
por la ONG Transparency International. De este dinero, solo unos 160 millones
han sido devueltos al Estado peruano), enterado de las declaraciones del
anciano presidente, asomo la cabeza de la cloaca y escribió en twitter:
“El
presidente Kuczynski propuso hoy voltear la página. ¡Tiene razón! Los peruanos
debemos de construir una agenda común con apoyo de todos”.
Kuczynski
comentó:
“Estoy
de acuerdo [con lo dicho por Fujimori] yo creo que lo que significa es olvidar y
perdonar ciertas cosas sobre todo tener un diálogo alturado sobre las grandes
prioridades del Perú”.
Esto más
parece un mensaje en clave ente Al Capone y Lucky Luciano, que palabras
intercambiadas por un presidente y un expresidente. Otro que quiere “ganarse alguito” en este revoltijo es
el congresista Carlos Bruce, tránsfuga prontuariado cuyo mayor mérito aparte de
ser maricón, es saber lamer culos en el momento preciso. Escuchemos su voz
varonil y seductora:
“No hay que quedarse en los odios y las pasiones. De manera personal, y si me preguntan, yo liberaría a Alberto Fujimori”.
Y aseguró que el expresidente “Ya pagó sus culpas y ya es un hombre de edad”. El hecho de que sea un anciano no lo libera de lo que es: “un viejo ladrón y asesino”. Ahí están las victimas de Accomarca, La Cantuta y Barrios Altos para lo segundo; y para lo primero: ¿Por qué no devuelve el resto de los 6,000 millones que en el Japón – Santiago y Rosa Fujimori – hermanos del mafioso japonés, tienen a buen recaudo?
GAZAPOS DE LA
MADRE PATRIA
El diccionario dela Real Academia Española (DRAE)
define la palabra gazapo,
coloquialmente, como un yerro que por inadvertencia deja escapar quien escribe
o habla. No debemos confundir gazapo
con las estupideces que, por ignorancia, muchos plumíferos escriben en páginas
de ese estercolero en que se ha convertido El Comercio. Pero también los
españoles tienen una gran colección de yerros que rayan en la ignorancia
supina. En la edición del 2 de agosto, el diario “El País” de España, uno de los más importantes periódicos de
Europa como “Le Monde” en Francia o “Corriere della Será” de Italia, publicó
un artículo titulado Lecciones de una Infitada
no violenta en Jerusalén. En las últimas líneas del artículo, el autor
relaciona el terrorismo palestino con las acciones de Mohandas Gandhi, ese
hombre pequeñito de cuerpo, pero de espíritu y valor goliatnesco, que aplicando
la “no violencia” logró la independencia de la India del yugo británico. Por si
fuera poca cosa lo dicho, el autor del artículo menciona también a Martín
Luther King, discípulo del líder hindú en responder a la agresión del enemigo
con la “no violencia”. Más desacertado en su apreciación no pudo haber estado
el autor del artículo. Otro chapetón que orilla en la ignorancia, el cinismo y
la desvergüenza es un “historiador”
de nombre Josep Abad, a quien el Ayuntamiento solicitó hace poco un informe que
propone la exclusión del callejero de los nombres de determinadas personas
sospechosas de haber albergado sentimientos hostiles hacia Cataluña. La lista
del señor Abad nos muestra españoles ilustres como Antonio Machado, Francisco
de Goya, Francisco de Quevedo, Mariano José Larra y hasta Lope de Vega;
acusados, estos, de poseer un perfil “franquista”.
¿Es que este señor no sabe que, a excepción del poeta Machado, el resto de los
mencionados murieron antes de la sublevación de los generales traidores
encabezados por el sátrapa Francisco Franco en 1936? Para Abad, Machado al
igual que Quevedo, hay una pátina “españolista
y anticatalanista”, por lo que la aureola republicana y progresista con que
se ha revestido la figura del poeta sevillano sería solo una máscara para
ocultar su verdadero tinte político. Hagamos una revisión histórica. Machado
estuvo en Barcelona con su hermano Manuel en 1928, poco después de la
publicación de la segunda edición de sus Poesías Completas; la finalidad
principal del viaje era el estreno de “Las adelfas”, obra conjunta de los
hermanos andaluces. En una entrevista dijo: “Es
una ciudad magnifica [Barcelona], la
primera de España, sin ningún género de dudas. (…) He notado también una cosa
curiosa: que Barcelona se parece mucho más a París o Sevilla que no a Madrid.
(…) Puede decirse que Madrid es una
capital, mientras Barcelona es una ciudad de Veras”. Cuando Josep María Planas,
quien lo había entrevistado, lo interrogó sobre los poetas catalanes que había leído,
Machado le aseguró que había leído con fruición a Joan Maragall, Jacint
Verdaguer, Josep María López Pico y Joan Alcover. Resulta curioso que Abc, al
reproducir parte de estas declaraciones del poeta andaluz, prescindió de los
elogios a Barcelona. Ocho años después, casi ya al final de la Guerra Civil
Española, Machado se instala en la Torre Castañer, casi en las afueras de
Barcelona. Allí pasará ocho meses en compañía de su madre, antes de partir al
exilio en Colliourse, Francia. En sus últimos días, según testimonios, colabora
con la revista Hora de España y
relee, entre otros, a Rubén Darío, Shakespeare, Maragall y Verdaguer sin
olvidar a los nuevos poetas catalanes. No conoce en profundidad el catalán, pero
ello no impide el placer que le proporcionan estas lecturas. Y como para
acallar a sus detractores de hoy, resuena su voz desde el pasado acerca de la
lengua catalana, ese idioma que odiaban los franquistas: “Como a través de un cristal, coloreado y no del todo transparente para
mí, la lengua catalana, donde yo creo sentir la montaña, la campiña y el mar,
me deja ver algo de estas mentes iluminadas, de estos corazones ardientes de
nuestra Iberia”. El 6 de enero de 1939 Machado publica en La Vanguardia el
que va ser su último artículo. Ahí manifiesta la misma indignación de siempre,
el desdén que le produce “la política filofacista
de Inglaterra y Francia”. Antonio Machado moriría viendo a su España
desangrada el 22 de febrero de 1939.
EL HOMBRE
ANARANJADO: DONALD TRUMP
Donald
Trump, cuyo lenguaje enrevesado parece emparentarlo con el celebré personaje de
Disney, el Pato Donald, ha recibido una estocada directa que debe haberlo
obligado a poner las barbas en remojo. Renombrados psiquiatras y psicólogos,
connotados expertos en salud mental provenientes de universidades de
Pennsylvania, Harvard, Columbia, Washington y la Escuela de Medicina, entre
otras, escribieron una carta al New York Times para alertar sobre la “incapacidad para servir como presidente de
forma segura (…) sus discursos y acciones indican que no es capaz de tolerar
diferentes puntos de vista, lo que lo lleva a tener reacciones de rabia. (…)
que el mandatario tiene incapacidad para empatizar con las ideas de otras
personas. (…) distorsiona la realidad para adaptarla a su estado psicológico,
así como a atacar a aquellos que ponen en evidencia sus acciones, como a
periodistas y científicos”, estos son algunos puntos saltantes que ha
llevado a muchos políticos, sobre todo a los demócratas, a darle una mirada a
la Constitución y detenerse, puntualmente en la Sección Cuarta de la vigésima
quinta enmienda. Francisco Martin Moreno ha extraído algunos apuntes
interesantes que vale la pena mencionar:
“Cuando
el vicepresidente y la mayoría de los principales funcionarios de los
departamentos ejecutivos y de cualquier otro cuerpo que el Congreso autorizará
por ley transmitir al presidente pro tempore del Senado y al presidente de la
Cámara de Representantes, su declaración escrita que el presidente está
imposibilitado para ejercer los poderes y obligaciones de su cargo, el
vicepresidente inmediatamente asumirá los poderes y obligaciones del cargo como
presidente en funciones”.
Esto
estará despertando las ambiciones de tirios y troyano del entorno de Trump. Al
fin y al cabo, todos son leales hasta que dejan de serlo. Una adehala más:
“[Si
Trump] transmitiera al presidente pro
tempore del Senado y al presidente de la Cámara de Representantes su
declaración escrita que no existe imposibilidad alguna, asumirá de nuevo los
poderes y obligaciones de su cargo, a menos que el vicepresidente y la mayoría
de los funcionarios principales de los departamentos ejecutivos o de cualquier
otro cuerpo que el Congreso haya autorizado por ley transmitir en el término de
cuatro días, al presidente pro tempore del Senado y al presidente de la Cámara
de Representantes su declaración escrita que el presidente está imposibilitado
para ejercer los derechos y deberes de su cargo. Entonces el Congreso, en el
término de los 21 días de recibida la ulterior declaración escrita o, de no
estar en sesión, dentro de los 21 días de haber sido convocado a reunirse,
determinará por voto de las dos terceras partes de ambas Cámaras que el
presidente está imposibilitado para ejercer los poderes y obligaciones de su
cargo, el vicepresidente continuará desempeñando el cargo como presidente en
funciones; de lo contrario, el presidente asumirá de nuevo los derechos y
deberes de su cargo”.
He aquí
otra vertiente para la destitución de Trump, esta vez originada en su invalidez
mental, a diferencia de Richard Nixon por el caso Watergate o de Bill Clinton
(el escandalo con Mónica Lewinsky). Si bien está posibilidad de vacancia puede
ser remota, lo cierto es que servirá para decirle al señor Trump que los
Estados Unidos no es su chacra, que gobernar un país, y más de la envergadura
de los Estados Unidos, no es lo mismo que manejar un consorcio inmobiliario,
una cadena de hoteles y, mucho menos – algo que él saber hacer muy bien y de lo
que posee una vasta experiencia – un reality show. Beber Gordon Rouge o Percy Jonet
no lo ha liberado de su aspecto repugnante y de su lenguaje grosero; la buena
champaña no otorga cachet. En la
década de los ochenta, el millonario argentino y presidente de su país,
Mauricio Macri, estuvo asociado con Donald Trump.
Macri
gestionó, en nombre de la empresa de su padre, Franco Macri, un cobro de 60
millones de dólares por la venta de la parte que le correspondía en un proyecto
inmobiliario que su familia tuvo con el magnate en Nueva York. “Tuve que negociar con ese tipo que ahora es
candidato a presidente, totalmente chiflado”, dijo Macri durante una
entrevista televisiva, en la que dejó clara su preferencia por Hilari Clinton. “Yo compartí millones de horas con él. La
verdad que yo no creo que pueda ganar una elección”, agregó. El gobernante
argentino se equivocó largamente. Una vez llegado a la presidencia, Trump se
encargó de devolverle el cumplido: “Argentina
es un gran país y tendremos la más cercana relación entre nuestros países de la
historia”, aseguró Trump, cuando Mauricio Macri lo llamó el 14 de noviembre
para felicitarlo por su triunfo. Sin embargo, una vez en la Casa Blanca, los
pasos de Trump han ido en dirección contraria. En su primer día como
presidente, Trump firmó un decreto que paralizó durante dos meses la
importación de limones argentinos. El país sudamericano es el primer productor
mundial y había logrado desbloquear los permisos de exportación a Estados
Unidos en la recta final del Gobierno de Barack Obama. En su segunda semana,
endureció los requisitos para la concesión de visados a los ciudadanos
argentinos. La férrea política migratoria con la que el presidente de Estados
Unidos debutó en su cargo no solo perjudica a mejicanos y musulmanes (Sudán,
Irán, Irak, Libia, Siria, Yemeín y Somalia). Ahora le toca el turno a los
argentinos, quienes debido a una orden ejecutiva firmada el viernes por Trump
tendrán más inconvenientes para ingresar a Estados Unidos. La resolución
respeta la facilidad de la que gozaban los menores de 16 años y los mayores de
66, quienes bajo la administración de Obama podían realizar por correo el
trámite de solicitud de la visa de ingreso sin tener que hacer una entrevista.
¿Cuál es el objeto de estas nuevas trabas? Aumentar la seguridad del proceso de
solicitud de visa en todo el mundo. Ahora todos los ciudadanos argentinos, a
excepción de los menores de 14 y mayores de 79 años, tendrán que pasar por una
rigurosa entrevista. Cuando Barack Obama visitó Argentina en marzo del 2016,
acordó con el presidente argentino, Mauricio Macri, eliminar algunas trabas
para el ingreso de argentino a Estados Unidos. Inclusive se habló de la posibilidad
de eliminar la visa entre ambos países, algo que con la nueva administración
resulta casi imposible. Según datos de noviembre de 2015, Argentina era el
segundo país del mundo en la emisión de visas para Estados Unidos, detrás de
China.
El magnate
de pelito amarillo descargó toda su artillería contra aquel que tuvo la osadía
de llamarlo “chiflado”. Pero como la
política, una vez calmadas las aguas, sigue siendo un negocio, la rencilla
entre ambos empresarios ha quedado olvidada por el momento. Tal es así, que
Trump ha dado un paso hacia Argentina, Perú y Colombia en momentos en que la
región cierra filas contra Washington, al menos en relación al comercio. El
giro diplomático (parece que el autosuficiente Trump ha escuchado a sus
asesores económicos) de Washington ha provocado el relanzamiento de
negociaciones que estuvieron años paralizadas, como las que llevan la Unión
Europea y el Mercosur con la Alianza del Pacífico. Trump ha activado la
diplomacia telefónica, dándole un descanso al twitter.
¿En qué
quedamos Varguitas? ¿Es serio lo que escribes? O simplemente no relees los
gazapos que salen de tu pluma. De ti podríamos decir que has escrito buenas
novelas, pero que como crítico, te falta seriedad, eso que tenía Alfonso Reyes
a quien parece que no has leído o no lo has entendido.
LOS PUNTOS
SOBRE LAS IES
Acostumbrados
a pegarse en el cuerpo plumas de colores y decir que son pavos reales, los
apristas han forjado sobre sí mismo y, recurriendo a cacógrafos profesionales,
cantidad de historias ficticias que bien podrían competir con las del libro de
Las mil y una noches, con la imaginación de los hermanos Grimm, la fantasía de
Hans Christian Andersen o la magia creativa de Perrault. Uno de estos embustes
apristas es la famosa conquista de las 8 horas que sus correligionarios han
atribuido a Haya de la Torre. César Lévano, en las postrimerías del otoño de su
vida, desbarató toda la farsa de la seudo historia creada por los plumíferos
apristas. Solo le bastaron a César 100 páginas, para que en su libro Las ocho horas (Sinco editores, Primera
edición, enero del 2019), pulverizara años de mentiras y latrocinios históricos
fruto de los apristas. Familiarizados con las aguas servidas a la hora de
escribir la historia, los apristas acomodan, tergiversan y deforman los hechos
históricos a su conveniencia, echando mano a todo tipo de argucias y
falsedades. Los “compañeros” no
gustan del agua fresca brotada del manantial para narrar los hechos como son;
como los sapos en los cementerios, prefieren regocijarse en el agua estancada
donde se desechan las flores marchitas de los muertos. En esta banda de
forajidos encabezados por uno de los personajes más nauseabundo y despreciable
de la historia del Perú, se exoneran nombres de apristas ilustres de vida
austera y trayectoria digna como Luis Alberto Sánchez, Andrés Tawnsen Escurra,
Ramiro Prialé o Javier Valle Riestra, solo por mencionar algunos, que le dieron
– con aciertos y errores, lustre al partido de la estrella. Pero energúmenos
como García, Velásquez Quesquén, Mauricio Mulder o Jorge del Castillo, con su
inmundicia e inmoralidad, con la suciedad de sus lenguas o el virtuosismo de
sus mentiras, han llevado al aprismo a ser lo que es ahora: un cúmulo de
escombros. Pero volvamos a Lévano y a su libro. Escribe César Lévano, “uno de los escasos marxistas ponderados del
Perú” (Vargas Llosa):
“En
esta reconstrucción de la épica lucha por las ocho horas en el Perú nos
proponemos restablecer la verdad histórica, no por mero afán retrospectivo. Lo
hacemos para que salga a la luz la capacidad de creación y combate que en ella
desplegó la clase obrera, a fin de alentar la confianza de esta en sus propias
fuerzas físicas y espirituales. Lo hacemos también para contribuir a que
terminen patrañas como aquella irresponsablemente sostenida por el pintor
aprista Felipe Cossio del Pomar en su biografía de Haya de la Torre, Víctor Raúl (Editorial
Cultura, México, 1961), según la cual “en la primera batalla de los obreros del
Perú para obtener la justiciera jornada de ocho horas, la idea inspiradora es
una, la voluntad inspiradora también es una. Las dos emanan de Víctor Raúl Haya
de la Torre”.
Cuando
se enarboló la bandera de la lucha por la jornada de ocho horas en la
Federación de Panaderos, en 1905, Haya de la Torre tenía diez años de edad y
vivía en Trujillo. Este hecho lanza por tierra las falsedades de Cossio del
Pomar en su libro. Como dato curioso sobre ese tema, cabe mencionar el hecho de
que en una conversación sostenida entre Maynor Freyre y Alberto Tauro del Pino,
este último manifestó que Manuel Lorenzo de Vidaurre proponía ¡la jornada de 8
horas en 1825! y la participación de los trabajadores en las utilidades de las
empresas. En el libro Los ideólogos, publicado en la Colección Documental de la Independencia del Perú editada en 1973,
se encuentra Plan del Perú, libro
del jurista, político y ensayista peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre, uno de
los precursores reformistas de la independencia del Perú. En el libro se lee lo
siguiente, en cuanto a las reglas que se deben observar con respecto a los
vasallos de los Reyes católicos en las tierras de la América Colonial:
“No
se consentirá que los negros trabajen antes de aclarar el día, ni más de ocho
horas en la mañana y tarde inclusive: el alimento no será regalo, pero sí
nutritivo y las camas aunque toscas serán de descanso: las enfermerías estarán
proveídas de cuanto sea conducente y el capellán les enseñará una vez cada
semana la doctrina conforme a sus talentos…”.
Apreciamos
en este fragmento de Vidaurre, que el germen de las ocho horas como derecho
social, venía ya de años atrás y, como escribe Lévano en su citado libro,
comenzó a hacerse palpable con la voz rebelde de los obreros a partir del año
1905. ¿Y dónde estaba Haya?
¿EN QUÉ
QUEDAMOS VARGUITAS?
Cuando
en 1971 Leoncio Reynaldo Trinidad, entrevistó a Mario Vargas Llosa (“¡Quiero volver a Cuba!”, Revista
Gente, número 149 – 150, Lima, 15 de julio de 1971, páginas 18 - 19), el
entrevistador le pregunta:
Pensamos que
un novelista escribe también poesías. ¿Tiene algunas?
-
No,
pero empecé escribiendo algunos poemas imitando a mis autores favoritos
(Chocano, Rubén Darío).
Luego
en “El pez en el agua”, esas
memorias fruto de un amargado resentido, escribe:
“Escribía,
de tanto en tanto, reseñas de libros para el suplemento El Dominical de El
Comercio. Abelardo [Oquendo] me dio a comentar una antología de la
poesía hispanoamericana, compilada y traducida al francés por la hispanista
Mathilde Pomés. En la reseña, algo feroz, no me contenté con criticar al libro,
sino deslicé frases durísimas contra los escritores peruanos en general, los telúricos,
indigenistas, regionalistas y costumbristas y, sobre todo, el modernista José
Santos Chocano”.
Este
comentario aparecido en El Comercio es
anterior a su viaje a Europa (1957). Primero critica duramente a Chocano y en
1971 declara a Leoncio Reynaldo Trinidad, “mis
amores favoritos (Chocano…)”.
El año
2005 es escritor vuelve con su aguijón ponzoñoso en ristre y escribe en su “Diccionario del amante de América Latina”,
en el acápite “Huachafería”, pág.
201; lo siguiente:
“Hay
poetas que son huachafos a ratos, como Vallejo, y otros que lo son siempre,
como José Santos Chocano, y poetas que no son huachafos cuando escriben poesía y
sí cuando escriben prosa, como Martín Adán”.