jueves, 28 de marzo de 2013

DISERTACIONES DEL SEÑOR BRECHT







PALABRAS NECESARIAS

Este libro nace inspirado en historias del Señor Keuner, del dramaturgo alemán Bertold Brecht. Asiduo lector de Brecht desde mi juventud, no había representación de alguna obra suya a la cual no asistiera. Baal, La ópera de dos centavos, Madre coraje y sus hijos (con Elvira Travesí), El Señor Puntilla y su criado Matti (con Alberto Ísola y Francesco Brero) son algunas de las obras de Brecht que me deslumbraron y acrecentaron mi admiración por él. Cuantas tardes de lectura obligatoria viví en el antiguo Instituto Goethe del Jirón Ica leyendo sus obras. Recuerdo que José Adolph me prestó un día un tomo en el que estaban Los negocios del Señor Julio César, Galileo Galilei y El alma buena de Se – Chuan. Quien terminó de educarme en el descubrimiento del alemán fue mi gran amigo y maestro César Lévano, quien, siempre tan generoso y asertivo, puso a mi disposición el teatro completo publicado por Ediciones Nueva Visión en Buenos Aires en la edición de 1967. Los catorce volúmenes de la colección me permitió leer libros tan difíciles de encontrar como La excepción y la regla, El proceso de Lucullus, Los días de la Comuna, Tambores en la noche y releer asimismo, otros que ya había leído en el colegio o en la universidad.
Quiero dejar en claro que el nombre de Brecht en el título del libro no tiene nada que ver con las opiniones, reflexiones o posiciones que hay en él, todo lo que está escrito es de mi responsabilidad. Parafraseando un poco el título de su libro Historias del Señor Keuner, llegué, después de barajar unos quince títulos, a Disgregaciones del Señor Brecht.
Colocar su nombre en el título es también un homenaje a la memoria de este gran hombre, a quien debo momentos inolvidables de aprendizaje y solaz.
Guillermo Delgado.
Wolfsschanze, marzo 28 del 2013.





LA ETERNA PREGUNTA

Interrogado por uno de sus alumnos, el señor Brecht contestó:

En primer lugar, me hace usted una pregunta muy personal, y por ende, tengo la potestad de contestarla o no contestarla, y si no lo hago, no estaría pecando de grosero. Pero como nunca me he negado a responder lo que pienso o siento, ahí va mi respuesta a su pregunta, la cual estoy convencido me la hace usted con la mejor intención. Quien aumenta el saber, aumenta el afán por saber y eso a su edad es bueno.

Si creo en la existencia de Dios, me interroga usted.

Le diré que eso no me preocupa y, si me detengo a pensar en ello, es por la simple curiosidad de saber que lleva a tanta gente a creer en la existencia de un dios creador de todo cuanto vemos y percibimos.

Si Dios existe, no tengo por qué preocuparme, está ahí, al alcance de quien lo necesita para justificar su existencia o para hacer su vida más llevadera.

Y si no existe, creo que sería inútil estar perdiendo el tiempo pensando en ello.

Ahora bien, si existe y ha dictado normas para sus creyentes y estos las siguen al pie de la letra, pues, no existe problema alguno. El problema es para aquel, que creyendo en su existencia, no sigue una vida a acorde con los cánones que rigen esa vida religiosa que ha elegido, o la sigue a medias simplemente, según su conveniencia.

Por otro lado, hay personas que sin creer en un Dios creador y omnipotente, llevan una vida digna y ejemplar, como si creyeran en él.
Entonces, creo yo, que la cuestión no está en creer o no creer, sino en el tipo de existencia que llevamos.

Me ha escuchado usted atentamente, he depositado en sus manos un rompecabezas que a usted le compete armar.

El alumno se marchó complacido y el maestro quedó intrigado por saber si el muchacho sería capaz de llegar a su respuesta.




CONSUELO

Un escritor se quejaba con el señor Brecht por el hecho de que algunas de sus obras, como condición para ser publicadas, debían de cambiar su nombre original por otro que el editor rotulaba por creerlo más comercial.

-      Consuélese, amigo, le dijo el Señor Brecht, pensando en que el pobre Chopin desaprobaba la cursilería aplicada a alguno de sus Nocturnos. Su editor inglés, Wessel, había llamado “suspiros” a los del opus 37 y “plañideras” a los del opus 27. Estos títulos estúpidos dejaron estupefacto al pianista polaco cuando una pomposa dama le pidió en cierta ocasión que interpretara “su segundo suspiro”.




EL GRAN SECRETO

Escuchaba el Señor Brecht la conversación que dos conocidos sostenían sobre el poder de convencimiento que tenía un vendedor de automóviles.

-      Yo lo he escuchado muchas veces y realmente es imposible negarse a sus peticiones, dijo uno.

-      Ese hombre es capaz de arrancarle a un sacerdote la confesión de un moribundo, dijo el otro.

Al ser requerido el Señor Brecht para que diera una opinión, este dijo:
-      Recuerdo a un hombre que poseía las características de aquel vendedor de automóviles.

Esta declaración atrajo la atención de los contertulios.

-      Estando en el velorio de un actor, este hombre, eximio convencedor, estuvo persiguiendo al sacerdote que había escuchado las últimas palabras del difunto para que se las contara. Hasta hubo apuestas entre los concurrentes: unos, de que lograba arrancarle la confesión; otros, de que el religioso defendería hasta con los dientes su sagrado voto de silencio.

Todos quedaron con la respiración en un hilo cuando vieron al vendedor y al sacerdote intercambiar cuchicheos.

A los pocos minutos, el sacerdote abandonó el gran salón repartiendo en silencio bendiciones a diestra y siniestra.

-      ¿Y cómo le fue?, preguntaron al vendedor que estaba más pálido que un papel.

-      Me derrotó, dijo. Cuando traté de convencerlo con un juego de palabras, de esos que nunca me habían fallado, me dijo con voz ceremoniosa: serias capaz, hijo mío, de defender con tu propia vida un secreto de confesión.

-      Claro que sí padre, claro que sí, le dije.

-      Pues, yo también, me contestó.
                                 



RELIGIÓN

El Señor Brecht observaba a un católico y a un musulmán discutir sobre la supremacía de sus dogmas.

-      ¿Qué le parece eso mi querido Señor?

Lo interrogó un hombrecito que también escuchaba la discusión.

-      La religión nace de la pereza mental, dijo Brecht.





NACIONALISMO


Qué importancia tiene, dijo el señor Brecht, haber nacido aquí, allá o acullá cuando no tengo un trabajo digno que me permita mantener a mi familia y a mí. Qué tan importante puede ser tener como lengua materna el francés, el alemán, el inglés o el castellano cuando la obra de tu vida es ninguneada.



-      Pero existen los nacionalismos, masculló alguien.



El señor Brecht se quedó pensativo unos instantes, luego tomó un diccionario y con un lápiz tarjó la palabra NACIONALISMO.



SENTIDO COMÚN

Asistía el señor Brecht a una reunión de anarquistas y hombres de izquierda, cuando uno de los más enardecidos militantes tomó el micro y, con el brazo en alto y estentórea voz, exhortó a los concurrentes con un discurso sumamente afectado.

-      Todos debemos unirnos como se une el cobre y el estaño para formar el bronce, todos debemos gritar en una sola voz contra la injusticia como se escuchaba otrora la voz de coro en la tragedia griega.

Los aplausos, las ovaciones y la grita no se dejaron esperar.

El eufórico militante, contagiado por esos gritos entusiastas, levantó ambos brazos y, con los puños apretados y con gesto amenazador, dijo:

-      Y yo les digo a la clase dominante, a esos oligarcas de corbata, al imperialismo explotador que en la lucha contra nosotros no pasarán…

La euforia desbordó a los concurrentes.

Un anciano que estaba al lado del señor Brecht, dijo con cierta sorna:

-      De regreso.



INGENUA INDISCRECIÓN

Estaba el señor Brecht en una presentación de libro cuando escucho que uno de los presentadores se deshacía en halagos calurosamente.

El autor, en un gesto de fingida humildad, lo detuvo.

Vamos no exagere, no es parar tanto, es sólo otro libro como los que he escrito antes.

-      No, señor mío, no, este no es como todos, este es de los buenos.




VENTAJAS

Estaba el señor Brecht paseando en automóvil con un amigo, cuando éste detuvo el auto intempestivamente.

-      Mire usted eso, ¡qué bárbaro!

En una casa había un letrero donde se leía: SE PINTAN FACHADAS A DOMICILIO.

El señor Brecht se sonrió y dijo:

-      Bueno, por lo menos le han ahorrado la molestia al usuario de traer la fachada hasta aquí.



INCENDIARIOS

Peroraba un hombre sobre la posibilidad de crear un filtro capaz de convertir el agua de mar en agua potable; muchos de los que lo rodeaban asentían admirados por tan peculiar idea.

El señor Brecht escuchaba atento.

-      Ese no es más que un charlatán propagando una idea descabellada, susurró un hombre barbado como para que el señor Brecht lo escuchara.

-      Las grandes revoluciones de la humanidad tuvieron su origen en la opinión descabellada de algún hombre, dijo el Sr. Brecht:

Fueron la chispa de los grandes incendios. Einstein, Colón, Pasteur, Galileo; la lista de incendiarios es interminable. Son los causantes de este legado de cenizas del cual todos nos beneficiamos.

                                                                            

                               
ELECCIONES MUNICIPALES

En las elecciones municipales de su ciudad natal, el señor Brecht escuchaba a uno de los candidatos. Era un hombre entrado en años que lucía un vientre pronunciado y una cabellera abundante y cana.

-      Votará por él, le preguntó un vecino.

-      No, contestó impasible el señor Brecht, prefiero a los que prometen menos, si salen elegidos será menos frustrante mi decepción.




MECÁNICA CELESTE

Un amigo del señor Brecht leía una revista científica donde se describían los últimos hallazgos y creaciones de la ciencia.

-      En el futuro no había nada que el hombre no pueda hacer.

El señor Brecht hizo a un lado su geniograma y quitándose los anteojos le dijo:

-      No creo que sea así, basta observar la primavera, la erupción de un volcán, las fases de la luna, las mareas, un arrebol, la formación de una hojarasca. Todo eso estuvo antes que nosotros y seguirá estando si no existiéramos. Es una cuestión de la naturaleza donde el hombre no interviene para nada. Podemos destruir todo, pero sería en vano, todo volvería a empezar de nuevo. 




PALABRAS DE MÁS

Desayunaba el señor Brecht con su esposa. Mientras mordisqueaba una tostada leía, como era su costumbre, un libro de Plutarco.

-      Es curioso, dijo el señor Brecht entusiasmado a su mujer. Aquí dice que Catón el Mayor empezó a aprender griego a los ochenta años de edad. No te parece admirable.

La mujer miró los trastos acumulados en el lavadero y, extendiendo un delantal, se lo dio a su esposo diciendo:

-      Entonces no tendría nada de raro que aprendieras a refregar la vajilla no crees.




ALMAS CARITATIVAS

Pasaba el señor Brecht con un amigo que tenía fama de tacaño por una congregación religiosa. Al verlos, dos jóvenes novicias los abordaron esbozando una angelical sonrisa.

-      Cómprennos una entrada, es para una función de caridad.

El señor Brecht pagó la suya y recibió un boleto verde, pero el amigo se apresuró a decir:

-      Cuanto lo siento, ese día no estaré en la ciudad, pero les aseguro que mi alma las acompañara en tan noble evento.

-      No se preocupe, tiene usted suerte, dijo la más joven extrayendo de entre los pliegues de su hábito unos boletos de color celeste cielo. Todavía nos quedan asientos preferenciales para almas caritativas como la suya. Aquí tiene.

Refunfuñando el amigo del señor Brecht pagó.




INGENIO MASCULINO

-      Mi esposa es una mujer muy quisquillosa a la hora de hacer compras, por eso sufro una eternidad cuando no puedo evitar acompañarla, dijo el señor Brecht.
-      Todas las mujeres son así, amigo, parece que no las conociera, dijo un hombre que estaba junto a él comprando el diario de la mañana.

-      Es que usted no conoce a la mía, dijo el señor Brecht mientras daba una rápida mirada a los titulares. La otra vez fuimos a un supermercado y cuando estábamos por pagar se dio cuenta que los racimos de uva que había escogido no pesaban el kilo exacto que ella quería.

El hombre se interesó por tan extraño hecho.

El señor Brecht prosiguió:

-      Iba y venía con nuevos racimo, buscando la combinación que diera el peso exacto; a cada arreglo fruncía el ceño y no quedaba contenta.

-      Debe haber sido una situación muy engorrosa para el tendero, y para usted dijo el hombre. ¿Y cómo terminó aquello?


-      Muy fácil, fui desgajando el racimo comiéndome las uvas hasta lograr el peso exacto.



UNA FÁBULA

   Una vecina del señor Brecht dijo sentirse desesperada por las malas juntas con que andaba su hijo.

-      Hay un muchacho de catorce años que los tiene encandilados porque hace todo lo contrario a lo que debe hacer un muchacho de su edad. Esta situación me tiene enferma, no sé qué hacer.

El señor Brecht que la escuchaba atentamente la interrogó:

-      ¿Y cuántos años tiene su hijo?

-      Siete años, respondió la mujer.

-      Veré qué puedo hacer, hablaré con el niño, dijo el señor Brecht.

A solas con el rapazuelo, el señor Brecht notó que el niño era muy avispado.

-      Te contaré la historia del búho, te aseguro que te va a encantar, dijo el señor Brecht muy animado.

  Una tarde los animales de un bosque se hallaban charlando amenamente, cuando se escuchó la cantarina voz del conejo.

-      Para mí no hay animal más extraordinario que el búho, sabe todo de todo, y además, ve de noche las cosas que nosotros no podemos ver.

  Los animales quedaron estupefactos ante tal prodigio, pero quisieron comprobar si era verdad lo que el conejo decía o todo no pasaba de ser una baladronada de aquel orejudo roedor.

   Reunidos en un calvero, esperaron la noche y a tientas llegaron hasta un viejo alerce que servía al búho de vivienda. Ahí estaba el ave encaramada en una rama, quiera como un sarmiento seco y nudoso, con los ojos como un faro encendido.

  El búho se mostró intrigado con aquel grupo diverso; empolvados y muy agotados, los animales se agruparon alrededor del árbol haciendo grandes esfuerzos por ver algo en aquella densa oscuridad.

-      ¿Qué los trae por aquí a estas horas? ¿Es que no es su hora de dormir?

La zorra, conocida por su astucia, fue la primera en preguntar:

-      ¿Sabías que existen camellos de una sola joroba?

-      No existen, dijo el búho batiendo suavemente sus alas. Estas hablando del dromedario, los camellos tienen dos jorobas.

-      ¡Oh!, se escuchó. ¡Cuánto sabe este pajarito!, dijo una ardilla.

-      No es un pájaro sino un ave, dijo un lirón.

-      ¡Bravo!, gritó el conejo. Ven que tenía razón.

    Luego le tocó interrogar al mapache:

-      ¿Sólo las aves se reproducen por medio de huevos?

-      No, contestó la rapaz, también el ornitorrinco lo hace.

-      ¡Brillante! ¡Extraordinario!, exclamaban eufóricos los animales. Es un gran sabio, lo sabe todo.

   El sapo, curioso e incrédulo, pregunto:

-      ¿Cuál es el felino que no le tiene terror al agua?

-      El tigre, contestó el búho con estentórea voz.

  Todos terminaron convencidos de que aquel animal era un ser superior, un dios venido del cielo y llamado a guiar a todo animal de aire, tierra y agua.
-      Te seguiremos a donde tú vayas, pues, eres un dios.

-      ¡Viva Dios! ¡Viva Dios!, gritaban los exaltados animales, perturbando el sueño de todos los animales que dormitaban por los alrededores.

    La turba enardecida se marchó, pero antes del amanecer ya estaban de regreso.
   El ensoberbecido búho bajó del árbol y, orgulloso del pedestal en que lo habían colocado, se puso a caminar por el bosque seguido por todos los animales de la noche anterior. Todo un flautista de Hamelín.

   El búho, ágil y volandero por la noche, se mostraba lento y torpe durante el día. Su vanidad lo impulsaba a seguir a pesar que iba tropezando con todo lo que le salía al encuentro. Los animales lo seguían poseídos por un entusiasmo que los hacia ciegos a los trompicones que daba la rapaz.

   Ya al atardecer, llegaron al borde de un abismo muy profundo y, como el búho no veía nada, pues, el sol lo había cegado por completo, rodó como un guijarro cuesta abajo. El mismo destino tuvieron los animales que lo seguían. Está demás decir que todos murieron ese día.

-      ¿Qué le dijo al muchacho que ya abandonó a esos gamberros de amigos que tenía?, preguntó al señor Brecht la madre del niño.

-      Nada, contestó este, sólo bastó con contarle una fábula.




DULZOR DE LA VIDA

   Entro a una tienda de comestibles el señor Brecht y se topó con un hombre que tenía fama de ser antipático y desagradable.

-      ¡Buenos días!, dijo.

-      ¡Buenos días!, contestó secamente el avinagrado tipo.

   Cuando vio que el tipejo se había marchado, el tendero le dijo al señor Brecht:
-      ¿Cómo puede usted desearle los buenos días a ese hombre?

-      A veces es mejor ponerle unos granos de azúcar a las palabras, amigo, contestó el señor Brecht esbozando una sonrisa.




TIEMPOS MODERNOS

-     Creo que deberían reescribirse muchos pasajes de la Biblia, decía el señor Brecht a un amigo, en estos tiempos modernos con el avance de la ciencia y la tecnología, resulta difícil que los niños crean que un hombre tiene el poder de abrir las aguas con unas cuantas palabras o que un hombre, por más milagroso que sea, pueda hacer ver a un ciego, hacer que hable un mudo o que haga caminar a un paralítico.




MEMORIOSAS

-      Las mujeres tienen tan buena memoria que se acuerdan de todas las fechas en que uno llegó a casa con unos tragos de más.

  Comentó el señor Brecht mientras empinaba el codo en un bar con unos amigos.



LA MUERTE

   Hace pocos días conversando con el señor Brecht sobre la muerte, le dije que era un tema que siempre me había causado temor.

-      El temor a la muerte es algo ridículo; en esa hora suprema no hacemos más que devolver lo que se nos dio. Es una experiencia donde todo es nuevo, pues no hay una experiencia previa. La muerte nos arranca de la tierra y nos devuelve al misterioso cielo. En la hora de la muerte se está solo, como en el boxeo. 

El pugilista, una vez que está en el cuadrilátero, no tiene donde
esconderse.

En ésta, su última pelea, perderá de todas maneras. La muerte ha salido airosa siempre y así será por toda la eternidad.




DULCES RECUERDOS

-      La vida como el amor está hecho de recuerdos, dijo el señor Brecht a un grupo de damas que organizaban una reunión benéfica.

-      ¿Cómo es eso?, preguntó una sexagenaria señora.

-      Mire usted, mi madre acostumbraba a comer melón con sal, algo que es inusual. Yo amaba mucho a mi madre, aun cuando era muy difícil que nos pusiéramos de acuerdo en muchas cosas. Cada vez que veo un melón o un pomo con sal, me viene el recuerdo de ella y eso me regocija, siento una profunda nostalgia. Sé que jamás podré olvidarla, ahí estará el melón y la sal para recordármela.

-      ¡Ah!, dijo la anciana arqueando las cejas.

-      Pero eso no es todo, prosiguió el señor Brecht. En todo recuerdo hay una tristeza. Mi madre despreciaba el té, era un trauma que arrastraba de la niñez. No le agradaba esa bebida y le obligaron a tomarla a la fuerza. No es difícil darse cuenta de que cada vez que tomo una taza de té, en cada sorbo me viene su grato recuerdo.

   El señor Brecht calló y siguió  bebiendo su taza de té.




HOMBRE CREATIVO

-      Es usted un hombre muy creativo, señor Brecht, es increíble que no haya escrito ningún libro, dijo el bibliotecario entregándole un libro sobre instrumentos musicales medievales.

-      Se equivoca, amigo, si he publicado uno, y da la casualidad que aquí en mi maletín llevo un ejemplar.

   El señor Brecht extrajo de la valija un bello libro encuadernado en cuero donde se leía su nombre y el título del libro.

-      “Páginas en blanco”, hermoso título, dijo el bibliotecario.

Al ojearlo, noto que todas las páginas estaban en blanco.




CARITA DE ÁNGEL

  Estaba el señor Brecht en un concierto sinfónico donde se interpretó las Variaciones de Goldberg, de Bach y posteriormente las Rapsodias húngaras de Liszt, música noble y hermosa, que mantenía al señor Brecht sumergido en sus pensamientos, conectado a la música y ajeno a su vecindad.

   La tercera pieza interpretada, El herrero armonioso, de Haendel, logró que el señor Brecht permaneciera cómodamente sentado, solitario y lejano, con un semblante relajado y sereno, como quien se transporta en un mundo paradisiaco.

    El señor Brecht sonreía, felizmente extasiado y perdido en parajes lejanos. Sólo abrió los ojos por unos segundos, antes que finalizara la última pieza. “Esta música no se puede expresar con palabras porque ya la música lo dice todo”, musitó.

   Como todo era parte de un acto benéfico, se había anunciado la participación de un cantante de música moderna, especialista en baladas de amor; de ahí que la mayor parte del teatro había sido invadido por un gran número de jovencitas que comenzaron, impacientes, a corear el nombre del baladista. Al lado del señor Brecht se hallaba un muchacho que a cada grito desaforado de las muchachas mostraba su desagrado: al lado de él estaba una bella jovencita que parecía ser su novia y que era una de las más entusiastas gritonas.

    El espectáculo llegó a su clímax cuando apareció en el escenario un joven alto, delgado y de un rostro andrógino que le daba una belleza inusual. La primera canción hizo remecer al auditorio, poner más eufórica a la novia y más histérico al muchacho que no cesaba de importunar al señor Brecht con sus acervos comentarios.

-      Ha visto, le dijo.

   El señor Brecht esbozó una sonrisa de compromiso, total, él permanecía en el teatro sólo por respeto al acto humanitario.

-      Quítele esa cara de ángel, al patán eso, los millones que tiene y esa voz melodiosa y dígame qué queda, dijo el muchacho.

El señor Brecht dibujo una mueca sardónica y le dijo:

-      Nosotros.



SABIDURÍA FEMENINA

   Leía el señor Brecht “Las palabras” de Sartre mientras su mujer luchaba por enhebrar una aguja.

-      ¿Quieres que te ayude?, preguntó el señor Brecht viendo lo infructuoso que le resultaba a la mujer lograr su cometido.

   La esposa no contestó y siguió en lo suyo. Después de diez minutos, el señor Brecht levantó la mirada y quiso decir algo.

-      Mi madre siempre tuvo el cuidado de no intervenir en los quehaceres de sus hijos, dijo la mujer.

El señor Brecht se repantigó en su poltrona y hundió su rostro en el libro.

La mujer agregó.

-      Sólo estoy esperando que deje de pestañear para sorprenderla.




LAS MOSCAS

  Bebía el señor Brecht una infusión en un restaurante en compañía de un obispo. Observaba a mozo luchando afanosamente por matar una mosca. Iba y venía el muchacho por entre las meses blandiendo el matamoscas como quien lleva una espada.

-      Y toda la culpa la tiene ese hombre necio que se le ocurrió meter dos moscas en un arca, dijo el señor Brecht socarronamente.

    El obispo dio un largo sorbo a su infusión, se secó los labios delicadamente con una servilleta, inclinó la cabeza ceremoniosamente y se marchó sin decir palabra alguna.

-      Eso es lo que yo llamo tolerancia, dijo el señor Brecht y siguió observando al muchacho.




COLEGAS

-      Beber es un acto de solemnidad que ayuda a meditar, a reflexionar, es como una cita consigo mismo, dijo el señor Brecht a un cantinero que le preparaba un martini seco.

Después de beber un sorbo, agregó:

-      Un día se sentó al lado mío un tipo completamente borracho. Bizqueando y en medio de una monotonía de hipos y estruendosos borborigmos me buscó conversación.

Me preguntó a qué me dedicaba.

A nada, le dije, pensando que con ellos daba punto final a su intromisión.

-      Caramba, choque esa mano, colega, yo tampoco hago nada.

-      Fue así como, agregó el señor Brecht, tuve que pasarme una hora soportando a ese beodo entre vapores de cerveza barata capaz de tumbar a una manada de elefantes.




REFLEJOS

   Estaba el señor Brecht en una pinacoteca, frente a un cuadro de Kokoschka. Un muchacho de cabellos largos y desordenados se detuvo al lado de él. Movía la cabeza de un lado a otro como quien busca un punto de partida para la comprensión se lo que tiene al frente.

-      ¿Qué ve usted?, preguntó al señor Brecht.

Este quedó pensativo.

-      Ve a esa mujer, le dijo.

   El muchacho dirigió su mirada a una bella señora que se miraba frente a un espejo mientras se acomodaba el cabello.


-      Ahí vemos nuestros rostros; aquí nuestras almas, concluyó el señor Brecht señalando el cuadro.




CUESTIÓN DE RAZAS

Un día un grupo de jóvenes universitarios estaban haciendo una encuesta con una pregunta un poco insólita: “¿Cómo se puede reconocer un estúpido?”
Interpelado el señor Brecht, dijo lo siguiente:

-      Mire, es muy fácil, pero quiero contárselo con una pequeña historia.

“Dos amigos, que vivían juntos, decidieron comprarse un par de perros.

De regreso a casa, uno de ellos le preguntó al otro:

-      Oye, Totito, ¿Cómo vamos a hacer para saber cuál es tu perro y cuál es el mío?
-      Eso es muy fácil, le atamos un lazo rojo al cuello del tuyo y un lazo verde al cuello del mío.

-      Eres un genio, Totito.

Una tarde los perros se ligaron en una pelea furibunda y ambos perdieron sus lazos.

-      Estamos como al principio Totito y ahora ¿Qué haremos?, preguntó sumamente preocupado el amigo.

-      Eso déjamelo a mí, eso es lechuguita para mi huerto. Mira, le pondremos un poco de pintura roja en las patas al tuyo y un poco de verde en las patas al mío. ¿Qué te parece?

-      Me asombras con tu genialidad, Totito, realmente eres todo un prodigio.

Pero esos perros traviesos se fueron  a vagabundear y regresaron con las patas llenas de barro y sin pintura alguna.

-      ¿Y ahora qué vamos a hacer?, dijo el amigo al borde de un colapso.

-      Ya sé, dijo Totito, le cortamos las orejas al tuyo y así será fácil determinar cuál es el tuyo y cuál es el mío.

-      No, contestó el amigo decidido, eso es una crueldad. ¿No tienes otra idea mejor?

-      Ya lo tengo, dijo Totito triscando los dedos. Que el bóxer sea tuyo y el labrador sea mío”.

-      Huelgan los comentarios, no creen, dijo el señor Brecht.




LAS VOCES

Mi vida interior y exterior dijo el señor Brecht, ha cambiado con los años. La voz de otros hombres, vivos o muertos, me han orientado a través de sus libros y por ello creo que debo esforzarme día a día, para ponerme a la altura de tan nobles como elevadas voces.




CUADROS

Estaba en una pinacoteca el señor Brecht viendo los cuadros de un pintor muy publicitado. Un crítico de arte, muy influyente, se acercó y le dijo al oído:

-      ¿Qué opina de estas pinturas?

El señor Brecht lo miró de soslayo y le contestó:

-      Si tuviera uno en mi casa lo colgaría lo más cerca al techo.




EL TIRO POR LA CULATA

Una de las candidatas a la presidencia de un club social era la señora Brecht.

-      No creo que pueda vencer a mi oponente, dijo la señora al señor Brecht. La chica es bastante joven y sospecho que basará su discurso en eso.

-      Dame unos minutos y te escribiré lo que tendrás que decir. Te aseguro que ganaremos, dijo el señor Brecht con gran optimismo.

El día del debate final, tal como lo había previsto la señora Brecht, la joven candidata destacó su juventud, la cual, según ella, irradiaba entusiasmo, mucho ímpetu y más ímpetu.

El público asistente, muchachas jóvenes en su mayoría, aplaudió a rabiar.

Cuando le llegó su turno, la señora Brecht bebió un poco de agua, carraspeó fuertemente para apagar el rumoreo, miró al señor Brecht con una sonrisa cómplice y dijo:

-      Estoy de acuerdo en que la juventud es sinónimo de entusiasmo, pero quienes hemos pasado esa etapa conservamos el entusiasmo y a ello sumamos experiencia. Quien sino una mujer que ha sido madre conoce bien ese entusiasmo y esa experiencia.

Y mirando a las muchachas presentes agregó:

-      Recuerdan todo el tiempo, dedicación, esmero, cuidados y amor que sus madres les han brindado, cuántas noches de desvelo soportó valerosamente la madre de cada una de ustedes para que ustedes durmieran plácidamente…
La señora Brecht fue elegida presidenta.




PRECISA EXPLICACIÓN

Comían el señor Brecht y su esposa en un restaurante. Llegada la hora de los postres, decidieron comer unos helados.

Interrogando el mozo del porqué de una clara diferencia de precios entre la porción de fresa y la porción de chocolate, el muchacho contestó con gran naturalidad:

-      En que uno es rosado y el otro marrón.




CUIDADO CON LAS APARIENCIAS

-      Nadie puede negarle a la religión haber cumplido un papel preponderante en la vida del hombre, dijo el señor Brecht a un diácono que visitaba la ciudad.

Fue un paliativo cardinal de belleza que llenó de calidez y sensibilidad la vida primitiva.

El religioso asentía con la cabeza.

-      ¡Cuánto le debe a la religión la pintura del medioevo y del renacimiento!, ¡cuánto la escultura que nació de la elaboración de ídolos!, ¡cuánto la arquitectura que hizo joyas construyendo templos! Y qué decir de la música, nacida entre los Salmos; los dramas, del relato de leyendas; la poesía, de las jaculatorias y la danza de la devoción estacional de los dioses.

-      Veo que es usted un fervoroso creyente, dijo el diácono.

El señor Brecht, sin titubear, dijo:

-      No, creo que la edad de la inocencia ha pasado. Las religiones han ido perdiendo terreno y con el tiempo se desvanecerán de la memoria de los hombres como fugaces volutas de humo.




CUESTIÓN DE OÍDO

Viajaba el señor Brecht con su esposa en un autobús, cuando notaron que una señora, a pocos metros, batallaba con dos niños que hacían de las suyas, yendo y viniendo por el corredor.

-      Siéntense, muchachos traviesos, gritó la mujer.

Los niños, que no pasaban de los cinco años, no se inmutaban ante la petición de la madre.

-      Estos niños parecen sordos, dijo la mujer mirando a la señora Brecht y al borde de la desesperación.

El señor Brecht murmuró al oído de su esposa:

-      Están practicando para cuando se casen.




PUNTOS DE VISTA

Bebía el señor Brecht con unos amigos en “El Oculto”, cuando uno de ellos, nativo de Escocia, dijo:

-      Considero, y no lo tomen a mal, que el whisky de mi tierra es superior al de aquí.

-      Lo dudo, contestó el señor Brecht, ustedes allá beben whisky del país, mientras nosotros bebemos del importado.




VIDA EN COMÚN

Estaba el señor Brecht con su sobrino en un muelle viendo como una embarcación, que había naufragado, era remolcada.

-      La vida tiene mucho en común con los barcos, cada naufragio es una experiencia nueva, dijo el señor Brecht. Lo importante es aprender de ellos, para que cuando lleguemos a la vejez, lo hagamos en puerto seguro.




ADULTOS MAYORES

Veía el señor Brecht como cuatro jóvenes luchaban vanamente por sacar un camión atascado bajo un puente.

-      Te dije que no pasaría, pero no me hiciste caso, papanatas, le dijo uno de ellos al que parecía ser el conductor.

El señor Brecht se ofreció a ayudarlos, pero uno de los jóvenes, respetuosamente, le dijo que ese no era trabajo para “adultos mayores”. Lejos de enfadarse, el señor Brecht siguió observando. Ni marcha hacia adelante, ni marcha hacia atrás: el camión estaba más atascado que una bota en un barrizal.

-      Me doy por vencido, dijo el conductor.

Nos puedes ayudar señor.

El señor Brecht tomó un alfiler y desinfló las llantas.

-      Bien, dijo, ya pueden sacarlo.




EXEQUIAS DE UN POETA

En un cementerio, departían el señor Brecht y un grupo de amigos.

-      Se ha ido uno de los grandes poetas de mi generación, dijo consternado uno de los contertulios.

-      Hemos sepultado a una de las mejores voces de este siglo, dijo otro con acento remilgado.

La emoción hacia que los tonos de voces fueran aumentando según transcurrieran los comentarios y calificativos en torno al muerto. Uno de los vigilantes del camposanto les pedía a cada momento que no “hicieran tanta bulla”. Cuando ya los amigos abandonaban el lugar el señor Brecht los detuvo.

-      Esperen un momento, les dijo.

Con un plumón de tinta indeleble escribió en un bote de basura: por favor, no hable en voz alta, respete el sueño de los muertos”.




ARMONIOSO SILENCIO

Un amigo le dijo al señor Brecht, con tono preocupado.

-      Hace ya dos semanas que no cruzo palabra con mi esposa.

-      Vaya, felicitaciones, es el mejor indicio de que vuestras relaciones marchan sobre ruedas.



SIMPLE LÓGICA

Caminaba el señor Brecht por un cementerio, cuando vio a uno de los sepultureros acomodando unos crisantemos sobre la tumba donde la tierra parecía recién acomodada.

-      ¿Qué tal el trabajo?, interrogó el señor Brecht.

El hombre se limpió el sudor de la frente y le dijo:

-      Es un buen trabajo, lo bueno es que ningún cliente se queja de un mal servicio.




BUEN ACÓLITO DE BACO

Celebraban en un bar el cumpleaños de un amigo, cuando el señor Brecht dispúsose a marchar.

-      Quédate un rato más y después nos iremos juntos, le dijo uno de sus vecinos.

-      Ya he bebido mucho, dijo el señor Brecht. Estoy en el límite en que los secretos emergen y las promesas que no se cumplen están por aflorar.




SEGÚN EL CRISTAL CON QUE SE MIRE

Estaba el señor Brecht en una reunión en la que se otorgaba una medalla a cierto activista político por el valor demostrado durante más de treinta años.

-      Ese hombre es un cobarde y un rastrero, esto es realmente indignante, dijo un caballero ahí presente mirando al señor Brecht.

La mirada inquisitiva de su vecino obligó al señor Brecht a dar su opinión.

-      El valor de ese tipo de hombres radica, paradójicamente en su cobardía y en la capacidad que tienen para mimetizarse y someterse a la voz de mando. Son como las termes que silenciosamente y efectivamente carcomen la madera por dentro sin que nadie se dé cuenta. Estos tipejos socaban las bases de las instituciones a las que consideran enemigas de sus intereses, siempre lo hacen por un pago o una prebenda. Si esa es su función, querido amigo, ¿no está bien ganada esa medalla?




EL MUNDO ES DE LOS RICOS

-      Cierto día, contaba el señor Brecht, acompañé a una amiga a hacer un trámite en un banco local. Todos los estacionamientos estaban ocupados. De pronto divisó a un automóvil que salía, pero le indique que a pocos metros había un bello Mercedes que parecía estar esperando.

-      Eso no es problema, me dijo.

-      Con gran destreza, maniobró el pequeño Volkswagen en que estábamos y le ganó la partida al Mercedes. Mientras sacaba algunos documentos de la guantera, apareció al lado de donde estaba un anciano de gran porte y de una elegancia a todas luces. Con voz refinada y amablemente le dijo a mi amiga.
-      Señora, yo esperaba desde hace media hora ese cupo para estacionar mi auto.
Mi amiga sonrió y, con cierta gracia, le contestó.

-      Vamos, señor, el mundo es de los vivos.

El hombre inclinó la cabeza en señal de despedida y se retiró. Cuando nos aprestábamos a bajar, un golpe seco y cataclismico nos arrojó contra el parabrisas.

Mi amiga y yo nos miramos sorprendidos y aterrados. De repente vimos el rostro del anciano.

-      No señora, el mundo es de los ricos. Aquí tiene una tarjeta con mis datos. Mi secretario le repondrá un auto nuevo. Hasta la vista.

Cuando logramos salir del pequeño Volkswagen, notamos que el anciano había estrellado su moderno Mercedes en la parte posterior del auto de mi amiga. El motor estaba hecho añicos.




EL SEÑOR BRECHT Y LOS EUFEMISMOS

Contaba un parroquiano al señor Brecht la forma en que había sido despedida su esposa.

-      Su jefe la mandó llamar. Ella estaba emocionada, pues cumplía veinticinco años trabajando en esa empresa y, si bien no le daban un aumento desde hacía mucho tiempo, lo mínimo que esperaba era una frase de reconocimiento.

El señor Brecht lo escuchaba con atención mientras  bebía un café.

-      Señora Bonete, le dijo, hoy viernes cumple usted un cuarto de siglo trabajando para nosotros, todo un record en verdad, dijo el jefe.

Mi pobre mujer no cabía de la emoción.

-      La verdad es que no sabemos qué haríamos sin usted.

Y luego agregó, muy fresco.

-      Pero a partir del lunes lo vamos a saber.

El hombre bebió su cerveza. Se limpió la espuma con la manga y pidió otra. Lucía alterado.

-      Vaya eufemismo, dijo el señor Brecht.

-      Eufemismo. ¿Y eso qué es? Interrogó el parroquiano.

-      Formas suaves de decir cosas cuya franca expresión resultaría dura y malsonante.

-      Voy captando, dijo el parroquiano algo más calmado.

Luego de pedir unos bocadillos, el señor Brecht prosiguió.

-      Cuando un bebedor es un fulano cualquiera es un borracho, pero si es un hombre rico es un bebedor social. ¿Ve la diferencia?

El parroquiano asintió.

-      Ahora al imperialismo le llaman globalización y a los países pobres que son víctimas de este imperialismo, los llaman del Tercer Mundo, países en vías de desarrollo y otras tonterías. Como vera, sólo cambian los nombres y la pobreza sigue siendo la misma.

El parroquiano extrajo una libreta de su paletó y comenzó a tomar nota. El señor Brecht se alegró.

-      Los niños que ya no pueden continuar en la escuela por falta de recursos económicos y que se ven obligados a trabajar para ayudar a sus padres se le conoce como deserción escolar.

El parroquiano apuntaba con entusiasmo.

-      ¿Sabe cómo se hacen llamar los militares que toman el poder con las armas? ¿Tiranía, dictadura?

No, señor. Proceso revolucionario. Al pobre se le llama persona de escasos recursos, al aumento de los precios, reajuste.

Después de una pausa, Brecht prosiguió.  

-      Al ladrón, amigo de lo ajeno, a la bacinica, tacita de noche, a la prostituta, dama de compañía.

¿Sabe cómo se le llama al dinero de las coimas? Aceitada, cariño, gentileza, mordida, la mía, gratificación, reconocimiento, estimulo, helado.

Y le podría citar cientos de nominaciones más. Esos corruptos tienen una imaginación tan cuantiosa como las prebendas que reciben.

Allí permanecieron ambos hombres. La oratoria del señor Brecht con sus enseñanzas mejoraron  los ánimos del parroquiano. Cuando se despidieron en la puerta de la hostería, el señor Brecht vio al parroquiano que iba entretenido repasando sus notas.




CITA URGENTE

Observaba el señor Brecht un cuadro de Rembrandt.

-      ¡Qué maravilla!, dijo.

-      Cuando estuve en Ámsterdam fui a la calle Zeertraat y vi la casa en que vivió. Murió olvidado y pobre, dijo el amigo que lo acompañaba.

-      Sin embargo, hasta lo que sé, no murió desgraciado, dijo el señor Brecht.

-      Nadie como él conocía el verdadero valor de su obra. Sus acreedores lo perseguían sin piedad. Lo que el mundo pensaba sobre sus cuadros le era indiferente. Realizó lo que él sabía, era el propósito y la razón de ser de su vida y eso lo justificó.

-      Tiene razón, dijo el señor Brecht. Como Van Gogh, fue perseverante y leal a sus ideas.

El señor Brecht siguió viendo los cuadros. Se sentía a gusto en las pinacotecas tanto como en las bibliotecas. De soslayo, vio a su amigo conversando con un hombre de aire distinguido, de abundante bigote y mirada soñadora. Por la ropa, el señor Brecht dedujo que era de esos gentlemen que no escatiman gastos cuando de comprar lo que les gusta se trata.

A los pocos minutos se le acercó el amigo.

Su mirada era la de un hombre desesperado que tiene que tomar una decisión y que no sabe qué hacer; la responsabilidad de decidir lo había sobrepasado.

-      Mire, señor Brecht, ese señor que ve ahí es uno de mis mejores clientes, en mi joyería, usted sabe. Me ha pedido mi opinión sobre esos tres cuadros que piensa adquirir. Es uno de esos millonarios que compran y pagan altos precios por cuadros de escaso valor. La verdad es que no sé cómo decirle que esas pinturas no valen nada, temo herir sus sentimientos y, usted sabe, es uno de mis mejores clientes…

El señor Brecht le dio una palmada en el hombro.

-      No se preocupe, amigo, vamos. Si no tienes perro caza con el gato, dice el dicho.
El vendedor ya estaba por cerrar el trato. Era un tipo de rostro y cabeza grande. Tenía los ojos hundidos y la nariz fuerte y ancha. El señor Brecht observó los tres cuadros, se rascó la barbilla y miró al comprador.

-      ¿Qué le parecen?, interrogó el hombre. Aquí el joyero parece conocer de gemas pero no de cuadros.

-      ¿Quiere mi opinión?, interrogó el señor Brecht, aprovechando que el vendedor se había retirado a atender a otro cliente.

-      Por su puesto, amigo, se ve en usted a un hombre experto en estos menesteres.
-      Pues bien, le diré que si usted hubiera elegido con los ojos cerrados, posiblemente lo habría hecho mejor.

El comprador se deshizo en agradecimientos. Tomó su sombrero, su bastón y se marchó.

-      ¿Y qué fue?, preguntó el vendedor al ver que el comprador se iba.
-      Tenía una cita urgente, dijo el señor Brecht.




EL SEÑOR BECHT Y LOS REFRANES

Escuchaba el señor Brecht los debates en una asamblea municipal. Los conservadores criticaban duramente la gestión que los liberales habían realizado en los últimos dos años de su gestión.

-      Por eso pedimos al pueblo que en estas elecciones nos apoyen con su voto, gracias, concluyó el orador principal del grupo conservador.

Los asistentes, que se contaban por cientos, vitorearon al orador.

Una señora se acercó al señor Brecht y le preguntó.

-      Contaremos con su voto.

El señor había contemplado perplejo que la mitad de los conservadores de ahora eran los mismos liberales de antes.

-      Pero señora, ¡si son los mismos perros con distintos collares!




VELORIO

Estaban el señor y la señora Brecht en un velorio, cuando un curioso que pasaba por ahí, preguntó a uno de los que estaban cerca de la puerta.

-      ¿Sabe usted quién es el muerto?

El hombre lo miró con fastidio y le contestó:

-      Sí, el que está en el ataúd.




EL DIARIO DEL SEÑOR BRECHT

Hacía tiempo que el señor Brecht llevaba un Diario, o si se quiere, un cuaderno con anotaciones. En él solía anotar pequeños sucesos que acontecían en su vida y que consideraba que debían ser recordados. No faltaban por ahí algunas ocurrencias inspiradas en la vida diaria. Lo curioso es que el Diario no tenía fechas, parecía no darle importancia a ello. El señor Brecht lo consideraba algo muy personal, por ello no lo había mostrado a nadie y, mucho menos, pensó en su publicación: una mañana su esposa limpiaba su escritorio, al pasar el plumero sobre su mesa de trabajo golpeó el Diario y este fue a dar al suelo. Al recogerlo, notó que había quedado abierto en una de las primeras páginas. La curiosidad se apoderó de ella al leer el contenido de una de las lecturas, pues, se sintió tocada…

(1)
Los hombres hemos dicho “te amo” a muchas mujeres antes de casarnos. Nuestra esposa, que ha llegado a nosotros mucho después que aquellas, tiene todo el derecho a dudar de la veracidad de las palabras de amor que les prodigamos.


La señora Brecht quedó pensativa. Se acordó de lo que le pasó a la mujer de Lot, pero la curiosidad pudo más que su temor. Se acomodó en una poltrona y siguió leyendo…

(2)
    Dos cuervos observan a dos labriegos que trabajaban en un campo de maíz. Uno le dijo al otro:

     Qué poder secreto tendrán esos hombres que no les hace temer a ese horrible espantapájaros.

(3)
     Pensar es saber despejar las nubes para apreciar el azul del firmamento.

(4)
   Hay hombres que necesitan de otros para poder vivir, para poder tomar decisiones. Este tipo de hombres carecen de coraje, de pasión, son como pararrayos que añoran el golpe del rayo para justificar su presencia.

(5)
    En el otoño los árboles dejan de comunicarse.

(6)
    Al ver a un niño que hace de una escoba un caballo o de una zanahoria un avión, nos damos cuenta que tan pobre es nuestra imaginación.  
(7)
     He visto pasar a la felicidad por el horizonte, estiré mi brazo, pero estaba muy lejos de ella.

(8)
     Era tan desvergonzado que no se sonrojaba por no oír el trino de los pájaros y no ver la belleza de un crepúsculo.

(9)
   Era tan antipático que cuando se miraba en el espejo su imagen ya había huido.

(10)
     Hay una secreta, cordial y misteriosa comunicación entre pájaros y árboles que los ha llevado a convivir durante miles de años.

(11)
    Es un mendigo muy considerado, roba la ropa del espantapájaros y lo viste con la suya.

(12)
     Me gusta mucho el silencio, esa mágica sensación de sentirme sordo.

(13)
    ¿Habrá algo más triste que un payaso vestido de luto llorando ante el cadáver de su hijo?

(14)
       Los dolores corporales no son más que guiños que la muerte nos hace.

(15)
   Los Premio Nobel de Literatura se otorgan ahora según conveniencias y simpatías políticas; es denigrante ver que las bondades y calidad de escritores con ideas socialistas no se consideren a la hora de decidir a quién se le da el premio. ¡Viva la democracia!

(16)
    No me aburro en ningún lugar porque siempre llevo un libro conmigo.

(17)
     Se sentía muy incómodo en esa reunión, como una estatua de cera en el taller de un herrero.

(18)
     Era tan desgraciado su rostro que nadie lo notaba.

(19)
    No hace un árbol genealógico de sus ancestros por temor a encontrar colgado a un burro.

(20)
    Lección instructiva: el padre fue un pródigo que llevo a la familia a la miseria; el hijo, un tacaño empedernido que guarda su dinero con sigilo.

(21)
    En un Diario el artista concentra su experiencia de vida. Ahí encontramos lo que le va sucediendo, lo que va sintiendo, la visión del mundo que lo circunda, cómo surgieron sus obras, cuál fue el estímulo que lo llevó al primer paso.

    Un Diario no deja de ser una obra de arte, pero a diferencia de un cuento, novela, relato o drama, no posee un esquema previo; el Diario se va forjando aleatoriamente al acontecer cotidiano y, en sus páginas, está el autor así como un gran número de personas que lo rodean.

(22)
    Después de leer los maravillosos versos de Verlaine, cuesta imaginar al autor de “Los poemas saturnianos” y “Las fiestas galantes”, tumbado en una cama con un abrigo raído y maloliente, el calzado sucio como todo lo que hay en esa habitación que no es otra cosa que un antro de mugre y fetidez. Ya su desprecio por los cuidados personales ha llegado a límites indescriptibles. No se muda de ropa interior, mugriento, desaliñado, carece cada día de menos dinero porque lo que su madre le envía va desapareciendo de sus manos como un espejismo en el desierto de sus calamidades. Sucia la barba, la camisa llena de manchas de ajenjo y otros licores ingeridos durante el día, es el atuendo que sin gracia y sin vergüenza, pasea el poeta por las calles, cafetines y bares.

     ¡Ay! Maestro, cómo duele escuchar sus últimos lamentos.

Hay un árbol en el cementerio
que crece en toda libertad,
no plantado por un luto falso
que flota a lo largo de una piedra humilde.

Sobre ese árbol, verano como invierno,
viene un pájaro, que canta claro
su canción tristemente fiel,
ese árbol y ese pájaro: somos nosotros;

Tú el recuerdo, yo la ausencia
que el tiempo que para, recuenta…
¡Ay, vivir aún a tus pies!

¡Ay, vivir aún! Pero qué, hermosa,
¡la nada es mi frío vencedor!
Por lo menos, dime, ¿vivo en tu corazón?


Unos pasos en la escalera crujiente de madera alertó a la señora Brecht. Colocó el Diario en su lugar con mucho cuidado. Tomó su plumero y se dispuso a salir de la habitación en el instante que el señor Brecht hacía su ingreso.

-      Hola querida, dijo sonriente

La señora Brecht torció la cara y lo miró con indiferencia. El señor Brecht, sorprendido, la vio salir.




BÚMERAN

Después de cenar el señor Brecht y su esposa descansaba en la sala de lectura.

-      Hermosa noche, dijo la señora Brecht, no hay como la paz y el silencio del hogar.

De repente, el teléfono empezó a sonar insistentemente.

-      Bueno, no siempre es así, dijo la señora Brecht retomando su tejido.

-      Diga, preguntó el señor Brecht.

-      La casa de la familia Brecht, preguntaron por el hilo telefónico.

-      Sí, contestó el señor Brecht algo alarmado.

-      Disculpe, me equivoqué de número.

Unas risotadas al otro lado del teléfono denunciaban a unos bromistas.

A los pocos minutos volvió a sonar el teléfono.

-      Diga, preguntó el señor Brecht.

Una voz muy seria interrogó:

-      ¿La casa del señor Bruner?

-      No, número equivocado.

-      Disculpe, señor.

Y colgaron. A los pocos minutos, otra vez el teléfono.

-      Diga.

-      Buenas noches, se encuentra el señor Bruner, preguntó la misma voz.

-      No, señor, número equivocado, contestó el señor Brecht algo mal humorado.

Cinco minutos después, otra vez el teléfono.

-      Hable usted, dijo el señor Brecht con voz marcial.

-      Buenas noches, dijo una voz diferente a las otras, habla el señor Bruner, alguien me ha llamado por favor.

El señor Brecht refunfuñó cuando su mujer le preguntó quién era. De inmediato volvió a timbrar el teléfono. Como un rayo, el señor Brecht tomó el auricular y dijo con voz socarrona:

-      Hable, estúpido.

Al otro lado hubo un breve silencio y colgaron.

-      ¿Quién era?, preguntó la señora Brecht.

-      Alguien a quien ya no le quedarán ganas de volver a llamar.

Al otro día, el señor Brecht llegó a la oficina de buen humor. Hacía tiempo que no se levantaba tan jovial.

-      Buenos días con todos, dijo en el hall donde estaban varios oficinistas.

Todos lo miraron con los rostros lánguidos.

-      El jefe está con un humor de diablos, ojala logres ablandarlo, le dijo al oído uno de los asistentes de gerencia.

-      No te preocupes, ya verás cómo lo vuelvo una masita.

La masita apareció y todos bajaron la mirada.

-      Buenos días, señor, dijo el señor Brecht esbozando una de sus mejores sonrisas.

El gerente se detuvo y mirándolo fijamente, le dijo:

-      Hable, estúpido.

Luego se retiró a toda prisa.




TARJETITA

Llamó al señor Brecht un amigo suyo que era abogado. Mientras bebían un vino en un bistrot, el abogado le manifestó una inquietud:

-      Estoy defendiendo a un comerciante de especias que tiene una tienda en el centro de la ciudad, el arrendatario, al ver que prosperaba, quiere subirle el alquiler a pesar que hubo un compromiso de honor.

-      No hubo contrato de por medio, preguntó el señor Brecht.

-      No, todo fue de palabra, dijo el abogado bastante preocupado.

El señor Brecht se quedó pensativo.

-      Este es el defensor del arrendatario, dijo el abogado alcanzándole una tarjeta de popelina, todo un defensor de la justicia. Es un hombre corrupto y despreciable, como el dueño del inmueble.

-      ¿Y el juez?, interrogó el señor Brecht.

-      Es un hombre honesto a prueba de balas, con un nombre bien ganado en la judicatura de ciudad.

-      Interesante, dijo el señor Brecht bebiendo un sorbo de vino, muy interesante.
Los hombres se despidieron y el abogado se marchó más tranquilo. A las pocas semanas se volvieron a encontrar en el mismo lugar. El abogado se mostraba entusiasmado.

-      Una botella del mejor vino que tenga, dijo, hoy quiero brindar con mi amigo.
-      Sabe una cosa, dijo el abogado, ganamos el caso. La justicia se impuso querido amigo; dura lex, sed lex.

Cuando se despedían, el señor Brecht, dijo:

Me debe una botella de whisky.

El abogado, sorprendido, replicó:

-      Una botella de… ¿Por qué?

-      Recuerda la tarjetita que me mostró
-      Sí, claro, usted se la quedó.

-      Se la envié al juez con una nota muy simpática. También la acompañé con el whisky.




BROMAS PESADAS

El señor Brecht se jacta ante unos amigos de ser una persona muy tolerante.

-      Todos tenemos debilidades y el conocimiento de eso nos hace que perdonemos las tonterías de los otros.

-      Lo que es yo, a la primera estupidez, mandaría a ese pazguato a pasear, dijo un anciano malhumorado que aspiraba constantemente una pepa de cerezo.

-      Lo peor que puede haber son las bromas pesadas, ni siquiera al mejor de mis amigos se la soportaría, dijo otro.

El señor Brecht los escuchaba risueño. Luego de una pausa, dijo:

-      Trabajen su tolerancia, señores.

Después de beber un trago de su cerveza, agregó.

-      Les voy a contar una anécdota que les crispará los nervios.

Viajaba en un tren y un señor de edad avanzada me buscó conversación. A los pocos minutos me dijo: mi hijo está furioso, sabe, hoy hablé por teléfono con él y me dijo: “Papá, ya no soporto más a esa línea aérea en la que viajo constantemente. No me dejan echarme un trago, no me puedo levantar de mi asiento para nada, no puedo ver película alguna, y como las ventanas donde me siento siempre no tienen cortinas me es imposible dormir”.

¿Qué le parece amigo?

Lo único que se me ocurrió decirle a aquel anciano es que le dijera a su hijo que cambiara de aerolínea.

Muy serio, me contestó:

-      Le es imposible.

-      ¿Por qué?, repliqué.

-      Porque es el piloto.

Lo único que atine a hacer fue hundirme en mi asiento y tratar de dormir, mientras el viejo se desternillaba de risa.




LA OFERTA

Acosado por el dueño de un periódico de jardinería para que le escribiera un artículo sobre el cultivo de azucenas, el señor Brecht se negaba contantemente.
El hombre se había vuelto un moscardón difícil de sortear.

-      Si no fuera tan mezquino para pagar, le escribiría el artículo con gusto, le dijo el señor Brecht a su mujer.

Una mañana el director coincidió con el señor Brecht y su mujer en el mercado de frutas. Con voz angustiada, le dijo:

-      Brecht, le pagaré lo que me pedía.


-      Es muy poco, mejore su oferta, amigo, contestó Brecht con aire grave.





TRAMOYA

Invitado a una charla sobre el teatro isabelino, el señor Brecht acudió con un amigo a la noche de gala donde se habló de Marlowe, Jonson y sobre todo de Shakespeare. El hijo del organizador del evento, un joven tesonero que había escrito algunos dramas mediocres y otras tantas tragedias medianejas, tomó la palabra al final de la jornada. Su aburrida perorata arrancó bostezos al por mayor. El padre, obstinado en hacer de su hijo un connotado dramaturgo, hablo de él y de sus grandes dotes de creatividad.

-      Creo firmemente, que mi muchacho, es el hijo predilecto de esta ciudad, concluyó el padre.

El señor Brecht le dijo a su amigo con suma seriedad.

-      Eso ni dudarlo; el hijo predilecto, genial y honesto que nunca ha dado que hablar.




CRÍTICO DE ARTE

Apurado por un amigo, el señor Brecht llegó hasta una galería de arte en el centro de la ciudad.

-      Gracias por venir, amigo mío, no sabes cuánto te lo agradezco. Esta es mi primera exposición y cuando me enteré que iba a venir Santieri, casi me desmayo de la impresión.

Santieri era el principal crítico de arte de la ciudad. Un comentario suyo, una sola carraspeada, podía  sepultar a un aspirante a pintor o sepultarlo en el baúl del olvido. Seguidor de la escuela de Túrner, el amigo del señor Brecht era prometedor paisajista. Ya se habían escuchado pequeños y loables discursos por algunos críticos locales y de provincia, cuando hizo su ingreso el gran Santieri. Era bajo, regordete, medio calvo y de piernas gruesas y estevadas.

A pesar de no ser un anciano, lucía sobre el ojo derecho un monóculo que le daba cierto aire de distinción. “Es parte de su ego, con ese vidrio grueso alimenta su vanidad”, murmuró alguien por ahí. Santieri recorrió la sala de un extremo a otro lanzando un ajá cada vez que quitaba la mirada de un lienzo.

La sala permanecía en silencio, el señor Brecht se mostraba impasible y el amigo temblaba y se mordía la uñas de impaciencia.

-      Sé que algo va a decir, lo presiento.

-      No te preocupes, dijo el señor Brecht, todo saldrá bien.

Al llegar al último cuadro, Santieri se detuvo, acomodó su monóculo y lanzó su sentencia.

-      Noto un interés por el espacio ambiental y los fenómenos de la luz. Hay interés por la luminosidad y la atmósfera. Este naufragio se muestra romántico al mejor estilo de Turner, hay sentido de movimiento. Los efectos del paisaje me conmueven, pero…

Un suspiro de angustia invadió la sal y la garganta del joven pintor sintió el aguijón de una espina.

-      Este azul del mar me parece un poco suave, le falta profundidad y dramatismo; quizá una suave pincelada lograría la perfección.

Antes de que el joven pintor corriera en busca de la paleta y el pincel, el señor Brecht lo detuvo y le murmuró algo al oído. El joven tomó el pincel, lo embadurnó de azul y moviendo ligeramente el pincel se acercó al cuadro cuidándose muy bien de no tocar el lienzo y lo dejo tal como estaba.

-      Y ahora, maestro, como lo ve.

-      Ahora está perfecto, dijo Santieri, me gusta mucho más, has alcanzado la perfección, hijo mío.

A la hora del brindis, el señor Brecht y su amigo se desternillaban de risa.





FILOSOFÍA DE LA POBREZA

Saliendo de una función de cine, el señor y la señora Brecht fueron a una fuente de soda. Al salir, toparon con un hombre bien trajeado que pedía limosna. Arqueando las cejas, la señora Brecht dijo con voz indignada:

-      No le da vergüenza estar pidiendo dinero en vez de ponerse a trabajar.

El hombre miró al señor Brecht como buscando su aquiescencia.

-      Con todo respeto, mi querida señora, creo que usted no me ha entendido, yo le he pedido dinero, no consejos.

La irritación de la señora Brecht tomaba los visos de un elefante salvaje al que había que domar. El señor Brecht la tomó del brazo y la llevó consigo, no sin antes deslizar unas monedas en la mano del hombre.

Un guiño y una leve sonrisa parecían interpretar un bien hecho, amigo, en el ánimo del señor Brecht.




IR POR LANA…

Se encontraba el señor Brecht jugando una partida de naipes en el club de ex combatientes de la Segunda Gran Guerra con otros tres veteranos, cuando irrumpió en el salón un conocido miembro del club que gozaba de una gran fama de chanchullero. Al ver al señor Brecht dijo:

-      Estuve por el interior de país y me topé con el famoso arqueólogo Gil María Espíndola haciendo unas excavaciones que darán mucho que hablar.

El señor Brecht habló de los libros que había escrito el arqueólogo y no escatimó elogios para destacar su obra y su férrea personalidad. Su interlocutor con cierta ironía replicó:

-      Espíndola no habla lo mismo de usted.

Después de repartir los naipes, Brecht lo miró con picardía y contestó:

-      Lo más probable es que ambos estemos equivocados en nuestras apreciaciones.
La mesa estalló en carcajadas y el intrigante se marchó enfadado.



EL SEÑOR BRECHT EN EL CAMPOSANTO

Había ido al cementerio la señora Brecht a colocar flores en la tumba de una amiga. El señor Brecht, reacio a ese tipo de costumbres, decidió dar un paseo entre las sepulturas.

¿No entiendo porque ponerle nombre a las tumbas? , le dijo un adolescente a otro.

El señor Brecht, que escuchó el comentario, se apresuró a decir:
-      Si enterráramos semillas no habría necesidad de ponerles nombres.




ACLARACIÓN Y PRECISIÓN

-      Si al hijo de Guillermo Tell le hubieran puesto una nuez en la cabeza, igual la hubiera atravesado con su ballesta. La precisión de nosotros los suizos deriva de nuestras manos, firmes, impávidas, certeras. Ahí está la precisión de nuestros relojes y la riqueza de nuestros quesos.

El señor Brecht lo observó con detenimiento. En la mirada de ese hombre cargado de espadas, casi jorobado, había algo dulcemente grato que hacía que sus palabras resultaran agradables. Sus dientes, blancos y sólidos, contrastaban con su tez morena, cuyo rostro dejaba ver unas cuantas arrugas.

-      Puedo acompañarlo amigo, dijo el suizo abandonando la barra y acomodándose en la mesa en que el señor Brecht bebía una copa de bourdon.
-      Disculpe mi atrevimiento, pero hay algo que no puedo evitar, conversar, me gusta conocer la gente, puedo pasarme horas hablando: creo que es un vicio, pero un vicio impune, no cree.

El señor Brecht se sonrió y bebió.

-      Está usted de vacaciones, preguntó el señor Brecht.

-      Sí, trabajo en un  banco, manejo una buena cartera de clientes. La banca helvética tiene una tradición de siete siglos. Seguridad, discreción y seriedad, esa es nuestra mejor carta de presentación.

El señor Brecht se sonrió.

-      He dicho algo gracioso, amigo; dijo el suizo algo contrariado.

-      No, contestó el señor Brecht. Recordé que un escritor alemán  dijo que robar un banco era un delito, pero que más delito era fundarlo.

-      La verdad es que no entiendo qué quería decir ese señor.

El señor Brecht cargó sus baterías y dijo:

-      La segunda Guerra Mundial favoreció a su país, fieles a su neutralidad no participación  en el conflicto. Pero sí les interesó el oro que los nazis obtenían de la rapiña. Hasta los dientes de oro de los judíos que morían en las cámaras de gas llegaron a los bancos suizos.

El suizo quiso intervenir, pero el señor Brecht lo cortó de golpe.

-      No los juzgo, sólo que las cosas hay que aclararlas. ¡Ah! Y todo no quedó ahí. Bajo las calles elegantes donde se ubican los grandes bancos, llegan en la actualidad grandes cantidades de dinero de dudosa procedencia. Ahí están los dictadores que expolian las arcas del Estado que detentan, los magos de la evasión fiscal, los traficantes de drogas y de armas.

El suizo se levantó de improviso.

-      Disculpe que lo corte, pero acabo de recordar que tengo una cita, mi reloj parece estar fallando, disculpe nuevamente.

El señor Brecht lo vio marcharse.




EL SEÑOR BRECHT Y EL DENTISTA (1)

Caminaba el señor Brecht acompañado de su dentista por una de las calles más céntricas de la ciudad.

-      Los jóvenes de ahora están más despistados cada día. La tecnología los ha alejado de los libros y viven más en el entretenimiento.

El dentista, amante de los celulares y de las computadoras, se explayó en distintos argumentos que contradecían la opinión del señor Brecht. Pero el señor Brecht volvió a la carga:

-      Estos jóvenes se levantan un día son darse cuenta de que su concentración se ha disipado luego de una o dos páginas de un libro. No retienen ni una coma. La profundización de la lectura se ha convertido en un esfuerzo que ya no pueden alcanzar.

En el camino, el señor Brecht divisó una librería.

-      Entremos, le dijo al dentista

Un jovencito esmirriado y larguirucho se apresuró a atenderlos, después de sacarse los audífonos y arrojar el chicle que mascaba.

-      ¿En qué puedo atenderlos, señores, dijo muy solícito?

El señor Brecht miró al dentista como buscando su complicidad.

-      Estoy buscando un libro para mi sobrino, no recuerdo el título, pero sé que se trata de una hormiga que habla varios idiomas y escribe artículos en computadora para un periódico que se vende solo en la luna… ¡ah! casi lo olvido, es una gran deportista, pues, practica la natación, el básquet y el golf.

El muchachito se rascó la cabeza, miró un instante los libreros y preguntó:

-      Es un libro histórico o de ficción.

El señor Brecht miró a su dentista, quien, ruborizado, solo asintió.




        EL SEÑOR BRECHT Y EL DENTISTA (2)

Iban al mercado de compras el señor Brecht y su dentista.

-      Sabes qué, dijo el dentista; estuve pensando en el joven de la librería, y creo que es una excepción a la regla, tú sabes, siempre suceden esas excepciones.

El señor Brecht tomó unas manzanas muy rojas y lustrosas y las comparó con otras que estaban en una canasta. Le pareció que eran iguales, pero unas costaban un dólar cincuenta el kilo y las de la canasta dos dólares. El jovencito que atendía se movía como una peonza, de seguro siguiendo el ritmo de la música que le llegaba a través de los audífonos.

-      Oiga, joven, cuál es la diferencia entre estas manzanas y estas otras, dijo tomando una de las del canasto.

-      Cincuenta centavos, señor, contestó el muchacho y siguió con su música.
El dentista movió la cabeza de un lado a otro como aceptando su derrota.





EL SEÑOR BRECHT Y EL DENTISTA (3)

-      Desayunemos, dijo el señor Brecht.

Su dentista pidió jugo de sauco, tostadas de pan negro y café.

-      No hay como una ensalada de frutas; duraznos para prevenir la dispepsia y cítricos para evitar la obesidad, dijo el señor Brecht dándose unos golpecitos en el vientre.

Mientras esperaban su pedido, un grupo de entusiastas jovencitos reían y hacían bromas en una mesa cercana. Uno de ellos manipulaba con entusiasmo y concentración una tablet. El señor Brecht miró al dentista y este bajó la mirada haciéndose el desentendido. Una de las jovencitas que portaba una cámara fotográfica, se acercó a ellos y, solicita y sonriente, les dijo:

-      Uno de ustedes sería tan amble de tomarnos una foto, nos reencontramos después de un año y quiero llevarme un grato recuerdo.

El dentista, obsequioso, tomó la cámara y esperó que los jóvenes se acomodaran. El dentista tomó una instantánea y, precavido, dijo:

-      Tomaré otra por si ésta no sale bien.

-      No será necesario, señor, siempre me dan dos impresiones.

El señor Brecht casi se atora con la primera cucharada de frutas. El dentista, algo disgustado, devolvió la cámara y se sentó refunfuñando.




EL SEÑOR BRECHT Y EL DENTISTA (4)

El señor Brecht encendió su pipa de cerezo mientras su dentista servía dos vasos con cognac.

-      Es del mejor, dijo el sacamuelas, un generoso amigo, me lo acaba de traer de París.

El señor Brecht paladeó el primer sorbo, exhaló un suspiro y agregó:
-      Buen amigo, por cierto.

Cerca de ellos, la hija del dentista luchaba con un niño a quien cuidaba en sus horas libres.

-      Este majadero no hace más que escupir la papilla, parece que no es de su agrado esta marca, dijo la jovencita bastante contrariada.

Al lado de ella, su enamorado, un muchachito fornido de unos dieciocho años, tecleaba afanosamente en su laptop.

-      Hazme el favor de ir al supermercado y devuelve estos pomos sobrantes, este diablillo no las comerá ni por todos los chocolates del mundo.

El muchacho trató de evadirse, pero la mirada inquisitiva le arrancó una sonrisa estúpida y, tomando los frascos, se marchó.

A los pocos minutos regresó muy sonriente.

-      ¿Y cómo te fue?, le preguntó la muchacha.

-      Para no incomodar al dependiente coloqué los pomos en su lugar sin que se dieran cuenta.

El señor Brecht enarcó las cejas, miró al dentista y dijo socarronamente:

-      Un brindis por la tecnología, querido amigo.





RESPUESTA PRECISA

La suegra del señor Brecht había ido perdiendo la capacidad de oír al paso de los años.

-      Deberías adquirir un aparato para oír, en vez de esa bola de bolos que quieres comprarte.

El señor Brecht que desayunaba en ese momento refunfuñó.

-      No se olvide que mañana es la función teatral del municipio.

Al otro día, el señor Brecht se hallaba sentado entre su esposa y su suegra esperando que diera inicio a la función. El teatro estaba abarrotado, la representación de “La trágica historia del doctor Fausto” de Marlowe, había convocado a gran número de artistas, músicos y amantes del teatro. En la escena segunda del acto tercero, la suegra preguntó al señor Brecht:

-      ¡Qué diablos dijo ese tipo! no lo escuché bien.

Con sorna, el señor Brecht contestó:

-      Que debió haber traído su bola de bolos.





EL SEÑOR BRECHT EN LA PICOTA

Fue el señor Brecht a visitar a su hermana que vivía en los extramundos de la ciudad. Encontró a la mujer fregando los platos y observando por la ventana al patio que colindaba con el jardín. Allí, un jovenzuelo preparaba una prensa y la probaba introduciendo entre las placas algunas latas de conservas vacías.

-      ¿Qué hace mi sobrino ahí?, interrogó el señor Brecht.

La hermana, sonriente, le contestó:

-      Mañana es su último año en la escuela y prepara, por la tarde, aplastar ese despertador que le regalaste para que se despertara durante diez años a las seis de la mañana.





TERCERA CLASE

Cambiaba el señor Brecht y su esposa sus pasajes por un boleto de embarque cuando un señor de mediana estatura preguntaba a la muchacha que estaba en el mostrador.

-      ¿Cuál es la diferencia entre un boleto de tercera clase y uno de segunda?

-      Aproximadamente cuarenta dólares, contestó la muchacha.

-      Ni hablar, dijo el hombre, me quedo con el de tercera.

Ya en el avión, el señor Brecht se percató que todos estaban sentados juntos, que no había siquiera una cortina que separa a los pasajeros de diferentes clases. De repente, vio que el hombre de mediana estatura interrogaba a la aeromoza con curiosidad:

-      Dígame, señorita, no veo diferencia alguna, todos estamos sentados juntos; los de primera, los de segunda y los de tercera.

La muchacha miró de un lado a otro tratando de que nadie la escuchara y, acercándose al oído del hombre, musitó:

-      Me tiene que prometer que no comentará con nadie lo que voy a decirle.

El hombre asintió.

-      Pues bien, en caso de algún desperfecto los de primera clase cuentan con un paracaídas y los de segunda con un salvavidas…

-      ¿Y los de tercera?, interrogó el hombre curioso y angustiado.

-      Tendrán suerte si encuentran un trozo del avión a que aferrarse.

El señor Brecht, que llevado por la curiosidad había colocado su oído para escuchar la confidencia, luego de mirar su boleto de tercera, se hundió en su asiento y se encomendó a los dioses.





EL SEÑOR BRECHT Y LA PINTURA

Empecinado por iniciarse en el arte de la pintura, el señor Brecht se hizo de un caballete, una paleta y un buen número de pinceles de diferentes tamaños.

-      ¡Qué manera de despilfarrar el dinero!, le dijo su mujer, desde que vivo contigo no te he visto ni pintar la fachada de la casa.

El señor Brecht hizo de oídos sordos y partió en su nueva aventura. “El campo es el mejor lugar para iniciados, no hay como la naturaleza para inspirarse y dejar que la imaginación aflore y se pose sobre la tela”, se dijo. A las pocas horas, entre abedules, magnolios y arces, el señor Brecht se internó en el bosque con la convicción de que un pintor renacentista dormía dentro de él. Un leñador que pasaba por ahí le sirvió de guía. “Ese, lugar me parece maravilloso”, dijo el señor Brecht emocionado. A poca distancia, un arroyuelo cortaba simétricamente una floresta. El leñador se despidió amablemente y continuó su camino. Al atardecer, cuando regresaba con un hatajo de leña, encontró al señor Brecht dando las últimas pinceladas. El hombre observó el cuadro y luego el paisaje. Antes de retirarse, el señor Brecht le ofreció dinero por haberlo guiado hasta tan bello lugar. “Es lo menos que puedo hacer por usted por haberme traído hasta aquí”. El hombre se negó a recibir la compensación, pero le dijo que gustoso recibiría el cuadro como retribución. La vanidad de aquel pintor primerizo se elevó hasta las nubes. “Es un honor el que me hace, buen hombre”, dijo el señor Brecht emocionado. A los pocos días, acompañado a su esposa al mercado del pueblo, el señor Brecht vio al leñador ofertando a los transeúntes su cuadro. “Pobre hombre, debe andar muy necesitado de dinero para deshacerse del cuadro”, pensó el señor Brecht. Sigilosamente, se escabulló entre un grupo de personas que miraban su primera obra maestra.

“Oiga amigo, no le parece descabellado pensar que alguien pueda pagar por esa porquería”, gritó uno de los mirones. La gente estalló en risotadas.

“Ya ves, hijo; dijo el leñador al niño que lo acompañaba, espero que ahora cambies de opinión y desistas de hacer estos mamarrachos”. Esa noche, mientras su mujer dormía, el señor Brecht tomó sus aperos de pinturas y los arrojó al tacho de basura.





EL SEÑOR BRECHT Y LA FICCIÓN

  Cuando el señor Brecht llegó a la casa de su cuñada, la encontró en plena discusión con uno de sus hijos, un pequeño niño de nueve años quien se negaba a presentar a la escuela, el cuadro que había pintado por cuanto sentía que no se ajustaba a los cánones impuestos en los requisitos del concurso. El señor Brecht tomó el folleto de las bases. El cuadro debe ser un tema de ficción, decía escuetamente la información. Al ver el cuadro del sobrino, el señor Brecht notó que mostraba la escalera de la casa que iba de la primera a la segunda planta, nada más.

-      Tirarán mi cuadro a la basura y dirán que de pintor de ficción no tengo nada, se quejaba el niño.

  El señor Brecht tomó un pincel, lo embadurno con pintura negra y puso el título del cuadro. El niño abrió los ojos y se entusiasmó tanto que envolvió el cuadro y se marchó a la escuela.

-      ¿Qué hiciste? Le preguntó su esposa sin salir del asombro.

-    
     Muy simple, contestó el señor Brecht. “El hombre invisible bajando las escaleras”, muy original verdad.




EUFEMISMOS

Un amigo del señor Brecht, dramaturgo aficionado, acostumbraba escenificar en víspera de navidad, una obra. Para ahorrarle esfuerzos a su imaginación, solía hacer de muchos habitantes del pueblo modelos para sus personajes.

Una noche en que se representaba una de sus obras, el banquero del pueblo, hombre usurero y mezquino, se sintió tocado por uno de los personajes de la obra, a quien se representaba como un tipo petulante y faltó de seso.

-      Esto no se quedarás así, dijo en un intermedio de la obra, ahora mismo lo interpelaré por tal atrevimiento.

El señor Brecht, a quien el banquero caía como una piedra en el zapato, trató de calmarlo e irónicamente le dijo:

-      No se preocupe, buen hombre, sólo un imbécil representaría en escena a un hombre como usted.





CONCIERTO Y CENA

Un pianista, amigo del señor Brecht, llegó de visita a la ciudad y, como quería agenciarse algún dinero, alquiló el teatro para dar un concierto.

-      Pero ese teatro es para doscientas personas, dijo la señora Brecht, y que yo sepa, usted no es conocido por estos lares.

-      Optimismo, señora, hay que tener fe, dijo el amigo.

La noche del concierto solo había en la sala ocho personas. El pianista se lamentaba gimoteando sobre el piano. El señor Brecht al ver al amigo tan triste, salió al escenario y dijo con la mejor gracia del mundo.

-      Señores, el boleto del concierto incluye también una cena, así que somos pocos, acompáñenos a nuestra casa que, después de comer, el maestro ejecutará las piezas programadas.

Al otro día, el teatro colmó sus localidades. El rumor de la cena los había animado. Al final del concierto, hasta altas horas de la noche, algunos asistentes buscaban por todas partes al pianista.




AGUAFIESTAS

Conocido por su vena irónica, el señor Brecht era invitado frecuentemente por un amigo a ciertas reuniones sociales para que se hiciera cargos de algunos petimetres a quien el amigo detestaba.

-      Mire amigo, Brecht, ahí está ese antipático de Günther, en cada reunión que asiste, se llena la boca pregonando que desciende de barones y marqueses de sabe Dios qué lugares, siempre quiere ser el primero en todo.

Reunidos en una ronda de diez, el tal Günther aprovechó la situación para hacer un brindis, antes que alguien se le adelantara. Con los cristales al tope de exquisito Champan, dijo ceremoniosamente.

-      Quisiera brindarles el honor para que me acompañen en este brindis por la memoria de mi bisabuelo, el barón de Vertshubeen que acaba de fallecer hace dos noches en su palacio.

Todos dijeron salud y bebieron con elegancia. Los mozos sirvieron una segunda ronda.

-      ¿Y este segundo brindis por quién?, interrogó Günther pasando la mirada de rostro en rostro.

-      Por usted, dijo el señor Brecht seguramente querrá ser el primero en seguirle.






TEATRO LLENO
Preocupado porque no era un actor conocido en la ciudad, el director – actor de un grupo teatral habló con el señor Brecht.

-      La puesta en escena de esta obra ha tenido éxito donde la he representado, pero no puedo correr el riesgo de que no se vendan las cuatrocientas localidades del teatro que nos quieren alquilar, dijo el actor.

Brecht se rascó la barbilla y le dio la solución. Como era de esperar, el teatro se llenó de palmo a palmo. El aviso publicado en el periódico atrajo al público como abejas a la miel. Hoy, entrada gratuita. Después del primer acto y bajado el telón, la gente empezó a aplaudir a rabiar. Antes del segundo acto, el actor – director salió al escenario y anunció:

-      Bien señores, veo que están convencidos que la obra es genial y que los actores no los hemos defraudado.

La gente asintió y los aplausos cobraron mayor entusiasmo.

-      Bien, pues entonces, continuó el actor – director, mientras nos preparamos para el segundo acto, sirvan acercarse a la boletería a hacer el pago respectivo.




SUEÑOS DE CIEGO
Habiendo salido tarde rumbo a la oficina, el señor Brecht llegó al paradero del autobús, donde había una fila de gente esperando.

-      Hoy debía llegar temprano y con esta larga cola llegaré más tarde de lo que pensaba, se dijo.

Rápidamente regresó a su casa, se proveyó de unos lentes oscuros y un viejo bastón y regresó presuroso al paradero del autobús.

-      A ver, denle preferencia a este hombre que es ciego, dijo una bondadosa señora.
Recordando sus mejores actuaciones en el teatro de la escuela, el señor Brecht llevó a cabo su papel de invidente con gran maestría. Acomodado al lado de un hombre con cara de curioso, éste lo interrogó:

-      Dígame, buen hombre, usted sueña.

Sin titubear, el señor Brecht le contestó:

-      Por supuesto, sino que como soy ciego no veo lo que sueño.



CONCIERTO DE VIOLÍN
Una amiga de la señora Brecht llevó a su hija, que tocaba el violín, a la casa del señor Brecht para que escucharan a ese “prodigio” de muchacha. Ya instalada la joven en la sala, la madre anunció con gran solemnidad: un fragmento de uno de los caprichos de Paganini. La joven de unos veinte años le dio al  violín y al arco con gran entusiasmo.

-      ¿Verdad que es todo un genio?, dijo la afanosa madre antes de retirarse con la hija.

Ya a solas, mientras cenaban, la señora Brecht preguntó a su marido qué le había parecido.

-      Realmente me ha sorprendido, la muchacha tiene una técnica admirable para maltratar a Paganini.



CUESTIÓN DE MANO
Compraba el señor Brecht comestibles en una tienda de abarrotes, cuando lo abordó un amigo de juventud que había atravesado por una crisis económica muy grave. El señor Brecht, que no era un hombre muy adinerado que digamos, lo había socorrido con una cantidad de dinero con la cual el hombre se estaba recuperando. La señora Brecht le había elevado el cheque por el importe personalmente:

-      Amigo, Brecht, cómo está usted. Ya saldaremos esa cuenta dentro de poco. Agradézcale a su señora por el gesto de llevarme el cheque. Ahora me despido, no sin antes estrecharle esa mano bendita que hace obras tan buenas.

Brecht, algo contrariado le contestó:

-      No tiene por qué amigo, solo quiero aclararle que yo firmo con la derecha.



PODER DIVINO
Un vendedor de baratijas que llegaba a la ciudad solía instalarse los días domingos en la plaza principal para atraer a los transeúntes y paseantes con esa labia que parecía hipnotizar a quién lo oyera. Cada vez que presentaba algún producto, buscando dar veracidad a lo ofrecido, culminaba con una coletilla ¡Que Dios me corrija!

La gente, a pesar del aspecto grotesco del comerciante (casi enano, jorobado, regordete y contrahecho), compraba a manos llenas. El señor Brecht que se hallaba entre los presentes, cuando escucho al vendedor decir su repetitiva frase: ¡Que Dios me corrija!, le dijo q su esposa que se hallaba junto a él:

-      ¡Gran trabajo que le va a costar, hacer eso!



ESPERA
La estación del tren se hallaba a unos minutos del centro de la ciudad, al lado de un viejo cementerio.

-      Si no te das prisa perderás el tren, dijo la señora Brecht terminando de colocar algunas camisas en su acostumbrada maleta de viaje.

-      No te preocupes, querida, esos trenes nunca son puntuales.

Ya en la estación, el señor Brecht fumaba un cigarrillo y leía las noticias del diario. El tren, como había supuesto, llevaba más de media hora de retraso. Un señor se avanzada edad que esperaba el mismo tren, le dijo:

-      A quién se le habrá ocurrido construir una estación de tren al lado de un cementerio.

Dejando de lado el periódico, el señor Brecht le contestó:

-      Es para enterrar a los que se mueren esperando el tren.



NEGATIVA IRREVOCABLE
El dueño de una revista musical perseguía al señor Brecht para que le escribiera un artículo sobre ópera italiana: Puccini, Verdi, Donizetti.

-      Nadie como usted, Brecht conoce a esos músicos, dijo el empecinado director de la revista.

Brecht seguía reacio a ese encargo, pues, consideraba al solicitante un patán.

-      Le aseguro, Brecht, que no me iré de aquí son ese artículo. No hay nada que mi dinero no pueda conseguir. Le pagaré el precio que usted quiera y aún más.

El señor Brecht lo miró con disgusto y dijo:

-      Para mí sigue siendo poco.



ENCUENTRO DIVINO
-      Ese hombre es tan vanidoso que no creo que haya nadie que lo soporte más de un minuto, dijo al señor Brecht  unos de los invitados.

El señor Brecht vio al tipo aludido rodeado de un buen grupo de contertulios que lo escuchaban atentamente.

-      Pues, eso no es lo que parece, observe con que atención lo escuchan, dijo Brecht sonriendo y provocando la ira del maledicente.

Luego de unos minutos, el murmurador volvió al ataque:

-      Si le quitáramos la vanidad a ese patán no le quedaría ni el traje. Ya me imagino cuando tenga que encontrarse con Dios.

El señor Brecht contestó:

-      Lo tratará de tú a tú, seguramente.



OREJA JUSTICIERA
Bebía un café el señor Brecht junto a un amigo, cuando repentinamente se acercó a la mesa un conocido lenguaraz y, sin mediar permiso alguno, pidió un café y se sentó con ellos. A los pocos minutos comenzó a chacharear sobre un personaje conocido por los tres.

Mientras el hombre lanzaba sus invectivas el señor Brecht cubría su oreja izquierda con una mano. Cuando se retiró el intrigante, el amigo de Brecht le preguntó porque se había tapado una oreja.

-      Con esta voy a escuchar al otro cuando nos encontremos.




VACACIONES
Hospedado con su esposa en un hotel cerca de una villa vacacional, el señor Brecht se acomodó en su cama para dormir. Su esposa dormía como una roca, pero él no podía conciliar el sueño, pues, por seguridad, el hotel tenía un vigilante por piso que hacia su ronda durante toda la noche. Desvelado por ese incomodo ir y venir continuo, el señor Brecht se asomó al pasillo y, al ver los ojos somnolientos del vigía, le dijo:

-      Oiga, buen hombre, sí usted se va a dormir, yo y usted pasaremos una noche placentera, no cree.



HACIA EL MÁS ALLÁ
Tomando un té en una hostería, un amigo del señor Brecht, comerciante viajero, le dijo con voz afligida:

-      Lo que más temo, mi querido señor, es morirme en otro país, lejos de mi patria. Lo único que me consuela es que he dejado dispuesto que si eso sucede, mis restos sean repatriados lo más rápido posible.

Brecht bebió un largo sorbo de té, y le dijo:

-      Por qué se preocupa por eso, la entrada hacia el más allá es el mismo desde cualquier lugar.



DIFERENCIA ESPECÍFICA
Discutía el señor Brecht sobre poética con un fanático conservador quien pretendía imponer sus puntos de vista a como diera lugar. Sumamente exaltado, el hombre dijo solemnemente mirando a todos los presentes:

-      Le pregunto al señor Brecht. ¿Qué cree que lo hace diferente a mí?

Brecht lo miró sonriendo y dijo:

-      Que si yo discutiera con un imbécil seguiría siendo el mismo.




EL BUEN SENTIDO
Después de leer unos párrafos de su última novela, el amigo del señor Brecht lo felicitó por los éxitos que estaba alcanzando como escritor.

-      Vaya, pensaba que no te gustaba lo que tu amigo escribe, le dijo la señora Brecht a su esposo, mientras el escritor era acosado por algunos entusiastas admiradores.

-      La gente de este tipo lee lo mismo que come: la buena o mala lectura los tiene sin cuidado, lo mismo que la buena sazón. Tienen hambre, pero poco gusto.



VELADA POÉTICA
Asistió el señor Brecht a una velada literaria invitado por un amigo. Un poeta, de esos que se compran por kilos y que mejor sería meterlos en una conserva, había organizado en su casa un recital, donde los únicos poemas que se escucharían eran los de él. Después de unos tragos como para avivar los oídos, el poeta en cuestión comenzó:

La risa salió de mi boca
como sale el pan de una panadería,
y mi amiga se sonrió como una loca,
sin saber de lo que me reía.

Después de unos sosos y aburridos versos, que aquel moharrachero recitaba con una voz atiplada y afectada, al señor Brecht lo venció el sueño y se pasó el resto de la velada repantigado en una cómoda poltrona. Cuando el poeta dio fin a su lectura, los presentes aplaudieron por cortesía. El hombre de las musas pidió una opinión aquí, otra allá y otra acullá.  Queriendo ofender al señor Brecht, a quien los generosos aplausos habían ya despertado, dijo con tono acido:

-      ¿Qué podría preguntarle a usted que se ha pasado dormido toda la velada?
-      Porque no, contestó el señor Brecht, así le he dado mi opinión.



REFRÁN
Un hombre excesivamente flaco daba un discurso en una plaza pública en la cual el señor Brecht y su dentista daban un paseo.

-      Por eso les digo, cuídense de aquellos a quienes hacemos favores, pues, la ingratitud reina por todos los caminos del señor. Recuerden, cría cuervos y te sacarán los ojos.

El señor Brecht echó una mirada a su dentista y le dijo:

-      Este tipo no crió cuervos sino sanguijuelas.



IDIOMAS
Llegado un amigo del señor Brecht de Francia, donde había pasado varios años como consultor de una firma comercial, no dejaba la oportunidad de soltar en cuanto la ocasión lo permitiera, alguna palabra en francés. Los bon appétit, los bonjour y los merci ben coup salían de los labios del galómano con una afectación que hacía sonreír al señor Brecht, pero no al amigo que lo acompañaba, que aparte de su lengua materna, no conocía ni el good morning, lo cual lo hacía sentir un poco incómodo y disminuido, sobre todo, cuando escuchaba parlotear a ambos en francés. 

-      ¿Y usted, buen hombre, es también poliglota?, preguntó el recién llegado.

Al ver el rostro de sorpresa de su amigo, el señor Brecht repuso:

-      No, él es monóglota.




PROBLEMAS DE TAMAÑO
Estando en la iglesia, el señor Brecht observó que había un nuevo cura, algo regordete, medio calvo y de baja estatura. Un señor que estaba al lado de él, aprovechando que el coro entonaba una canción, le murmuró:

-      ¿Por qué será que todos los sacerdotes de esta iglesia son de baja estatura?

Ante esa tonta pregunta, el señor Brecht encontró una respuesta justa:
-      Es para estar más cerca de Dios.



GALICISMO
Se representaba en el Gran Teatro de la ciudad La dama de las Camelias, de Alejandro Dumas hijo, la versión posterior que para la escena hiciera el escritor francés, cuando uno de los actores se golpeó fortuitamente con una mesa y pronunció un sonoro ¡ay! que no estaba en el libreto.

-      ¿Qué dijo?, preguntó una distraída señora que estaba al lado del señor Brecht.

-      No sé, le contestó debe estar en francés.




BOMBAS INCENDIARIAS
En la sesión de elecciones municipales, los miembros del Partido Reformista se trabaron en una feroz polémica. Las horas pasaban y no se llegaba a un consenso general. El señor Luck, un empecinado recalcitrante, profería diatribas a todo aquel que osaba contradecirle. Como sus propuestas caían en saco roto, Luck se levantó de su silla y dijo con voz estentórea y amenazante:

-      Señores, creo que mi presencia aquí no es bienvenida, por lo que renuncio a este partido y, por las circunstancias, me veo obligado a pasarme a las filas del partido opositor.

Cuando se marchaba y, ante la incertidumbre de todos los presentes, el director de debates dijo:

-      Pienso en las consecuencias que tendrá la ausencia del señor Luck.

El señor Brecht, con su serenidad característica, dijo:

-      No se preocupen señores, su ausencia nos va a favorecer. El señor Luck es como las bombas incendiarias, solo hace daño donde cae.




LÓGICA INFANTIL
Atendiendo a una llamada de su hermana, el señor Brecht se presentó una mañana muy temprano.

-      Ya no sé qué hacer con este muchacho, me paso gran parte del año yendo a la escuela para ver como justifico su mala conducta.

La madre, ofuscada y contrariada, no encontró mejor manera para enmendar al niño que mandarlo a la iglesia. El señor Brecht, hombre de posición agnóstica, pero tolerante, prefirió no opinar y cumplir con el encargo sin chistar. En la primera misa del domingo, tío y sobrino entraron a un concurrido sermón. Ubicados en segunda fila, el niño de unos siete años parecía muy atento a las palabras del cura. Quejándose de las guerras y los conflictos sociales que sacuden el mundo, el cura tomó la ostia y alzando los brazos dijo:

-      Te suplicamos humildemente, Dios todopoderoso, que por medio de tu santo ángel hagas presentar estas ofrendas en tu sublime altar, ante la presencia de tu divina majestad…

Y casi al borde de las lágrimas, agregó mirando a los feligreses:

-      ¡Qué puedo hace para que Dios escuche mis oraciones y acabe de una vez con esto!…

-      Grítele más fuerte, se escuchó la voz del niño.




TÍTULO SUGESTIVO
En el salón del municipio de la ciudad, el alcalde había colocado un cuadro muy vistoso donde se veía a dos hombres en el campo dándose un abrazo. Debajo habían colocado un ánfora y sobre ella un escueto aviso donde se leía.

Colóquele nombre al cuadro
y gánese dos pasajes al lugar
que usted elija.

Pasando por la alcaldía para hacer un trámite, la esposa del señor Brecht le dijo:

-      Cuanto me gustaría ganarme esos pasajes, pero la verdad es que no se me ocurre ningún nombre.

El señor Brecht se sonrió y le dijo:

-      Pues, a mí sí.

Tomó un pequeño papel y escribió unas breves palabras. Camino a su casa, su esposa lo interrogo:

-      Se puede saber que escribiste.

-      Claro, La paz y la justicia.

La mujer frunció el ceño.

-      ¿Y qué significa eso?

-      Se encuentran tan pocas veces.



LO MENOS MALO
En una reunión del club de filatelistas, el señor Brecht se pasó la tarde hablándole a dos coleccionistas que había llevado un gran número de estampillas para intercambiar con otros socios. Ya entrada la noche y a punto de retirarse, se le acercó uno de los secretarios de la institución, hombre correcto y de finas maneras.

-      No entiendo como un hombre como usted ha podido pasarse la tarde hablándole a ese par de pelmazos que son tan indigestos.

Brecht se sonrió y le dijo:

-      Peor hubiera sido el horror de escucharlos.




CUADRO
Caminando por el bulevar de los artistas, el señor Brecht se quedó observando las pinturas de unos jóvenes artistas. Le llamó la atención un cuadro donde dos jóvenes pastores habían contraído matrimonio.

Un hombre de pronunciada calvicie y con un ridículo bigote, acercó la mirada al cuadro con aires de crítico de arte. El autor del cuadro se emocionó, pues, veía en ese gesto una venta segura.

-      Hay ciertos defectos cromáticos que le llevan a pensar que la sustitución de la imagen visual de los objetos por una concepción mental no está bien definida.

El muchacho se quedó de una pieza y en su rostro se dibujó una leve frustración. El señor Brecht fue al rescate del desconsolado joven.

-      Yo lo veo desde otra perspectiva. Usted ha hecho una obra maestra jovencito. Ha demostrado que hasta en pintura es difícil hacer un buen matrimonio.

El hombre de la pronunciada calvicie se sintió un insecto a quien le han lanzado una carga de insecticida. Hizo una venia de despedida y se marchó raudamente.




COLORES PRIMARIOS
Un amigo del señor Brecht exponía sus cuadros en una exposición compartida con otro pintor al cual no lo tenía en buenas migas.

-      Bonito cuadro, dijo el quisquilloso pintor con cierto tono de envidia.
-      Gracias, me llevó un año, tuve que luchar con colores de gran brillantes por la preeminencia de colores primarios…
-      Un año, dijo cortándolo y en tono de sorna, en un año puedo pintar hasta veinte cuadros.

Algunos presentes arquearon las cejas, uno carraspeó estruendosamente y otros quedaron sorprendidos al igual que el amigo del señor Brecht.
-      Sí, pero, sus pinturas, por lo que he visto, no durarán ni un año, dijo el señor Brecht sonriente.



PUNTO DE VISTA
Iba el señor de compras con su esposa por una de las principales calles de la ciudad, cuando se cruzaron con una conocida.

La señora Brecht la saludo cortésmente, pero la otra mujer se hizo la desentendida y paso de largo.

-      ¿Qué desfachatez la de esa majadera?

El señor Brecht se sonrió y le dijo:

-      ¿Por qué te enoja ser más educada que ella?



CABALLEROS
En el bar donde el señor Brecht y unos amigos jugaban a las cartas, entró un exmilitar que tenía la costumbre, cuando estaba pasado de copas, contar a cada punto chascarrillos de pésimo gusto. Pasadas las horas y viendo que ya las damas se habían retirado, el chascarrillero fue poniéndose cada vez más hostil.

-      Señores, dijo, en vista que las damas ya se han retirado, permítanme contarles unas anécdotas muy picantes.

El señor Brecht colocó las cartas que tenía en la mano sobre la mesa y mirándolo amenazadoramente le espetó:

-      No había damas, pero hay caballeros.

El exmilitar apuró su trago y se marchó disimuladamente.

-      Ganaste la partida, Brecht, le dijo uno de sus amigos.




CURIOSOS Y OBSERVADORES
Invitó el señor Brecht a un amigo de infancia para que diera a los niños de una escuela una charla sobre la creación del universo; teniendo en cuenta que él, como profesor universitario especialista en temas de astronomía, había escrito muchos libros sobre el tema, le resultaría sencillo explicar un tema tan complicado a niños cuyas edades iban entre los siete y nueve años.

 -      Vamos, amigo Brecht, no te preocupes, esto será de lo más sencillo, los niños son tan curiosos y observadores que me será fácil captar su atención.

El señor Brecht celebró el entusiasmo contagiante del amigo. La charla se llevó a cabo en el auditorio de la escuela donde asistieron alrededores de cien muchachos. El expositor habló de planetas, nebulosas, galaxias, satélites, polvo cósmico con tal emoción que los niños se mantuvieron atentos durante la hora que duró la exposición. Luego de los aplausos de rigor, el señor Brecht, con una sonrisa de satisfacción, preguntó:

-      Y bien, futuros astronautas, ¿Qué los ha impresionado más?

Un mocoso de los más pequeños que estaba en primera fila dijo:

-      El hueco que tiene el señor en los fundillos.

“Curiosos y observadores, no”, pensó el señor Brecht más rojo que una ciruela.




ATARDECER
Al ver que el señor Brecht pasaba largo tiempo inmóvil viendo el ocaso, una mujer se le acercó y le dijo:

-      ¿Qué hay de prodigioso ahí para que pierda el tiempo de esa manera?

El señor Brecht la miró como quien mira una mosca molestosa.

-      Tendría que tener usted mis ojos y mi alma para percibirlo.
  


UN UCASE
Asistió el señor Brecht con su esposa a una exposición de esculturas, cuando entre los cuantiosos concurrentes asomó la figura de un hombre regordete, calvo y de vistoso bigote.

-      Mira, le dijo a su esposa, ese no es el sinvergüenza que habló mal de ti en una oportunidad.

El señor Brecht alzó la mirada y no dijo nada. A la hora de los brindis, el sujeto, que era uno de los presentadores de la muestra, dijo ceremoniosamente.

-      Agradezco vuestra presencia, sin ustedes, que sería del arte.

Y viendo al señor Brecht a pocos metros, dijo:

-      Permítanme brindar por el señor Brecht, aquí presente.

El señor Brecht movió la cabeza de un lado a otro provocando en el oferente cierto fastidio.

-      ¿Cómo, no me recuerda, usted?

-      La verdad que no, no soy rencoroso.

La esposa del señor Brecht se sonrió al ver el rostro desencajado del tipejo.


  
PASEO POR EL BOSQUE
Paseaba el señor Brecht con su amigo Otto por el bosque. La cojera del amigo retrasaba el andar; el señor Brecht aprovechaba para recoger hojas para su colección. Flores y hojas lo entusiasmaban como a un niño.

-      Esta pierna estevada es caprichosa, pero la otra no se deja amilanar y la lleva a cuestas, dijo el señor Otto a media voz y con untuosa sonrisa.

Detenidos en una cabaña donde vendían refrescos, licores y buenas meriendas, ambos se acomodaron en una de las rusticas mesas cerca de una ventana. Pidieron lonjas de ganso asado, arenque con cebolla y salsa de mostaza y una jarra de cerveza fresca. A los pocos minutos entraron tres hombres de mediana edad. Uno de ellos, un gordinflón fofo y bizco, no le tenía ninguna simpatía al señor Otto. Bebieron cerveza. Al poco rato, algo ebrio, el hombre bizco le gritó al señor Otto:

-      ¿Y cómo va esa pierna?, preguntó el bizco son sorna.

Otto, sonriendo, le contestó:

-      Torcida como usted ve.



ALGO DE LÓGICA
Conversaban en un café el señor Brecht, un amigo y un recién llegado que era conocido del amigo de Brecht. Ya le había advertido su amigo al señor Brecht que aquel tipo tenía fama de hablar mal de medio mundo. A los pocos minutos ingreso un señor muy elegante con una vistosa dama que parecía ser su esposa. Mientras pedían la comida, el lenguaraz dijo:

-      Yo puedo hablar mal de ese tipo, porque gracias a mí obtuvo la gerencia general de un importante banco, la buena remuneración que recibe y todas las gollerías a las que se hace acreedor de un ejecutivo de ese nivel.

El señor Brecht se sonrió y le dijo:

-      Por lo que escucho, usted no tendría necesidad de apelar a esos títulos, usted debe estar acostumbrado a rajar de las personas gratuitamente.



QUINCENARIO
La asociación de Intelectuales por el Arte había sacado un boletín informativo cultural cada quince días al que llamaron “Las voces de los otros”. La difusión fue un éxito, no sólo por los buenos artículos que contenía sino por su distribución gratuita en escuelas y universidades. Después de los primeros veinte números no hubo problema alguno. Un día el señor Brecht, tesorero de la Asociación y encargado de la edición del boletín, se presentó ante los asociados y dijo:

-      Lamento informarles que no habrá dinero para sacar un número más, las cuentas están en rojo.

Los asociados, reunidos en el gran salón de la asociación, se miraron desconcertados. El presidente intervino:

-      Lo que me preocupa es que hemos estado apareciendo como quincenario. Pero ahora que no sabemos con qué periocidad sacaremos el boletín, como lo llamaremos.

-      Muy fácil, dijo el señor Brecht en tono humorístico y como para aliviar las tensiones. Ya no quincenario sino cuando podamos sa – car – lonario.



HONRAS FÚNEBRES
Cuando falleció uno de los principales banqueros de la ciudad, hombre usurero conocido por la gente como “corazón de piedra”, un gran número de personas acompañaron el cortejo fúnebre hasta el cementerio. El señor Brecht, obligado por las circunstancias, se hallaba entre el séquito. El padre Thomas fue el encargado de despedir al difunto antes que regresaran sus restos a la tierra.

-      Envía tu espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra. Oh cuán bueno y cuán suave es, Señor, tu espíritu en nosotros, dijo el padre Thomas y todos los presentes cayeron de rodillas. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Y, elevando los brazos abiertos hacia el cielo, concluyó:

-      Recibe el alma de éste, tu hijo:

El señor Brecht susurró al oído de su amigo Fritz:

-      No creo que el Todopoderoso quiera aceptarla.



GOLPES BAJOS
Hay gente tan envidiosa que siente envidia hasta de los muertos. Y éste era el caso de Bentham Krupp, un agente viajero que se mordía las orejas cada vez que se encontraba con el señor Brecht, quien en los albores de su juventud, había sido catalogado como el Príncipe de los agentes viajeros del país. Estando de paso por la ciudad, Krupp encontró bebiendo unas cervezas al señor Brecht con unos amigos en la taberna del viejo Gunther: Algo picado por la cerveza, Krupp, que se hallaba sentado solo, como era su costumbre, dijo con voz estentórea:

-      ¡Cómo está, Brecht!, veo que me han engañado al decirme que ya no tenía amigos porque había perdido la decencia.

Brecht, sonriente, elevó su vaso y dijo:

-      No crea, Krupp, en todo lo que dicen; a mí también me contaron que usted había encontrado la suya.



RISTRA
Cuando Kurt Grundet, secretario general de la junta de Accionistas de Trouel Motors comenzaba su informe semestral, empezaba la tortura para quienes tenían que escuchar sus ampulosas observaciones. “No olviden su almohada”, decían algunos. “Y su despertador”, agregaba otro. El día de la reunión, el señor Brecht, pertrechado en su butaca en el centro de la reunión, escuchaba impasible el somnoliento discurso que ya llevaba más de una hora. En un momento, Grundet, para mencionar un hecho en cuestión que era harto conocido por todos, dijo:

-      Y esto bien que lo saben todos: ateos y creyentes, tirios y troyanos, judíos y cristiano, comunistas y capitalistas, católicos y protestantes, güelfos y gibelinos, idealistas y realistas, romanos y cartagineses, capuletos y montescos.

En eso se escuchó la voz del señor Brecht:

-      Entretenidos y aburridos.

  

INTERVENCIÓN OPORTUNA
Aficionada la señora Brecht a las manualidades, había adquirido en cuantiosos y dedicados años a elaborar verdaderas joyas ornamentales. Sus adornos eran bien solicitados por coleccionistas y público en general. Una amistad suya de la escuela secundaria, algo celosa del éxito de su compañera había optado desde hacía un año el mismo hobby, pero sin la destreza de la señora Brecht y sin el menor éxito. Un día que se apareció en casa de los Brecht, el señor Brecht se hallaba ensimismado en una partida de solitario.

-      ¿Cómo estás, querida, tiempo que no me visitas, deberías venir más seguido, te aseguro que temas de qué hablar no nos faltarán?

La mujer, con algo de vanidad contestó:

-      Si viniera más frecuentemente la gente pensaría que soy yo quien hace tus adornos.

La señora Brecht se quedó contrariada. El señor Brecht, alzando la vista de sus naipes, dijo a su esposa:

-      Deberías ser tú quien vaya a la casa de ella, te aseguro que nadie va a pensar que tú haces los de tu amiga.



LA VOLUNTAD DE DIOS
Después de unas breves vacaciones, el señor Brecht se hallaba en la estación de buses esperando la salida del ómnibus que lo regresaría a casa.

-      Ya llevamos dos horas esperando, qué barbaridad, esto es un abuso, se quejó la señora Brecht mientras éste fumaba tranquilamente su pipa.

Un hombre de gruesos anteojos que estaba junto a ellos escuchó que el señor Brecht le decía a su mujer:

-      El nuestro es un autobús católico querida.

De improviso, el hombre de gruesos anteojos mirando su boleto preguntó:

-      No me diga que sólo es para aquellos que profesan esa religión.

-      No, amigo, lo que pasa es que sale cuando Dios quiere.




SORDERA
Jugaba el señor Brecht al dominó con un grupo de amigos en el BÜRKLI; BAR, cuando de improviso salió a colación un tema sobre la sordera. El señor Fusch, que era otólogo, se explayó en los motivos que generaban la disminución y privación de la facultad de oír. Uno de los que estaba ahí presentes, frecuentemente decía: ¡Qué dijiste!, ¡Qué dijo!, ¡Qué dijeron!

-      A usted hay que hablarle a cada momento en voz alta, vaya a mi consultorio, me gustaría auscultarlo, dijo el otólogo.

Otro de los presentes, comentó que también había sordos por conveniencia.

-      No es el caso de él, comentó el señor Brecht, él no escucha ni lo que le conviene.



CONCIERTO
En una reunión del comité de Damas Caritativas se daba un pequeño concierto para reunir fondos para ayudar a un hospicio. La convocatoria había resultado un éxito, pues, en la sala se contaban más de cien personas. Un cuarteto de Mozart era interpretado por cuatro señoras de avanzada edad: primer violín, segundo violín, alto y violoncelo. Terminada la intervención se escucharon aplausos. Unas impertinentes damas habían llevado a sus mascotas; una un pequeño pekinés y otra con un gato de angora. El perro, en un descuido de su dueña, salto de su regazo ladrando al gato quien escapó entre sillas y bambalinas, provocándose un estridente sonido donde los ladridos se confundían con los maullidos. El señor Brecht, mirando a su mujer, le dijo:

-      ¡Vaya, por fin vamos a escuchar buena música!



ANZUELO
Decididos a darse unas vacaciones, el señor Brecht y su esposa abandonaron la ciudad y tomaron la carretera que iba al norte. Después de dos horas de camino, divisaron aun lado de la carretera a una pareja de jóvenes que, con la capota descubierta, trataban de reparar un destartalado automóvil.

-      Veré que puedo hacer por esos jovencitos, dijo el señor Brecht deteniéndose en la vía auxiliar.

Los jóvenes, un muchacho y una jovencita de unos veinte años, se acercaron al vehículo del señor Brecht.

-      ¿En qué podemos ayudarlos?, preguntó la señora Brecht.

-      ¿Podría llevarnos hasta el pueblo más cercano? Son 30 kilómetros más o menos.

Ya en el coche, el señor Brecht, preguntó:

-      ¿Problemas con el motor?
-      No, contestó la muchacha
-      Entonces… alguna de las llantas.
-      Si no tiene, bueno, es decir, que las que tiene no le sirven de nada. El caucho está ya vencido.
El señor Brecht se mostró intrigado.

-      Jamás tenemos dificultades con Anzuelo.
-      ¿Anzuelo?, preguntó Brecht sorprendido.
-      Así es como llamamos a esa chatarra inservible. Vera usted, son pocos automóviles que pasan por aquí, dijo el muchacho. La mayoría son una lata y no quieren detenerse a darnos un aventón. Pero desde que compramos a Anzuelo en un remate, las cosas han cambiado.

El señor Brecht se rascó la barbilla y dijo:

-      Me quiere decir que ese automóvil no sirve para nada.

La muchacha, que permanecía callada, agregó:

-      ¡Oh! No, claro que nos sirve. Le faltan las ruedas de un lado, no tiene motor. Pero con su ayuda, nunca faltan personas generosas como ustedes que nos den un aventón gratis.



CONCLUSIÓN OPORTUNA
En un almuerzo de camaradería organizada por la Asociación de “El buen ciudadano”, el señor Brecht se hallaba entre los  comensales que llegaban casi a un centenar. El retraso del Director del Comité Organizador hizo refunfuñar a más de uno a quien el hambre hacía tronar las tripas. El subdirector, preocupado por la situación, ordenó a los mozos que sirvieran la ensalada, como para ir animando en algo a los ya exaltados invitados. Cuando miraban la ensalada con ojos golosos, apareció el Director, nervioso y sudoroso. Luego de la presentación que hizo el subdirector, donde no faltaron los cohetones de rigor, el Director carraspeo dos veces y dijo:

-      Cuando Miguel Ángel tomó el martillo y el cincel…

Confuso y turbado, y mientras buscaba en su saco el discurso que había preparado, repetía la frase sin poder recordar nada más de lo que había escrito en el bendito discurso que no aparecía.

-      Cuando el gran Miguel Ángel tomó el martillo y el cincel…

El señor Brecht se puso de pie y acudió en su ayuda:

-      Así es, estimado Director. Cuando Miguel Ángel tomó el martillo y el cincel, para iniciar su labor que le ponía los nervios de punta, ya había dado cuenta de una sopa de trigo con puerros, pollo frito con cebolla, azafrán y perejil, para asentar el almuerzo, media jarra de vino Trebbiano que era su preferido…

Luego de una breve pausa, agregó:

-      En cambio nosotros todavía estamos en ascuas…

Y sin añadir palabra alguna, tomó un tenedor y comenzó con su ensalada.




LECCIÓN DE HONOR
Estaba el señor Brecht dando un paseo por el parque observando a unas palomas, cuando se le acercó un desconocido abogado cuya fama de indiscreto le había valido el mote de “baúl que habla”.

-      ¿Cómo esta Brecht, bonita mañana verdad?

De inmediato, el señor Brecht se acordó del dicho de que cuando el diablo reza es porque el alma quiere.

-      Sí, bonita en verdad, contestó secamente.

Luego de un breve silencio, el abogado comento:

-      Me he enterado de que su amigo, el señor Hepp quiere vender ciertas tierras que tiene en el norte del país, y es de suponer que debe haberle contado donde se encuentran.

-      Sí, respondió el señor Brecht como restándole importancia al tema. Pero me pidió que no dijera a nadie donde se encuentran, para evitar intermediarios que quieran sacar provecho de la venta.

Los ojos del abogado brillaron como los de un buitre que ha encontrado un buen trozo de carroña.

-      Vamos, Brecht, ser indiscreto alguna vez no es un pecado.

El señor Brecht lo miró con cierto desdén.

-      Preferiría darle mi automóvil, que no tengo; al menos tendría la posibilidad de recuperarlo en algún momento o comprarme otro. Pero si falto a mi promesa, pierdo el honor que no se puede recuperar. Ahora me disculpa, voy a continuar con mi paseo.


  
ENIGMA
Almorzaba en el Club de Veteranos del pueblo el señor Brecht. A su lado, un hombre que decía su descendiente de un conde belga conversaba y bebía coñac con otro sujeto que parecía ser su abogado. Repentinamente, irrumpió en el comedor un hombre gordo y de bigote copioso. Era un sastre que venía a cobrar una deuda.

-      Siento interrumpir su reunión, pero es intolerable que no me cancele esta deuda, dejo mostrando un papel que parecía ser un pagaré. Ya ha pasado un año y hasta ahora no se ha dignado a asumir el costo por los trajes que le he confeccionado.

El deudor lo miró tras un monóculo que colgaba de su levita con una fina correa de armiño.

-      Sepa usted que soy un caballero y en este momento me encuentro pagando deudas de honor por las cuales he empeñado mi palabra.

El hombre desesperado, se aliso los bigotes, mirando a todos los presentes como clamando solidaridad. El señor Brecht, que ya había terminado su almuerzo, se acercó a la mesa, tomó el pagaré que el hombre blandía en las manos, y lo rompió en cuatro pedazos, luego se marchó.

-      Pero qué hace, se ha vuelto loco, gritó el hombre.

El hombre del monóculo movió la cabeza con fastidio y extrajo unos billetes de su bolsillo y se los dio al sastre.

-      Tenga, ya no le debo nada.


El sastre se marchó rascándose la cabeza y sumido en una incertidumbre que casi tumba una mesa al salir.






UN PELMAZO
A pesar de su agnosticismo, el señor Brecht acostumbraba acompañar a su esposa a la iglesia los domingos por la mañana.

-      A ver si así sentado te cae la bendición de Dios y te libras de cocinarte en el infierno, blasfemo.

Acostumbrado a los pequeños “sermones” de su mujer, el señor Brecht se encogía de hombros, se colocaba su abrigo y su sombrero y le ponía el brazo a su mujer para llevarla a su encuentro con el Señor.

Uno de esos domingos, el ministro, sumamente emocionado, comenzó a hablar sobre las maravillas que encontrarían los creyentes en el más allá; llevado por el entusiasmo que veía en los rostros de su grey, comenzó a describir lugares edénicos con pinceladas cromáticas que hubieran despertado la envidia de un Leonardo o un Tintoretto. Un muchacho con rostro pícaro lo interpeló:

-      ¿Usted cómo sabe que es así lo que describe si nunca ha estado ahí?, dijo con sorna.

El ministro quedose sorprendido ante tamaña impertinencia y carraspeó como quien busca que Dios le envié un salvavidas.
El señor Brecht saltó de su asiento como impulsado por un resorte y le dijo:

-      Alguna vez has visto a alguien que quiera regresar de un lugar tan placentero, tarado.
La gente no pudo ocultar su satisfacción y a punto estuvo de aplaudir la ocurrencia que ponía en ridículo al desvergonzado muchacho. El ministro abrió los brazos al cielo agradeciéndole a Dios por su ayuda.




SAN PEDRO Y LOS BRACKETS
No muy entusiasmado, el señor Brecht acompañó a su esposa a visitar a su hermana.

-      Eres un remolón, le dijo su mujer, te pasa tus horas de ocio y tus días de descanso repantigado en la poltrona leyendo y fumando. ¿Es qué tu cuerpo no siente necesidad de un poco de sol y aire fresco?

Cuando llegaron donde la hermana, el señor Brecht encontró a su cuñada batallando con el mayor de sus hijos, un mocoso antojadizo que debía desempeñar el papel de San Pedro en una obra de teatro en la escuela por Navidad.

-      Cálzate las sandalias de una vez o vamos a llegar tarde y ahí sí que se va a armar la grande, dijo la madre sumamente disgustada.

El muchacho, emperrado, quería ponerse sus zapatillas de tenis.

-      ¿Dónde se ha visto un San Pedro recibiendo a las almas en el cielo con zapatillas de tenis?

Antes que el muchacho abriera la boca, el señor Brecht dijo:

-      Pero tampoco usaba brackets en los dientes.


El muchacho le mostró los dientes con una mueca burlona en el preciso instante que el señor Brecht recibía un codazo en las costillas, cortesía de su mujer. Esa noche San Pedro lucia unas bellas zapatillas de tenis y lucia su sonrisa despampanante.




MAESTRÍA
  El esposo de una de las amigas de la infancia de la señora Brecht daba una exposición de sus últimos cuadros. Aun cuando el pintor caía al señor Brecht sumamente antipático, éste, por no discutir con su esposa, se comprometió a acompañarla. Hubo brindis, lágrimas, felicitaciones a granel por parte del anfitrión a los asistentes. Al notar que su esposo miraba detenidamente un autorretrato del pintor, la señora Brecht le dijo:
       -      ¿Te ha gustado ese cuadro, verdad?

   Con una risa sardónica, el señor Brecht contestó:


     -      La verdad que sí. Cualquiera no es capaz de representa la estupidez con       tanta maestría. 



FALSA ILUSIÓN
Acompañó el señor Brecht a un amigo a la estación del tren. Este, que era escritor, se hallaba algo deprimido debido a que sus libros parecían no tener mucha aceptación en el mercado infantil.

-      No te preocupes, la gloria llega con el tiempo, dijo el señor Brecht tratando de elevar el ánimo del alicaído amigo.

Faltando pocos minutos para que el tren partiera, un niño se desprendió de la mano de su madre y se acercó a donde Brecht estaba con el amigo. El niño, que llevaba un libro en el que se veía la foto del autor, dijo:
-      No es usted el autor de este libro.

El amigo del señor Brecht miró al niño y, llevado por la emoción, dibujó una sonrisa estúpida.

-      Sí, yo soy.

El niño miró a su madre que ya venía en su busca.

-      Por su culpa no puedo salir a jugar con mis amigos. “Hasta que no termines con ese maldito libro no saldrás de la casa”, me ha dicho ella.

Dicho esto, el niño le largó una patada en la espinilla y se fue corriendo. El pobre señor Brecht miró al cielo como implorando unas palabras para tratar de consolar lo inconsolable.



HOMBRE DE EMPRESA
El municipio de la ciudad organizó un homenaje a un octogenario empresario que era considerado uno de los hombres más ricos del país. Los oradores se turnaron para rendirle tributo: “hombre visionario”, “adalid de masas”, “mecenas prominente”, fueron algunos de los epítetos con que engalanaron la vanidad del anciano. El más eufórico fue el alcalde quien no escatimó lisonja alguna:

-      Este insigne hombre llegó a esta ciudad como si fuera un pordiosero, descalzo y semidesnudo, portando solo un viejo talego.

Los aplausos y los hurras retumbaron en el recinto como petardos. Un hombrecito que se hallaba al lado del señor Brecht le preguntó:
-      ¿Qué traería ese hombre en ese talego?

-      Unos cuantos millones, seguramente, le contestó.    



PRECAUCIÓN
De visita a una amiga que vivía en Singapur y que estaba de paso en la ciudad, la señora Brecht se presentó con su esposo, no sin antes advertirle que no saliera con una de sus ocurrencias.
Después de una copiosa cena donde no faltó el salmón, las alcaparras con lechuga y postre de ciruelas, la señora Brecht dijo complacida:

-      La cena estuvo deliciosa, querida.

-      Gracias, dijo la amiga satisfecha. Todo se lo debo a mi madre, que aun teniendo trece hijos, se dio maña para enseñar a sus hijas la buena cocina.

El señor Brecht, que permanecía callado, sonriendo dijo:

-      Debieron haberla puesto en un pedestal para que su padre no pudiera alcanzarla.



GENEALOGÍA
Jugando al póquer, un vanidoso y presumido individuo no dejaba pasar oportunidad alguna para resaltar el hecho de que descendía de condes y barones.

-      Mi tío, el conde de Alsacia, solía jugar al póquer durante tres días seguidos, ganando enormes cantidades de dinero, dijo el engolado.
Luego de algunas horas, más de uno hubiera dado todo el dinero que llevaba encima con tal de asestarle un golpe en la boca. De repente, el señor Brecht dijo cerrando el juego:

-      Siento interrumpirlo, pero vuestra majestad me adeuda una buena cantidad de dinero.

El hombre miró la escalera real que el señor Brecht puso sobre la mesa y tuvo que tragarse su orgullo ante las risotadas que generó la ocurrencia.




SOCIALISMO
Un líder socialista daba una charla en el Club de veteranos de guerra, donde el señor Brecht tenía el cargo de Promotor de Cultura. Entre el público se hallaba un periodista que tenía fama de intrigante y aguafiestas. Terminado su discurso, el señor Brecht invitó a los concurrentes a una ronda de preguntas. Como era de esperar, el cacógrafo tomó la delantera.

-      ¿O sea que si usted tuviera dos viviendas compartiría una de ellas con quien no la tiene?, preguntó el periodista.

-      Así es, amigo, no dudaría en ofrecerle una.

-      ¿Y si tuviera dos yates, como solo podría navegar en uno de ellos, compartiría con placer uno de ellos?

-      Tenga la seguridad que sí lo haría.

-      ¿Y si tuviera dos cabañas en el bosque no dudaría en compartir una de ellas?

-      Naturalmente, amigo, claro que lo haría.

Al ver que el tipejo se estaba poniendo más empalagoso a cada momento, el señor Brecht decidió intervenir.

-      ¿Y si tuviera dos automóviles, también los compartiría?

-      Eso no podría hacerlo, respondió el señor Brecht con voz seria y rotunda.

-      ¡Aja! ¿Y por qué no?, preguntó el periodista, creyendo que había atrapado a la zorra en su red.

-      Pues, porque los dos automóviles si los tiene, dijo el señor Brecht socarronamente.

El periodista abandonó la sala indignado, entre pifias y risotadas a granel.




EN LA CARNICERÍA
El señor Brecht se encontró con un amigo en la carnicería.

-      ¿Cómo está usted, querido amigo?

-      Bien, muy bien, contestó el señor Brecht.

Dirigiéndose al carnicero, le dijo:

-      Deme dos bistec, por favor.

-      Le daré del más fino que tengo, contestó el carnicero, mientras descolgaba un trozo de carne del garabato.

-      No, no hay necesidad de que me dé del más fino, hoy cocina mi suegra.




PREOCUPACIÓN
Estando en casa de su hermana, el señor Brecht escuchaba como esta rezongaba porque su hijo mayor, un atlético adolescente de diecisiete años, no regresaba a casa y ya era medianoche.

-      Mira la hora que es y yo preocupada porque este muchacho no regresa del baile con esa muchacha. Y bien que se lo advertí.

El señor Brecht la miró con suspicacia y le dijo:
-      Quien se debe preocupar es la madre de la muchacha.




SIMPLE DEDUCCIÓN
Es la juramentación del nuevo presidente de la Legión de Veteranos de Guerra, el candidato electo lucía un visible moretón en el ojo derecho. Entre los cuantiosos concurrentes, el señor Brecht llenaba el crucigrama del diario.

-      Acepto este cargo con el compromiso de hacer de nuestra institución un organismo serio y transparente.

Los aplausos de sus seguidores no se hicieron esperar. Los adeptos al presidente saliente se abstuvieron de manifestarse.

-      Yo no pienso llevar esta gloriosa institución como la ha llevado mi antecesor, hombre arbitrario y sectario que ya tendrá que rendir cuentas, y subrayo lo de rendir cuentas al nuevo tesorero.
Las hurras salieron de entre el público como petardos en noche buena.

-      ¿Por qué no va y se lo dice en su cara?, gritó un eufórico opositor.

El nuevo presidente, elevando la frente dijo:

-      ¿Y por qué crees que estoy así, infeliz?




SEGURIDAD
Pensando en el refrán que es mejor prevenir que lamentar, la señora Brecht mandó llamar al cerrajero para que instalara el mejor sistema de seguridad posible. Cuando el hombre terminó después de haberse pasado casi todo el día asegurando la puerta, dijo:

-      Bien señora, por aquí no pasará ladrón alguno. He puesto dos cerraduras, tres pestillos, un candado automático, una cadena de acero y una barra de precaución. Espero esté satisfecha.

La señora Brecht canceló la cuenta y dijo al señor Brecht:

-      Ahora sí podremos dormir tranquilos, no te parece.

El señor Brecht levantó la mirada del diario y le contestó:

-      Ruega que la oportunidad no llame a la puerta, porque cuando logres abrir ya se habrá ido.

  

LAS BUENAS IDEAS
Después de varios días de no hablarse, la señora Brecht lanzó un puente buscando amistarse con su esposo.

-      Se me ha ocurrido una gran idea, salgamos esta noche a comer, luego a bailar y así olvidaremos todas nuestras desavenencias. ¿Qué te parece?

El señor Brecht sonriendo, le dijo:


-      Excelente, pero eso sí, el que regresa primero a casa saca a pasear al perro mañana en la mañana.





NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO
El señor Brecht se había comprometido a darles una charla a los Boys Scouts de una congregación de adventistas y, para ello, había elegido como tema los refranes, pues consideraba que esos dichos agudos y sentenciosos de uso común, serían de mucha utilidad para esos inquietos niños exploradores.

-      Mire que son niños de corta edad y que se repente ese lenguaje figurativo les puede ser de difícil comprensión, le dijo al señor Brecht el jovencito pelirrojo que dirigía a ese grupo de entusiastas chiquillos.

-      No se preocupe, deje todo en mis manos, contestó el señor Brecht.

Esa noche, con un recinto al tope, donde los niños y padres se habían dado cita, el señor Brecht apareció en el escenario y dijo:

-      ¿Qué les parece mi traje?

-      Muy bonito, gritaron los niños.

-      ¡Aja!, ¿y esta hermosa camisa que llevo puesta?

Los niños al ver esa vistosa camisa celeste con puños, pechera y cuello relucientes, gritaron en coro:

-      ¡Más bonita aún!

De inmediato, el señor Brecht se quitó el saco y los niños rieron al ver que la “bonita” camisa no era más que dos puños, una pechera y un cuello.

-      Ya ven, no todo lo que brilla es oro, como dice el refrán.

El público lo aplaudió a rabiar.



PASEAR AL PERRO
Estaba el señor Brecht en la biblioteca solicitando un libro, cuando se le acercó un conserje entregándole una carta urgente. Leyó la breve misiva y no pudo contener la risa. La bibliotecaria, que se aprestaba a entregarle el libro solicitado, no pudo contener su curiosidad y trató de darle una ojeada al escrito.

-      Léalo, es de mi madre, todos los años siempre puntual, dijo el señor Brecht.

La mujer, intrigada, leyó: “No te olvides de pasear al perro”.

-      Debe amar mucho a los animales, dijo la bibliotecaria esbozando una dulce sonrisa.

-      Nunca ha tenido perro, es solo su mensaje en clave para recordarme que mañana es mi aniversario de matrimonio y que debo comprarle un regalo a mi esposa. Sabe que tengo memoria de cedazo, desde hace 30 años no deja de recordármelo.



EL MEJOR REGALO
Llegó el señor Brecht al hospital a visitar a un amigo que había sido operado de la vesícula. En la sala de espera, se encontró con dos amigos del convaleciente. Ambos llevaban regalos para “la pronta recuperación” del compañero.

-      ¿Cómo está señor Brecht, veo que ha venido con las manos vacías?, dijo uno de ellos con insidia.

-      Se equivoca, señor mío, siempre traigo algo que muy pocos pueden dar.

-      ¿Y qué es eso?, preguntó el otro.

-      Una buena conversación, contestó el señor Brecht.

Ningún insecticida pudo haber espantado más rápido a esos bichos.



EN LA BARBERÍA
Estaba el señor Brecht en la barbería esperando turno, cuando entró un jovencito de unos quince años quien, después de mirar de un lado a otro, se sentó a esperar turno. Su ruidosa fealdad acompañaba a sus toscos modales como Sancho a don Quijote. Llegado el turno al señor Brecht, este se dispuso a ocupar el sillón del barbero, pero el jovenzuelo se lanzó con tal prisa que dejó al señor Brecht a medio camino.

-      Estoy apurado, el señor puede esperar, dijo el muchacho.

Sabio y tolerante, el señor Brecht hizo una seña al barbero para que lo atendiera. Refunfuñando y mascullando palabras incomprensibles el barbero se dispuso a cortar el cabello al jovencito. De improviso, este sacó una fotografía del bolsillo, la desdobló, y dijo:
-      Córteme así.

El barbero miró la fotografía con detenimiento, era un apuesto modelo que seguramente el chico habría encontrado en alguna revista. Luego miró el rostro del muchacho y estalló en una sonora carcajada.

-      Oye chico, dijo riéndose, la única forma para que te veas así es pegándote la foto en la cara.

El muchachito, herido en su orgullo, cogió la fotografía y se marchó.

-      La piedra que lanzó le dio en el rostro, dijo el señor Brecht arrellanándose en el sillón.



CONFIDENCIAL
Estando el señor Brecht con su sobrino en la iglesia, el padre interrumpió su sermón y comenzó a perorar en latín mientras elevaba el cáliz.

-      Dómine, non sum dignus, ut intres sub tectum meum, sed tantum dic verbo, et sanábitur ánima mea.

El sobrino, que en ese momento se hurgaba la nariz con gran entusiasmo, preguntó al señor Brecht:

-      Tío, qué está diciendo.

-      ¡Chss!... es una conversación privada con el Señor y no es dable interrumpir.

El niño miró fastidiado y púsose  a jugar con una bolita de moco.



SOBRIO
La madre del señor Brecht arqueó la ceja y con una mirada de disgusto, increpó a su hijo:

-      Quiéraslo o no, Hans es tu primo y debes ir a su boda. Además, no estaría bien que tu esposa vaya sola a la ceremonia, así que anda viendo que traje te pondrás.

A pesar de tener más de cincuenta años, el señor Brecht sabía que contradecir a aquella octogenaria anciana era toparse con una muralla de acero.

-      Las madres son madres toda la vida, dijo la señora Brecht a su marido. Para ella siempre será el niño a quien podía regañar a su gusto.

Ya en el salón de recepciones, después de la ceremonia, el señor Brecht vio a su primo Hans saludando a sus invitados y negándose a todo brindis.

-      Vaya con el primito, dijo el señor Brecht a su esposa, quiere con esa alharaca hacer creer a todos que su fama de borracho es solo un chisme de viejas.

-      No hables así, dijo la señora Brecht, ha prometido no volver a beber y ese gesto solo es digno de un buen hombre.

-      ¡Bah!, ya volverá a beber como un  camello.

Antes de irse, el señor Brecht escribió en el libro de recuerdo:

-      Hoy el novio estuvo sobrio.



SOLTERÍA
Reposaba el señor Brecht en su jardín mientras su esposa acomodaba unos tiestos.

-      Toma el hocino y corta un poco de leña en vez de estar envejeciéndote más en esa perezosa, dijo la mujer refunfuñando.

Mientras cortaba la leña, el perro de la vecina pasó junto a él, olisqueó algunas ramas y se marchó.

-      Ese perro se da la gran vida, dijo la señora Brecht, entra y sale de esa casa cuando le da la gana.

El señor Brecht le contestó con una coletilla.

-      Es que ese animal no vive con su esposa.



SILOGISMO
Estaba el señor Brecht en casa de su hermana cuidando a uno de sus sobrinos más pequeños; el muchacho mascaba el lápiz con entusiasmo mientras hacía su tarea.

-      Tío, dijo el niño. ¿Qué es un hombre que trabaja con sus manos?

-      Un artesano, respondió el señor Brecht sin quitar la mirada de su periódico.

Al rato se escuchó otra vez al niño.

-      ¿Y un hombre que trabaja con su conocimiento y su cerebro?

-      Un científico, sentenció el señor Brecht.

A los pocos minutos volvió el niño a la carga.

-      ¿Y el hombre que utiliza sus conocimientos, su cerebro e imaginación?

-      ¡Ah!, ese es un artista.

Como era de esperar, el niño prosiguió con sus preguntas.

-      ¿Y el que no usa nada de eso, tío?

-      Fácil, sobrino, ese es un vago.



LOS MILAGROS DE SAN PEDRO

-      Te has demorado una eternidad en cambiarte, hoy hay estreno y seguramente el cine estará repleto, le recriminó la señora Brecht a su esposo.

Llegados a la ventilla de compra, se dieron con un gran letrero: “Entradas agotadas”. Un gran número de personas se agolpaban a la entrada del cine como esperando un milagro.

-      Ahí está un compañero de la escuela, es el jefe de la taquilla y siempre me saca de estos apuros, dijo la señora Brecht.

Minutos después, el señor Brecht y su esposa se acomodaban en uno de los mejores sitios de la sala.

-      Cuando se trata de sus amigos, él se las ingenia para conseguir entradas, dijo la señora Brecht.

-      Ojalá llegue al cielo antes que nosotros, así estaremos seguros de tener un buen lugar en el Paraíso, dijo el señor Brecht.




UNA INSIGNIFICANTE CHISPA
Asistiendo a una polémica entre dos candidatos a una gobernación, el señor Brecht se acomodó entre las primeras filas del auditorio. Preparados los dos contendores, lo que más llamaba la atención era el físico de los polemistas. Uno era alto, fornido, de cuerpo atlético; el otro, por el contrario, era de baja estatura, de una flacura llamativa que causaba irrisión. Un hombre regordete que estaba sentado al lado del señor Brecht, le dijo:

-      Ese hombre va a desaparecer a ese enclenque, mire no más el contraste.

El señor Brecht se sonrió:

-      No hay enemigo pequeño que no pueda vencernos, amigo, una chispa puede acabar con un bosque.

Después de una hora de debate, el pequeño hombrecito, con gran elocuencia, desbarató uno por uno los planteamientos de su rival, quien se retiró como si por encima le hubiera pasado una aplanadora.

-      ¡Vaya que su se incendió el bosque!, dijo el hombre regordete.

-      Y de qué forma, agregó el señor Brecht.



AGREGADO
El señor Brecht y un grupo de amigos, acudieron al cementerio al entierro de la esposa de un miembro del municipio local. El viudo, gran bohemio desde su juventud, no había sido una pieza de museo en cuanto a sus deberes maritales, hecho que era vox populi. Después que el sacerdote diera su consabido sermón de despedida, el cajón descendió a la huesa. Antes de que unos oficiosos enterradores comenzaran a cubrir el cajón de tierra, el marido con voz acongojada y lanzando una rosa sobre el ataúd, dijo:

-      Esta tierna flor a la memoria de mi querida esposa quien parte hoy hacia la eternidad…

El señor Brecht, con voz sardónica y sumamente, dijo:

-      En busca de un hombre mejor.



LA ÚLTIMA PALABRA
En las elecciones de los candidatos a la alcaldía, el favorito para obtener el sillón municipal era un anciano de rostro amargado que no se iba con quisquillas ni melindres cuando de desprestigiar a sus opositores se trataba. Su pronunciada calvicie, su ralo bigote canoso y su rostro arrugado como una pasa no favorecía en nada su apariencia; pero esto no era problema, su verbosidad, aunque hueca e insustancial, cautivaba a cualquier tonto que lo escuchara, y de esos había muchos en el abarrotado teatro en que los adláteres del viejo los habían convocado.

-      He aquí al hombre que nuestra ciudad reclama urgentemente, un hombre en cuya mirada se vislumbra la luz de un visionario, la inteligencia de un adalid, la…

Y las alabanzas fueron cayendo sobre el auditorio como cae la fruta madura de las ramas encorvadas del membrillero.

La esposa del señor Brecht parecía atrapada en ese manejo de lisonjas como mosca en una telaraña, al punto que daba la impresión de tener decidido su voto.

-      De todo se podrá dudar de este hombre, menos de sus méritos intelectuales y morales, concluyó el presentador.

El señor Brecht se acercó a su mujer y le susurró al oído:

-      Nadie lo discute porque no existen.



MONEDA  MÁGICA
Leía el señor Brecht los titulares de los diarios en un quiosco; al lado suyo un anciano muy entrado en años hacía lo mismo. A cada lectura de un diario seguía un gruñido de insatisfacción seguido de un este mundo cada día está más loco. Repentinamente, se escuchó un gemido seguido de un leve ruido de cajas. Un caballero había tropezado con uno de los adoquines de la acera y fue a dar al suelo. Unos jovenzuelos que se hallaban cerca al hombre, lejos de socorrerlo, estallaron en carcajadas.

-      Es el colmo, dijo el anciano, en vez de ayudar a ese hombre, estos baladrones se burlan de la desgracia ajena. Son tan holgazanes que ni siquiera son capaces de agacharse.

Una vez que el hombre había recogido sus cajas y húbose marchado muy enojado, el señor Brecht dijo al anciano:

-      Se equivoca, señor mío, no son ociosos, lo que falta aquí es una moneda mágica.

Dicho esto, el señor Brecht arrojó una moneda cerca de donde estaban los muchachos. El tintineo del metal actuó como un catalizador y los jóvenes se lanzaron sobre ella. Empujones, coscorrones y zarandeos se sucedieron unos tras otros hasta que uno de ellos se hizo del pequeño trofeo.



SANTA PSICOLOGÍA
En una partida de póker, en el Club de Jubilados de Periodistas, dos de los jugadores se trabaron en una agria discusión que parecía ir a mayores. El señor Brecht, que bebía un bourbon con unos vendedores de seguros, fue interpelado por uno de ellos:

-      No piensa intervenir, ambos son amigos suyos.

El señor Brecht apuró un sorbo y dijo:

-      De ninguna manera, en estos casos es mejor seguir las enseñanzas de San Agustín. No intervengas jamás en una disputa entre dos de tus amigos, pues corres el riesgo de perder la amistad de uno de ellos. En cambio, si se trata de dos enemigos tuyos, no dudes en hacerlo, pues de seguro ganarás una nueva amistad.

Satisfecho con la respuesta, el hombre mandó una ronda nueva y pagó  con sumo placer.


PECADOR
Jugando craps con unos compañeros de universidad, el señor Brecht llevaba perdida una buena cantidad de dinero.

-      Este tipo debe tener los dados cargados, no hace más que sacar 7 y 11, dijo uno de los que también iba perdiendo.

A los pocos minutos, entró al bar un hombre que tenía fama de llevar una vida disipada y pecaminosa. Luego de preguntar al barman sino había dejado olvidado su abrigo en aquel lugar se retiró.

-      Le hubieras leído ese mandamiento que dice “No desearas la mujer de tu prójimo” y te aseguro que hubiera recordado la memoria, dijo el señor Brecht.



LÓGICA INFANTIL
El sacristán daba un sermón en la iglesia, donde el señor Brecht se hallaba en compañía de su esposa, su hermana y su sobrino. Para que el niño no moleste, la madre le había prometido ir a la heladería una vez terminada la misa.

-      Nosotros debemos glorificarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual están la salud, la vida y nuestra resurrección; por quien hemos sido salvados y libertados. Dios tenga misericordia de nosotros y nos bendiga, dijo el sacristán, elevando luego los brazos al cielo.

La sala se mantenía en silencio; el sacristán elevó los brazos al cielo y dijo con gran solemnidad:

-      Que Dios haga resplandecer sobre nosotros la luz de su rostro y que nos permita, el día de nuestra muerte, la entrada a su sagrada casa. Toda la humanidad así lo desea, concluyó el sacristán.

El sobrino del señor Brecht rompió el silencio:

-      Tío, tan grande es la casa de Dios.



ACLARANDO DUDAS
En el entierro de un jubilado que había sido bibliotecario, le correspondió dar el responso a un viejo soberbio y vanidoso. Terminado el cura de echar agua bendita sobre el ataúd y hacer la señal de la cruz, el consabido anciano puso una mano sobre el féretro y dio inicio a una perorata donde solo hablaba de sus méritos, dando la impresión que el muerto era él.

-      Sé que dentro de poco también la parca vendrá a buscarme y yo, como en las trincheras donde luchan los valientes, estaré esperándola, erguido como un roble, la miraré con la frente señera y las manos firmes como un guerrero sujeto al petral de su caballo, y sé también que seré despedido con sentidos y melancólicos ayes por aquellos que me admiran por mi grandeza que emerge del aura que, cual diadema celestial y divina, corona mi cabeza…

El anciano carraspeó en señal que había finalizado; fisgoneó de un lado a otro buscando las palmas que no llegaron ni el asentimiento de complacencia.

-      ¿Qué te parece?, interrogó al señor Brecht un amigo de antaño.

-      Este hombre me ha aclarado una duda. Ahora ya sé que hay dos tipos de viejos: los viejos sabios y los viejos estúpidos.




SENTIDO COMÚN
En el sermón dominical, el señor Brecht se hallaba en primera fila.

-      Hay que estar más cerca a Dios, dijo la señora Brecht.

El señor Brecht asintió con benevolencia. Cuando el sacerdote ingresó y todos se pusieron de pie, llegó la hermana del señor Brecht con el mayor de sus hijos.

-      El demonio y el señor a la misma hora, susurró el señor Brecht a su esposa.

Durante todo el sermón, el niño se mostraba inquieto mirando de un lado a otro.

-      En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra, empero, estaba informe y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Dijo, pues, Dios: sea hecha la luz. Y la luz quedó hecha…

En ese momento supremo en que el sacerdote, con los ojos cerrados, había abierto los brazos y los había elevado al cielo, se escuchó la voz del niño:

-      ¿Mamá, y en qué momento hizo los medidores?

Un murmullo recorrió el amplio salón.

  

¡A MÍ CON ABRACITOS!
Al oír la voz de su hermana al otro lado del teléfono, el señor Brecht sabía que no existía excusa alguna cuando la mujer le pedía algún favor, y menos aún cuando se trataba del mayor de sus sobrinos, la “oveja negra” de la familia.

-      Entiéndeme, dijo la hermana, el niño tiene que ir a ver la obra, porque de lo que vea tendrá que exponer en la escuela, sino fuera de suma urgencia no te molestaría y eso bien que lo sabes. Además el niño te tiene un cariño especial…

A regañadientes el señor Brecht se puso un traje de ocasión y pasó a buscar a su sobrio quien, en la puerta del teatro, amenazó con no ingresar al recinto si no llevaba consigo una buena provisión de frunas, chocolates y confites. A mitad de la escena segunda un joven emocionado invocó al cielo ceremoniosamente…

¡Oh! Dioses del amor,
has que mi amada, Venus de Milo,
abrace fuertemente
este cuerpo doliente.

En ese momento se escuchó la voz del sobrino del señor Brecht…

-      ¡Cómo te va a abrazar, cretino, si no tiene brazos…!

Mientras el señor Brecht abandonaba la sala cargado sobre sus espaldas rechiflas y anatemas, el niño reclamaba que si no veía la obra completa lo reprobarían.



TRETAS DE CÓNYUGE
Aprovechando que su esposa había viajado a ver a su madre y se ausentaría una semana, el señor Brecht comenzó a hacer una lista de todas las cosas que haría aprovechando la ausencia.

-      Ahí te he dejado una lista de todas las cosas que tienes que hacer, desde podar el césped hasta encerar los pisos, le dijo la señora Brecht en la estación del tren.

Después de bañarse, el señor Brecht llamó a varios de sus amigos para encontrarse en la cancha de bolos. Cuando fue en busca de su boliche, encontró una nota:

-      ¿A dónde crees que vas?
¿Ya has hecho todo lo que tenías indicado?

El señor Brecht dejó la bola en su lugar y, después de llamar a sus amigos, fue al garaje por la podadora.



SABIA RESPUESTA
Siendo secretario de la Asociación de Bibliotecarios de su localidad, el señor Brecht se hallaba sentado en el escenario al lado derecho del Presidente a quien reprochaban de dirigir antidemocráticamente a la asociación. El presidente estaba furioso, el vicepresidente irascible y el público insoportable reclamando su vacancia. El Presidente se volvió hacia el señor Brecht que, según su concepto, era absolutamente honrado e imparcial.

-      Dígales, por favor, si le parece que dirijo la Asociación arbitraria y antidemocráticamente.

El señor Brecht dio una mirada amistosa y; conciliatoria al Presidente. Luego respondió, juiciosamente:

-      Yo opino que no. Pero sí que los miembros votan en forma puntualmente democrática, por lo que usted desea que voten.



UNA ALEGRE COMEDIA
Un grupo de jóvenes actores itinerantes representaba una versión moderna de “La dama de las Camelias” del autor francés Alejandro Dumas hijo. El señor Brecht, amante desde su juventud de la literatura francesa, dijo a su mujer:

-      Vamos querida, no puedes perderte esta oportunidad, solo habrá una presentación.

La señora Brecht, atacada por una migraña, se negó de pleno a acompañarlo. Aquella noche el teatro se la ciudad estaba abarrotado. Al lado del señor Brecht se encontraba una anciana a quien ya no le cabía una joya más en el cuerpo. “Una joyería ambulante”, pensó el señor Brecht, repantigado cómodamente en su butaca. Todo marchó de polendas, hasta el momento en que en una parte del drama Armando confiesa su amor a Margarita Gautier. Esta emocionada, corre a su encuentro y tropieza. El público contuvo la respiración. La actriz, respuesta, volvió a la carga y cayó nuevamente: el tacón alto de sus zapatos le estaba jugando una mala pasada. Una tercera caída y el público estalló en carcajadas creyendo que los infortunios de la actriz eran parte de la obra la cual, seguramente, no era un drama sino una comedia. La anciana que estaba junto al señor Brecht era una de las que reía enardecida.

-      ¿Cómo se llama esta obra tan divertida?, preguntó al señor Brecht.

Con el entusiasmo oscurecido y el ánimo en el suelo, le respondió:

-      La dama de las caídas, señora.



CARA O SELLO
El señor Brecht veía televisión mientras si sobrino realizaba sus tareas escolares en la mesa de la sala. Al ver que el niño lanzaba una moneda al aire y que luego anotaba algo sobre un papel, se acercó a curiosear.

-      ¿Qué haces le preguntó?

-      Es muy fácil, tengo que responder verdadero o falso. Si sale sello pongo verdadero; si cara, falso.

A la media hora, el niño pidió permiso para salir a jugar.

-      Déjame ver tu tarea, dijo el señor Brecht.

Tomó la tarea y comenzó lanzando una moneda al aire.

-      ¿Qué haces tío?, preguntó el niño con curiosidad.

-      Verifico tus respuestas, granuja.




CUESTIÓN DE IDIOMAS
Daba una conferencia sobre Arqueología un destacado profesional que, desde el inicio, demostró ser una persona pedante, vanidosa y antipática. A la hora del coctel, quiso lucirse hablándole a los que lo rodeaban en la lengua de los circundantes, la cual hablaba pésimo:

-      Me disculparán, pero les he hablado en un idioma que no es el mío.

El señor Brecht, alzando su copa, le dijo:

-      No se preocupe, lo hemos escuchado en un idioma que no es el nuestro.



EN EL PARADERO
En la fila del autobús, un tipo regordete renegaba por el atraso de la máquina; luego por el calor que hacía; luego por el exceso de ruido y, por último, le increpó amargamente a un joven que estaba detrás de él.

-      ¡No empuje!

Después de una larga espera, el autobús llegó. La gente comenzó a subir y, cuando le llegó el turno al gordo, este, agarrado del pasamanos y con pie en la escalerilla, hacía vanos esfuerzos por subir.

-      Ahora sí puedes empujarlo muchacho, le dijo el señor Brecht al que iba detrás del gordo.


ÓPTICA
Como las suegras siempre son motivo de conversación, conversaba el señor Brecht con un grupo de amigos sobre ellas mientras jugaban una partida de canasta.

-      Son insoportables, quieren meterse en todo, dijo uno de los contertulios.

-      Lo que es yo, la mantengo lo más lejos de mi casa, dijo otro.

-      Deberíamos embarcarlas en un gran barco y después hundirlas en el océano, dijo un tercero provocando la risa de todos.

-      ¿Y tú?, le preguntaron al señor Brecht.

Permaneció en silencio unos segundos y, mirando a todos dijo:

-      Yo no tengo el problema de ustedes, yo adoro a la suegra de mi mujer.



COMPRAS
El señor Brecht se encontró en el estacionamiento de tiendas de ropa, con un amigo del Club de Jubilados de Periodistas, en el preciso instante que este le daba a su mujer su billetera.

-      Espero que no te demores mucho, dijo el marido a su mujer.

-      No te preocupes amigo, dijo el señor Brecht, regresará tan pronto deje la billetera vacía.



BODA
Estaba el señor Brecht en la iglesia acompañando a su esposa, pues se casaba la hija de una amiga de la infancia.

-      Sé que las bodas te aburren, dijo la señora Brecht, pero no se vería bien que mis amigas me vieran sola sabiendo que tengo marido.

En el momento en que el novio daba el sí a la novia, una señora bien entrada en los años comentó:

-      ¡No es maravilloso!

-      Sí, dijo el señor Brecht, el novio está tomando la última decisión libre de su vida.




 UNA APUESTA PERTINENTE
Llegando el señor Brecht a casa de su hermana, encontró a esta discutiendo con uno de sus hijos menores que no quería tomar la sopa. De nada valían las amenazas, el niño de cuatro años estaba emperrado y no daba muestras de dar su brazo a torcer. Completamente desalentada, la madre abandonó el comedor cuando regresó a los pocos minutos, encontró al señor Brecht sonriente.

-      Sírveme un plato de sopa, dijo el señor Brecht a su hermana.

Cuando regresó, al rato, vio que el niño había tomado toda la sopa.

-      ¿Qué hiciste para que este majadero se la tomara?

-      Muy fácil, le aposté un helado a que yo terminaba antes que él.




PSICOLOGÍA FEMENINA
Saliendo de la odontóloga con su esposa, el señor Brecht le dijo algo fastidiado:

-      Si hubiéramos ido donde mi amigo, habríamos gastado la mitad de lo que te ha costado la curación con esta doctora. ¿O es que acaso no lo crees buen dentista?

La mujer lo miró con severidad.

-      No es eso querido. No has oído aquel dicho: “Por el diente se conoce la edad del caballo”. Las mujeres somos un poco vanidosas.

El señor Brecht se encogió de hombros y siguió caminando en silencio.



ÚNICO ERROR
Estaba el señor Brecht dando instrucciones a unos amigos sobre la forma en que se armaba una podadora de césped que había llegado a la ciudad con la promoción de ser un objeto revolucionario en su campo.

-      ¿Estás seguro de que es así?, preguntó uno de los amigos.

-      Claro que sí, podría armarla hasta con los ojos cerrados, dijo el señor Brecht orgulloso.

-      Irradias tanta seguridad que da la impresión que nunca te has equivocado en tu vida, dijo otro.

-      No lo creas, contestó el señor Brecht, solo una vez.

Al decir esto, señaló a la señora Brecht que descansaba en una perezosa.



SOLIDARIDAD GATUNA
Pasaba el señor Brecht por una casa donde había un vistoso jardín. Se detuvo un momento y observó a un pequeño gato que rasgaba la puerta insistentemente. Luego de tocar el timbre, un hombre salió por una ventana del segundo piso:

-      ¿Qué desea?, dijo el tipo en tono poco amigable.

-      Yo nada, señor, pero creo que este pequeño gato se halla desesperado por no llegar al timbre.



CRÍTICO MUSICAL
Durante la misa dominical, el sacerdote presentó al nuevo maestro de música que se haría cargo del clavicordio, en ausencia del titular. A la hora de los cánticos, las voces del coro se unían con las notas que salían del viejo instrumento de cuerdas y teclado.
Cuando el señor Brecht regresó a su casa, encontró a su esposa tomando el té con una señora de gesto severo y altanero.

-      ¿Y qué te pareció el nuevo tecladista?, preguntó la señora Brecht.

El señor Brecht, regocijándose, dijo:

-      Dos calaveras bailando una rumba en un techo de latón sonarían mejor.

A los pocos segundos, un portazo remeció la casa y la señora Brecht no le habló a su marido una semana.

-      Como iba yo a saber que esa mujer era la esposa del bendito maestro, le decía el señor Brecht a un amigo.



CUESTIÓN DE JUICIO
El señor Brecht fue nombrado presidente de la Asociación del Buen Vecino, institución encargada de mantener en buen estado el ornato de la ciudad y la limpieza de las calles. Provisto de su cargo, comenzó a impartir órdenes entre los miembros de la antigua junta directiva, donde no faltaban los remolones y los convenidos. Muchos, descubiertos en sus faltas, fueron removidos de sus cargos y otros advertidos con severidad.

-      Si sigue así se va a quedar sin amigos, señor Brecht.
El señor Brecht frunció el entrecejo y contestó:


-      Mientras sea presidente de esta institución no tendré más amigos que la justicia.




CONSUELO
Enterado por un amigo del fallecimiento de un empleado del banco de la ciudad, un tipejo antipático, insidioso, metijón, a quienes muchos consideraban un ser indigno y miserable, el señor Brecht frunció el entrecejo.

-      ¿Qué le parece, señor Brecht?

-      Pues le diré, repuso el señor Brecht con aire pensativo mientras daba vueltas al cigarrillo entre los dedos, solo espero que no haya muerto de nada grave.

  

JUBILACIÓN
Un candidato al puesto de administrador de cobranzas en la alcaldía, preguntó a la recepcionista si el cargo incluía un plan de jubilación.

-      Por supuesto, eso téngalo por seguro, contestó una jovencita mientras mordisqueaba un lápiz.

El señor Brecht que se hallaba a pocos metros intervino.

-      Le aseguro que en ese puesto se jubilará más rápido de lo que se imagina.



PRECAUCIÓN
Almorzaba el señor Brecht con su esposa en un restaurante italiano, cuando de pronto apareció un hombre gordo elegantemente vestido.

-      No se puede negar que aquel hombre viste bien, pero no me explico porque lleva correa en los pantalones si tiene puesto tirantes; dijo la señora Brecht con una sonrisa sardónica.

El señor Brecht quitó la mirada de la carta y dijo:

-      Hombre precavido vale por dos.



REPARTICIÓN
Sabiendo el señor Brecht que su esposa detestaba que algo se desperdiciara, tomó la bolsa del refrigerio que su mujer le había enviado al trabajo y la repartió entre el personal de la oficina.

-      ¿Y por qué hiciste eso?

-      No pude negarme a la invitación que el gerente me hizo. Un almuerzo en su casa, contestó el señor Brecht.

Luego de una pausa, agregó:

-      A la secretaria le tocó el emparedado de queso; al conserje el jugo de melón; al administrador las uvas y al ascensorista la jalea de cerezas.

La señora Brecht quedó pensativa.

-      ¿Sucede algo, querida?

-      No, contestó la señora Brecht. Estoy pensando cuál de ellos se quedó con la tarjeta en la que te enviaba un beso.



SALVAVIDAS
Tomando un café estaba el señor Brecht mientras leía su periódico en una cafetería. Un amigo llegó y se dispuso a acompañarlo. Llamando al dependiente le dijo:

-      Estoy con un hambre leonino, de que son los emparedados.

Antes de que el hombre respondiera, el señor Brecht susurró a oídos del amigo.

-      Son surtidos. Algunos son de ayer, otros de hoy y otros de anteayer…

El amigo sonrió estúpidamente y dijo:

-      Mejor tráigame solo un café.



DEPORTE IDEAL
Repantigado en su sillón, el señor Brecht escuchaba la conversación que su esposa sostenía con una amiga con quien había compartido las aulas en la escuela.

-      No sé qué hacer con ese hombre para que deje el hábito de fumar, lo he intentado todo, dijo en tono apesadumbrado la amiga.

-      Muy fácil, querida, que practique algún deporte, veras que en poco tiempo ya ni se acordará del cigarro, dijo la señora Brecht muy entusiasta.

La amiga la miró fijamente y le dijo:

-      Ya lo intenté. Mientras trotaba fumaba; con el ciclismo fumaba; patinaje con cigarro en mano, el remo con humo en la boca; el tenis, un cigarro en la mano y en la otra la raqueta; caminata echando humo, hasta saltando la cuerda fuma ese testarudo.

El señor Brecht pensó que el momento de intervenir había llegado.

-      No ha probado con el único deporte en el que no podrá fumar: la natación.

La mujer se fue agradecida y la señora Brecht se sintió complacida de tener un esposo tan sabio.



NOMBRES PRECISOS
Llegó el señor Brecht a casa de su hermana y de inmediato fue abordado por dos de sus sobrino menores.

-      Tío, mamá ha comprado tres lindos pollitos, ayúdanos a ponerles nombres, dijo uno de los chiquillos.

La hermana miró al señor Brecht y le hacía señas con las manos para que no fuera a salir con una de sus indiscreciones. Sabido era la costumbre de la hermana de comprar aves para engordarlas en casa y después mandarlas a la olla.

-      A ver, dijo el señor Brecht, tomando a uno de los polluelos. Este se llamara Noche Buena, este otro Año Nuevo y este Bajada de Reyes.



TÁCTICAS DE COMBATE
En una reunión de excombatientes, el señor Brecht se movía entre viejos generales de pronunciada calvicie y coroneles que rengueaban como consecuencia de las heridas de guerra. Dirigiéndose a los militares más jóvenes, un general de vistosos bigotes canos dijo ceremoniosamente:

-      A ustedes, muchachitos, les digo. Ataquen al enemigo como se acometieran contra una mesa llena de alimentos después de un prolongado ayuno. Un pollo rostizado es una peligrosa metralleta, un lechón al horno, un poderoso tanque, una ensalada la trinchera del enemigo…
Y así siguió el curioso discurso donde el arte culinario se amalgamaba con tácticas de combate. De pronto, el señor Brecht se vio interpelado por un anciano que lucía un birrete púrpura.

-      ¡Qué desvergüenza!, mire a ese jovencito llevándose bajo la chaqueta dos botellas de champán.

El señor Brecht se sonrió y le dijo:

-      Se equivoca, no hace más que seguir las enseñanzas de su maestro. Si capturas al enemigo en plena batalla, te lo llevas prisionero.



MENSAJE DIVINO
Estaba el señor Brecht vigilando que su sobrino comiera la sopa de letras que su madre le había servido. El rostro del pilluelo reflejaba el desgano con que ingería aquella comida que, para muchos adultos, es todo un manjar.

-      Por eso es que los niños no comprendemos a los adultos, cómo pueden comer esto, dijo el niño refunfuñando.

El señor Brecht se mostraba un juez impasible. Al poco rato, el señor Brecht, distraído en la lectura de una revista, notó que el niño había escrito algo sobre el tapete uniendo algunas letras de la sopa.

-      Señor Todopoderoso, haz que mi tío acuda en ayuda de este pobre niño.

Sin poder contener la risa, el señor Brecht se comprometió a comerse la mitad de la sopa.


EL GURÚ
Un gurú llegó a la ciudad a dar unas conferencias con gran propaganda por parte de la alcaldía.

-      Ese no es más que un charlatán, dijo un hombre que había asistido a la primera función.

Movido por la curiosidad, el señor Brecht se avecinó al teatro y adquirió una entrada. Por la noche, ya estaba sentado en las primeras filas. El “guía espiritual” habló del alma, del espíritu, de los muertos, hasta del cielo y del infierno. Los bostezos afloraron como sapos de un estanque por todos lados. Para impresionar al público a quien ya notaba aburrido y algo adormecido, el gurú dijo, abriendo los ojos como dos enormes huevos: 

-      Les aconsejo que hagan algo por su espíritu, algo que nunca hayan hecho en su vida: una cosa agradable y otra desagradable. Verán como sus vidas cambiarán.

Y para darle más sazón a sus palabras, gritó desaforadamente:

-      Reto a alguien a que me diga si ha hecho algo agradable y algo desagradable durante toda su vida.

Hubo un silencio de cementerio. De pronto el brazo del señor Brecht se alzó. El gurú se quedó estupefacto.

-      Diga usted, sentenció.

-      Todos los días me le levanto y me acuesto.

Las risotadas estallaron en la sala.


AGREGADO
Estando en la iglesia con su esposa, el señor Brecht recibió una invitación que repartía un monaguillo:

Boletín: “Un grupo de señores de la tercera edad iniciarán la próxima semana un estudio sobre los sacramentos: qué son y cómo se han de practicar.

Tomando su lapicero, el señor Brecht escribió líneas más abajo.

“También un grupo de jóvenes iniciarán un curso sobre el pecado: qué es, cuáles son y cómo se han de ejecutar”.



LETRERITO
Bebiendo una cerveza en un bar, el señor Brecht obtuvo un curioso marbete, donde se inducía a hacer el amor y no la guerra.

-      Fui yo quien lo puso ahí, no le parece oportuno en un lugar como este, donde algunos borrachos se trenzan a golpes, dijo una sonriente jovencita que atendía la barra.

Por la noche, cuando ya la muchacha se marchaba después de haber cumplido su turno, leyó su letrero con gran sorpresa:

“Hagamos el amor, no la guerra”.

Debajo habían escrito:

“Pida informes a la barman”.



CANCIONES DE CUNA
-      Mi madre nunca nos cantaba canciones de cuna para hacernos dormir, prefería los cuentos, dijo el señor Brecht a una amiga de su esposa especialista en niños.

-      Pero las canciones de cuna son más relajantes para lograr que un niño duerma, dijo la mujer con aire de soberbia.

-      Quizá tenga razón, pero era mi madre la que se quedaba dormida.



LÓGICA INFANTIL
Un destacado psicólogo había ido a visitar al señor Brecht; este, para agasajarlo, sacó a relucir un añejo coñac que guardaba para grandes ocasiones.

-      Tengo un sobrino, hijo de mi hermana, que es de lo más timorata que te puedas imaginar, dijo el señor Brecht.

-      Por favor, contestó el amigo jugueteando con su fino sombrero, estás ante el mejor psicólogo infantil, para mí sería un gusto enorme ayudar a ese niño.

A los pocos minutos, el psicólogo se hallaba frente al niño, quien no podía ocultar su nerviosismo.

-      Ven conmigo, pequeñín, no tengas ningún temor. Haremos una prueba bien sencilla.

El hombre colocó su elegante sombrero sobre la alfombra, a una prudente distancia del niño.

-      Imagínate que esta es una enorme araña venenosa. ¿Qué harías? ¿Saltarías sobre ella? ¿La bordearías y saldrías airoso? ¿O te alejarías de ella como un conejo asustado?

El psicólogo, ante la expectativa de la madre y del señor Brecht, sonreía vanidosamente.

El niño se quedó pensativo chupándose el dedo. De repente, lanzando un grito de guerra, saltó y cayó sobre el sombrero, chancándolo una y otra vez hasta hacerlo trizas.

-      Maté la araña, grito victorioso y sonriente.


Vanos fueron los intentos del señor Brecht por reparar ese emplasto de fieltro.




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