lunes, 30 de enero de 2012

MENTIRAS RELIGIOSAS





HISTORIETAS INOLVIDABLES
¡La Virgen Inmaculada, Jesucristo resucitado, la multiplicación de los panes y el hombre que abre los mares  como quien abre un pan para untarle mermelada!

¿Dónde colocó Noé a los dinosaurios en su arca? ¿Dónde quedaba el Jardín del Edén? Estas y otras tonterías nos han vendido de niños esos farsantes de sotana y solideo, esos que pasean el culo papal como si fuera mercancía de remate. A más ignorancia, más sumergidos estamos en degradantes supersticiones religiosas.




PALABRA DE DIOS, TE ALABAMOS SEÑOR
¿Que el vulgo va a la Iglesia a escuchar la palabra de Dios? ¡Vaya ilusión! Cuando el cura predica cosas serias todo el rebaño se adormece, bosteza y se aburre. Se miran unos a otros interrogándose en silencio... ¿A que hora acaba esto? Al percatarse de la modorra generalizada por su perorata, el cura comienza a contar alguna historia de viejas, las ovejas se desperezan, despiertan y están atentas a la boutade.


Cuanto más ignorantes somos, más encanto tenemos y más interés y falsa admiración suscitamos en los otros. ¿Será que el espíritu del hombre está conformado de tal manera que capta mejor la apariencia de la realidad? Seguro que sí. Su pereza mental lo mantiene subyugado a ese mundo de miserias y tinieblas.



CAMINOS DE SANTOS Y ALMAS BUENAS
La muerte de mi madre me hizo ver que nuestras vidas van en la misma dirección pero por diferentes caminos. El misterio de la vida radica en no saber si algún día, en algún tiempo y en algún lugar, esos caminos se juntarán y podremos reencontrarnos con los seres amados. Algunas religiones como el catolicismo se arrogan el derecho de haber descifrado los complicados engranajes de ese misterio: todos los caminos conducen a Dios. Pero, sólo los senderos transitados por las “almas buenas”, los que han llevado una vida pegada a sus drásticos cánones ortodoxos tomarán los caminos correctos que llevan al reino del Todo poderoso, es decir, se han apropiado, como hacen los mafiosos transportistas, de las rutas adecuadas, de los “caminos santos”, con todo el desparpajo que ha caracterizado a esa religión recalcitrante, mentirosa y mañosa. Todos los caminos que no conducen a Dios deben estar, según su fantasiosa doctrina, plagados de fuego, endriagos, belcebúes y todo tipo de miasmas e inmundicia. ¡Vaya manera, sectaria e infame, de llevar a cabo esta iniquidad!




HOMBRE PIADOSO
El presidente del Fondo Nacional de Desarrollo de la Educación Peruana, el educador Jesuita Ricardo Morales Basadre ha declarado que el toreo es un arte y que, como espectáculo, debe mantenerse como tal.

Si estas declaraciones vinieran de un bravucón y fanfarrón como fue el escritor estadounidense Ernest Hemingway, tal vez pudiéramos ser más lénidos en nuestro juicio ante tan desaguisadas palabras: el empobrecimiento neuronal en que vivía el autor de “Fiesta” y “El viejo y el mar” como consecuencia de su alcoholismo descomunal lo exonera de sus opiniones y juicios. En “Fiesta”, Hemingway refleja sus experiencias parisinas y, al mismo tiempo, su primera declaración de amor a la tauromaquia. La obra se desarrolla, fundamentalmente, en el contexto de la feria de San Fermín, en Pamplona (España). Veamos esta sanguinaria descripción en “Fiesta”, una de las tantas que deleitaban a “Papá” Hemingway:

“Cuando terminó su faena con la muleta y se dispuso a matar, el público insistió para que siguiera. No querían que Romero dejara de torear, que matara al toro y diera la corrida por terminada. Romero continuó como si estuviera dando un curso de buen toreo. Los pases se ligaban entre sí, completos, lentos, templados y suaves. En su toreo no había trucos ni mistificaciones, ni tampoco brusquedades. En la culminación de cada pase el público se estremecía con una indescriptible emoción interna. La gente hubiera querido que aquel toro no muriera nunca y que la faena continuara indefinidamente.
El toro se había cuadrado y estaba listo para la suerte final. Romero le dio muerte exactamente debajo de donde nos encontrábamos nosotros. No tuvo que matarlo como a su primero, sino como él quiso, a su entera elección. Se perfiló directamente frente al toro, sacó el estoque de entre la capa y apuntó con él al lomo de cornúpeta, que lo observaba. Romero le dijo algo al toro y golpeó con uno de sus pies sobre la arena. El toro embistió y Romero aguantó la embestida a pie firme, sin apartar los ojos del estoque. Sin dar un paso atrás, Romero formó una unidad con el toro.
El estoque estaba a la altura del lomo del animal, entre los dos omóplatos. El bravo siguió la muleta, que giraba con lentitud, y el estoque despareció cuando Romero se desvió limpiamente hacia la izquierda. Todo había terminado. El toro trató de avanzar, pero le comenzaron a temblar las patas y su cuerpo se tambaleaba de un lado a otro, vacilante; después cayó de rodillas y el hermano mayor de Romero se agachó para darle la puntilla.
Falló el primer intento, pero volvió a apuntillar y el toro se desplomó con una convulsión y quedó rígido. El hermano de Romero con un cuerno del toro en la mano y la puntilla en la otra se quedó mirando al palco presidencial. El público agitaba sus pañuelos por todo el graderío. El presidente miró hacia abajo y, a su vez, hizo una señal agitando su pañuelo.
El hermano del torero cortó una de las orejas negras del toro muerto y se dirigió hacia su hermano con el trofeo en la mano. El toro, pesado y negro, reposaba sobre la arena con la lengua afuera. Los jóvenes saltaron al ruedo y se colocaron a su alrededor formando un círculo. Casi de inmediato empezaron a bailar con el toro en el centro del corro”

Ernest Hemingway, gran amante
de las "fiestas taurinas"
Nada diferencia esta atrocidad de las orgias que en el circo romano se llevaban a cabo por iniciativa de los emperadores para solaz de la chusma. Allá morían animales y hombres; acá se masacra al toro para satisfacer a la bestia que llevan dentro hombres como el Jesuita Morales Basadre, para quien el toreo tiene un gran arraigo popular como una tradición muy antigua que los pueblos del Perú respetan y quieren. Este íncubo de la religión Católica, este Torquemada del siglo XXI piensa que cualquiera puede pagar la onerosa entrada de aquel espectáculo denigrante, tan denigrante como sus necias declaraciones. “Es un arte que se admira. Es una bella coreografía en torno al juego entre el hombre y el toro que se aprecia estéticamente. El público es parte vital del espectáculo taurino”, anota el religioso muy suelto de huesos. Este “educador” ha sido director del colegio La Inmaculada y merecedor de las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta.
¿Qué concepto de la piedad tiene este cura de rostro hipócrita y ahuevonado? ¿Dónde se le quedó la compasión cristiana a este mendicante? ¿Su amor por los animales es el que sentían los inquisidores cuando torturaban, humillaban, denigraban y expoliaban a gente inocente? ¿No ha leído alguna biografía de Francisco de Asís, aquel hombre que protegía y amaba a los animales que a él le gusta ver torturadas en la arena ente la vocinglera y aplausos de unos cafres?
Pero sigamos a este hombre piadoso cuya santidad me arranca lágrimas.
“El boxeo por, ejemplo, es más violento”, señala el cura, al tiempo que subraya que las críticas al toreo son bastante superficiales como para echarlo abajo como arte y tradición hondamente arraigada en el acervo cultural popular. “Permanentemente se sacrifican animales de muchas formas. No debemos exagerar y mirar las cosas con otro criterio”, afirma.
En cuanto a las prohibiciones decretadas en algunas pocas ciudades del mundo impidiendo a los niños a asistir a las corridas por tratarse de un “espectáculo violeto”, Morales Basadre señala que ellos pueden asistir acompañados de sus padres.
Me viene a la mente estas palabras de Jesús en el evangelio de San Mateo:

“Miren las aves que vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan la cosecha en graneros; sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les da de comer”
(Mateo, 6 (26))
Y esta otra:
“Llevaron unos niños a Jesús, para que pusiera sobre ellos las manos y orara por ello; pero los discípulos comenzaron a reprender a quienes los llevaban.
Entonces Jesús dijo:
-      Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes sean como ellos.
Puso las manos sobre los niños, y se fue de aquel lugar”.
(Mateo, 19 (13 – 15))

Papa Clemente VIII, condenó la
barbarie de la tauromaquía
Las opiniones vertidas por Ricardo Basadre ponen en duda la posibilidad de que haya pasado por el evangelio de Mateo, pues, sólo parece ignorar estos versículos, sino también el hecho de que el Papa Pío V excomulgó, en 1567, a quienes acudiesen a “estos torpes y cruentos espectáculos [el toreo] más de demonios que de hombres”, excomunión que sólo por presión de Felipe II anuló, en 1596, el Papa Clemente VIII, quien, sin embargo, no dejó de condenar el espectáculo en la bula “Suscepti Muneris”.
¿O será acaso que las lecturas de este Jesuita sanguinoso se hayan detenido sólo en el Antiguo Testamento, verdadero manual de carnicero? Extraigamos algunos párrafos de ahí:

“Díganle a toda la comunidad israelita lo siguiente: El día diez de este mes, cada uno de ustedes tomará un cordero o un cabrito por familia, uno por cada casa. Y si la familia es demasiado pequeña para comerse todo el animal, entonces el dueño de la casa y su vecino más cercano lo comerán juntos, repartiendo según el número de personas que haya y la cantidad que cada uno pueda comer. El animal deberá ser de un año y sin defecto, y podrá ser un cordero o un cabrito. Lo guardaran hasta el catorce de este mes, y ese día todos y cada uno en Israel lo matarán al atardecer. Tomaran luego la sangre del animal y la untarán por todo el marco de la puerta de la casa donde coman el animal”.
(Éxodo, 12 (3 -7))

“El señor llamó a Moisés desde la tienda del encuentro, y le dijo lo siguiente: habla con los israelitas y diles que cuando alguno me traiga ofrendas de animales, me las deberá traer de su ganado o de su rebaño. Si el animal que ofrece es holocausto es de su ganado, tendrá que ser un toro sin defecto. Para que le sea aceptado, deberá ofrecerlo en presencia del Señor a la entrada de la tienda del encuentro, poniendo la mano sobre la cabeza del animal. Así el animal le será aceptado para obtener el perdón de sus pecados. Degollará el toro en presencia del Señor; luego los hijos de Aarón, los sacerdotes, ofrecerán la sangre, y después rociarán con ellas los costados del altar que está a la entrada de la tienda del encuentro. El que presenta el animal en holocausto le quitará la piel y lo cortará en pedazos, y los sacerdotes harán fuego sobre el altar y acomodarán la leña para poner sobre ella los pedazos cortados del animal y la cabeza y la grasa de los intestinos.
El que presenta el holocausto deberá lavar con agua las vísceras y las piernas del animal, y el sacerdote lo quemara todo sobre el altar como ofrenda quemada de aroma agradable al Señor”
(Levítico, 1 (1 – 9))

Francisco de Asís,
por Zurbarán.
“El primer día llevó su ofrenda Nahasón, hijo de Aminadab, de la tribu de Judá. Su ofrenda consistía en una bandeja de plata que pesaba mil cuatrocientos treinta gramos y un tazón de plata que pesaba setecientos setenta gramos (según el peso oficial del santuario), ambos llenos de la mejor harina, amasada con aceite, para la ofrenda de cereales; además, un cucharón de oro que pesaba ciento diez gramos, lleno de incienso, un becerro, un carnero, un cordero de un año para ofrecerlo como holocausto, un chivo para el sacrificio por el pecado, y por último, para el sacrificio de reconciliación, dos toros, cinco carneros, cinco chivos y cinco corderos de un año”.
(Números, 7 (12 – 17))

“Pero una vez que hayan cruzado el Jordán y vivan en el país que él les va a entregar, y ya estén libres de todos los enemigos que los rodean, y sin ningún temor, entonces, en el lugar que el Señor su Dios escoja como residencia de su nombre, le ofrecerán ustedes todo lo que les he ordenado: animales sacrificados y quemados en su honor, diezmos, contribuciones y todo lo más escogido de las promesas que le hayan hecho al Señor”.
(Deuteronomio, 12 (10 – 11))






DEJAD QUE LOS NIÑOS VENGAN A MÍ

 En su Divina Comedia, escrita a principios del siglo XVI, Dante, al vagar por el Infierno, encuentra a una amplia variedad de sodomitas, incluido un grupo de sacerdotes y un ex obispo de Florencia, Andrea de Mozzi, recién descendido de la tierra.

“Sabe, en suma, que fueron clerecía
 y escritores de fama celebrada
a los que igual el pecado envilecía.

Va Prisciano en la turba atormentada
y Francesco d´Accorso; y contemplado
habrías, si tu mente preocupada.

Por tal tiña estuviste, al que llevado
fue por el papa de Arno a Bacchinglión,
do su cuerpo dejó, mal inclinado.
(Infierno, Canto VII; v.v.: 106 – 114)


El verso 114, alude al florentino Andrea de Mozzi, que fue obispo de Florencia hasta 1295 y, después de Vicenza, junto al Bacchinglión, donde murió en 1296. Los escándalos del obispo de Mozzi eran muy sonados en los corrillos de la Iglesia romana. Los delitos de este tipo son pan de cada día en los círculos católicos. Durante su reinado en el Vaticano, Juan Pablo II y muchos de sus obispos, decían que la “Sociedad moderna” tiene la culpa de la epidemia de abuso sexual cometido por sacerdotes, monjes, hermanos y monjas contra víctimas que van de niños y niñas a adolescentes inválidos, religiosas y laicas.


Que este comentario lo haga un congresista o un drogadicto lunático es aceptable, pero que lo diga aquel que ungía de infalibilidad, caridad y santidad, eso ya es cosa seria.


El problema del abuso sexual sacerdotal se remonta al siglo II. Cuando Karol Wojtyla fue elegido papa en octubre de 1978, junto a la corrupción financiera del Banco del Vaticano estaba la igualmente desenfrenada corrupción moral del abuso sexual dentro del clero. La denuncia contra un sacerdote en un proceso penal o civil siempre ha sido algo inaudito, gracias al “sistema secreto” que la Iglesia ha temido desde su fundación, para buscar encubrir a todos los pederastas y pedófilos que engrosan sus filas.

La Iglesia católica romana velaba por sí misma, y los clérigos infractores no podían ser llevados ante tribunales civiles a menos que se obtuviera un permiso especial para hacerlo. Este sistema contaba evidentemente con la plena aprobación del papa Juan Pablo II. Tan sólo en Estados Unidos, desde 1984 el costo financiero en honorarios legales e indemnizaciones a las personas objeto de abuso sexual por parte de sacerdotes rebasa los 1,000 millones de dólares. El costo para la imagen y reputación de la jerarquía católica es inestimable. Que Juan Pablo II desconociera la escala del problema al momento de su elección, lo mismo que la tradicional reacción del “sistema secreto” es improbable: el Infalible, como todo apañador de marras, consentía las alcamonías.


Hasta 1981 el papa Juan Pablo II ignoró toda solicitud de ayuda de víctimas de abuso clerical dirigidas a él y a varias congregaciones del Vaticano. Los orígenes del “Sistema secreto”, al igual que los delitos que mantenía ocultos, retroceden un largo trecho en la historia.


Antes de 1869, cuando la descripción de “homosexual” fue acuñada por Karl María Benkert, el término que se usaba para describir actos sexuales entre dos o más personas del mismo género era “sodomía”. Este término se usaba para describir no sólo actos sexuales entre hombres adultos, sino también relaciones sexuales con animales y abuso sexual contra un niño o un joven. Este último acto también se describía con frecuencia como “pederastía”. El término “pedófilo” fue usado inicialmente por el fisiólogo Havelock Ellis en 1906. El uso científico actual define al abusador sexual de un pre púber como pedófilo, y al abusador sexual de un adolescente como efebófilo. Aproximadamente el 50% de los clérigos implicados en estos casos particulares son hombres casados, lo que echa por tierra la proposición de que el celibato está en el corazón del problema del abuso sexual clerical.  Esto no es cuestión de celibato, sino de abuso de poder.


Al celebrar el Día Mundial de la Juventud en Denver, Colorado en 1993, el papa había aludido al escándalo que ya convulsionaba a Estados Unidos desde hacía casi 10 años. Dijo entonces a un numeroso público que compartía las preocupaciones de los obispos estadounidenses por el “dolor y sufrimiento causado por los pecados de algunos sacerdotes”. No mencionó el dolor y sufrimiento causado por los obispos a través de la operación del sistema del secreto, ni respaldó ningún castigo específico para los infractores. El sufrimiento de las víctimas se remediaría “por medio de la oración”.

Oración solamente para las víctimas sexuales de sacerdotes pervertidos, señor Karol Wojtyla, sólo eso. Eso no es más que una de sus interminables mentiras religiosas, que usted espolvoreó como polen por todos los lugares por donde llevó su farsa. Y como usted, creyente fanático de su religión creía en la vida después de la muerte, me debe, en este momento que escribo en voz alta estas líneas, estar escuchando; mándeme una prueba de que estoy equivocado y me pasearé como Jesucristo montado en un burro por todas las ciudades del mundo predicando la Biblia.





CARDENALES PARA EL CARDENAL

Escuchar hablar al Cardenal, jefe de la Iglesia Católica, ya es un motivo más que suficiente para encontrar por qué la religión está influyendo cada vez menos en la vida y los valores de los llamados católicos, quienes, sin lugar a refutaciones, nunca van a la iglesia. Una estadística confiable arroja cifras que deben poner los pelos de punta al susodichos cardenal: el 70% de los jóvenes encuestados dicen ser católicos, pero el 87% de ellos reconoce que nunca pisan ni les interesa asistir a la iglesia de su comunidad, a menos que se trate de un matrimonio, un bautizo o un justificación para encontrarse con su pareja. El ámbito familiar es el más afectado por esta degeneración de los valores fundamentales; respeto, honestidad, lealtad, moderación en los actos, etc. Las estadísticas revelan asimismo que el 91% de las parejas que contraen matrimonio ya han tenido experiencias sexuales con su pareja o con otras parejas anteriores.


La angurria comercial con que el máximo representante de la Iglesia Católica maneja la Casa de Dios, sus baladronadas cuando opina de sexo, política o cualquier otro tema afín, y sus sermones que oscilan entre la hipocresía y la idiotez son, que duda cabe, un repelente para cualquier espíritu de vida sana qué asome su figura en cualquiera de los llamados templos del señor.





TRANSNACIONALES DE FE

No estoy contra las religiones, el hombre tiene todo el derecho a creer en lo que le dé la gana. Pero aprovecharnos de su ignorancia y de su estupidez ya es otra cosa. Eso de ofrecerle el reino de los cielos, caridad, fe y esperanza, ya es algo que algunos jerarcas eclesiásticos, vendedores de indulgencias y simonías, no quieren darse cuenta que todo no es más que una vil estafa.

Los viajes espaciales acabaron con la falsía de los cielos deíficos; la furia de Dios para castigar a los hombres malos se llama truenos, rayos y relámpagos: la mascarada de tantos siglos se ha acabado. La ciencia ha demostrado que los hombres, una vez muertos, no resucitan; para que una mujer conciba se necesita de un óvulo y de un espermatozoide: la luz es energía, no un Santo varón escondido tras un halo brillante.

Las religiones deben renovarse, ser realistas, dejar atrás sus fantasías. Las iglesias deben abrir sus puertas y devolver toda la riqueza que han robado a tanta gente pobre e ignorante. Muchos fueron los campesinos en Europa que tenían que trabajar arduamente no sólo para sostenerse a sí mismos y a sus familias, sino para cumplir las exigencias del amo. Sus chozas, hechas de madera, arcilla y piedras sin labrar, con tejado de paja y piso de tierra, era oscura, sucia, y en invierno muy fría. Atrás de la casa había un terreno que era huerta, gallinero, porquería o establo; con sus productos se completaban las escasas cosechas. Antes de atender a su propia familia, el campesino tenía que alimentar a dos amos. A la Iglesia iba la “primicia” o diezmo de la cosecha de granos, otro diezmo de frutas y verduras y un tercero de animales; a su amo entregaba dos veces al año un porcentaje fijo de sus productos como alquiler de la tierra. Más grave aún era el tiempo de servicio personal en el dominio del amo, que a veces llegaba a 60 días al año. Tales días, que solían coincidir con la cosecha, cuando el campesino más lo necesitaba, debía hacer lo que su señor le ordenara, como; por ejemplo, batir el monte para que el amo practicara la caza. Tenían que correr tras la caza todo el día, sin comer ni beber. La paga era maldiciones y patadas. Diabólico contubernio el del amo abusivo y el cura ladrón.

Cuando apareció el dinero, la codiciosa Iglesia Católica abrió sus ojos y afiló sus dientes.

Era inevitable que la economía basada en el dinero propiciara prácticas deplorables. La esperanza de ganancias fáciles provocó especulaciones ruinosas, loterías y otras formas de juego.


A los católicos se les explotaba vendiéndoles indulgencias que mediante un precio eximían a los pecadores de su pena y daban grandes ganancias a los banqueros que enviaban estos dineros a la Iglesia. Chacales y hienas se unían para consumar su latrocinio.



FORMACIÓN RELIGIOSA

Desde niños nos llenan la cabeza de valores y palabras que tienen que ver con el “bien” y el “mal”. Padres y maestros nos martillan a diario la receta que aprendieron de sus padres y los padres de sus padres de sus padres y así, en una cadena, que termina seguramente en algún “infalible” texto religioso lleno de embustes y parábolas huecas, plagadas de discursos de profetas alucinados, de pescadores de incautos. Es decir, desde los primeros años de nuestra vida, la de la inocencia, repetimos como loros embriagados añosas enseñanzas, privándonos de la posibilidad de ir formándonos en criterios acordes con nuestros pensamientos.

Quieren que vivamos siempre como niños para que podamos entrar en los misteriosos reinos de los cielos. ¡Qué bajeza! ¡Qué triste vida la de aquellos que no logran liberarse de las garras de esos cruzados de sotana y luto eterno, de esos que llevan en sus relicarios la muerte del espíritu libre.




LAS MENTIRAS RELIGIOSAS


La Inmaculada Concepción que generó la leyenda del nacimiento de Cristo, es una mezcla de embustes sobrenaturales tomados de otras religiones enigmáticas. Se sabe de Gautama Buda, nacido de la Virgen Maya alrededor de 600 a.C., de Attis, que nació de la Virgen Nama en Frigia alrededor de 200 a.C., de India, que nació de una Virgen en el Tibet alrededor de 700 a.C., Adonis, dios babilonio, nacido de la Vir Ishtar; Krishna, deidad Hindú, nació de la Virgen Devaki alrededor de 1200 a.C., Zoroastro, nació de una virgen entre 1500 y 1200 a.C., y Mitra, que nació de una virgen en un establo un 25 de diciembre en 600 a.C. su resurrección se celebra en Semana Santa.







IL MAGNÍFICO

Mientras más libros religiosos leemos, más nos topamos siempre con fanatismos, ignorancia extrema, prejuicios, mezquindades e intolerancia. No estoy en contra de las religiones como San Agustín o Boccaccio, detesto sus abusos, sus arbitrariedades, ese afán absurdo de creerse dueños de una verdad absoluta que no tolera dudas, cuestionamientos ni nada que mueva los cimientos de los cánones establecidos. Las religiones con sus misterios son demasiada carnaza para el desalentado vulgo que carece de juicio, de voluntad de saber, de ansia de conocimiento y, que por el contrario, es bruto, conformista, cuadriculado, acomodaticio, salvaje y mercenario. Ese vulgo que solo percibe la aspereza exterior de la piedra y no la esencia serena que está dentro. Ante tanta ignorancia que nos rodea, me solazo pensando en Il Magnífico, Lorenzo di Medici, cuya labor hercúlea en la Florencia del Renacimiento ha dejado huellas profundas. Lorenzo fundó universidades, academias, colecciones de arte y de manuscritos, imprentas y, lo más loable, apoyó a artistas, sabios, poetas, filósofos y hombres de ciencia, para replantear una nueva concepción del mundo desde una visión moderna y vigorosa y extender el camino del hombre a todos los beneficios del intelecto y del espíritu. Poeta, estadista, comerciante, mecenas y revolucionario, Lorenzo di Medici fue para Florencia lo que Pericles para Grecia siglos antes; ambos propiciaron una edad de oro inolvidable: el primero para la tierra de Dante; el segundo, para la de Homero.






JUDAS ISCARIOTE
De Quincey sentenció, heréticamente, que “Nouna cosa, todas las cosas que la tradición atribuye a Judas Iscariote son falsas”. En su cuento “Tres versiones de Judas”, Borges dice que el inglés especuló que Judas entregó a Jesucristo para forzarlo a declarar su divinidad y a encender una vasta rebelión contra el yugo de Roma. Pienso, y siempre lo he pensado, que Judas lo que buscaba era quitar del camino a un hombre cuyas características no se acomodaban a lo que los judíos, subyugados al poder arbitrario de los romanos, necesitaban para su causa que, no era otro, que acabar con ese imperio que les hacía la vida imposible. Pienso que, enterado de la presencia de un hombre que a través de sus milagros podía obrar prodigios bélicos capaz de vencer a los romanos, Judas se unió al séquito de seguidores del “Maestro”. No tardó mucho el Iscariote en darse cuenta que ese hombre, pasivo y perdonador de injurias, no era el vengador que con espada en mano y subido en un indómito corcel, sería capaz de dirigir los ejércitos judíos que acabarían con el poder imperial. Fue ahí que pensó que lo más conveniente era sacarlo del medio, pues en vez de formar leones con su prédica, por el contrario, estaba convirtiéndoles en ovejas, un manso rebaño que, por ganar el reino de los cielos, estaba dispuesto a que los degollen.
Achacarle a Judas el rótulo de “codicioso” es darle fuego a la interpretación más simple y estúpida. Un hecho de tanta trascendencia histórica merece una y muchas interpretaciones más justas y reflexivas. Lo simple, lo baladí, dejémoslo para ese vulgo ocioso y conformista que no está dispuesto no preparado, para que le remuevan las neuronas.
Las meditaciones sobre este tema no pueden ser infinitas pero tampoco escasas y pueden ir desde lo más inverosímil hasta lo más creíble pasando por las especulaciones más tibias o desinteresadas. Lo cierto es que este apóstol merece una reconsideración histórica en honor a la verdad y, no debemos permanecer impasibles, ante la recalcitrante posición de una Iglesia que desde sus orígenes está acostumbrada a buscar “chivos expiatorios” para perdurarse en la mente de tantos incautos.






GOLPES DE CAÍN

I
No hay empresa que haya tenido mayor éxito económico que la Iglesia Católica: venden caridad, fe, esperanza, paraísos en el más allá y toda una parafernalia de tonterías. Debido a que los productos que expenden pertenecen al mundo de las abstracciones, la inversión que hacen es cero. Negocio redondo la de estos gazmoños de sotana y  crucifijo que, si se encontrarán el cuerpo de Cristo, venderían sus huesos en astillas.

II
Los judíos se juzgan a sí mismos como el pueblo elegido de Dios, y han hecho de la amargura del destierro bíblico  y el holocausto, pruebas irrefutables de esa elección divina.

III
La religión a través de los siglos ha querido desprestigiar a la ciencia. Cuando no ha podido con ella, presta como la hiedra, se ha aprovechado de los avances científicos para acomodarlos a su rancia teología y adherirse a ella. Esa es la forma dolorosa que tiene para escalar posiciones y deslumbrar a sus fieles.

IV
El Génesis comienza con un cúmulo de nombres que se van enredando unos a otros como en el cesto en que Cleopatra veía retorcerse a sus víboras.



PABLO DE TARSO
Mientras el cura lanza su consabida verborrea, hurgo como un hurón entre la rala concurrencia de feligreses. Me siento como un extraño en esa masa de espiritualismos superficial y fementido, en esa multitud de mirada vacía, de existencia sin fondo, de autómatas que cantan y oran dirigidos por ese lobo que unge de pastor de ovejas. Veo a esas mujeres sometidas a una Iglesia que durante toda su historia las ha menospreciado y que les metido en el cerebro la superioridad del varón, de ahí que muchos machos católicos ven en la hembra un cuerpo en el cual satisfacerse, una mula a quien apalear, una esclava a quien someter a servidumbre. Pablo de Tarso, ese judío eunuco que deshonró y traicionó con su palabra todo ideal noble en el hombre, dice:

“Los felicito porque siempre se acuerdan de mí y mantienen las tradiciones que les transmití. Pero quiero que entiendan que Cristo es cabeza de cada hombre, y que el esposo es cabeza de su esposa, así como Dios es cabeza de Cristo. Si un hombre se cubre la cabeza cuando ora o cuando comunica mensajes proféticos, deshonra su cabeza. Es igual que si se hubiera rapado. Porque si una mujer no se cubre la cabeza, más vale que se la rape de una vez. Pero si la mujer considera vergonzoso cortarse el cabello o raparse la cabeza, entonces que se la cubra. El hombre no debe cubrirse la cabeza, porque él es la imagen de Dios y refleja la gloria de Dios. Pero la mujer refleja la gloria del hombre, pues el hombre no fue sacado de la mujer, sino la mujer del hombre. Y el hombre no fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del hombre. Precisamente por esto, y por causa de los ángeles, la mujer debe llevar sobre la cabeza una señal de autoridad. Sin embargo, en la vida cristiana, ni el hombre existe sin la mujer, ni la mujer sin el hombre. Pues aunque es verdad que la mujer fue formada del hombre, también es cierto que el hombre nace de la mujer; y todo tiene su origen en Dios. Ustedes mismos juzguen si está bien que la mujer ore a Dios son cubrirse la cabeza. La naturaleza misma nos enseña que es una vergüenza que el hombre se deje crecer el cabello; en cambio, es una honra para la mujer dejárselo crecer; porque a ella se le ha dado el cabello largo, para que le cubra la cabeza. En todo caso, si alguno quiere discutir este asunto, debe saber que ni nosotros ni las iglesias de Dios conocemos otra costumbre.
(1 Corintios, 11(2-16))

Si bien hay que reconocer que la Biblia contiene mucha sabiduría que merece tenerse en cuenta, también no es raro encontrarse con estupideces como ésta, donde el apóstol Pablo parece hablar como Cantinflas y predicar con el razonamiento de un curandero africano. Perseguidor de cristianos hasta antes de convertirse, Pablo demostraba en su labor perseguidora la misma eficiencia y fanatismo que un reducidor de cabezas. En este texto enrevesado y monótono nos muestra otra de sus facetas: su machismo recalcitrante. Hasta tal punto ha llegado este fanatismo alimentado por la ignorancia y la fantasía, que una leyenda medieval cuenta que María Magdalena pasó sus últimos años en Francia, orando en la gruta de Sainte – Baume, de ahí que las monjas del vecino convento dominico bendicen su predio durante una procesión con un fragmento óseo atribuido a la Santa. Sí, como se lee. En la creencia de que el cráneo hallado en el siglo XIII perteneció a María Magdalena, los católicos franceses lo cubrieron con oro, evocando un luminoso espectro de esta mujer. La reliquia se encuentra, hasta el día de hoy, exhibida en una basílica de Saint – Maximin – la – Sainte – Baume.






A IMAGEN Y SEMEJANZA
El hombre por más que ande bien trajeado, con turbante, tiara, metra o solideo, o cubriéndose el cuerpo con estola, sobrepelliz o manípulo, o calzando sus pies con escarpe o sandalias papales, nunca podrá poner a buen recaudo sus instintos salvajes de licaón, su matonería de papión enfurecido ni sus ambiciones desenfrenadas de tragaperras. Lo más asolapados son los que reparten latinazgos, sermones o regañinas hieráticas con crucifijo en mano y con mano voraz de pedigüeño en la otra. Todo trigo es limosna, versa el dicho con que nacen estos extraños bichos.



“EL FANATISMO NUBLA LA RAZÓN”
La censura que Pascal aplica a Montaigne acerca del homicidio voluntario (entiéndase suicidio) y la muerte, obedecen a una óptica crítica cristiana y, por ende, tiene una fuerte dosis de miopía intelectual y una sustanciosa dosis de beato hazañero que hace escrúpulo de todo. “Está lleno de palabras torpes y obscenas. No tiene ningún valor”, dice Pascal. Palabras muy duras para el autor de los “Ensayos”. La reflexión de Montaigne es la de un filósofo, no la de un cura de aldea. ¿No es sabia la decisión de un hombre que toma con firmeza y decisión una pistola y se descerraja un tiro sabiendo que la enfermedad que tiene le traerá penurias y empobrecimiento a él y a su familia. O la de aquel otro cuya diabetes lo ha privado de una pierna y va camino a perder la otra. Es justificable esta dura y penosa decisión, aunque nos cueste reconocerlo. Los prejuicios y las enseñanzas religiosas que nos han machacado desde niño indigestan al intelectual en la adultez y terminan en un grito de rebeldía; al final, la cruda realidad debe imponerse. Este es un esbozo del retrato de Montaigne que tanta indignación despertó en el ánimo del asiduo visitante de Port Royal. “Jamás vi en el mundo un milagro más extraordinario e ininteligible que yo mismo; con el tiempo y la costumbre uno se habitúa a todas las rarezas; pero cuando más me analizo y me conozco, más me maravilla mi diversidad, y menos me entiendo”, escribió Montaigne en sus “Ensayos”. Estas palabras pueden parecer soberbias, pero no lo es para quien conoce la fuerza de su obra. La reacción de Pascal no se dejó esperar y, con el cañón cargado con cierta ojeriza, escribió: “¡Fue bien necia la idea que tuvo Montaigne de pintarse a sí mismo! y no de pasada y contra sus máximas, error común a tantos, sino en nombre de sus propias máximas y son un propósito primero y principal” (“Pensamientos”). Estos encuentros y desencuentros son comunes entre los hombres de pensamiento elevado. Las palabras de Víctor Hugo contra Stendhal y contra Voltaire son un claro ejemplo; y qué decir de las contradicciones. Después de vituperar contra Voltaire, Víctor Hugo parece reflexionar sobre su yerro y escribe a cien años de la muerte del autor de “Cándido”:

“Hoy hace cien años murió un hombre. Murió inmortal. Se fue abrumado de años, abrumado de obras, abrumado de la más ilustre y la más terrible de las responsabilidades: la responsabilidad de la conciencia humana advertida y rectificada. Se fue maldecido por el pasado, bendecido por el porvenir; y éstas son, señores, las dos formas soberbias de la gloria… Voltaire era más que un hombre: era un siglo. Ejerció una función y cumplió una misión”.

Los puntos de vista vienen de diferentes direcciones, depende del cristal con que se mire. Esas palabras pomposas de Montaigne que afilaron la espada pascaliana, producen en Voltaire, el satírico e irónico por antonomasia, una reacción diferente al de las “Cartas provinciales”. Escribe Voltaire.

“Fue encantadora la idea que tuvo Montaigne de pintarse a sí mismo ingenuamente como lo hizo; ya que pintó la naturaleza humana (…). Un gentilhombre campesino del tiempo de Enrique III, que es sabio en una época de ignorancia, filósofo entre los fanáticos, y que pinta bajo su nombre mis flaquezas y mis locuras, es un hombre que será siempre querido”.

Esta malquerencia sutil de Voltaire hacia Pascal deja como testimonio varias páginas en la historia de la literatura y la filosofía francesa. Cuando Pascal escribe sobre Montaigne:

“¡El estúpido proyecto de Montaigne debió haberse plasmado! Y esto no solo de pasada y contra sus máximas, como ocurre a todo el mundo cuando se equivoca, sino con sus propias máximas y por un hecho primero y fundamental; pues decir tonterías por azar o debilidad es un mal ordinario, pero decirlas adrede es lo que no se puede aguantar y encima hay que ver cómo son las que dice”.
“Pensamientos”.

En sus “Cartas filosóficas” Voltaire comenta esta apreciación de Pascal sobre Montaigne.

“¡El encantador proyecto de Montaigne debió pintarse ingenuamente tal y como lo hizo! Pues pintó la naturaleza humana; ¡y qué hay del pobre proyecto de Nicole, Malebranche, de Pascal de desacreditar a Montaigne!”

La contradicción Voltaire – Pascal no solo se dio por un carácter opuesto, sino que Pascal era un misántropo cuya concepción del mundo se ajustaba al del medioevo, en tanto que Voltaire era un vitalista con una visión que iba más allá de sus propias líneas de espacio y tiempo. Aun así, Voltaire no se guardaba palabras de elogio cuando de valorar lo ajeno de trataba. Las palabras dedicadas a comentar las “Cartas provinciales” de Pascal así lo confirman. 




COLMENA DE MILAGRORES
EL Papa y su Iglesia deberían organizar una cruzada con el fin de que los millones de católicos que pueblan este planeta en extinción hagan un mea culpa y retornen a las enseñanzas de Jesús, su Mesías. El Salafismo, esa secta del Islam que abraza la adhesión estricta y literal a los principios revelados a Mahoma y escritos en el Corán, ha dado paso definitivo para darle modernidad al mundo árabe, apelando a que todos los musulmanes regresen a la pureza de la religión, a los orígenes del Islam y a las enseñanzas del Profeta. Solo así, dicen sus líderes, se creará una identidad árabe. La historia de la Iglesia está llena de sangre debido a sus excesos, a su intolerancia, a su fanatismo y ambición vesánica de almacenar riquezas. La mejor arma con que cuenta esta organización mafiosa y delictiva, apartada bajo todo punto de vista del camino impartido por Jesús, es la ignorancia de sus feligreses con respecto a los libros hieráticos que rigen sus cánones, verbigracia, el Nuevo Testamento, el Diurnal, el Misal Romano cotidiano, etc. Un católico común y corriente sabe tanto de la Biblia como una vendedora de cosméticos de la fisión del átomo. Como en la Edad Media, tan calumniada y compleja, los curas de hisopo y sotana parecen esmerarse para que su grey siga en la ignorancia lectiva y se limiten, como antaño, a ser ovejas, a escuchar la voz del pastor, quien, suelto de huesos y dándole espaldas a la ciencia, sigue empecinado en sus promesas de resurrección, de paraísos celestiales y juzgamientos a largo e infinito plazo. La Iglesia y sus sicarios han llenado sus textos y sermones de milagros. A lo largo de los siglos, cuando algún suceso escapaba a la comprensión racional de esa sociedad, en general a ese acontecimiento se lo denominaba milagro. Dando espaldas a la ciencia, la Iglesia sigue aferrada como garrapata a sus santos milagreros.




SUTILEZAS RELIGIOSAS

Hay hombres que evolucionan a nivel social, político, intelectual, pero en el plano religiosos siguen provistos del pensamiento a rajatabla que el Catecismo y la Historia sagrada (esos textos maquillados que apenas tienen algo que ver con la realidad que pretenden sintetizar) les impuso de niños y cuya veracidad es incuestionable. Esto se debe fundamentalmente a la Iglesia, la cual, según algunos sacerdotes progresistas, siente desde sus inicios la necesidad de purificación y reformas. Ya las iglesias de ahora suelen estar casi vacías y los feligreses cada día se saltan las enseñanzas y directrices oficiales en materia moral que su religión les impone. Es una verdad de perogrullo de que los católicos y buena parte de los sacerdotes, no conocen la Biblia o solo la han visitado a vuelo de pájaro y basan sus rudimentarios conocimientos de oídas. Si algo diferencia al catolicismo del resto de religiones cristianas es que éste no facilita la lectura de la Biblia, por el contrario, la dificulta. La gran mayoría de católicos solo saben de las Sagradas Escrituras lo que escuchan en su sermón dominical de labios del cura de su parroquia.



CONJETURAS Y CONTRASTES DESPUÉS DE LA MUERTE
La ignorancia es el mejor caldo de la estupidez; esta toma diferentes formas, una de las más comunes es la religiosa: Paraísos e Infiernos en que el alma continuará existiendo según hayamos obrado bien o mal en nuestra vida terrenal. Los gestores de esta tontería en el caso del catolicismo, son los sacerdotes, quienes alimentan domingo a domingo a sus feligreses con sus monótonos sermones. “Ellos quieren consuelo y yo se los brindo”, dice un cura rechoncho y mofletudo. Consuelos fantasiosos para almas afligidas. Pierdo a mi amada madre y el cura me dice que ella está en el reino de los cielos, “No ha muerto, te está esperando. Ven todos los domingos y habla con ella. Te prometo que la encontrarás aquí, semana a semana, escuchado con devoción cada una de tus palabras”. Ya el cura tiene asegurada la presencia del cándido perencejo en sus sermones dominicales con su generosa limosna. Santa Teresa de Jesús no veía las horas de morirse para gozar de la vida eterna en un lugar más acogedor que este mundo miserable:

“¡Oh, qué es un alma que se ve aquí, haber de tornar a tratar con todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada, a gastar el tiempo en cumplir con el cuerpo, durmiendo y comiendo! Todo le cansa, no sabe cómo huir, vese encadenada y presa. Entonces siente más verdaderamente el cautiverio que traemos en los cuerpos y la miseria de la vida”.
(“Las Moradas”)

“Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero”.  

Esta demás decir que la comunicación de esta “santa escritora” con Dios y con Jesús es constante:

“El Señor lo enseñe a las que no lo sabéis, que de mí os confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción hasta que el Señor me enseñó este modo; y siempre he hallado tantos provechos de esta costumbre de recogimiento dentro de mí, que eso me ha hecho alargar tanto”.
(“Camino de perfección”)
Hay otros cuyo deseo más ferviente no solo es morirse cuanto antes, sino el no regresar a este mundo de miserias e ingratitudes. Ya en la literatura de mil seiscientos se repite la temática de este cantar anónimo:

“Ven, muerte, tan escondida
que no te sienta venir,
porque el placer de morir
no me vuelva a dar la vida”.

Y qué decir de los fundamentalistas islámicos que parten a la muerte con el convencimiento que los paraísos de Alá los esperan con gran regocijo, con jardines floridos y hermosas jovencitas para complacer sus más imaginativos deseos. Aunque para ello, hay un requisito fundamental, llevarse en el camino algunos cadáveres y algunas torres. Nadie como Epicuro para enseñar el arte del bien vivir y bien morir. En su Epístola a Meneceo, dice:

“La muerte no es nada para nosotros: todo bien y todo mal está en los sentidos, ella nos permite gozar de esta vida mortal y nos quita el deseo de la inmortalidad”.

“Poco juicio tiene quien exhorta al joven a una bella vida, y al viejo a una bella muerte; una misma es la meditación y el arte de bien vivir y de bien morir. Peor es toda vía en que dice: que hermoso no haber nacido…; si está convencido de ello, ¿por qué no se va de la vida?”

“Cuando decimos que el fin es el placer, no entendemos por placer el de los disolutos y amantes del placer, según creen algunos que nos comprenden mal, sino que el placer consiste en no ser turbados en el alma, aunque suframos en el cuerpo”.

En sus “83 Sentencias Vaticanas”, colección de fragmentos que nos han llegado a través de escritores antiguos y florilegios, encontramos afirmaciones sobre la muerte muy interesantes:

“Es ridículo correr a la muerte por tedio de la vida, cuando se ha vivido de modo que no hay más remedio que correr a la muerte”.

O esta otra:
“Es una estupidez por temor a la muerte vernos impelidos a morir”.

Pero el argumento contundente de Epicuro para combatir el medio a la muerte es aquel que dice:

“Mientras nosotros existamos la muerte, no existe, y tan pronto como la muerte existe, nosotros ya no existimos. Por lo tanto, la muerte no concierne a los vivos no a los muertos, pues para los primeros ella no existe y los segundos son ellos lo que ya no existen”.

La muerte ha de llegar siempre, es una cita inevitable, pero morir desilusionado como decía Amiel, es la mayor de las aflicciones. La condición de no ser después de la muerte no difiere de la condición anterior al nacimiento, reflexionaba Schopenhauer, y concluía, “por lo tanto, la una no puede ser más lamentable que la otra”. Einstein, que no creía en dioses, paraísos ni reencarnaciones, se mostró siempre despreciativo con las religiones cuyos postulados fomentaban el miedo rabioso a la muerte y a las creencias en castigos divinos. El filósofo inglés Bertrand Russell, publicó un artículo en 1936, titulado ¿Sobrevivimos a la muerte?, en el que Russell discute provechosamente si continuamos existiendo después de la muerte.

“Todo lo que constituye una persona es una serie de experiencias unidas por la memoria y por ciertas similitudes que llamamos hábitos. Si, por lo tanto, hemos de creer que una persona sobrevive a la muerte, tenemos que creer que todos los recuerdos y costumbres que constituyen la persona continuarán exhibiéndose en una nueva serie de acontecimientos. Nadie puede probar que esto no va a suceder. Pero es fácil ver que es muy improbable. Nuestros recuerdos y nuestros hábitos están unidos a la estructura del cerebro, del mismo modo que un río está unido a la estructura del cauce.
(…) El cerebro, como estructura, se disuelve con la muerte, y por lo tanto es de esperar que la memoria se disuelva también”.
(en… “Los misterios de la vida y de la muerte”)

En cuanto a la herencia, dice Russell, esta pasa a la posteridad mientras haya vida, mientras haya otro cuerpo que la recepcione, pero no puede, en el individuo que muere, sobrevivir a la desintegración del cuerpo.

“Así, tanto las partes heredadas como las adquiridas de una personalidad están de acuerdo con nuestra experiencia, unidas con las características de ciertas estructuras corporales. Todos sabemos que la memoria puede quedar destruida por una lesión del cerebro, que una persona virtuosa puede hacerse viciosa mediante la encefalitis letárgica, y que un niño inteligente se puede volver idiota por la carencia de yodo. En vista de tales hechos familiares, parece poco probable que la mente sobreviva a la destrucción total de la estructura del cerebro que ocurre con la muerte”.
                                                            (obra citada)

No son los argumentos racionales sino las emociones lo que hace creer a las personas en la vida futura. Lo más importante de estas emociones es el miedo a la muerte, útil instintiva y biológicamente. “Si de veras creyésemos en la vida futura, cesaríamos completamente de temer a la muerte”, concluye el filósofo inglés. El miedo debe ser superado con coraje y reflexión racional y no mediante cuentos de hadas o promesas paradisiacas.

“Creo que cuando me muera, dice Russell, me podriré y nada de mí ya sobrevivirá. No soy joven, y amo la vida. Pero desdeño temblar con terror ante la idea de la aniquilación. La felicidad no es menos auténtica porque un día deba acabarse, y el pensamiento y el amor no pierden su valor porque no duren eternamente”.

Las creencias de que tras la muerte podemos seguir “existiendo” están bien asentadas en la reencarnación y en la resurrección. La primera, apuesta a que tras la muerte, algún aspecto del yo o alma puede renacer en un nuevo cuerpo (humano o animal) proceso que se puede repetir muchas veces. Esta creencia es fundamentalmente para muchas religiones orientales, como el hinduismo y el budismo, y se encuentra también en sistemas de creencias occidentales más modernas como la teosofía. Las supuestas regresiones a una vida anterior, en la que la persona hipnotizada parece “recordar” vidas pasadas, han alimentado recientemente el interés occidental por la reencarnación, aunque tales casos puedan representar solamente a la persona que intenta encontrarse con las demandas insinuadas por el hipnotizador. La resurrección, por otro lado, plantea una forma de reanimación de la persona después de la muerte; la creencia en ella puede remontarse al judaísmo bíblico tardío y al cristianismo primitivo. La naturaleza de la nueva corporeidad, el proceso de la transformación y el tema es, de si todos resucitarán de entre los muertos o solamente los “justos”, han sido expresados de diversas formas en la literatura judía y cristiana, pero el énfasis en algún tipo de reavivación del cuerpo después de la muerte es distinto partiendo de las muchas opiniones sobre la inmortalidad del alma. La fe cristiana afirma, en particular, la resurrección de Jesucristo, que significa la reivindicación de Jesús por parte de Dios. 
¿Y qué hacer con el cuerpo cuando uno muere? En vida es cada quién el que dispone. Los parsis, discípulos lejanos de Zaratustra en la India, colocan sus muertos en plataformas situadas sobre altas torres, a fin de que sean consumidos por los buitres. Sin llegar a estos extremos, hay otros que prefieren ser enterrados para que se alimenten los gusanos. La putrefacción del cadáver contribuye a la ecología, pues, la naturaleza recupera nuestros restos para reciclarlos. Hay quienes prefieren, como yo, la incineración. La cremación elimina la putrefacción del cadáver, calentándolo a 900 grados durante casi una hora, y reduciéndolo así a humo y cenizas. Los materiales orgánicos pasan al reino mineral. De una forma u otra, lo único ciertos es que dejamos de existir y que todo se acaba con la muerte.  



MITOS, SOMBRAS Y PARAÍSOS
Uno puede pensar que la mesura que se observa en religiones como la católica es una prueba de que éstas han evolucionado, sino, más bien, de que es consecuencia de los bandazos que la ciencia ha propinado a ciertos dogmas de la fe exponiéndolos a la duda. Esta moderación religiosa estriba del hecho de que hasta el individuo menos cultivado conoce ahora, gracias a la biología, la astronomía, la química, etc., más acerca de ciertos temas que cualquiera que habitara este planeta hace dos milenios, y gran parte de ese conocimiento resulta incompatible con las Sagradas Escrituras, aquellos textos que no evidencian unidad de estilo o coherencia interna alguna, y que, sin embargo, hay todavía millones de seres humanos que aún creen que fue escrito por una deidad omnisciente, omnipotente y omnipresente. Si le decimos a una madre que el embarazo de su hija de quince años es fruto de un hecho espiritual similar al de María, madre de Jesús, o que su padre fallecido resucitará en tres días, no creerá ni una palabra, pero dile que el texto que lee en su iglesia todos los domingo fue escrito por una deidad que reina en todos los ámbitos del universo y que lo castigará con un infierno terrible si no acepta a pie juntillas todo lo que ahí dice, de seguro que no necesitará evidencia alguna para creerlo. ¿Y qué nos han dado hasta hoy esas religiones? Una violencia que viene desde siglos y que hoy se hace más evidente. Los recientes conflictos en Palestina (judíos contra musulmanes), Irlanda del norte (protestantes contra católicos), Sri Lanka (hindúes de Tamil contra budistas de Sinaloa), Cáucaso (musulmanes chechenos contra rusos ortodoxos; armenios católicos y ortodoxos contra musulmanes de Azerbaiyán), Nigeria (cristianos contra musulmanes), Los Balcanes (serbios ortodoxos contra croatas católicos), Sudán (cristianos y animistas contra musulmanes), Indonesia (cristianos de Timor contra musulmanes), Etiopía y Eretrea (cristianos contra musulmanes); son algunos de los cuantiosos casos que podríamos citar. Los conocimientos diversos, no probados e irreconciliables de lo que vendrá después de la muerte es un buen detonante para un ciclo de asesinatos interminables, si casa uno de nosotros asume diferentes nociones de las tantas, que las religiones exhiben en sus escaparates.





HOSTIAS AMARGAS
Mi casa será declarada casa
de oración para todas las naciones,
pero ustedes han hecho de ella
una cueva de ladrones.
Marcos XI, 17

Es común en las procesiones religiosas ver a los curas, obispos o cardenales, mostrarse antes sus fieles como pavos reales luciendo sus costosas vestiduras y sosteniendo las varas del palio como los tribunos de César en las Galias llevaban estandartes y lábaros con el águila imperial.

***
Veo a los feligreses en su iglesia dando sus limosnas dando sus limosnas con la puntualidad del que no puede negar lo que se le pide, y con la esperanza de que recibirá el Paraíso prometido.

***
Esa Iglesia pacata y pendeja donde hasta los muertos dan limosna a través de sus parientes vivos, para garantizarles un buen trato permanente en el Más Allá.

***
Asistimos a ese conciliábulo dominical, donde el cura observa cono ojo inquisidor los rostros abatidos o afligidos, desesperados o preocupados de sus fieles, poseídos por los pecados que semanalmente Lucifer pone en mano de esos pobres diablos. La reunión adquiere así una nota teatral y pintoresca.

***
Los curas medievales hicieron de la envidia la mejor pata de cabra para expoliar la hacienda de terrateniente y señores cucufatos a quienes terminaron tildando de herejes para mandarlos a las mazmorras o a la hoguera tan calatos como cuando vinieron a este mísero mundo.

***
Esclavos del miedo y la esperanza, siervos de la ignorancia y la estupidez, los curas encontraron en ese vulgo quien los mantuviera mientras ellos se dedicaban a llenar pergaminos con cualquier tontería: desde mesías enajenados hasta santos milagreros fueron atiborrando pliegos y pliegos de supercherías y hechos alucinados.

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Estos ensotanados que hacen trueque recibiendo dinero a cambio de bendiciones, bienes por canonjías; maestros eximios en el manejo de bienes raíces en el Más Allá: ese invento de parásitos y comerciantes insolventes que amasan fortunas en la Tierra y cuyo único capital es el celeste cielo y un Paraíso en la estratosfera.

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Los curas no aman al prójimo, sino a la mujer de éste. Y, los más cachondos, gustan de niños o niñas a quienes seducen con la lujuria del Marques de Sade y la labia de Casanova. Una vez seducida la víctima, queda a merced de ortigas, orugas y sabandijas.

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Cualquier bandido corre semanalmente a la Iglesia a pedirle la bendición a su confesor, quien, entre bostezos y hastío, lo escucha somnoliento a sabiendas que quien le susurra al oído le está ocultando sus acciones secretas. Pero eso no le importa, lo sustantivo es la bolsa de dinero que recibe después de ungir la frente caína del confeso.

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Esos curas milagreros que ni con su fe han podido transformar el plomo en oro.

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Monásticos en sus sermones, los curas se muestran, en su vida privada, dispendiosos en sus placeres mundanos: buena comida y abundante, mejor vino, y, para sus placeres pecaminosos, una buena hembra carnosa y caliente como lava de volcán.



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