miércoles, 12 de octubre de 2011

CIERZOS Y GRANIZOS

Primera Edición


Segunda edición




Para Milton Manayay Tafur,
con la amistad de siempre.






Cuando tu rostro no haga mella en mi recuerdo, se quebrará el espejo que borrará tu imagen en silencio


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Estas manos agrietadas como muros carcomidos por la lluvia, por el viento, no han perdido su inocencia.


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Cuidando una rosa sin aroma y sin color, los días de mi juventud fueron espinas.


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El filo del destral destroza la corteza del árbol que sembramos para nuestros nombres.


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Las mentiras afloran de tu boca en una sed que no se sacia.


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Una libre se encarama entre la hierba, un niño se ensombrece y se silencia; una flor que se marchita, un árbol que se seca: es un hombre el que transita y se avecina.


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Tú y tu estúpida obsesión de dañar lo que yo amo, en mis labios siempre hay un corazón que te perdona.


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Mi cuerpo se agita repentino, la angustia se asienta en mis cabellos; tiro de ellos en loco desenfreno, las ideas galopan a lo lejos; tu sombra en el umbral: estoy perdido.


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En las horas que preceden al sueño, en la memoria se agolpan los recuerdos.


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Para mirarme sólo tienes que mirar el mar, para sentirme, tan sólo tocar la lluvia:, en río o mar, arroyo o lluvia, agua he sido y seré siempre.


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Secos de tu ausencia mis labios siguen presos, encerrados en la celda del recuerdo de tus besos, o derramando en lágrimas el hielo que los cubre.


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En vano espero tu regreso en este día, haciéndome un amargo beber de tu recuerdo.


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A veces me sueño en el aire, pero siempre inquieto y clamando fuego está mi cuerpo a la espera de tu beso.


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Dulce oscuridad en la que me embrujan tus ojos dormidos.


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Causaré revuelo en el infierno si no me llega el polvo calcinado de tu cuerpo.


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Un alma sola llena de amor no retribuido.


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Todos los granos del racimo maduran igual; yo ya era vino cuando te descolgaron de la parra.


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Aferrarse a una promesa es sembrar un árbol; cuan pocos bosques reverdecen el planeta.


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Y como siempre encontrarás en mis ojos, agua de un río que se ha desbordado aquí dentro.


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Como la hoja que sale de la rama salió mi amor de su corazón para no volver a ella.


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La cobardía es una pequeña piedra en el camino; de lo que no se arrepiente nadie es de haber sido valiente.


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Lo destructivo es en los niños parte de sus juegos; cuantos hombres no han olvidado los pasatiempos de la niñez.


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A medida que llega la vejez, más sonoros son los pasos de la muerte que nos sigue.


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Dentro de toda mujer hay un niño adormecido y un hombre encadenado a su designio.


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El hombre demuestra su torpeza cuando trata de mentir; quiere aprender lo que la mujer trae en su esencia.


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La música es un idioma universal tan grato y persuasivo, que por ella el hombre sabio podría coincidir con los imbéciles.


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El honor en la mujer es como una ola que llega a la playa; llega agresiva, humedece la arena, y luego se retira y se pierde en el mar.


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“Basta leer “Polvo y ceniza” y “Las humanas certezas”, para darnos cuenta que nos encontramos ante un escritor con un dominio notable en el manejo de la novela.  Eliécer Cárdenas ha creado un personaje, Naún Briones, con gran conocimiento de la función que este bandolero tiene para  con los pobres a quienes busca devolverles la dignidad perdida.  El poder abusivo e intolerante de los gobernantes corruptos, es lo que Naún Briones combate con tenacidad; su lucha tiene ingredientes  vedados, su razón lo lleva a utilizar procedimientos que están al margen de la ley.  Esa ley impuesta para beneficio de unos pocos lo lleva a descubrir que la única forma de combatir la explotación, la inmoralidad, la infamia, el ucase y el abuso que el poderoso inflige al débil, es a través de la violencia.  En “Las humanas certezas” el uso de la prosopopeya alcanza ribetes inverosímiles; pero es a través de esta figura literaria que Eliécer Cárdenas logra dar vida a objetos (radio, morral, pollera) y hacer hablar a animales (caballo, araña, gavilán), los cuales son los personajes omniscientes que nos informan de todo lo acontecido en el pueblo de Chaguín y sus alrededores.  Este manejo prosopopeyístico de los personajes, nos muestra la magín creadora que posee este escritor, cuya obra lo coloca, sin lugar a dudas, entre esa pléyade de escritores ecuatorianos que dará mucho que hablar en este siglo, verbigracia: Jorge Icaza, José de la Cuadra, Pedro Jorge Vera, Miguel Donoso Pareja, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara.”.


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La creación de un poema es una suerte de encarcelamiento, un estar en prisión preventiva, pues, la poesía exige el recogimiento, un alejarse de todo cuanto rodea y sumergirse en las reminiscencias que llevan a la construcción de la obra de arte.  El hombre, contra su voluntad, se siente incomunicado; la poesía se impone, como un amor que requiere todo de nosotros.


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Al vulgo le incomoda la verdad, sobre todo aquella que atañe directamente a su persona:  su impuntualidad, su pereza mental, su desorganización, su vida improvisada ajena a toda sistematización, su displicencia por la lectura o a todo aquello que implique un cambio de vida, es decir, a todo aquello que signifique esfuerzo.  Todo eso le sabe a peste bubónica, a lepra, algo de lo que hay que mantenerse lo más alejado posible.  Al pueblo le gusta que lo engañen, lo adulen, lo entretengan, aunque después despotrique contra aquellos que “maliciosamente buscaron dañarlo”; no le agrada que le machaquen sus defectos o sus vicios, eso va en contra de su vida conformista y anodina.


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Los adultos son los espejos en que se miran los niños


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Un pueblo sometido por años al engaño, al abuso, a la inacción,a la ignorancia, es un pueblo embrutecido, mentiroso, cobarde, envilecido, deshumanizado; educado en la verdad y la justicia podrá ganarse el sustento, el respeto de los otros el respeto de si mismo.


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La mujer con respecto al hombre llega hasta donde ella quiere; el hombre, hasta donde ella se lo permite: cuando el hombre se propasa, la culpa es enteramente de ella.


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En cuanto a libros se refiere, no es la cantidad sino la calidad de lo que leemos lo que determina el valor de lo elido.  Nuestras librerías y más aún nuestros vendedores informales, ofrecen un sinnúmero de libros que no guardan tasación alguna; son libros que sólo buscan entretener al hombre de pensamiento superficial, libros en que las palabras fluyen como algas que flotan en el agua sin ofrecernos perla alguna; también están los denominados de “auto-ayuda” que captan un gran número de incautos que creen que en sus páginas van a encontrar solución a sus frustraciones e inseguridades.


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La muerte de un ser querido genera en nosotros un sentimiento de dolor y de tristeza, pero también de temor hacia aquello que ha sido capaz de desatar un sentimiento tan férreo como el que nos unía con el muerto.  Las primeras horas que suceden a la privación de lo amado se tornan interminablemente angustiantes; con el tiempo la congoja se tornará en remembranzas, piezas de rompecabezas que al unirse evocarán vivencias.  Es en éstas, en que el difunto se nos presenta tal y como era en vida, con sus defectos y virtudes, las cuales asumimos y aceptamos para la restauración en nuestra vida interior de la imagen que de él perdurará en nuestro recuerdo.  Lo corporal ya se ha perdido; lo incorpóreo es lo que queda para glorificar su memoria.


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Podemos cometer muchos errores en la vida, pero llega un momento en que la razón nos indica que ya hemos agotado la cuota que nos llevaba al aprendizaje, todo error a partir de este momento ya resulta repetitivo, lo cual implica estar rodando por la pendiente que nos lleva a la estupidez.


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Borges decía, refiriéndose a Perón, que un rufián muerto seguía siendo un rufián, y que un cobarde muerto no era un valiente, pues la muerte no beneficiaba tanto.  Esta reflexión del escritor argentino nos trae unas palabras de Goethe en sus conversaciones con Eckermann, donde el poeta decía que a pesar del comercio diario con la grandeza de las concepciones antiguas, un bribón seguía siéndolo y que una naturaleza mezquina no elevaría su nivel.  En el primer caso, el difunto no se libera de su condición axiológica, sigue siendo, para bien o para mal, lo que el fue en vida.  Un buen hombre o un canalla.  En la reflexión goethiana, concluimos que un hombre de vida disoluta o conductas execrables, por más que se inmiscuya en las hialenas aguas del sublime pensamiento, regresará a la orilla con el mismo fango nauseabundo con que se sumergió.  Por otro lado, la similitud temática nos lleva a pensar si hubo plagio o mera coincidencia de Borges con respecto a Goethe.  Conociendo la amplitud de pensamiento del autor de “El Aleper”, no cabe duda que nos encontramos ante dos labradores hurgando en el mismo surco de tiempos distintos.  Son tantos los caminos para llegar a un mismo destino, que no resulta inusual este tipo de coincidencias.


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Cuantiosas novelas se han escrito en América en torno a las tiranías, como abundantes han sido los tiranuelos que se han enquistado en el poder, dando rienda a todo tipo de vejaciones, violando los derechos humanos a complacencia y conveniencia, encarcelando, desterrando o asesinando a sus opositores.  Esta es la cruda realidad de un continente que desde hace siglos ha sido caldo de cultivo para el robo y la violencia.  Desde la esperpéntica novela del gallego Ramón del Valle Inclán, “Tirano Banderas”, hasta “El pueblo soy yo” del ecuatoriano Pedro Jorge Vera – donde el nepotismo se respira por todos los rincones del poder -, han aparecido un gran número de testimonios novelescos (unos con nombre propio, otros anónimos u otros alusivos) entre los que destaca “El otoño del patriarca”, del colombiano Gabriel García Márquez.  Desde las primeras páginas, el polifacético Gabo nos presenta a un viejo gobernante, Zacarías Alvarado, caminando sobre sus enormes pies, luciendo uno de sus monstruosos testículos, tan grande como el riñón de un buey, lo cual nos hace suponer desde ya, que esta hiperbólica forma de narrar, tan humorística y característica en el narrador colombiano, nos servirá de tamiz para apaciguar un poco nuestra rabia ante los abusos cometidos por el tirano Zacarías.  El otoño del patriarca” no alcanza el cenit de la gloria alcanzada por “Cien años de soledad”, pero por este hecho, no deja de ser una de las mejores producciones brotadas de la pluma de García Márquez.  Creo destacable agregar que si el colombiano careciera de esa gracia e imaginación narrativa que se parecería en toda su obra, lo que se describe en esta novela parecería inverosímil.  Eso, sin lugar a dudas coloca a “El otoño del patriarca”, por encima de otras grandes novelas de este tipo, escritas en el siglo XX.


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Un ministro o Presidente de una Nación será llamado así mientras ejerza ese cargo temporal, lo mismo sucede con aquellos que desempeñan puestos públicos y que durante su mandato son tratados de excelentísimos e ilustrísimos y otros superlativos; acabada su gestión no  queda nada más que un ciudadano común y corriente.  El poeta ha sido, es y seguirá siendo poeta, porque seguirá haciendo poesía hasta su muerte.  Pocas veces o casi nunca, ha recibido los calificativos con que los Presidentes y ministros se rasgan sus efímeras vestiduras.


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La maldad de los hombres queda grabada en el corazón y hace que sus virtudes sean ramas deshojadas, árbol sin frutos, viento enloquecido que todo arrasa a la deriva.


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Combatir con la insensatez diariamente es ir perdiendo la razón poco a poco.


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Es natural pensar en la muerte a medida que nos invaden los años; lo importantes es tener la convicción de que aquella es otra forma de existencia y que nuestro ser seguirá viviendo eternamente: he ahí el consuelo a nuestra angustia.


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Cuando el rostro quebrado en dos mitades baña acongojado nuestras tardes y mañanas, es mejor dormir en esas horas que escribir aquello que después no satisface nuestras ilusiones y esperanzas.

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El hombre genial reconoce el momento en que ya ha cumplido su cometido y que ya no es necesaria su presencia en la tierra; sólo le queda esperar la nueva misión que la providencia le tiene reservada en otro mundo.


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Las casas son como las mujeres, mientras más envejecen más pintura necesitan.


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El peor enemigo de un artista es su talento: lo quiere sólo para él, lo hostiga hasta absorberlo, lo mantiene ocupado todo el tiempo y, cuando aquél cree haber acabado una obra, lo tiene insatisfecho.


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Si bien el poeta en forma innata regenta todos los afectos y pasiones del alma como el amor y el odio, debe esperar a que estos sentimientos se posen de su espíritu; sólo entonces será capaz de expresarlos en toda su magnitud.


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Lo paradójico en la vida del artista es que aquello que le da placer y dicha es la creación, la misma que le ocasiona fatiga y trabajo constante, privándolo de gozar de una felicidad plena.


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Qué poeta no le debe a Homero, Shakespeare, Goethe o Hesse horas interminables de lectura y reflexión, y ce cuyas limaduras se ha fraguado gran parte del hierro de nuestra creación, quien no ha transitado esos caminos se ha perdido en la utopía de lo extraordinario, dando manotazos en las tinieblas, persiguiendo fantasmas de originalidad.


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Aunque no los sembremos, es inevitable cosechar enemigos: los hay gratuitos.  Están los estúpidos que nos critican sin conocer nuestra obra y mucho menos sin conocernos.  Están también los que nos catalogan de cursis porque nuestra obra se entiende, “la que no se entiende es excepcional”.  Luego hay un grupo más cuantioso conformado por los envidiosos, aquellos que soñaron con abrazar al sol y terminaron encendiendo cerillas en la oscuridad de su mediocridad; tienen algo de capacidad, pero ésta sólo les alcanza para hacer castillos en la arena, no para edificar montañas.  Los hay también por discrepancia de pensamiento u opinión, estos son más respetables como  contrincantes y enfrentarlos es poner a prueba la fortaleza de nuestras ideas y nos pueden servir para corregir nuestros defectos y desaciertos.  Estos últimos nos hacen un gran favor: nos llevan a replantearnos y preocuparnos más por nuestra formación y perfeccionamiento.


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Quién no ha tenido ante el hombre una presencia concreta no puede ser negado substancialmente sino sólo verbalmente.  Este es el problema primordial de ateos y creyentes.  Unos quieren negar la existencia de quien a ojos vista no existe, mientras que los más fanáticos afirman lo contrario:  que sienten en su interior la presencia de un –Dios todopoderoso que rige sus actos y su existencia.  El abismo llama al abismo meditaba David en los “Salmos”.  Mejor locución no cabe en este entrecejo.


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A pesar de nuestra corta existencia las traiciones de las que somos víctimas no son poco frecuentes; el tiempo ayuda a superarlas, aun a la más mortífera de todas, la que nos hace recordar las últimas palabras de Julio César al reconocer a Marco Julio Bruto entre sus asesinos:  “¡Tú también, hijo mío!”


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No somos otra cosa que el fruto de un beso, una caricia y una promesa que muchas veces no se cumple y que nos deja a la deriva con el alma huérfana y quebrada.


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Hablar con un necio es practicar el arte de perder el tiempo.


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Si la naturaleza tuviera sentimientos tendría celos de la poesía.


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No hay fealdad ni cosa repelente que el artista no seas capaz de hacer agradable al corazón y a los ojos.

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Al asistir a un aquelarre en un páramo, unas brujas vaticinan a Macbeth, general del rey Duncan de Escocia, que será rey.  Esta contingencia será la piedra de toque que lo llevará, arrastrado por la soberbia y codicia de su mujer, a asesinar a Duncan, quien lo hospedaba en su palacio.  Macbeth no es un asesino de casta, es sólo una circunstancia, un hombre que comete un crimen en un estado de enajenación y que de inmediato pierde la serenidad y se aterra.  Su remordimiento lo abruma, lo obsesiona:  no hay en su pensamiento otra cosa que no sea el magnicidio cometido.  Cuando va a su acometido por sus enemigos, sus palabras reflejan la convicción del que defenderá lo que tiene hasta el final, sin claudicaciones de por medio:  “¡Este ataque me glorifica para siempre, o me lanza del trono!  He vivido bastante; el camino de mi vida declina hacia el otoño de amarillentas hojas; y cuanto sirve de escolta a  la vejez:  el respeto, el amor, la obediencia, el aprecio de los amigos, no debo pretenderlos.  En cambio, vendrán maldiciones ahogadas, pero profundas, homenajes de adulación, murmullos que el pobre corazón quisiera reprimir y no se atreve a rehusar...”  Macbeth nos recuerda a Raskolnikov, el asesino de Aliona Ivanovna en la novela “Crimen y Castigo” de Dostoiesvki, quien al igual que éste, atraviesa diferentes estadios agobiantes en su concepción delictuosa.  El castigo llegará por manos de su súbditos, pero Macbeth, declarado refractario de Dios y de los hombres, combatirá hasta el final con denodado heroísmo.  Un ser poseído por un espíritu devastado, como el Diablo de Milton o el Fausto de Marlowe, no podía aspirar a tener otro fin


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Otelo, personaje de la obra Shakesperiana del mismo nombre, padece la enfermedad de los celos, los cuales lo llevan acometer el asesinato del ser que más ama en el mundo: la angelical Desdémona.  Pero el artífice de  este hecho nefasto es, en realidad, el perverso Yago, engendro del demonio, quien a través  de sus intrigas, utiliza a Otelo y a todo aquel que le sirva para realizar su maquiavélico plan: logra que Otelo de muerte a su amada por considerarla infiel, y así lograr que este sufra las consecuencias de su crimen.  Pero el caso de Otelo no es único en la literatura de celotipia.

El argentino Sábato nos presenta en su novela “El Túnel”, a Juan Pablo Castel, un digno heredero del moro de Venecia, un celómano de la mejor estirpe, para quien María Iribarne, una muchacha a quien conoce en una pinacoteca, se convierte en el blanco de sus mórbidos celos; a partir de ese momento María pasa a ser la causante de su infelicidad cotidiana, la cual se inicia desde el primer café de la mañana y que culmina con la última  bocanada de humo nocturno.  Al igual que Desdémona en la tragedia del dramaturgo de Avon, María Iribarne sucumbirá a manos del ser amado, cumpliéndose así  el sino trágico con que la vida la ha marcado.


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Lo atractivo del arte es su forma peculiar de presentar las cosas.


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Ser escritor en el Perú es vivir constantemente entre la indiferencia, la angustia y el desaliento.  Cuando esos nubarrones asoman en el horizonte, miro los estantes abarrotados de libros y pienso en nuestros mayores, en los que ya no están pero están.  Releo las cuantiosas páginas que nos legaron y me fortalezco pensando en todo el tiempo y el sacrificio que costó dicha obra.  Pienso que quizá algún día yo estaré donde ellos están y desde ahí, miraré a otros que como yo, estarán frente a un estante buscando fortalecerse con los viejos.


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El camino a la vejez está lleno de certezas con respecto a cómo hemos de afrontar ésta.  De que estaremos solos en el último tranco de la vida es algo incuestionable.  Los hijos si los tenemos, ya habrán formado sus propias familias; como abuelos o suegros nos toca sólo una posición solo accesoria, una presencia en sus vidas sólo esporádica.  De que nos aquejarán algunas dolencias es también una certidumbre; debemos aceptarlas con estoicismo y aprender a convivir con ellas.  Prepararnos para la soledad es otro reto que nos espera, los recuerdos, ese valioso cofre de experiencias y vivencias, nos bombardearán a cada momento bañando nuestro espíritu de alegrías y tristezas.


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Como el escritor, un pintor no se hace de un momento a otro; su arte es producto de sondeos en largos periodos donde poco a poco aprende una técnica que le permite plasmarse con soltura.  Francisco de Goya en sus primeras estancias en Madrid, pinta retratos que todavía no reflejan el estilo característico que lo llevaría a la fama. Son obras constreñidas donde se nota la falta de libertad y espontaneidad de creación.  Es recién en las primeras décadas del siglo XX cuando sus cuadros irradian un estilo propio; dueño ya de cuantiosos recursos del oficio, Goya comienza a acumular un legado pictórico que sobrevivirá después de su muerte.  Es curioso notar que el pintor español muestra cierta crueldad en cuanto a retratos masculinos se refiere.  El retrato que hizo de Fernando VII así lo demuestra.  Cabe preguntarse si la represión absolutista desencadenada por el monarca y que lo llevó al exilio en Francia influyeron en el ánimo del pintor.  Por el contrario, a las mujeres bellas y jóvenes dedicaba Goya una técnica de gran maestría y entusiasmo. En los cuadros de niños, asoma una delicadeza y una gracia pocas veces vista en pintor alguno.


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La muerte es la culminación de los interminables ensayos en que los sueños cada noche nos someten.


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Bertold Brecht decía que a veces el hombre se desesperaba donde reinaba la injusticia y nadie se alzaba contra ella, y que el odio contra la bajeza desfiguraba el rostro de quien la sufría.  Este hecho se patentiza en las páginas de “Huasipungo”, donde el hacendado Alfonso Pereira comete abusos execrables contra los cholos e indios, que en su desesperada hambruna, son capaces de desenterrar los restos putrefactos de luna res para alimentarse.  Los indios, según Alfonso Pereira, no deben comer carne, pues, como las fieras, pueden acostumbrarse a ella y poner en peligro su ganado.  La posición que Icaza asume ante la problemática que se da entre el patrón y el sirviente (en algunos casos la relación parece ser entre amo y esclavo), es por demás evidente:  Quien denuncia no calla, el que no calla está con el más débil, con el que sufre, con el que por siglos ha sido privado de sus necesidades más primarias.  Mala alimentación, maltrato físico y  moral, atropello de sus derechos, e incluso en muchos casos privación de la libertad, son algunas de las tropelías que el oprimido debe soportar por parte del amo de turno, sin que las autoridades civiles, militares o religiosas muevan un músculo por detener y, muy por el contrario, han sido cómplices convenidos de esta situación, buscando con su actitud obtener alguna prebenda.


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El tonto y el idiota se entienden de maravillas;  hablan el mismo idioma, tienen los mismos intereses, van por la misma ruta, charlan diariamente de las mismas estupideces y celebran aplaudiendo como focas las mismas tonterías; se lanzan flores entre ellos como novias tiran su bouquet ante la más sosa ocurrencia.  Se reproducen como insectos, tienen pensamiento de simio, se les ve por todos lados levantando el índice como distintivo de sabiduría; comentan libros que nunca leyeron y hablan interminables horas de temas que no conocen y que mucho menos comprenderían.  Aprenden en un mes lo que al hombre sabio le costó veinte años.  Un tonto encuentra otro más tonto que lo admira, decía Boileau.


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Especies del mismo género, tienen la similitud del pato y el ganso, del mamut y el elefante, del asno y la mula, del conejo y la liebre.


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Las palabras no han sido dadas para disfrazar nuestros pensamientos, en tanto mantengamos la mirada gacha.


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Podemos negarnos a recibir a quien sea, menos a la muerte.


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Si los gobernantes pusieran en sus acciones la mitad de la creatividad y energía que ponen en sus discursos para conseguir votos, realizarían en su gobierno diez veces lo que haría un gobernante honesto.


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Los niños son los suspiros de Dios en su camino a la creación.


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Cuando nos habituamos a hablar con franqueza y nuestras acciones, así lo demuestran, no necesitamos fundamentar nuestra opinión, pues, nuestras palabras están cimentadas sobre la verdad.


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Una mujer que ríe, está casada; un hombre triste, también lo está.


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Pobre no es aquel que carece de riquezas materiales, sino aquel en que huelgan las ideas y la voluntad para cristalizarlas.


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El hombre de valor nunca inclina la cabeza ni da la espalda; tiene la cerviz y los goznes endurecidos.

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Quien está cerca de la muerte pierde el interés por las cosas terrenales.

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La ignorancia permite al niño ser feliz; en la adolescencia lo entristece; en la edad adulta lo envilece.


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Dichosa tú, Madre, por haber engendrado un Dios.


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Y pensar que por ti humedecí las calles con mis ojos.


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El poeta no debe limitar su creación sólo a las impresiones de su mundo intrínseco, pues, corre el peligro de repetirse al agotarse su vida interior; debe expresar nuevos horizontes con el mundo que lo circunda y así su aliento lírico será inagotable.


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Vallejo pertenece a una estirpe de gigantes que parecen extinguirse; quienes trataron de imitarlo o criticarlo se han ahogado en la charca de su mediocridad: salto de enanos, vino amargo en odres agujereados.


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La vida comienza entre gritos y llantos; transcurre entre tristezas y lamentos; y termina en los dolores con que nos lleva la muerte.


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Los cobardes nunca perderán una batalla porque nunca tendrán el valor para enfrenarla.


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La confianza perdida es como los sueños quebrados por la vigilia que ya no se recuperan nunca.

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El amor conyugal es una parálisis cerebral, una puerta abierta para que la imbecilidad se apodere de nuestra conciencia, voluntad y razón; un agotarse la vida estúpidamente.


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Contra el cínico no hay anatema ni maldición que valga: tiene la coraza del armadillo, las patas del avestruz y la concha de la tortuga.


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Al leer en un diario que un hombre, antes de suicidarse, acabó con la vida de sus dos menores hijos, la reflexión que precede al espanto de la primera impresión es que la tragedia ha circundado al hombre desde todos los tiempos.

Eurípides de Salamina, el gran trágico griego satirizado maliciosamente por Aristófames, es el creador de una obra en donde este nefasto hecho es el calco de una realidad que en la obra literaria resuena como una utopía.  En “Medea”, Eurípides nos presenta a Medea y a Jasón, dos seres unidos en un destino trágico, provocado por la infidelidad de Jasón al negarse a contraer nupcias con ella.  Medea ha cumplido su parte: Ha ayudado al héroe tesalio a conseguir el vellocino de oro que le servirá para recuperar el trono de Yalco que le había usurpado Pelías.  Jasón esquiva su compromiso y Medea en venganza mata a los hijos concebidos con él.  ¿Hasta qué punto puede considerarse a Medea un ser monstruoso?  Medea es la mujer que siente que su vida ha sido destruida por un hombre que la ha traicionado, arrastrado por la ambición de casarse con Glance, hija del rey de Corinto, Creonte.  Ante sus hijos Feres y Mérmero, Medea se lamenta de que las penas y dolores sufridos para concebirlos hayan sido inútil.  El alegato de la desdichada madre justifica a la hembra enloquecida por los celos, amor y resentimiento despedazan su corazón.

La leche materna mezclada con la hiel van guiando sus confusos pensamientos hacia una determinación fatal: los niños deberán ser sacrificado para dañar al padre, quien ha demostrado por ellos un amor verdadero.  Los niños juegan en su regazo ajeno a la hosca mirada de la madre y a la tormenta interior que la trastorna.  La mirada inocente y las sonrisas tiernas de los niños no hace más que aumentar su frenesí.  “¿Por qué así me miráis? ¿Por qué, hijos míos, me dirigís esa postrer sonrisa? ¡Desdichada de mí! ¿Qué hago? Las fuerzas me abandonan al punto que contemplo las alegres miradas de mis niños... ¡Manos queridas! ¡Labios bien amados! ¡Nobles rostros risueños!  Sed felices, pero no aquí; la dicha en esta tierra ya vuestro padre os la robó.  ¡Delicias de vuestros besos, rostros de ternura, dulce aliento filiar! ¡Marchaos! ¡Dejadme! Ni puedo veros más ni quiero veros.  Mi cólera es más fuerte: al mal sucumbo”.  Después del filicidio, Medea huye a Atenas en un carruaje tirado por caballos alados que le había regalado su abuelo el Sol.  Por su parte, el desconsolado Jasón, es abandonado por los dioses por no haber respetado la promesa de fidelidad hecha a Medea.  Sucumbirá al derrumbarse parte del maderamen de la nave Argo, junto a la cual estaba sentado.


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Tarde o temprano, contra la injusticia, uno tiene que tomar partido si quiere seguir siendo humano.


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La traición del hombre esta guiada siempre por un instinto animal e irracional; la de la mujer, por una inteligencia superior: golpe de Erinias que tienen siempre resultados más aterradores.


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Mientras haya hombres que huyan despavoridos al ver un gato negro en su camino o llamen al sacerdote para que le bendiga la casa cada vez que se quiebre un espejo; adivinos, agoreros y nigromantes tendrán asegurada una nutrida cosecha de imbéciles.


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Los hombres de talento, fuerza e ingenio son cumbres que se elevan como un brazo polifémico esperando la mano de la cumbre vecina; raras veces logra forjarse una cordillera.


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El matrimonio es el gran error en que dos seres se juntan porque juntos creen ser uno solo; el tiempo les hace ver que son dos seres distintos.


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Árbol curioso el del amor: hojas de tristezas ramas de peleas, savia de rencores, flores de penas, frutos de ofensas, corteza de resignación; el árbol está esperando alguna lluvia de alegría.


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La esperanza es enemiga de la resignación; parece que ambas se han puesto de acuerdo para turnarse en nuestra existencia apoderándose de nosotros a su antojo.  Somos como las olas del mar, rara vez sobrepasamos la orilla y cuando no, regresamos al mar y así por toda la eternidad.


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Hay una decepción tan grande en nuestro corazón que ya no estamos dispuestos a entregarnos a algo superior; liberados de nuestro creador, estamos preparados para asumir con entera libertad nuestros errores, nuestras culpas y todo aquel lastre que envilece nuestra conciencia.


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La genética, la biología, la informática y la robótica convergen para un objetivo común: hacer de la vida algo artificial donde la materia se imponga al espíritu, el determinismo a la libertad, lo dionisiaco a lo apolíneo, es decir, la cosificación del hombre; el fin de la humanidad como tal.


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Irónica paradoja la del hombre sabio que al ver la catástrofe moral que envuelve a la humanidad tienda a pensar en la muerte como un consuelo.


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Lope censuraba a Cervantes y a Quevedo; Víctor Hugo lapidó a Stendhal.  Nietzsche reconoció en Goethe la valentía para enfrentar la vida: éste no quería una separación entre la razón y la sensualidad, entre el sentimiento y la voluntad y combatió por eso.  El autor de Zaratustra no escatimó elogios para el autor del Fausto, demostrando que los espíritus fuertes no se dejan llevar por pasiones “demasiado” humanas como la envidia o el egoísmo.


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La primera tiranía que nos oprime es la religión; pocos logran liberarse del yugo opresor: El liberto comienza a pensar por si mismo y tiene la libertad de negar o aceptar los dogmas que se le impusieron.


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El éxito, la prosperidad o  la opulencia puede atraernos muchas amistades; caer en desgracia sería el mejor tamiz para corroborar la buena fe de aquellas.


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Solemos calificar las acciones de los otros de acuerdo a los beneficios o perjuicios que nos causan; cuando nos convencemos que no es lo uno ni lo otro,. Nos mostramos indiferentes.


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Mantente alejado de los seres que amas y los tendrás siempre cerca de tu corazón.


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¡Qué es el hombre sino proyectos!  La búsqueda incesante de “un hacer” encasilla al hombre en infinitos proyectos, una especie de esperanza que asoma en cada amanecer disfrazada de futuras realizaciones, que se realicen o no, igual han de cumplir el cometido: Justificar nuestro diario existir.  Se habla de proyectos costosos, de poca monta, a corto y largo plazo, de alto nivel, internacionales, secretos, etc.; no importa la denominación que les demos, igual seguirán cumpliendo el cometido para el que fueron
Engendrados.  Todo esto no pasaría de ser un simple hacer del hombre si no fuera porque los mercaderes han encontrado en este desgastado vocablo una justificación para satisfacer sus egoísmos.  No nos preguntemos donde habitan aquellos hacedores de egoísmo, pues, de seguro los encontraremos en nosotros mismos; pero de no ser así, repetiremos como el chivo expiatorio del más ignominioso proyecto que se haya dado jamás en la historia de la humanidad: Partiti sunt sibi vestimenta mea et super vistem mean mi – serunt sortis (Salmo 22, 19)


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Existe una similitud temática entre el Fausto (1808) de Goethe y el Manfred (1817) de Byron; también entre Childe – Harold (1812) del segundo y el Wilhelm Meister (1821) del primero.  Después de una minuciosa lectura de los libros en mención, no queda duda alguna de que ninguno plagió al otro, capricho cósmico, solaz que de vez en cuando la naturaleza suele darse:  ambos genios vieron la misma cumbre desde faldas diferentes.


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Los ancianos cultos que sacaron provecho de sus lecturas y de las reflexiones de sus experiencias tienen mucho de decir; los que no, deben acomodarse al lado de los jóvenes y escuchar lo que debieron aprender por sí mismos en su momento.


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El hombre debe tener la capacidad y la inteligencia para llevar a cabo sus proyectos; debe contar también con un ojo fino para percibir las oportunidades donde poder desarrollar estas aspiraciones, así como gran arrojo para crear situaciones cuando no las hay.


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Para un economista el matrimonio es el peor negocio que se pueda emprender.  Lo invertido no se recupera al final de todo ni en un diez por ciento.  El amor y la pasión de los primeros años se van diluyendo como la miel en un vaso con agua.  Los hombres tendemos a ponernos gruñones y gordos. La belleza de la mujer, antes agradable a nuestra vista, se va marchitando con los años y con la llegada de los hijos, estos que nos costaron grandes esfuerzos y sacrificios, crecen y terminan yéndose.  A fin de cuentas envejecemos solos como un árbol que con el tiempo va perdiendo sus hojas y ve como el moho corroe sus ramas y su corteza.


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La gente llama loco a aquel que hace lo que ellos no se atreven; un loco genovés dijo que la tierra no era plana sino redonda y mendigó dinero para realizar su gran empresa; otro miró al cielo y dijo que la tierra tenía movimiento y por ello fue humillado y procesado por la Inquisición; un tercero vio desprenderse luna manzana del árbol y terminó hablando de la gravitación universal.  Otro fue más allá y pasó sesenta años alucinando sobre un hombre que entrega su alma al diablo llevado por la curiosidad ambiciosa de volver a vivir los gozos de la vida gracias aun sortilegio diabólico que lo hacer rejuvenecer:  más de once mil versos conforman el divino “Fausto”.  Ante esto cabe preguntarnos que han hecho los “cuerdos” por la humanidad.

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Dios puede llegar a nosotros a través de su omnisapiencia más que por su omnipotencia. Transmitir la fe con dulzura, atrapando al espíritu y al corazón con gracia.  Nada hay mas digno que recibir las cosas con libertad y ternura, sin obligación alguna.  Imponer las ideas religiosas o políticas es caer en un fanatismo desquiciado.  La historia ha demostrado que todo lo impositivo tuvo consecuencias funestas:  la Inquisición, el Nazismo, la Revolución bolchevique, el Fascismo.  Cuando el hombre se atribuye la facultad de ser el representante de Dios en la tierra y quiere imponer su dogma autoritariamente, por la fuerza, bajo amenazas, ya no es doctrina lo que se imparte sino terror.  Terrorem potius quam religionem


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Llevada al cine por Arthur Hiller, la novela Historia de amor de Erich Segal, nos transporta a un mundo donde el amor no está plagado de temas recurrentes como las tradicionales historias modernas de este género donde prima el adulterio, la venganza y la traición como plato fuerte, como feria de atracción.  Esta es una historia donde el amor, mostrado con simpleza, nos presenta a dos jóvenes de estratos sociales diferentes.  Oliver y Jennifer interpretados acertadamente por Rayan O’Neill y Ali Macgraw) quienes viven un romance donde no hay un tercero que saque partido de ello.  Es la historia de un amor transparente, una historia que para los ojos del mundo moderno sabe a utopía.  Diálogos simples puros, como debe ser el amor verdadero.  Un amor truncado por la prematura muerte de la muchacha, sin melodrama plañidero de por medio.


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Quienes amamos a Mozart como un tributo que se le debe rendir a aquel que alcanza la categoría de un Dios, no dejamos de maravillarnos al ver que trescientos cincuenta años después de su nacimiento, su música siga vislumbrándonos como maravilló a los críticos y músicos de su tiempo.  Mozart, el niño portento más grande de todos los niños prodigios que hayan existido, es el único que nació sabiendo música.  Ya a los tres años el niño mostró su rara afición a la música culta; a los cuatro compone su primer minué y esboza un concierto para clavecín, superando grandemente a clavecinistas eximios como Couperin y Rameau.  Que en treinta y cinco años de existencia haya compuesto 600 obras ya es un indicativo de que nos encontramos ante un músico al que sólo pude aproximársele un Beethoven; no en  lo cuantitativo, pero sí en lo cualitativo.  Sometido por su padre Leopold  a una rigurosa disciplina de estudio desde la infancia, Mozart creó una música perdurable, una música que no se desgasta porque tiene la fuerza y la plasticidad del agua que siempre encuentra un resquicio en el corazón del hombre para aposentarse.  Alegre y encantador, el Cisne de Salz-burgo cautiva a electores, duques, cortesanos, reinas, reyes, princesas, embajadores, barones y poderosos aristócratas, en los siete históricos viajes que hizo con su padre; si bien cosechó grandes lauros, también cayeron sobre él las envidias y los odios:  cuando el sol llega no hay estrella que brille en el cielo y eso lo entienden bien quienes barruntan que la obra de aquel prodigio los relegará al desván después de haber gozado del ornamento y los aromas de los grandes salones de las cortes.  Su retentiva musical no deja filtrar nada, todo lo asimila para aplicarlo a su futura técnica de orquestador y creador. Leopold Mozart le choca que en algunos lugares el niño prodigio sea visto como un monito de feria por charlatanes y curiosas; a cada rato, padre e hijo, se encuentran con un público que se entusiasma con la misma facilidad con que se fatiga; una muchedumbre llevada por la novedad más que por la admiración consciente.  Los constantes viajes van minando la salud del niño quien a pesar del esfuerzo sobrehumano tiene energías para componer ofertorios, arias, conciertos, sonatas y un sin número de obras que lo harán inmortal.  A los veintidós años quiere emanciparse y los veintiséis contrae matrimonio con una corista, Constanza Weber.  Este hecho abre un abismo en las relaciones entre Mozart y su padre, abismo que no se cerrará nunca.  Las penurias que aquejarán al célebre músico son piedras que ruedan de la cumbre de una montaña que se desmorona.  Religioso, libertino, soñador, escéptico, poeta, músico, humorista grotesco, rebelde, todo se conjugó en la paradójica existencia del quien todo lo tuvo que aprender del mundo mismo y de algunos consejos del iluso, pedante  y ambicioso padre.  Aquejado por una enfermedad hepática, Mozart morirá en la madrugada del 4 al 5 de diciembre de 1791.  Tenía 35 años.


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La condescendencia ante un agravio y atropello es el primer peldaño que nos lleva a la sumisión y a  otorgarle al agresor poder sobre nosotros.


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Creo en una poesía cuya firmeza esté basada en una fe inextinguible y una afirmación ilimitada.  Una poesía construida sobre una sensibilidad a flor de piel.  Una poesía paciente, capaz de esperar las emanaciones del alma, pues, lo que cala hondo en el hombre, tarda mucho encontrar su expresión.  El poeta se encubre y se descubre poetizando, paradójica y camaleónica forma de manifestarse; millones de años de evolución que el bardo, en un bigban emocional, logra dar vida.  Sus intimidades no son más que confidencias de él consigo mismo; expresiones de ciertas angustias que lo afectan directamente y que él trata de aprender con la proximidad del actor, cuidando de no situarse a la distancia de un espectador escuchemos al “Divino” Herrera en una revelación profunda llena de dolor y desengaño:...

Pues de este luengo mal penando muero,
 sin que remedio alguno estorbe el daño,
 amor me dé, en consuelo de mi engaño
 falso placer ajeno, aunque postrero;

Que mi dolor anime el duro acero
 y en blanda saña el tibio desengaño,
 y el desdén manso, en cuya ausencia engaño
 mi perdición, y en vano el bien espero.
 Para que de mi muerte la memoria,
 y en voluntad ingrata la firmeza
haga a la edad siguiente insigne historia,

Que de mis esperanzas y riqueza

fincarán (¡corto premio a tanta gloria!)
 deseos acabados en tristeza.”

Fernando de Herrera, Soneto III; en “Poetas líricos españoles” – Librería “El Ateneo” Editorial. Buenos aires – Primera Edición 1959.  Pág. 754).


Más allá de diferencias y desavenencias, más acá también de mimetismos y exageraciones, el poeta ha ejercido y seguirá desempeñado de modo sustantivo y por antonomasia la labor de un sensibilizador.  Un buscador de la belleza – sin retórica pura ni ornamentos artificiosos – sino enjundiosos, cuidando que la retórica no mate lo retórico, y donde su ideal coexista armoniosamente con su pensamiento, vertiendo su atención prismática a los asuntos y cuestiones de su tiempo.

El poeta debe evitar las puras delicuescencias poéticas, pues, la poesía se edifica muchas veces amalgamándose con la prosa, pero al cabo evadiéndola con grácil fusa en el momento decisivo.  La poesía es obra de arte y de pensamiento, donde la cuota de creación no es inferior a la cuota de reflexión.  Ninguno es amarra ni enjunque del otro; la reflexión es punto de partida hacia una serie de variaciones tan imaginativamente libres como intelectualmente atrailladas.  El poeta debe amar su poética en una comunión mística que no pueda ser escindida ni siquiera por una fuerza deífica que, aun superándolo individualmente, se vea inerme ante la fuerza de su asociación heroica.  Esta mística no puede ser borrada por cuanto se halla tan impregnada en su alma como la fe del creyente que ora en su ermita.  Su fe subsiste así y, en esa comunión entre dos grandes ideales (el poeta y su poética), se forma su obra, resonancia de la universal naturaleza, ingente como el pasado, el presente y el futuro de la humanidad.  Veamos como ejemplo este bello y profundo poema de Eielson donde se nota como fuente inspiradora la mística española con una sólida y paulatina presencia de imaginación y lenguajes coetáneos: ...

Cerebro de la noche, ojo dorado
de cascabel que tiemblas en el pino escuchad:
Yo soy el que llora y escribe en el invierno.

Palomas y níveas gradas húndense en mi memoria,
Y ante mi cabeza de sangre pensando
Moradas de piedra abren sus plumas, estremecidas.
Aun caído, entre begonias de hielo, muevo
El hacha de la lluvia y blandos frutos
Y hojas desveladas hiélanse a mi golpe.
Amo mi cráneo como a un balcón
Doblado sobre un negro precipicio del Señor.

Labro los astros a mi lado ¿Oh noche!
Y en la mesa de las tierras el poema
Que rueda entre los muertos y, encendido, los corona
Pues por todo va mi sombra tal la gloria
De hueso, cera y humus que me postra, majestuoso,
Sobre el bello césped, en los dioses abrasado.

Amo así este cráneo en su ceniza, como al mundo
En cuyos fríos parques la eternidad es el mismo
Hombre de mármol que vela en una estatua
O que se tiende, oscuro y sin amor, sobre la yerba.

(Parque para un hombre dormido de “Reinos” en “Arte Poética”, Jorge Eduardo Eielson; Pontificia Universidad Católica del Perú – Ediciones del Rectorado.  2004; pág. 84)


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Cuando se forman las multitudes para luchar por una causa, comienzan a parecer los dirigentes de gran creatividad y vigor; detrás de ellos, los bandidos que se adaptan a las necesidades y requerimientos del amo de turno.  Atrás de estos están los áulicos que se amoldan a los acróbatas de circo; relegados al final, la muchedumbre hacinada, esa que no tiene la más mínima idea de lo que quiere, y que lo único seguro en ella, es que está dispuesta a estirar la mano para alimentase de las migajas de la mesa de los señores.


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Quienes no nacieron, por falta de talento, para ocupar la cabecera de la mesa, recurren a la astucia para encontrar el asiento más cercano a ella; el que carece de talento y sagacidad tendrá que contentarse con servir los fiambres y ensaladas y luchar por el puesto de maitre.


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Poca importancia tiene tenernos por más de lo que somos o por menos de lo que somos, lo esencial es que demos todo de nosotros en las acciones que nos llevan a plasmar nuestras metas y objetivos sin importa el qué dirán o que qué diremos.


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El chelista o el saxofonista de una Orquesta Sinfónica debe cumplir otras labores como tocar música popular en algún grupo de barrio o amenizar una fiesta en algún club social para no morirse de hambre; en cambio, al cómico mediocre, a la medianeja que lee las noticias para un canal de televisión o al periodista de pacotilla se le abona puntualmente un estipendio de lumbreras.


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Una promoción de un extracto de baba de caracol se anuncia con gran resonancia; según los promotores del producto, regeneran la piel y borra las arrugas.  Para mayor credibilidad a las ventajas que tiene el producto, se acompañan fotografías de personas que se ha beneficiado con este “milagroso producto” y en la primera estampa se ve algo así como una anciana de unos setenta años con un rostro amortajado donde las arrugas caen una sobre otras como las agua ondulantes de un lago donde se ha lanzado un guijarro; en la otra, una juvenil mujer que después de diez días de tratamiento le han desaparecido la rugosidades y luce como una tierna adolescente a punto de asistir a su primera cita.  Éxito o no, el de este producto, cabria preguntarse cuántos caracoles han sido sacrificados para llenar un frasco milagroso de dicha crema.


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Cuando nos cruzamos con alguien que miente, traiciona y que fornica con la mujer de su prójimo, hemos encontrado un cristiano.


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El concepto de poética de muchos “poetas” no pasa de una leve pátina de Versolari que encubre y protege el pantanal de aguas servidas y mefíticas donde pulula la anemia consuntiva de su inspiración.


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El pensamiento y la fortaleza de la mayoría de los hombres tiene la firmeza de la hoja de las ramas de las copas; no se alimentan de la corteza ni de las fibras del tronco que sostiene; del gusano rugoso que se arrastra a la asombra obtiene la energía que necesitan para pensar.


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El maestro antes de instruir debe sacudir, arrancar al discípulo de su modorra, agitarlo como se agita el mar cuando anuncia una borrasca; sacado de su letargo, estará dispuesto a las enseñanzas de su mentor.


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Quien acostumbra anotar sus sentimientos, vivencias y pensamientos diariamente, termina viviendo para su Diario; casi  nada rescatable se encuentra posteriormente del diario vivir de ese hombre.


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La voluntad de carnero lleva a los incapaces a encontrar su profeta en el demagogo.


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El verdadero escritor huye de las tertulias embrutecedoras, feria de agoreros y remadores que encuentran su inspiración en el cotarro literario y viven agriándose con sus versos, unos a otros, la digestión nocturna.


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Entrar en una escuela privada es darse con la sorpresa de que el hermano del dueño es Jefe de su querida, tío de la profesora de Inglés y cuñado de la que expende golosinas en el kiosco en las horas que los niños disipan sus somnolientas clases de literatura; toda una cadena de nepotismo familiar donde la inutilidad cosecha sus mejores frutos.


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Los libros destinados a los niños deben cumplir ciertos requisitos insoslayables: presentar situaciones en las que el niño aprenda a tomar decisiones, incitar la fantasía, inculcar valores y despertar la imaginación y la creación.  “El lobito ayudó a al ovejita a subir al botecito y huyeron juntitos” ¡Qué horror! No se escribe cuentos o fábulas echando mano a cuanto diminutivo encontramos: los niños no son tontos.  Son contados los escritores que dedican parte de su vida a crear historias para niños y jóvenes.  La mayoría conforman una variada zoologías donde figuran esnobistas, advenedizos, oportunistas, figureros y guachafos.  De vez en cuando como atendiendo a un llamado de ultratumba abandonan sus sarcófagos, se adornan con sus más vistosas mortajas y organizan algún congreso donde se lanzan fogonazos para su mejor contento.  Cuando les viene alguna luz, la almacenan en la memoria y pasado el tiempo, se disponen de algún intervalo, trabajan esa idea divina y por ahí dan con alguna composición que da algunas campanadas.


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Juan Mejía Baca, librero, editor, escritor y promotor cultural, solía decir que el hombre es un animal que lee y si no lee es sólo un animal.  A pesar nuestro, hay muchos animales que no leen y lo que es peor, se ungen la toga de libreros.  Los vendedores de libros de viejo o de segunda mano, en su mayoría tienen ciertas características tribales que los diferencian de los libreros como Mejía Baca: nunca han leído un libro, sólo saben de títulos y autores.  La calidad del libro que tienen en mano está valorado en la báscula de la oferta y la demanda: Más se busca el libro, más vale; libro que nadie pide o que es solicitado muy extraordinariamente pasa a ser un “fósil”, un “brontosauro”.

Así vemos desfilar en este bloque paleolítico libros como “La muerte de Virgilio” de Hermann Broch, “Dos carátulas” (uno de los más concienzudos estudios sobre el teatro clásico griego, Shakesperiano y francés) de Paul de Saint – Víctor o “El hombre sin atributos” de Musil.  Libros que para estos señores de las letras no pasan de ser un cúmulo de lastres que se debe amontonar en un rincón y que, a la primera oportunidad, “se vende al peso”.  Una ignorancia supina une a estos ilustrados vendedores como ratas unidas por la cola para descender por una cuerda que va de la galera a la orilla.  Cuando avistan un comprador en potencia clavan sus ojos de águila en el bolsillo de la víctima, afilan sus uñas de armadillo, chasquean la boca lamiéndose los labios con la lengua de la crótalo y paran las orejas de zorro listos para el salto felino. Cuando la presa demuestra interés en algún libro, mueven las manos como mercante italiano y lanzan una verborrea que atonta al cliente antes de ser devorado.  lleva usted buenas cositas”, dicen, sobándose las manos y brillantes los ojos como simio sicalíptico.  El comprador lleva buenos libros, pero ha pagado un sobreprecio elevado por el vicio de leer. Lamentablemente la droga que consume está en manos de traficantes de cultura, de mercachifles de pacotilla; neandertales que con gran desparpajo se agrupan con el suntuosos título de “Chamarra de libreros


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Del pasado debemos recoger las experiencias de vida que nos servirán para afrontar el presente y el futuro.  Estas experiencias, en muchos casos, nos ayudarán a adaptarnos a los tiempos modernos, sin que ello implique retroceder  en cuanto a nuestras ideas o convicciones formadas en lo visto, oído y sentido.  Cambiar ventanas o puertas de nuestra vivienda vivencial, más no destruir los cimientos sobre los que se sostiene la casa que  nos llevó tantos años construir.


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Hay amores que requieren una reciprocidad para plasmarse, para cimentarse sobre una base firme.  Son amores que necesitan el cotidiano “yo te amo porque tú me amas. Mi amor crece, se fortifica porque tú lo alimentas y lo sostiene con tu amor”.  Una receta que tiene una alta dosis de egoísmo y condicionalidad entre sus ingredientes.


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Hay una línea medianera entre la verdad y la falsedad.  La verdad tiene que ser absoluta para que pueda ser expresada sin temor a que nadie pueda turbarla.  Promontorio que el viento trata inútilmente de arrancar de sus raíces.


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Lo propio en un artista no es otra cosa que la facultad e inclinación de sentir, ver, oír; reflexionar, meditar, comparar, distinguir y elegir sobre lo sentido, visto y oído con su espíritu crítico y creativo y, luego, retransmitirlo con la genialidad que se esconde en él.  Su gratitud debe estar orientada, por consiguiente, a aquellos factores intrínsecos (personas o cosas) que le brindaron los componentes de la creación.

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Una infancia plagada de tristezas y miserias con los juguetes preferidos de un sádico Dios.


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La envidia es la medalla que los hombres de mérito colocan en el pecho del mediocre.


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La belleza y la magnificencia que encierran los misterios encuentran en la muerte su máxima grandeza.


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El que un cobarde huya siempre de sus responsabilidades es síntoma de su buena memoria.

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Quien no teme a la muerte tiene la cordura, la fuerza y la inteligencia de sobrellevar los infortunios de la vida como la mula que lleva sobre el lomo una espiga de trigo.


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El pordiosero pide en nombre de Dios; el rico para sí mismo.


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La soledad del hombre no está en no ser amado, sino en haber dejado de amar.


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De la casa de la ignorancia el hombre sabio sale con la frente llena de moretones; el bruto permanece en un rincón esperando que la casa se derrumbe.

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La lealtad y la gratitud deben arraigar en el corazón del hombre de tal manera que la mentira y la traición no encuentren resquicio alguno donde adosarse.


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Los hombre que viven sólo para el entretenimiento y los goces de la vida conocen sólo las faldas de la montaña; presos de su rutina y su simpleza no conocerán jamás el frío de las cumbres.


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Es difícil encontrar en la historia de la humanidad una figura que haya suscitado a su paso tantas envidias e intrigas como las que generó Wolfgang Amadeus Mozart.  Tocado por un milagro divino, al infante precoz de Salzburgo lo encontramos sentado al pie del clavicordio a la corta edad de tres años, edad temprana en que los niños pasan las horas entre trompos o soldados, o jugando a las escondidas entre las habitaciones de la casa.  Dominado y acosado hasta el exceso por un padre empecinado en demostrarle al mundo la genialidad del hijo, el niño había de soportar la asfixiante autoridad paterna en los largos y extenuantes viajes por las cortes de Europa.  La presión de Leopold Mozart mino de alguna manera el carácter del futuro músico, quien había de soportar durante su efímera existencia, el desprecio, la envidia, la intriga, la intolerancia, la incomprensión y hasta el encono de quienes vieron en él, no un virtuoso de la música, sino a un ángel maléfico que con su genio sacaba  a la luz sus vidas estériles y sus más bajas pasiones.  Antonio Salieri, uno de sus mas viscerales enemigos, conspiró innumerables veces contra él, indisponiéndolo hasta el colmo de sugerir, como hicieron muchos otros, que tal virtuosismo era sólo una patraña y que las obras que creaba eran compuestas por Leopold Mozart, para hacer creer al mundo que el hijo era un superdotado en el arte musical.  Pero la historia es la que juzga y, al dar su veredicto, ha dictaminado que Mozart lo fue todo:  genio, vivacidad, ternura, dulzura, humildad y, sobre todo, un alma conociente del papel que debía desempeñar dentro del arte. Presintió como Cristo que sería crucificado, pero no claudicó a su destino, por el contrario, fue fiel al calvario que lo llevaría hasta su última morad.  Wolfgang Amadeus Mozart nos ha dejado uno de los legados culturales más valiosos que la humanidad haya producido, convirtiéndose junto a Joseph Hyden y Ludwig Van Beethoven en la triada musical por excelencia de Alemania.  Lo que resulta incomprensible y subleva nuestra razón es el hecho de que sus restos mortales hayan terminado en el anonimato en una fosa común.  Pero para todos aquellos que amamos la música y la cultura, Mozart no ha muerto, pues, su obra permanece imperecedera en nuestra memoria y en nuestros corazones, como un nuevo Sócrates inmortalizado por la pluma de Platón.  Los acordes y los arpegios de las obras de Mozart permanecerán en el universo, aun cuando el mundo en que vivimos sucumbiera ante un cataclismo, porque allí, entre las estrellas de la noche las notas de sus sinfonías alegrarán eternamente la soledad de Dios en el universo.


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“De mar a mar entre los dos la guerra, /más honda que la mar”  con estos versos comienza uno de los más bellos y trágicos sonetos de Antonio Machado. El célebre poeta sevillano, en una honda palpitación del espíritu, hace alusión aquí a la Guerra Civil Española que sacudió su patria de 1936 a 1939  y que fue la causante de la separación entre él y su amada, Pilar de Valderrama, a quien Machado inmortalizó con el nombre de guiomar.  Dañina, cruel, dolorosa, trágica, mortífera, voraz, aciaga, desastrosa, son algunas de las palabras con que se puede adjetivar las guerras.  Siempre es una minoría ardiente o, en casos excepcionales, un solo hombre, quienes generan el enfrentamiento entre grupos o naciones.  Militaristas, belicistas, patrioteros y periodistas irresponsables y manipuladores, conforman el combustible detonante con que la rueda armagedónica de la guerra comienza a arrasar aldeas, pueblos, ciudades, países, llevándose consigo millones de hombres que hicieron la guerra cumpliendo con su debes o incluso sin saber muchos por qué.  La lista de conflictos armados (las armas ola forma de acabar con el adversario poco importa) es interminable; llámese guerra de Troya, Médicas, Peloponeso, Púnicas, Cruzadas, de los Cien Años, de las Dos Rosas, o Primera o segunda guerra Mundial, los resultados son siempre los mismos: caos, desolación, desesperación, dolor e incertidumbre.  Estos nefastos acontecimientos nos hacen pensar que estamos ante un fenómeno que ha existido en todas las agrupaciones humanas y, que debido a los progresos científicos, el poder destructivo de las armas aumenta los índices de mortandad.  Una estadística concienzuda nos indica que la frecuencia con que se han sucedido las guerras se pone de manifiesto en el hecho de que en 3,500 años de historia la humanidad sólo ha tenido intervalos de paz que en su conjunto llega apenas a un total de dos siglos y medio.  Todos los que han generado una guerra han invocado argumentos que justifican la razón tomada.  La mayoría de las veces los fundamentos aducido no reflejan las causas reales del conflicto, que no albergan más que ambiciones y egoísmos.  Rudyarol Kipling, el poeta del Imperio Británico por antonomasia y Gabrielle Dannunzio, el Juglar de la Italia irredenta, lograron sus mayores  impulsos líricos al exaltar los instintos beligerantes.  A quienes creen que la guerra es un fenómeno normal, inherente a la vida humana, basta decirles que los conflictos bélicos es la mayor amenaza que se cierne sobre el progreso social.  Cuantos países han obstruido su desarrollo económico y han aumentado sus deudas externas a causa de las guerras que generaron o a los que se dejaron arrastrar.  De nada han servido las sociedades pacifistas, las conferencias de desarme, las conciliaciones, los arbitrajes, los tratados, los tribunales, las mediaciones y ligas conformadas para evitar las guerras: Cubos agujereados con los que se ha pretendido vaciar el agua del tonel.  Lo más grave de todo esto, estriba en helecho de que los teóricos de la guerra justifican a ésa con la excusa de la guerra defensiva, que un sutil proceso mental acaba transformado en guerra preventiva, la cual genera un Presupuesto armamentista que debilita las arcas económicas destinadas a la educación, salud, agro, industria y otras esferas que coadyuvarían a los países que tratan de salir del subdesarrollo.  Gracias  a estos apologistas de la guerra, muchos testos escolares adaptan sus falacias a las mentes juveniles preparando así un clima mental que hace aparecer la guerra como una culminación heroica del destino nacional.  Ni que decir de ese periodismo irresponsable que azuza al pueblo hacia el sendero de la guerra presentando a los países vecinos como potenciales invasores, monstruos expansionistas a quienes hay que detener aun a costa de nuestras vidas y de la de nuestros hijos.  Hienas y chacales se unen para luego disfrutas de la carroña.


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Las “Cartas de Gustavo Flaubert a George Sand” fueron publicadas por primera vez en París en 1884, con prólogo de Guy de Maupassant.  La obra no pasó inadvertida para Nietzche, quien la tenía en su biblioteca.  En el “Crepúsculo de los ídolos”, ironía contra el músico Richard Wagner quien compuso “Crepúsculo de los dioses”, Nietzche clava una pulla al célebre autor de “Madame Bovary” al tomar y analizar microscópicamente la frase de Flaubert citada por Maupassant en el citado prólogo: on ne peut, penser el écrere qu’assis (No se puede escribir más que sentado).  El filósofo alemán en su “Ecce homo” había escrito “Estar sentado el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y pudiendo nosotros movernos con libertad,  - a ningún pensamiento en el cual no celebren una fiesta también los músculos.  Todos los prejuicios proceden de los intestinos.  La carne del trasero – ya lo he dicho en otra ocasión – es el auténtico pecado contra el Espíritu Santo”.  SI se tiene en cuenta que escritores como Camus que gustaba escribir de pie o Prust que lo hacía echado sobre su cama, concluimos que las ideas o pensamientos  pueden fluir del cerebro sin que tenga gran importancia la posición del cuerpo.  “¡Con esto te tengo, nihilista!” dice Nietzsche a Flaubert.  Sabido es que el escritor alemán gustaba dar largos paseos para escudriñar o aclarar sus ideas.  Lo cierto es que de esas caminatas brotaron grandes libros como “Así habló  Laratustra”, “Más allá del bien y del mal” o el controvertido “El anticristo”.


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La principal causa de la pérdida de la autoestima en la vejez son los sentimientos de inutilidad que siente el anciano al sentirse desplazado por una juventud cada días más egoísta.  “No me deseches en el tiempo de la vejez; justamente cuando mi poder está fallando, no me dejes”, oraba el rey David hace mas de tres mil años.,  Cuando nuestros cabellos se tornen canos y nuestra piel rugosa denuncie el paso de los años, no debemos perder el tiempo en lo que ya no podemos hacer, sino concentrarnos en lo que sí está al alcance de nuestras posibilidades; así continuaremos sintiéndonos útiles y nuestra autoestima seguirá tan fuerte como cuando éramos jóvenes.


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Los niños de ahora son víctimas de una televisión mediocre y estupidizante.  Nuestros hijos ven lo que se les ponga en la pantalla; ya no conversan de dibujos animados sino de programas donde prima el chisme y  la escandalera, de fugaces estrellas de la música y del espectáculo.  Otro de sus espacios preferidos son los noticieros con  sus altas dosis de violencia y rimbombantes escándalos donde se muestra sin desparpajo alguno toda la podredumbre humana en sus más variados instintos.  Las propagandas repetitivas hasta el hastío, con mujeres provocativas promocionando alguna marca de cerveza o productos de belleza parecen ir robándoles la inocencia; así vemos como se adelantan a su edad viendo programas exclusivamente para adultos, muchas veces ante la mirada o compañía cómplice de los padres.  Se vuelven cada día menos comunicativos; desayunan, almuerzan y cenan con la mirada hipnotizada en la pantalla.  Esta situación, paulatinamente, va desfigurando los valores, la belleza, el lenguaje y el buen gusto; la atrofia de una natural y creciente actitud crítica.  Una total destrucción del desarrollo del ser humano como tal.

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Abro al azar uno de los libros de mi biblioteca y leo: Noviembre del 84, fecha en la que todavía vivía inmerso en la felicidad que me brindaba el amor de alguien.  Ajusto mis recuerdos mucho más y veo imágenes que rememoran un paseo por un parque, una fiesta, una calle, una tienda.  Ya dentro del torbellino de la memoria percibo el calor de su boca, su aliento, su mirada, el olor de su cabello, el balbuceo de un lactante.


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Desde su infancia en Braunaun, Hitler descubrió que la vida era una cuerda, nudos los escollos que obstaculizaban el camino que la providencia nos señalaba. Expuso su vida en el infierno de las trincheras conviviendo con las ratas en la Primera Gran Guerra por su patria alemana.  En un universo enloquecido, entre cadáveres y heridos, desplegó su valor y su heroísmo sin mostrar cobardía alguna.  Cuando asomaron los traidores uso las mismas armas que ellos blandían para combatirlos: la mentira, la calumnia, la argucia, la ambición, la traición... ¿No fue acaso un ser humano?


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Cuando se agitan las aguas y el viento comienza a huracanarse, es necesario aferrarse a un risco, esperar el tiempo de la apacibilidad y, con la serenidad clavada en la frente, ver la mejor isla donde comenzar a labrar lo nuestro.


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Su obesidad y su apetito son admirables, puede arrasar con una fuente de butifarras de una sola sentada; pero eso es sólo un bocadillo, un antipasto, una antesala para lo que vendrá después.  Se le ve llegar a toda comilona de alto nivel: traje ceñido, zapatos lustrosos, camisa impecable.  Es el pontífice de los noticieros radiales matutinos.  Cabello cano tirado hacia atrás con la fuerza de una mula que hala una carreta; el cabello hirsuto es muy resistente.  Barbilla barbicana a lo Bécquer, ojos astutos como el zorro; mirada felina muy aguda; colgarse de un congresista, de un empresario o de un militar de las altas esferas para conseguir alguna dádiva requiere mucha agudeza, los beneficios posteriores justifican la inversión.  “Don R. Buenos días”. “Para servirlo siempre, señor congresista”.  La respuesta está a flor de labios y emerge como la lengua de un camaleón.  Un saludo es suficiente.  La hiena y el chacal identifican sus olores y conocen sus vicios.  Entrevista mañanera garantizada.  Para clamar las críticas, para justificar lo injustificable, para esconder la rapiña con una perorata; de no haber sido congresista sería un gran sastre.  Gran parchador.  Ya hay quien pague las cuentas y aplaque el voraz apetito de su vientre.  Para el periodista y el congresista las obras no importan; como decía Lutero, con las obras hasta el diablo se limpia el culo.


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Las investigaciones de F. Della Corte y de M. Dolc sobre Ovidio, abren nuevos caminos para entender y confirmar el concepto supremo que el escritor latino tenía sobre la amistad.  La “Tristia” y las “Pónticas” están llenas de elegías donde en versos desgarradores Ovidio se lamenta de los amigos que lo abandonaron cuando fue relegado (relegatus) por el emperador Augusto.


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Hay un escrito que he seguido desde la adolescencia y al cual he vuelto y vuelvo cuantiosas veces, como un sediento que retorna a la fuente para calmar su sed.  Ese escritor es Hermann Hesse.  Amo y admiro su obra con una religiosidad que sólo he sentido por la obra de don Manuel González Prada.  La fuerza que genera su prosa, tan llena de sensualidad y ternura, vuelve a nosotros una y otra vez en cada página de sus libros.  Cada descripción suya nos hace sentir un cúmulo de excitaciones que nos recorre el cuerpo para terminar posándose en el corazón:  Sus descripciones son sensaciones que loran tocarnos:  los pasos de un hombre resuenan en nuestros oídos con una nitidez que miramos alarmados por sobre el hombro para ver si alguien viene;   Una lluvia nos humedece el rostro; un atardecer de otoño oscurece nuestra habitación al alfeizar de la ventana y nos hace sonreír viendo que la vida transforma las alegrías en un tenue trino.


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El amor transformado en odio supera a cualquier furia que engendre el infierno; sólo la burla de luna mujer despechada podría afianzarse junto a ella.


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Si hay algo seguro en esta vida, esto es que al nacer, todos recibimos una sentencia de muerte.  Una buena cena, un vino y un buen libro mientras la esperamos es a lo más que podemos aspirar.


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Yo soy un subnormal, el haberlo descubierto me ha ayudado a corregir muchas conductas subanormales para liberarme de esa tara.  Es sorprendente como la estupidez humana ha evolucionado a alturas admirables no creo exagerar si manifiesto que de cada diez seres humanos, ocho son estúpidos. Si se tiene alguna duda sobre este cálculo sólo bastaría mirar a nuestro alrededor para confirmarlo.  Una mirada al Congreso de la República, leer un diario, sintonizar alguna estación de radio, subirnos a un carro de servicio público, conversar con algún estudiante universitario o de alguna escuela secundaria (pública o privada da lo mismo, la estupidez no establece diferencias entre ricos y pobres)  si las dudas persisten prenda su televisor comentaristas deportivos, analistas políticos, animadores, conductores de noticieros o programas llamados cómicos  disiparán cualquier vacilación.  No hay nada más gratificante que comprobar como día a día, con un poco de esfuerzo, podemos ir abandonando el rebaño.


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Cuando el viento arrecia el junco tiembla; el roble permanece impasible.


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Las palabras deben ser sopesadas una y otra vez antes de ser dejadas en libertad.  Por más que nos retractemos de lo dicho, por más arrepentimiento y sufrimiento que sintamos por haber herido con ellas, no hay nada que podamos hacer para resarcirnos del daño inferido.  Así como las hojas caídas del árbol pierden toda esperanza de regresar al seno materno y, condenadas a hojarascas se dejan llevar por el viento para nutrir la tierra en su inexorable transformación en abono, así las palabras son llevadas por nuestra voluntad: náufrago madero sometido al vaivén caprichoso de las aguas


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Los principales enemigos de los nutricionistas son las empresa de comida rápida y las transnacionales que producen todo tipo de golosinas (mayor que sirve más para el justo que para el sustento).  Ambos carecen de los nutrientes necesarios para el crecimiento, para el funcionamiento normal y la conservación de la vida, elementos que sólo proporcionan los alimentos en cantidades necesarias.  Las víctimas principales son los niños, quienes diariamente son bombardeados por la televisión que encuentra en las empresas productoras de comida broza a sus más importantes auspiciadores.   Estos productos corrompen los hábitos alimenticios de los niños para quienes un helado es más agradable que una  sustancia de pollo.  Pero estas empresas exploran todo recurso imaginable a fin de enrostrarle al niño sus marcas.  Es común encontrar la publicidad de estas empresas en juegos, centro s de Internet, películas, libros y en gran número de muñecos y juguetes.  Es comprensible que estas compañías centren su publicidad en infantes y niños porque es el mercado más grande que existe.  No interesa que el niño crezca con cuadros de desnutrición lo que su reloj biológico alimenticio se vea desmejorado, la cuestión es vende sin importar los daños.  A nadie se le ocurre anunciar frutas, legumbres menestras o verduras por televisión o por radio, a menos que esté loco.


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Como queriendo tramontar los siglos, emergen ante nuestros ojos la ingente figura del príncipe Hámlet, aquella demiúrgico creación que por haber cobrado vida propia, ha rebasado las cadenas que lo ataban a su creador.  Porque Hámlet, como Otelo y otras tantas creaciones shakesperianas se han independizado del hombre de su amo, de su lastre creador, logrando a través de lo inmarcesible una luz propia en el firmamento literario.  Cuando decimos Hámlet ya no necesitamos nombrar a Shakespeare (genio creador por antonomasia), y en este hecho estriba la grandeza del dramaturgo inglés:  el haber dado vida a lo inanimado, el haber logrado que su príncipe de la duda respire por sí solo, que por sus venas pulule la vida y que nos haga pensar  que nos hallamos ante un ser tan igual a nosotros; un ser de carne y hueso como cualquier mortal.  Pero ahí, paradójicamente está la eterna soledad a la que Hámlet se halla encadenado, pues, así como su amo lo dotó de vida, también con ella vinieron los flagelos espirituales del hombre:  la tristeza, la soledad, la ira, la depresión, la duda.  Porque el amante de la timorata Ofelia está sentenciado a repetir su historia en cada representación que de su vida tenga que hacer en lo tablados. En esos recintos llenos de multitudes que aplauden a rabiar su drama; que aúllan de entusiasmo ante la tragedia que lo agobia y dónde él – por que para eso fue creado- debe inclinar las goznes para agradecer las ovaciones y la vocinglera.  “Ser o no ser”, el inigualable monólogo que debe ser repetido una y otra vez, así sus labios quieran rebelarse, así la lengua quiera contraerse.  Postrado debes pequeño príncipe antes de cada representación: quizá aburrido, quizá hastiado, o quizá maldiciendo a tu creador.  Te veo pequeño Hámlet manoseando la calavera del inquieto Yorick, una y otra vez, musitando entrecortadamente los recuerdos placenteros que a tu mente vienen.  Consuélate pensando en el infeliz Sísifo que cansado está de llevar la roca hasta la cumbre para verla descender nuevamente; piensa un instante en el mísero Tántalo, condenado a reventar de hambre y de sed con el agua y el fruto tan cerca de él.  Y no olvides al insensato Prometeo, que por entregarle el secreto del fuego a los hombres se ganó el encono de los dioses y la tortura eterna de ser picoteado por un buitre en las entrañas.  Pero así es, pequeño como inmenso príncipe, el precio que se ha de pagar por la inmortalidad.  ¿Dormir? ¿Morir?..... No.  Eternidad y sombras..... Sí.


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“Potro es gallardo, pero va sin freno” escribe Lope de Vega en “La Dragontea”, verso al que por cierto deparó don Luis de Góngora un recibimiento nada amistoso. Siglos más tarde, Darío anotará:  “Potro sin freno se lanzó mi instinto; mi juventud montó potro sin freno;” (Cantos de vida y esperanza).  ¿Coincidencia? Claro que sí; ambos poetas reflexionan sobre la osadía, el atrevimiento, la audacia, en esa resolución que nos lleva acometer grandes empresas, a asumir magnos riesgos. Todo ya ha sido dicho por los griegos dice Borges, y los que venimos después no hacemos más que recrear, reflexionar sobre lo que nos antecede.  El artista puede permitirse el robo, peor siempre y cuando vaya precedido del asesinato.

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Cuando el artista siente que su vida empieza a declinar paulatinamente, es común que lo invada el terror de que la muerte trunque su obra que el aún considera inconclusa; la clepsidra va dejando pasar el agua gota a gota y el artista siente que no ha llegado a su total realización, que su tarea no ha alcanzado la plenitud deseada por la cual ha consagrado la totalidad de su vida.  El desgano, la apatía, el hastío lo invaden cada cierto tiempo y la obra queda estancada, allí en la imaginación, está el material, la sustancia inspiradora, pero la inercia puede haberse apoderado de él y lo acomete la desesperación.  La poesía es un buena terapia contra este síndrome de atonía.  Neque semper arcum tendet Apollo; saludable advertencia de Horacio, indicándonos que no siempre se ha de trabajar y que es preciso tomarse algún descanso.


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Sus libros son un amasijo de tonterías, desatinos, paupérrimo lenguaje y sintaxis disparatada. Tomarlos entre las manos es como agarrar una masa pegajosa; por donde la tomes es siempre lo mismo: chiclosa, elástica, interminablemente monótona.

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Hoy enviar una carta a algún amigo o pariente será visto por una gran mayoría como el ejercicio inútil u ocioso de un tonto o un idiota desquiciado.

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La poesía, fundamentalmente, la siento, no la razono.

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Toledo y Morales Bermúdez tomaban como menestrales rusos.


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NUESTRA CLASE POLÍTICA


El egocentrismo, la seguridad de un poder judicial corrupto y venable y su adicción al litio, ha llevado a Alan García a creerse Alejandro venciendo a Darío en Gargamela; Julio César cruzando el Rubicón y hasta Napoleón dando cuenta los rusos y los austriacos en Austerlitz.


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Toledo recompensó durante su gobierno a Baruch Ivcher con veinte millones de soles, con la misma desvergüenza que Piérola premió al deudor de Dreyfus con la misma cantidad.

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Talleyrand dijo alguna vez, que sólo hay una cosa más peligrosa que la calumnia: la verdad. Esa mitomanía que tanto une al ministro de Napoleón con Alan García, contrasta con el buen gusto y la cultura del francés con nuestro dos veces presidente de este pobre país. Prueba de ello es que el líder aprista durante su primer gobierno, atentando contra la estética, mandó construir una piscina en uno de los más bellos patios interiores de Palacio de Gobierno. No existe factura alguna del gasto ocasionado por aquel agregado acuático que destruye la armonía de un patio interior de estilo neoclásico. Una de las primeras fechorías del discípulo de Haya de la Torre.


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Caída la máscara y el disfraz, vemos que de Pedro Pablo Kuczynski surge la caricatura de Rico Mac Pato. Donde antes alucinábamos la imagen del estadista, del hombre honesto y viril, aparece el holograma del desmemoriado, mentiroso y cínico desvergonzado. Otra vez los peruanos son engañados por un viejo verde llegado al climaterio, al que por las noches hay que aplicarle supositorios de rivotril antes de ponerle el pañal.


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Mientras que el hombre decente de buena entraña quisiera esgrimir la espada de la justicia al ver que el Perú es un promontorio que se desmorona hacia un abismo sin fin y sin retorno, los empresarios, Keiko Fujimori y su banda de congresistas, ven en esa tragedia un paraíso de jugosas prebendas para hacer negocios a costa del hambre, la ignorancia y la miseria.
Eufóricos como los emperadores romanos en sus desenfrenadas bacanales, estos facinerosos nos recuerdan a Piérola sacrificando a su ambición al ayabaquino Lizardo Montero – hombre de corazón férreo y valiente –, hostigándolo y abandonándolo a su suerte en la Batalla de Tacna. La Patria, ese periodiquillo fantoche de Piérola, celebró la derrota peruana con una desvergüenza que rayaba en la insania. “La destrucción del único elemento (el ejército del Sur liderado por Montero) que restaba del anterior carcomido régimen”; se refería al gobierno de Mariano Ignacio Prado.

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Hablando un castellano casi imperceptible y arrastrando las palabras como mulas viejas halando un desvencijado carromato, Kuczynski demuestra en sus declaraciones saber de política tanto como Fujimori de gramática castellana. Pero cuando de hacer negocios lesivos se trata, arma unos chanchullos de Padre y Señor mío. “Hay que estar al lado de este hombre, susurrar entre sí los de COFIDE al ver pasar al anciano, siempre lloverá a raudales para todos”.

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En Alan García se conjugan el cinismo, el robo y la soberbia, como en el hombre bien nacido la humildad, el valor y la decencia.

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El hecho de llegar a la presidencia, ha convencido a Kuczynski que en su fosilizado cráneo se aglutinan las visiones del sabio, las reflexiones del filósofo y las decisiones de un estadista.

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Ollanta Humala olvidó que en el Palacio de Gobierno los presidentes son inquilinos; él y su Conejo de la Suerte actuaron con ínfulas de propietario.

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Alan García no tendría reparos en vender a su madre si por ellos le ofrecieran la prosa de Lincoln o el encanto de Kennedy para lidiar con las multitudes para alcanzar la presidencia por tercera vez. El hombre de la panza voluminosa resulta tan antipático y despreciable que el día que el diablo cargue con él, será paseado en un carromato tirado por Mauricio Mulder, Velásquez Quesquén y Jorge del Castillo por la avenida Alfonso Ugarte. Algunas viejas menopaúsicas cantarán la “original” Marsellesa aprista al son de un retintín de cascabeles.

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La historia del Perú es una amalgama de traiciones, deserciones, robos y asesinatos. De ahí que los gobiernos de García, Fujimori, Toledo, Humala y Kuczynski nos parezcan una camada de lobeznos mamando de la misma ubre.

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Los congresistas se parecen a los piojos, las pulgas, las garrapatas y las cucarachas: vana ilusión querer exterminarlos.

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Nuestros gobernantes no son originales ni en el asalto a la hacienda pública; ahí están sus maestros para desenmascararlos: Prado, Echenique, Piérola y Odría.

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Alan García donde pone una mano deja un forado en el Tesoro Público. Poseedor de un olfato ofídico, percibe la coima y el prevaricato a kilómetros de distancia. Avezado en la técnica del zapatero remendón, no da puntada sin hilo.

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Las mujeres cuando llegan al poder pierden su instinto maternal y se comportan como Mesalina en la corte de Claudio. Ejemplos dignos de mención no faltan en este desesperanzado país: María Delgado de Odría; Clorinda Málaga de Prado; Pilar Nores de García y su modesto departamento en París; doña Susana Higuchi de Fujimori, quien después de acusar a su cuñado de ladrón y a su marido de mafioso, ahora se desdice de su honestidad apoyando a su hija, la única peruana que vive como reina sin trabajar o doña Nadine Heredia, la primera dama que tituló de huevón a su marido y asumió las funciones directrices en el gobierno humalista. Y qué decir de las otras bacantes que vienen más abajo en la lista de prontuariadas: Luz Salgado, Cecilia Chacón, Lourdes Alcorta, Ana María Cuculiza y la destacada lingüista conocida en el Cercado de Lima, Martha Hildebrandt.

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Cuando Alan García habla de “mi partido” (APRA), debe estar refiriéndose a ese grupo de forajidos que en el Congreso se levantan hasta el papel higiénico de los baños. Esos incondicionales que le allanan el camino para planificar un nuevo asalto al dinero del Estado con la misma devoción de una puta cuando entrega el dinero a su caficho glotón en la repartición, el líder de la estrella deja para sus compinches unos mendrugos que éstos, como perros callejeros, se avalanchan para lamer el suelo.

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Alan García parece haber sido engendrado por una trinidad demoniaca donde Caco, Lucifer y la Cerda que devastó Cromión, vivieron un romance que va más allá de toda comprensión.

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El prominente vientre de Alan García  nos lleva a creer que en cada inauguración de una obra pública, el mandatario estaba pendiente de las viandas del posterior agasajo, mirando con ojo de águila en qué lado de las fuentes estaban las mejores presas.

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Como Piérola, luciendo ceñidos pantalones de gamuza y botas de carabinero, se guía el anda de Nuestra Señora de las Mercedes, Alan García Pérez sigue al Señor de los Milagros con pasos de colombina y la mirada altanera de un toro de Miura.

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Nuestros congresistas conocen al pueblo peruano como un médico de cabecera a su paciente. Saben lo poco que se puede esperar de un pueblo que tiene alma de lacayo y aspiraciones de un desahuciado con cáncer terminal.

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Aclamado por chuscos y granujas que comparten con él los mismos vicios y la poca vergüenza, Kenji Fujimori juega en pared con su hermana Keiko haciéndonos creer que entre ellos hay una ruptura ideológica. Ratas de la misma camada, los hijos del reo de la Diroes quieren abrir un segundo frente para ganarse el voto de los indecisos pensando ya en las elecciones del 2021. Ya el pueblo ha olvidado que el trampolín de Kenji en la política peruana se dio con una amenaza propia de un samurái: “¡Señores caviares, mediremos fuerzas en las calles!”, dijo emocionado y con un rostro que nos recordaba a su bóxer, “Puñete”, cuando se enteró de la sentencia que condenaba al socio de Montesinos a 25 años de prisión. Esta actitud, propia de un baladrón, deja al descubierto sus pretensiones a futuro: llegar al poder y abrirle las rejas a su progenitor y, de paso, sacarle la costra excrementicia al apellido Fujimori.

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Toledo, marcando con énfasis su voz fingida y su gesto de un indio emperador, niega cínicamente haber recibido coimas de la empresa brasileña Odebrecht. No hay nada que discutir, la Concha es Marca Perú. Basta mirarle el rostro desfigurado por el whisky y la cocaína para percatarnos que nos encontramos ante un hombre de admirable desvergüenza.

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Con esa sonrisa cachacienta de quien se siente protegido por un poder judicial corrupto, Alan García cree retener en la memoria toda una antología de poetas que lo exonera de tomar a Vallejo por Calderón y a Goethe por Byron. Habiendo vivido muchos años en Europa, el líder de la asombrosa panza no ha asimilado ni la lengua de Víctor Hugo ni la decencia de don Miguel de Unamuno. Ha preferido empaparse de las artimañas mafiosas de Berlusconi y el nepotismo de Francois Fillon. Florencia y su Renacimiento le debe haber sonado a menú turco. El Museo del Prado y el Louvre le fueron ajenos. Su apretada agenda de almuerzos y cenas en los mejores restaurantes debe haber copado su tiempo. Atosigado de fritangas, lechones y morcillas, el destructor del partido de Haya de la Torre no permite que sus compañeros hablen de cultura mientras come; eso le malogra el almuerzo. Solo hace excepciones cuando aflora en la mesa las palabras que encandilan sus oídos: cómo es.

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Si Francis Ford Coppola no hubiera tenido a Mario Puzo, hubiera encontrado en Alan García la inspiración para realizar una buena saga cinematográfica de “El padrino”. Se hubiera quedado maravillado de ese Doctor graduado en las Bambas University que jamás habla de Derecho. De seguir el doctor García se debe haber saltado los cielos universitarios con garrocha de robacasas. Dueño de la prosa de Séneca y de la retórica de Quevedo, el doctor posee una cuantiosa literatura política que sobrepasan los diez volúmenes. En el prólogo se lee que hay que tener la paciencia de un camionero trepando por el Callejón de Conchucos para leer esa deslumbrante sintaxis. Postdata: los discursos de García se parecen a los de Haya como un cerillo encendido al fuego de un volcán.





RELIGIÓN Y DINERO
Como tantas veces lo he hecho en mi vida, estoy releyendo pasajes de la Biblia para un cuento que ya no es un cuento, porque como se me escapo la imaginación pasó a ser un relato; bueno, eso es lo que creí, porque ahora, al ver que he llegado a más de cien páginas manuscritas y que todavía la historia va para rato, prefiero pensar que estoy trabajando en una novela; el título es preventivo: El Diablo a la medianoche. La Biblia es un libro que me apasionó desde siempre, la gran cantidad de hechos e historias que se dan cita ahí (creo que más en el Antiguo Testamento) despertaron no solo mi curiosidad, sino que desbordaron mi imaginación. Tengo un gran número de Biblias (quizá unas cincuenta), cada vez que encuentro un ejemplar que no tengo la compro, por más rústica o lujosa que sea. Hay una atracción misteriosa por ese libro que nunca he podido descifrar. La más voluminosa es la de Editorial The Grolier Society INC. Nueva York, ese inmenso libro rojo que me cautivaba de niño, cuando asistía, arrobado por la magnificencia de los santos de escayola, los vitrales y por toda esa ceremonia litúrgica donde se invocaba y adoraba a un Ser Todopoderoso que había sido capaz, él solo, de crear en seis días todo el Universo. Cuando mis alumnos me preguntan si he leído toda la Biblia, mi respuesta, sin lugar a dudas, es un rotundo no. ¿Habrá alguien que haya leído desde el Génesis hasta el Apocalipsis? No creo, ni siquiera el Papa. Es un libro que he consultado por más de cincuenta años por motivos distintos, y si uniera todos esos fragmentos leídos seguro que llegaría a un cuarenta por ciento del total; sin contar las páginas que he releído.
No se trata de leerme la Biblia de cabo a rabo, lo que importa en mi caso es que leo y releo lo que me interesa, lo que fortalece mi espíritu, lo que me reconforta, y con eso me siento satisfecho. ¿Cuál es el ejemplar más antiguo que tengo? No lo sé, no he tenido tiempo ni motivación alguna para indagar sobre eso. Pero, caramba, quién no quisiera tener la primera Biblia impresa. Hay la Biblia incunable, la que imprimió Gutenberg, de 42 líneas, cuya fecha más probable es 1452 – 1455, y digo probable, porque este texto tiene el inconveniente de no estar fechado en el colofón, es decir, en la nota informativa que había en las últimas páginas de los libros antiguos. No hay estas Biblias de Gutenberg en el mercado, todas las que existen están en las grandes bibliotecas. Umberto Eco dice que vio dos en la Biblioteca Pierpoint Morgan de Nueva York y otra en la Biblioteca Vaticana. El sueño de todo coleccionista sería encontrarse con una de ellas. ¿Cuál sería el precio de venta? El último ejemplar conocido se vendió a un banco japonés por cuatro millones de dólares. ¿Y por qué lo compró un banco? Porque como buenos hacedores de dinero que son, ya han puesto el ojo en los libros antiguos como bienes que les pueden dar, al revenderlos, buenas ganancias. Los "incunables" son los libros que resultan más atractivos. Por lo que se ve, no es cosa de cultura sino de negocios

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