PALABRAS NECESARIAS
Este libro nace
inspirado en historias del Señor Keuner, del dramaturgo alemán Bertold Brecht.
Asiduo lector de Brecht desde mi juventud, no había representación de alguna
obra suya a la cual no asistiera. Baal,
La ópera de dos centavos, Madre coraje y sus hijos (con Elvira Travesí), El Señor Puntilla y su criado Matti
(con Alberto Ísola y Francesco Brero) son algunas de las obras de Brecht que me
deslumbraron y acrecentaron mi admiración por él. Cuantas tardes de lectura obligatoria
viví en el antiguo Instituto Goethe
del Jirón Ica leyendo sus obras. Recuerdo que José Adolph me prestó un día un
tomo en el que estaban Los negocios del
Señor Julio César, Galileo Galilei y El alma buena de Se – Chuan. Quien
terminó de educarme en el
descubrimiento del alemán fue mi gran amigo y maestro César Lévano, quien,
siempre tan generoso y asertivo, puso a mi disposición el teatro completo
publicado por Ediciones Nueva Visión
en Buenos Aires en la edición de 1967. Los catorce volúmenes de la colección me
permitió leer libros tan difíciles de encontrar como La excepción y la regla, El proceso de Lucullus, Los días de la Comuna,
Tambores en la noche y releer asimismo, otros que ya había leído en el
colegio o en la universidad.
Quiero dejar en claro
que el nombre de Brecht en el título del libro no tiene nada que ver con las
opiniones, reflexiones o posiciones que hay en él, todo lo que está escrito es
de mi responsabilidad. Parafraseando un poco el título de su libro Historias del Señor Keuner, llegué,
después de barajar unos quince títulos, a Disgregaciones
del Señor Brecht.
Colocar su nombre en el
título es también un homenaje a la memoria de este gran hombre, a quien debo
momentos inolvidables de aprendizaje y solaz.
Guillermo Delgado.
Wolfsschanze, marzo 28
del 2013.
LA ETERNA PREGUNTA
Interrogado
por uno de sus alumnos, el señor Brecht contestó:
En
primer lugar, me hace usted una pregunta muy personal, y por ende, tengo la
potestad de contestarla o no contestarla, y si no lo hago, no estaría pecando
de grosero. Pero como nunca me he negado a responder lo que pienso o siento,
ahí va mi respuesta a su pregunta, la cual estoy convencido me la hace usted
con la mejor intención. Quien aumenta el saber, aumenta el afán por saber y eso
a su edad es bueno.
Si
creo en la existencia de Dios, me interroga usted.
Le
diré que eso no me preocupa y, si me detengo a pensar en ello, es por la simple
curiosidad de saber que lleva a tanta gente a creer en la existencia de un dios
creador de todo cuanto vemos y percibimos.
Si
Dios existe, no tengo por qué preocuparme, está ahí, al alcance de quien lo
necesita para justificar su existencia o para hacer su vida más llevadera.
Y
si no existe, creo que sería inútil estar perdiendo el tiempo pensando en ello.
Ahora
bien, si existe y ha dictado normas para sus creyentes y estos las siguen al
pie de la letra, pues, no existe problema alguno. El problema es para aquel,
que creyendo en su existencia, no sigue una vida a acorde con los cánones que
rigen esa vida religiosa que ha elegido, o la sigue a medias simplemente, según
su conveniencia.
Por
otro lado, hay personas que sin creer en un Dios creador y omnipotente, llevan
una vida digna y ejemplar, como si creyeran en él.
Entonces,
creo yo, que la cuestión no está en creer o no creer, sino en el tipo de
existencia que llevamos.
Me
ha escuchado usted atentamente, he depositado en sus manos un rompecabezas que
a usted le compete armar.
El
alumno se marchó complacido y el maestro quedó intrigado por saber si el muchacho
sería capaz de llegar a su respuesta.
CONSUELO
Un
escritor se quejaba con el señor Brecht por el hecho de que algunas de sus
obras, como condición para ser publicadas, debían de cambiar su nombre original
por otro que el editor rotulaba por creerlo más comercial.
-
Consuélese,
amigo, le dijo el Señor Brecht, pensando en que el pobre Chopin desaprobaba la cursilería
aplicada a alguno de sus Nocturnos. Su
editor inglés, Wessel, había llamado “suspiros” a los del opus 37 y “plañideras” a los del opus 27. Estos títulos estúpidos dejaron estupefacto al pianista
polaco cuando una pomposa dama le pidió en cierta ocasión que interpretara “su
segundo suspiro”.
EL GRAN SECRETO
Escuchaba
el Señor Brecht la conversación que dos conocidos sostenían sobre el poder de
convencimiento que tenía un vendedor de automóviles.
-
Yo lo he escuchado muchas veces y realmente es
imposible negarse a sus peticiones,
dijo uno.
-
Ese hombre es capaz de arrancarle a un sacerdote la
confesión de un moribundo, dijo el otro.
Al
ser requerido el Señor Brecht para que diera una opinión, este dijo:
-
Recuerdo a un hombre que poseía las características
de aquel vendedor de automóviles.
Esta
declaración atrajo la atención de los contertulios.
-
Estando en el velorio de un actor, este hombre,
eximio convencedor, estuvo persiguiendo al sacerdote que había escuchado las últimas
palabras del difunto para que se las contara. Hasta hubo apuestas entre los
concurrentes: unos, de que lograba arrancarle la confesión; otros, de que el
religioso defendería hasta con los dientes su sagrado voto de silencio.
Todos
quedaron con la respiración en un hilo cuando vieron al vendedor y al sacerdote
intercambiar cuchicheos.
A
los pocos minutos, el sacerdote abandonó el gran salón repartiendo en silencio
bendiciones a diestra y siniestra.
-
¿Y cómo le fue?,
preguntaron al vendedor que estaba más pálido que un papel.
-
Me derrotó,
dijo. Cuando traté de convencerlo con un
juego de palabras, de esos que nunca me habían fallado, me dijo con voz
ceremoniosa: serias capaz, hijo mío, de defender con tu propia vida un secreto
de confesión.
-
Claro que sí padre, claro que sí, le dije.
-
Pues, yo también,
me contestó.
RELIGIÓN
El Señor Brecht observaba a un católico y a un musulmán
discutir sobre la supremacía de sus dogmas.
-
¿Qué le parece
eso mi querido Señor?
Lo interrogó un hombrecito que también escuchaba la
discusión.
-
La religión nace
de la pereza mental, dijo Brecht.
NACIONALISMO
Qué importancia
tiene, dijo el señor Brecht, haber nacido aquí, allá o acullá cuando no
tengo un trabajo digno que me permita mantener a mi familia y a mí. Qué tan
importante puede ser tener como lengua materna el francés, el alemán, el inglés
o el castellano cuando la obra de tu vida es ninguneada.
-
Pero existen los nacionalismos, masculló alguien.
El señor Brecht se quedó pensativo unos instantes,
luego tomó un diccionario y con un lápiz tarjó la palabra NACIONALISMO.
SENTIDO COMÚN
Asistía el señor Brecht a una reunión de
anarquistas y hombres de izquierda, cuando uno de los más enardecidos militantes
tomó el micro y, con el brazo en alto y estentórea voz, exhortó a los
concurrentes con un discurso sumamente afectado.
-
Todos debemos unirnos como se une el cobre y el
estaño para formar el bronce, todos debemos gritar en una sola voz contra la injusticia
como se escuchaba otrora la voz de coro en la tragedia griega.
Los aplausos, las ovaciones y la grita no se
dejaron esperar.
El eufórico militante, contagiado por esos gritos
entusiastas, levantó ambos brazos y, con los puños apretados y con gesto amenazador,
dijo:
-
Y yo les digo a la clase dominante, a esos
oligarcas de corbata, al imperialismo explotador que en la lucha contra
nosotros no pasarán…
La euforia desbordó a los concurrentes.
Un anciano que estaba al lado del señor Brecht,
dijo con cierta sorna:
-
De regreso.
INGENUA
INDISCRECIÓN
Estaba el señor Brecht en una presentación de libro
cuando escucho que uno de los presentadores se deshacía en halagos
calurosamente.
El autor, en un gesto de fingida humildad, lo
detuvo.
Vamos no
exagere, no es parar tanto, es sólo otro libro como los que he escrito antes.
-
No, señor mío, no, este no es como todos, este es
de los buenos.
VENTAJAS
Estaba el señor Brecht paseando en automóvil con un
amigo, cuando éste detuvo el auto intempestivamente.
-
Mire usted eso, ¡qué bárbaro!
En una casa había un letrero donde se leía: SE PINTAN FACHADAS A DOMICILIO.
El señor Brecht se sonrió y dijo:
-
Bueno, por lo menos le han ahorrado la molestia al
usuario de traer la fachada hasta aquí.
INCENDIARIOS
Peroraba un
hombre sobre la posibilidad de crear un filtro capaz de convertir el agua de
mar en agua potable; muchos de los que lo rodeaban asentían admirados por tan
peculiar idea.
El señor Brecht
escuchaba atento.
-
Ese no es más que un charlatán propagando una idea
descabellada, susurró un hombre
barbado como para que el señor Brecht lo escuchara.
-
Las grandes revoluciones de la humanidad tuvieron
su origen en la opinión descabellada de algún hombre, dijo el Sr. Brecht:
Fueron la chispa
de los grandes incendios. Einstein, Colón, Pasteur, Galileo; la lista de
incendiarios es interminable. Son los causantes de este legado de cenizas del
cual todos nos beneficiamos.
ELECCIONES
MUNICIPALES
En las elecciones municipales de su ciudad natal,
el señor Brecht escuchaba a uno de los candidatos. Era un hombre entrado en
años que lucía un vientre pronunciado y una cabellera abundante y cana.
-
Votará por él,
le preguntó un vecino.
-
No,
contestó impasible el señor Brecht, prefiero
a los que prometen menos, si salen elegidos será menos frustrante mi decepción.
MECÁNICA
CELESTE
Un amigo del señor Brecht leía una revista
científica donde se describían los últimos hallazgos y creaciones de la
ciencia.
-
En el futuro no había nada que el hombre no pueda
hacer.
El señor Brecht hizo a un lado su geniograma y
quitándose los anteojos le dijo:
-
No creo que sea así, basta observar la primavera,
la erupción de un volcán, las fases de la luna, las mareas, un arrebol, la formación
de una hojarasca. Todo eso estuvo antes que nosotros y seguirá estando si no
existiéramos. Es una cuestión de la naturaleza donde el hombre no interviene
para nada. Podemos destruir todo, pero sería en vano, todo volvería a empezar
de nuevo.
PALABRAS DE MÁS
Desayunaba el señor Brecht con su esposa. Mientras
mordisqueaba una tostada leía, como era su costumbre, un libro de Plutarco.
-
Es curioso,
dijo el señor Brecht entusiasmado a su mujer. Aquí dice que Catón el Mayor empezó a aprender griego a los ochenta
años de edad. No te parece admirable.
La mujer miró los trastos acumulados en el lavadero
y, extendiendo un delantal, se lo dio a su esposo diciendo:
-
Entonces no tendría nada de raro que aprendieras a
refregar la vajilla no crees.
ALMAS CARITATIVAS
Pasaba el señor Brecht con un amigo que tenía fama
de tacaño por una congregación religiosa. Al verlos, dos jóvenes novicias los
abordaron esbozando una angelical sonrisa.
-
Cómprennos una entrada, es para una función de
caridad.
El señor Brecht pagó la suya y recibió un boleto
verde, pero el amigo se apresuró a decir:
-
Cuanto lo siento, ese día no estaré en la ciudad,
pero les aseguro que mi alma las acompañara en tan noble evento.
-
No se preocupe, tiene usted suerte, dijo la más joven extrayendo de entre los pliegues
de su hábito unos boletos de color celeste cielo. Todavía nos quedan asientos preferenciales para almas caritativas como
la suya. Aquí tiene.
Refunfuñando el amigo del señor Brecht pagó.
INGENIO
MASCULINO
-
Mi esposa es una mujer muy quisquillosa a la hora
de hacer compras, por eso sufro una eternidad cuando no puedo evitar
acompañarla, dijo el señor Brecht.
-
Todas las mujeres son así, amigo, parece que no las
conociera, dijo un hombre que
estaba junto a él comprando el diario de la mañana.
-
Es que usted no conoce a la mía, dijo el señor Brecht mientras daba una rápida
mirada a los titulares. La otra vez
fuimos a un supermercado y cuando estábamos por pagar se dio cuenta que los
racimos de uva que había escogido no pesaban el kilo exacto que ella quería.
El hombre se interesó por tan extraño hecho.
El señor Brecht prosiguió:
-
Iba y venía con nuevos racimo, buscando la
combinación que diera el peso exacto; a cada arreglo fruncía el ceño y no
quedaba contenta.
-
Debe haber sido una situación muy engorrosa para el
tendero, y para usted dijo el hombre.
¿Y cómo terminó aquello?
-
Muy fácil, fui desgajando el racimo comiéndome las
uvas hasta lograr el peso exacto.
UNA FÁBULA
Una vecina del señor Brecht dijo sentirse desesperada
por las malas juntas con que andaba su hijo.
-
Hay un muchacho de catorce años que los tiene
encandilados porque hace todo lo contrario a lo que debe hacer un muchacho de su edad.
Esta situación me tiene enferma, no sé qué hacer.
El señor Brecht que la escuchaba atentamente la
interrogó:
-
¿Y cuántos años tiene su hijo?
-
Siete años, respondió
la mujer.
-
Veré qué puedo hacer, hablaré con el niño, dijo el señor Brecht.
A solas con el rapazuelo, el señor Brecht notó que
el niño era muy avispado.
-
Te contaré la historia del búho, te aseguro que te
va a encantar, dijo el señor Brecht
muy animado.
Una tarde los animales de un bosque se hallaban
charlando amenamente, cuando se escuchó la cantarina voz del conejo.
-
Para mí no hay animal más extraordinario que el búho,
sabe todo de todo, y además, ve de noche las cosas que nosotros no podemos ver.
Los animales quedaron estupefactos ante tal
prodigio, pero quisieron comprobar si era verdad lo que el conejo decía o todo
no pasaba de ser una baladronada de aquel orejudo roedor.
Reunidos en un calvero, esperaron la noche y a
tientas llegaron hasta un viejo alerce que servía al búho de vivienda. Ahí
estaba el ave encaramada en una rama, quiera como un sarmiento seco y nudoso,
con los ojos como un faro encendido.
El búho se mostró intrigado con aquel grupo
diverso; empolvados y muy agotados, los animales se agruparon alrededor del
árbol haciendo grandes esfuerzos por ver algo en aquella densa oscuridad.
-
¿Qué los trae por aquí a estas horas? ¿Es que no es
su hora de dormir?
La zorra, conocida por su astucia, fue la primera
en preguntar:
-
¿Sabías que existen camellos de una sola joroba?
-
No existen,
dijo el búho batiendo suavemente sus alas. Estas
hablando del dromedario, los camellos tienen dos jorobas.
-
¡Oh!,
se escuchó. ¡Cuánto sabe este pajarito!,
dijo una ardilla.
-
No es un pájaro sino un ave, dijo un lirón.
-
¡Bravo!, gritó
el conejo. Ven que tenía razón.
Luego le tocó interrogar al mapache:
-
¿Sólo las aves se reproducen por medio de huevos?
-
No,
contestó la rapaz, también el ornitorrinco
lo hace.
-
¡Brillante! ¡Extraordinario!, exclamaban eufóricos los animales. Es un gran
sabio, lo sabe todo.
El sapo, curioso e incrédulo, pregunto:
-
¿Cuál es el felino que no le tiene terror al agua?
-
El tigre,
contestó el búho con estentórea voz.
Todos terminaron convencidos de que aquel animal
era un ser superior, un dios venido del cielo y llamado a guiar a todo animal
de aire, tierra y agua.
-
Te seguiremos a donde tú vayas, pues, eres un dios.
-
¡Viva Dios! ¡Viva Dios!, gritaban los exaltados animales, perturbando el
sueño de todos los animales que dormitaban por los alrededores.
La turba enardecida se marchó, pero antes del
amanecer ya estaban de regreso.
El ensoberbecido búho bajó del árbol y, orgulloso
del pedestal en que lo habían colocado, se puso a caminar por el bosque seguido
por todos los animales de la noche anterior. Todo un flautista de Hamelín.
El búho, ágil y volandero por la noche, se mostraba
lento y torpe durante el día. Su vanidad lo impulsaba a seguir a pesar que iba
tropezando con todo lo que le salía al encuentro. Los animales lo seguían
poseídos por un entusiasmo que los hacia ciegos a los trompicones que daba la
rapaz.
Ya al atardecer, llegaron al borde de un abismo muy
profundo y, como el búho no veía nada, pues, el sol lo había cegado por
completo, rodó como un guijarro cuesta abajo. El mismo destino tuvieron los
animales que lo seguían. Está demás decir que todos murieron ese día.
-
¿Qué le dijo al muchacho que ya abandonó a esos
gamberros de amigos que tenía?,
preguntó al señor Brecht la madre del niño.
-
Nada,
contestó este, sólo bastó con contarle
una fábula.
DULZOR DE LA
VIDA
Entro a una tienda de comestibles el señor Brecht y
se topó con un hombre que tenía fama de ser antipático y desagradable.
-
¡Buenos días!,
dijo.
-
¡Buenos días!,
contestó secamente el avinagrado tipo.
Cuando vio que el tipejo se había marchado, el
tendero le dijo al señor Brecht:
-
¿Cómo puede usted desearle los buenos días a ese
hombre?
-
A veces es mejor ponerle unos granos de azúcar a
las palabras, amigo, contestó el
señor Brecht esbozando una sonrisa.
TIEMPOS
MODERNOS
- Creo que deberían reescribirse muchos pasajes de la
Biblia, decía el señor
Brecht a un amigo, en estos tiempos
modernos con el avance de la ciencia y la tecnología, resulta difícil que los
niños crean que un hombre tiene el poder de abrir las aguas con unas cuantas
palabras o que un hombre, por más milagroso que sea, pueda hacer ver a un
ciego, hacer que hable un mudo o que haga caminar a un paralítico.
MEMORIOSAS
-
Las mujeres tienen tan buena memoria que se
acuerdan de todas las fechas en que uno llegó a casa con unos tragos de más.
Comentó el señor Brecht mientras empinaba el codo
en un bar con unos amigos.
LA MUERTE
Hace pocos días conversando con el señor Brecht
sobre la muerte, le dije que era un tema que siempre me había causado temor.
-
El temor a la muerte es algo ridículo; en esa hora
suprema no hacemos más que devolver lo que se nos dio. Es una experiencia donde
todo es nuevo, pues no hay una experiencia previa. La muerte nos arranca de la
tierra y nos devuelve al misterioso cielo. En la hora de la muerte se está
solo, como en el boxeo.
El pugilista,
una vez que está en el cuadrilátero, no tiene donde
esconderse.
En ésta, su
última pelea, perderá de todas maneras. La muerte ha salido airosa siempre y
así será por toda la eternidad.
DULCES
RECUERDOS
-
La vida como el amor está hecho de recuerdos, dijo el señor Brecht a un grupo de damas que
organizaban una reunión benéfica.
-
¿Cómo es eso?,
preguntó una sexagenaria señora.
-
Mire usted, mi madre acostumbraba a comer melón con
sal, algo que es inusual. Yo amaba mucho a mi madre, aun cuando era muy difícil
que nos pusiéramos de acuerdo en muchas cosas. Cada vez que veo un melón o un
pomo con sal, me viene el recuerdo de ella y eso me regocija, siento una
profunda nostalgia. Sé que jamás podré olvidarla, ahí estará el melón y la sal
para recordármela.
-
¡Ah!,
dijo la anciana arqueando las cejas.
-
Pero eso no es todo, prosiguió el señor Brecht. En todo recuerdo hay una tristeza. Mi madre despreciaba el té, era un
trauma que arrastraba de la niñez. No le agradaba esa bebida y le obligaron a
tomarla a la fuerza. No es difícil darse cuenta de que cada vez que tomo una
taza de té, en cada sorbo me viene su grato recuerdo.
El señor Brecht calló y siguió bebiendo su taza de té.
HOMBRE CREATIVO
-
Es usted un hombre muy creativo, señor Brecht, es
increíble que no haya escrito ningún libro,
dijo el bibliotecario entregándole un libro sobre instrumentos musicales
medievales.
-
Se equivoca, amigo, si he publicado uno, y da la
casualidad que aquí en mi maletín llevo un ejemplar.
El señor Brecht extrajo de la valija un bello libro
encuadernado en cuero donde se leía su nombre y el título del libro.
-
“Páginas en
blanco”, hermoso título, dijo el bibliotecario.
Al ojearlo, noto que todas las páginas estaban en
blanco.
CARITA DE ÁNGEL
Estaba el señor Brecht en un concierto sinfónico
donde se interpretó las Variaciones de
Goldberg, de Bach y posteriormente las Rapsodias
húngaras de Liszt, música noble y hermosa, que mantenía al señor Brecht
sumergido en sus pensamientos, conectado a la música y ajeno a su vecindad.
La tercera pieza interpretada, El herrero armonioso, de Haendel, logró que el señor Brecht
permaneciera cómodamente sentado, solitario y lejano, con un semblante relajado
y sereno, como quien se transporta en un mundo paradisiaco.
El señor Brecht sonreía, felizmente extasiado y
perdido en parajes lejanos. Sólo abrió los ojos por unos segundos, antes que
finalizara la última pieza. “Esta música
no se puede expresar con palabras porque ya la música lo dice todo”,
musitó.
Como todo era parte de un acto benéfico, se había
anunciado la participación de un cantante de música moderna, especialista en
baladas de amor; de ahí que la mayor parte del teatro había sido invadido por
un gran número de jovencitas que comenzaron, impacientes, a corear el nombre
del baladista. Al lado del señor Brecht se hallaba un muchacho que a cada grito
desaforado de las muchachas mostraba su desagrado: al lado de él estaba una
bella jovencita que parecía ser su novia y que era una de las más entusiastas
gritonas.
El espectáculo llegó a su clímax cuando apareció en
el escenario un joven alto, delgado y de un rostro andrógino que le daba una
belleza inusual. La primera canción hizo remecer al auditorio, poner más
eufórica a la novia y más histérico al muchacho que no cesaba de importunar al
señor Brecht con sus acervos comentarios.
-
Ha visto,
le dijo.
El señor Brecht esbozó una sonrisa de compromiso,
total, él permanecía en el teatro sólo por respeto al acto humanitario.
-
Quítele esa cara de ángel, al patán eso, los
millones que tiene y esa voz melodiosa y dígame qué queda, dijo el muchacho.
El señor Brecht dibujo una mueca sardónica y le
dijo:
-
Nosotros.
SABIDURÍA
FEMENINA
Leía el señor Brecht “Las palabras” de Sartre mientras su mujer luchaba por enhebrar una
aguja.
-
¿Quieres que te ayude?, preguntó el señor Brecht viendo lo infructuoso que
le resultaba a la mujer lograr su cometido.
La esposa no contestó y siguió en lo suyo. Después
de diez minutos, el señor Brecht levantó la mirada y quiso decir algo.
-
Mi madre siempre tuvo el cuidado de no intervenir
en los quehaceres de sus hijos,
dijo la mujer.
El señor Brecht se repantigó en su poltrona y
hundió su rostro en el libro.
La mujer agregó.
-
Sólo estoy esperando que deje de pestañear para
sorprenderla.
LAS MOSCAS
Bebía el señor Brecht
una infusión en un restaurante en compañía de un obispo. Observaba a mozo
luchando afanosamente por matar una mosca. Iba y venía el muchacho por entre
las meses blandiendo el matamoscas como quien lleva una espada.
-
Y toda la culpa la tiene ese hombre necio que se le
ocurrió meter dos moscas en un arca,
dijo el señor Brecht socarronamente.
El obispo dio un largo sorbo a su infusión, se secó
los labios delicadamente con una servilleta, inclinó la cabeza ceremoniosamente
y se marchó sin decir palabra alguna.
-
Eso es lo que yo llamo tolerancia, dijo el señor Brecht y siguió observando al
muchacho.
COLEGAS
-
Beber es un acto de solemnidad que ayuda a meditar,
a reflexionar, es como una cita consigo mismo, dijo el señor Brecht a un cantinero que le
preparaba un martini seco.
Después de beber un sorbo, agregó:
-
Un día se sentó al lado mío un tipo completamente
borracho. Bizqueando y en medio de una monotonía de hipos y estruendosos
borborigmos me buscó conversación.
Me preguntó a
qué me dedicaba.
A nada, le
dije, pensando que con ellos daba punto final a su intromisión.
-
Caramba, choque esa mano, colega, yo tampoco hago
nada.
-
Fue así como,
agregó el señor Brecht, tuve que pasarme
una hora soportando a ese beodo entre vapores de cerveza barata capaz de tumbar
a una manada de elefantes.
REFLEJOS
Estaba el señor Brecht en una pinacoteca, frente a
un cuadro de Kokoschka. Un muchacho de cabellos largos y desordenados se detuvo
al lado de él. Movía la cabeza de un lado a otro como quien busca un punto de
partida para la comprensión se lo que tiene al frente.
-
¿Qué ve usted?,
preguntó al señor Brecht.
Este quedó pensativo.
-
Ve a esa mujer,
le dijo.
El muchacho dirigió su mirada a una bella señora
que se miraba frente a un espejo mientras se acomodaba el cabello.
-
Ahí vemos nuestros rostros; aquí nuestras
almas, concluyó el señor Brecht señalando el cuadro.
CUESTIÓN DE
RAZAS
Un día un grupo de jóvenes universitarios estaban
haciendo una encuesta con una pregunta un poco insólita: “¿Cómo se puede reconocer un estúpido?”
Interpelado el señor Brecht, dijo lo siguiente:
-
Mire, es muy fácil, pero quiero contárselo con una
pequeña historia.
“Dos amigos,
que vivían juntos, decidieron comprarse un par de perros.
De regreso a
casa, uno de ellos le preguntó al otro:
-
Oye, Totito, ¿Cómo vamos a hacer para saber cuál es
tu perro y cuál es el mío?
-
Eso es muy fácil, le atamos un lazo rojo al cuello
del tuyo y un lazo verde al cuello del mío.
-
Eres un genio, Totito.
Una tarde los
perros se ligaron en una pelea furibunda y ambos perdieron sus lazos.
-
Estamos como al principio Totito y ahora ¿Qué
haremos?, preguntó sumamente preocupado el amigo.
-
Eso déjamelo a mí, eso es lechuguita para mi huerto.
Mira, le pondremos un poco de pintura roja en las patas al tuyo y un poco de
verde en las patas al mío. ¿Qué te parece?
-
Me asombras con tu genialidad, Totito, realmente
eres todo un prodigio.
Pero esos
perros traviesos se fueron a vagabundear
y regresaron con las patas llenas de barro y sin pintura alguna.
-
¿Y ahora qué vamos a hacer?, dijo el amigo al borde
de un colapso.
-
Ya sé, dijo Totito, le cortamos las orejas al tuyo
y así será fácil determinar cuál es el tuyo y cuál es el mío.
-
No, contestó el amigo decidido, eso es una
crueldad. ¿No tienes otra idea mejor?
-
Ya lo tengo, dijo Totito triscando los dedos. Que el bóxer sea tuyo y el labrador sea mío”.
-
Huelgan los comentarios, no creen, dijo el señor Brecht.
LAS VOCES
Mi vida interior y exterior dijo el señor Brecht,
ha cambiado con los años. La voz de otros hombres, vivos o muertos, me han
orientado a través de sus libros y por ello creo que debo esforzarme día a día,
para ponerme a la altura de tan nobles como elevadas voces.
CUADROS
Estaba en una pinacoteca el señor Brecht viendo los
cuadros de un pintor muy publicitado. Un crítico de arte, muy influyente, se
acercó y le dijo al oído:
-
¿Qué opina de estas pinturas?
El señor Brecht lo miró de soslayo y le contestó:
-
Si tuviera uno en mi casa lo colgaría lo más cerca
al techo.
EL TIRO POR LA
CULATA
Una de las candidatas a la presidencia de un club
social era la señora Brecht.
-
No creo que pueda vencer a mi oponente, dijo la señora al señor Brecht. La chica es bastante joven y sospecho que
basará su discurso en eso.
-
Dame unos minutos y te escribiré lo que tendrás que
decir. Te aseguro que ganaremos,
dijo el señor Brecht con gran optimismo.
El día del debate final, tal como lo había previsto
la señora Brecht, la joven candidata destacó su juventud, la cual, según ella,
irradiaba entusiasmo, mucho ímpetu y más ímpetu.
El público asistente, muchachas jóvenes en su
mayoría, aplaudió a rabiar.
Cuando le llegó su turno, la señora Brecht bebió un poco de agua, carraspeó fuertemente para apagar el rumoreo, miró al señor Brecht con una sonrisa cómplice y dijo:
Cuando le llegó su turno, la señora Brecht bebió un poco de agua, carraspeó fuertemente para apagar el rumoreo, miró al señor Brecht con una sonrisa cómplice y dijo:
-
Estoy de acuerdo en que la juventud es sinónimo de
entusiasmo, pero quienes hemos pasado esa etapa conservamos el entusiasmo y a
ello sumamos experiencia. Quien sino una mujer que ha sido madre conoce bien
ese entusiasmo y esa experiencia.
Y mirando a las muchachas presentes agregó:
-
Recuerdan todo el tiempo, dedicación, esmero,
cuidados y amor que sus madres les han brindado, cuántas noches de desvelo
soportó valerosamente la madre de cada una de ustedes para que ustedes
durmieran plácidamente…
La señora Brecht fue elegida presidenta.
PRECISA
EXPLICACIÓN
Comían el señor Brecht y su esposa en un
restaurante. Llegada la hora de los postres, decidieron comer unos helados.
Interrogando el mozo del porqué de una clara
diferencia de precios entre la porción de fresa y la porción de chocolate, el
muchacho contestó con gran naturalidad:
-
En que uno es rosado y el otro marrón.
CUIDADO CON LAS
APARIENCIAS
-
Nadie puede negarle a la religión haber cumplido un
papel preponderante en la vida del hombre,
dijo el señor Brecht a un diácono que visitaba la ciudad.
Fue un
paliativo cardinal de belleza que llenó de calidez y sensibilidad la vida
primitiva.
El religioso asentía con la cabeza.
-
¡Cuánto le debe a la religión la pintura del
medioevo y del renacimiento!, ¡cuánto la escultura que nació de la elaboración
de ídolos!, ¡cuánto la arquitectura que hizo joyas construyendo templos! Y qué
decir de la música, nacida entre los Salmos; los dramas, del relato de
leyendas; la poesía, de las jaculatorias y la danza de la devoción estacional
de los dioses.
-
Veo que es usted un fervoroso creyente, dijo el diácono.
El señor Brecht, sin titubear, dijo:
-
No, creo que la edad de la inocencia ha pasado. Las
religiones han ido perdiendo terreno y con el tiempo se desvanecerán de la
memoria de los hombres como fugaces volutas de humo.
CUESTIÓN DE
OÍDO
Viajaba el señor Brecht con su esposa en un
autobús, cuando notaron que una señora, a pocos metros, batallaba con dos niños
que hacían de las suyas, yendo y viniendo por el corredor.
-
Siéntense, muchachos traviesos, gritó la mujer.
Los niños, que no pasaban de los cinco años, no se
inmutaban ante la petición de la madre.
-
Estos niños parecen sordos, dijo la mujer mirando a la señora Brecht y al
borde de la desesperación.
El señor Brecht murmuró al oído de su esposa:
-
Están practicando para cuando se casen.
PUNTOS DE VISTA
Bebía el señor Brecht con unos amigos en “El Oculto”, cuando uno de ellos, nativo
de Escocia, dijo:
-
Considero, y no lo tomen a mal, que el whisky de mi
tierra es superior al de aquí.
-
Lo dudo, contestó
el señor Brecht, ustedes allá beben
whisky del país, mientras nosotros bebemos del importado.
VIDA EN COMÚN
Estaba el señor Brecht con su sobrino en un muelle
viendo como una embarcación, que había naufragado, era remolcada.
-
La vida tiene mucho en común con los barcos, cada
naufragio es una experiencia nueva,
dijo el señor Brecht. Lo importante es
aprender de ellos, para que cuando lleguemos a la vejez, lo hagamos en puerto
seguro.
ADULTOS MAYORES
Veía el señor Brecht como cuatro jóvenes luchaban
vanamente por sacar un camión atascado bajo un puente.
-
Te dije que no pasaría, pero no me hiciste caso,
papanatas, le dijo uno de ellos
al que parecía ser el conductor.
El señor Brecht se ofreció a ayudarlos, pero uno de
los jóvenes, respetuosamente, le dijo que ese no era trabajo para “adultos
mayores”. Lejos de enfadarse, el señor Brecht siguió observando. Ni marcha
hacia adelante, ni marcha hacia atrás: el camión estaba más atascado que una
bota en un barrizal.
-
Me doy por vencido, dijo el conductor.
Nos puedes ayudar señor.
El señor Brecht tomó un alfiler y desinfló las
llantas.
-
Bien,
dijo, ya pueden sacarlo.
EXEQUIAS DE UN
POETA
En un cementerio, departían el señor Brecht y un
grupo de amigos.
-
Se ha ido uno de los grandes poetas de mi
generación, dijo consternado uno
de los contertulios.
-
Hemos sepultado a una de las mejores voces de este
siglo, dijo otro con acento
remilgado.
La emoción hacia que los tonos de voces fueran
aumentando según transcurrieran los comentarios y calificativos en torno al
muerto. Uno de los vigilantes del camposanto les pedía a cada momento que no “hicieran tanta bulla”. Cuando ya los
amigos abandonaban el lugar el señor Brecht los detuvo.
-
Esperen un momento, les dijo.
Con un plumón de tinta indeleble escribió en un
bote de basura: por favor, no hable en
voz alta, respete el sueño de los muertos”.
ARMONIOSO
SILENCIO
Un amigo le dijo al señor Brecht, con tono
preocupado.
-
Hace ya dos semanas que no cruzo palabra con mi
esposa.
-
Vaya, felicitaciones, es el mejor indicio de que
vuestras relaciones marchan sobre ruedas.
SIMPLE LÓGICA
Caminaba el señor Brecht por un cementerio, cuando
vio a uno de los sepultureros acomodando unos crisantemos sobre la tumba donde
la tierra parecía recién acomodada.
-
¿Qué tal el trabajo?, interrogó el señor Brecht.
El hombre se limpió el sudor de la frente y le
dijo:
-
Es un buen trabajo, lo bueno es que ningún cliente
se queja de un mal servicio.
BUEN ACÓLITO DE
BACO
Celebraban en un bar el cumpleaños de un amigo,
cuando el señor Brecht dispúsose a marchar.
-
Quédate un rato más y después nos iremos juntos, le dijo uno de sus vecinos.
-
Ya he bebido mucho, dijo el señor Brecht. Estoy en el límite en que los secretos emergen y las promesas que no se
cumplen están por aflorar.
SEGÚN EL
CRISTAL CON QUE SE MIRE
Estaba el señor Brecht en una reunión en la que se
otorgaba una medalla a cierto activista político por el valor demostrado durante más de treinta años.
-
Ese hombre es un cobarde y un rastrero, esto es
realmente indignante, dijo un
caballero ahí presente mirando al señor Brecht.
La mirada inquisitiva de su vecino obligó al señor
Brecht a dar su opinión.
-
El valor de ese tipo de hombres radica, paradójicamente
en su cobardía y en la capacidad que tienen para mimetizarse y someterse a la
voz de mando. Son como las termes que silenciosamente y efectivamente carcomen
la madera por dentro sin que nadie se dé cuenta. Estos tipejos socaban las
bases de las instituciones a las que consideran enemigas de sus intereses,
siempre lo hacen por un pago o una prebenda. Si esa es su función, querido
amigo, ¿no está bien ganada esa medalla?
EL MUNDO ES DE
LOS RICOS
-
Cierto día,
contaba el señor Brecht, acompañé a una amiga
a hacer un trámite en un banco local. Todos los estacionamientos estaban
ocupados. De pronto divisó a un automóvil que salía, pero le indique que a
pocos metros había un bello Mercedes que parecía estar esperando.
-
Eso no es problema, me dijo.
-
Con gran destreza, maniobró el pequeño Volkswagen
en que estábamos y le ganó la partida al Mercedes. Mientras sacaba algunos
documentos de la guantera, apareció al lado de donde estaba un anciano de gran
porte y de una elegancia a todas luces. Con voz refinada y amablemente le dijo
a mi amiga.
-
Señora, yo esperaba desde hace media hora ese cupo
para estacionar mi auto.
Mi amiga sonrió y, con cierta gracia, le contestó.
-
Vamos, señor,
el mundo es de los vivos.
El hombre inclinó la cabeza en señal de despedida y
se retiró. Cuando nos aprestábamos a bajar, un golpe seco y cataclismico nos
arrojó contra el parabrisas.
Mi amiga y yo nos miramos sorprendidos y aterrados.
De repente vimos el rostro del anciano.
-
No señora, el mundo es de los ricos. Aquí tiene una
tarjeta con mis datos. Mi secretario le repondrá un auto nuevo. Hasta la vista.
Cuando logramos salir del pequeño Volkswagen,
notamos que el anciano había estrellado su moderno Mercedes en la parte
posterior del auto de mi amiga. El motor estaba hecho añicos.
EL SEÑOR BRECHT
Y LOS EUFEMISMOS
Contaba un parroquiano al señor Brecht la forma en
que había sido despedida su esposa.
-
Su jefe la mandó llamar. Ella estaba emocionada,
pues cumplía veinticinco años trabajando en esa empresa y, si bien no le daban
un aumento desde hacía mucho tiempo, lo mínimo que esperaba era una frase de
reconocimiento.
El señor Brecht lo escuchaba con atención
mientras bebía un café.
-
Señora Bonete, le dijo, hoy viernes cumple usted un
cuarto de siglo trabajando para nosotros, todo un record en verdad, dijo el jefe.
Mi pobre mujer no cabía de la emoción.
-
La verdad es que no sabemos qué haríamos sin usted.
Y luego agregó, muy fresco.
-
Pero a partir del lunes lo vamos a saber.
El hombre bebió su cerveza. Se limpió la espuma con
la manga y pidió otra. Lucía alterado.
-
Vaya eufemismo,
dijo el señor Brecht.
-
Eufemismo. ¿Y eso qué es? Interrogó el parroquiano.
-
Formas suaves de decir cosas cuya franca expresión
resultaría dura y malsonante.
-
Voy captando,
dijo el parroquiano algo más calmado.
Luego de pedir unos bocadillos, el señor Brecht
prosiguió.
-
Cuando un bebedor es un fulano cualquiera es un
borracho, pero si es un hombre rico es un bebedor
social. ¿Ve la diferencia?
El parroquiano asintió.
-
Ahora al imperialismo le llaman globalización y a los países pobres que son víctimas de este imperialismo, los
llaman del Tercer Mundo, países en vías
de desarrollo y otras tonterías. Como vera, sólo cambian los nombres y la
pobreza sigue siendo la misma.
El parroquiano extrajo una libreta de su paletó y
comenzó a tomar nota. El señor Brecht se alegró.
-
Los niños que ya no pueden continuar en la escuela
por falta de recursos económicos y que se ven obligados a trabajar para ayudar
a sus padres se le conoce como deserción
escolar.
El parroquiano apuntaba con entusiasmo.
-
¿Sabe cómo se hacen llamar los militares que toman
el poder con las armas? ¿Tiranía, dictadura?
No, señor. Proceso revolucionario. Al pobre se le
llama persona de escasos recursos,
al aumento de los precios, reajuste.
Después de una pausa, Brecht prosiguió.
-
Al ladrón, amigo
de lo ajeno, a la bacinica, tacita
de noche, a la prostituta, dama de
compañía.
¿Sabe cómo se
le llama al dinero de las coimas? Aceitada,
cariño, gentileza, mordida, la mía, gratificación, reconocimiento, estimulo,
helado.
Y le podría
citar cientos de nominaciones más. Esos corruptos tienen una imaginación tan
cuantiosa como las prebendas que reciben.
Allí permanecieron ambos hombres. La oratoria del
señor Brecht con sus enseñanzas mejoraron
los ánimos del parroquiano. Cuando se despidieron en la puerta de la
hostería, el señor Brecht vio al parroquiano que iba entretenido repasando sus
notas.
CITA URGENTE
Observaba el señor Brecht un cuadro de Rembrandt.
-
¡Qué maravilla!,
dijo.
-
Cuando estuve en Ámsterdam fui a la calle Zeertraat
y vi la casa en que vivió. Murió olvidado y pobre, dijo el amigo que lo acompañaba.
-
Sin embargo, hasta lo que sé, no murió desgraciado, dijo el señor Brecht.
-
Nadie como él conocía el verdadero valor de su
obra. Sus acreedores lo perseguían sin piedad. Lo que el mundo pensaba sobre
sus cuadros le era indiferente. Realizó lo que él sabía, era el propósito y la
razón de ser de su vida y eso lo justificó.
-
Tiene razón,
dijo el señor Brecht. Como Van Gogh, fue
perseverante y leal a sus ideas.
El señor Brecht siguió viendo los cuadros. Se
sentía a gusto en las pinacotecas tanto como en las bibliotecas. De soslayo,
vio a su amigo conversando con un hombre de aire distinguido, de abundante
bigote y mirada soñadora. Por la ropa, el señor Brecht dedujo que era de esos gentlemen
que no escatiman gastos cuando de comprar lo que les gusta se trata.
A los pocos minutos se le acercó el amigo.
Su mirada era la de un hombre desesperado que tiene
que tomar una decisión y que no sabe qué hacer; la responsabilidad de decidir
lo había sobrepasado.
-
Mire, señor Brecht, ese señor que ve ahí es uno de
mis mejores clientes, en mi joyería,
usted sabe. Me ha pedido mi opinión sobre
esos tres cuadros que piensa adquirir. Es uno de esos millonarios que compran y
pagan altos precios por cuadros de escaso valor. La verdad es que no sé cómo
decirle que esas pinturas no valen nada, temo herir sus sentimientos y, usted
sabe, es uno de mis mejores clientes…
El señor Brecht le dio una palmada en el hombro.
-
No se preocupe, amigo, vamos. Si no tienes perro
caza con el gato, dice el dicho.
El vendedor ya estaba por cerrar el trato. Era un
tipo de rostro y cabeza grande. Tenía los ojos hundidos y la nariz fuerte y
ancha. El señor Brecht observó los tres cuadros, se rascó la barbilla y miró al
comprador.
-
¿Qué le parecen?,
interrogó el hombre. Aquí el joyero
parece conocer de gemas pero no de cuadros.
-
¿Quiere mi opinión?, interrogó el señor Brecht, aprovechando que el
vendedor se había retirado a atender a otro cliente.
-
Por su puesto, amigo, se ve en usted a un hombre
experto en estos menesteres.
-
Pues bien, le diré que si usted hubiera elegido con
los ojos cerrados, posiblemente lo habría hecho mejor.
El comprador se deshizo en agradecimientos. Tomó su
sombrero, su bastón y se marchó.
-
¿Y qué fue?,
preguntó el vendedor al ver que el comprador se iba.
-
Tenía una cita urgente, dijo el señor Brecht.
EL SEÑOR BECHT
Y LOS REFRANES
Escuchaba el señor Brecht los debates en una
asamblea municipal. Los conservadores criticaban duramente la gestión que los
liberales habían realizado en los últimos dos años de su gestión.
-
Por eso pedimos al pueblo que en estas elecciones
nos apoyen con su voto, gracias,
concluyó el orador principal del grupo conservador.
Los asistentes, que se contaban por cientos,
vitorearon al orador.
Una señora se acercó al señor Brecht y le preguntó.
-
Contaremos con su voto.
El señor había contemplado perplejo que la mitad de
los conservadores de ahora eran los mismos liberales de antes.
-
Pero señora, ¡si son los mismos perros con
distintos collares!
VELORIO
Estaban el señor y la señora Brecht en un velorio,
cuando un curioso que pasaba por ahí, preguntó a uno de los que estaban cerca
de la puerta.
-
¿Sabe usted quién es el muerto?
El hombre lo miró con fastidio y le contestó:
-
Sí, el que está en el ataúd.
EL DIARIO DEL
SEÑOR BRECHT
Hacía tiempo que el señor Brecht llevaba un Diario,
o si se quiere, un cuaderno con anotaciones. En él solía anotar pequeños
sucesos que acontecían en su vida y que consideraba que debían ser recordados.
No faltaban por ahí algunas ocurrencias inspiradas en la vida diaria. Lo
curioso es que el Diario no tenía fechas, parecía no darle importancia a ello.
El señor Brecht lo consideraba algo muy personal, por ello no lo había mostrado
a nadie y, mucho menos, pensó en su publicación: una mañana su esposa limpiaba
su escritorio, al pasar el plumero sobre su mesa de trabajo golpeó el Diario y
este fue a dar al suelo. Al recogerlo, notó que había quedado abierto en una de
las primeras páginas. La curiosidad se apoderó de ella al leer el contenido de
una de las lecturas, pues, se sintió tocada…
(1)
Los
hombres hemos dicho “te amo” a muchas mujeres antes de casarnos. Nuestra
esposa, que ha llegado a nosotros mucho después que aquellas, tiene todo el
derecho a dudar de la veracidad de las palabras de amor que les prodigamos.
La señora Brecht quedó pensativa. Se acordó de lo
que le pasó a la mujer de Lot, pero la curiosidad pudo más que su temor. Se
acomodó en una poltrona y siguió leyendo…
(2)
Dos
cuervos observan a dos labriegos que trabajaban en un campo de maíz. Uno le
dijo al otro:
Qué
poder secreto tendrán esos hombres que no les hace temer a ese horrible
espantapájaros.
(3)
Pensar
es saber despejar las nubes para apreciar el azul del firmamento.
(4)
Hay
hombres que necesitan de otros para poder vivir, para poder tomar decisiones.
Este tipo de hombres carecen de coraje, de pasión, son como pararrayos que
añoran el golpe del rayo para justificar su presencia.
(5)
En
el otoño los árboles dejan de comunicarse.
(6)
Al
ver a un niño que hace de una escoba un caballo o de una zanahoria un avión,
nos damos cuenta que tan pobre es nuestra imaginación.
(7)
He
visto pasar a la felicidad por el horizonte, estiré mi brazo, pero estaba muy
lejos de ella.
(8)
Era
tan desvergonzado que no se sonrojaba por no oír el trino de los pájaros y no
ver la belleza de un crepúsculo.
(9)
Era
tan antipático que cuando se miraba en el espejo su imagen ya había huido.
(10)
Hay
una secreta, cordial y misteriosa comunicación entre pájaros y árboles que los
ha llevado a convivir durante miles de años.
(11)
Es
un mendigo muy considerado, roba la ropa del espantapájaros y lo viste con la
suya.
(12)
Me
gusta mucho el silencio, esa mágica sensación de sentirme sordo.
(13)
¿Habrá
algo más triste que un payaso vestido de luto llorando ante el cadáver de su
hijo?
(14)
Los
dolores corporales no son más que guiños que la muerte nos hace.
(15)
Los
Premio Nobel de Literatura se otorgan ahora según conveniencias y simpatías
políticas; es denigrante ver que las bondades y calidad de escritores con ideas
socialistas no se consideren a la hora de decidir a quién se le da el premio.
¡Viva la democracia!
(16)
No
me aburro en ningún lugar porque siempre llevo un libro conmigo.
(17)
Se
sentía muy incómodo en esa reunión, como una estatua de cera en el taller de un
herrero.
(18)
Era
tan desgraciado su rostro que nadie lo notaba.
(19)
No
hace un árbol genealógico de sus ancestros por temor a encontrar colgado a un
burro.
(20)
Lección
instructiva: el padre fue un pródigo que llevo a la familia a la miseria; el
hijo, un tacaño empedernido que guarda su dinero con sigilo.
(21)
En
un Diario el artista concentra su
experiencia de vida. Ahí encontramos lo que le va sucediendo, lo que va
sintiendo, la visión del mundo que lo circunda, cómo surgieron sus obras, cuál
fue el estímulo que lo llevó al primer paso.
Un
Diario no deja de ser una obra de
arte, pero a diferencia de un cuento, novela, relato o drama, no posee un
esquema previo; el Diario se va forjando aleatoriamente al acontecer cotidiano y,
en sus páginas, está el autor así como un gran número de personas que lo
rodean.
(22)
Después
de leer los maravillosos versos de Verlaine, cuesta imaginar al autor de “Los
poemas saturnianos” y “Las fiestas galantes”, tumbado en una cama con un abrigo
raído y maloliente, el calzado sucio como todo lo que hay en esa habitación que
no es otra cosa que un antro de mugre y fetidez. Ya su desprecio por los
cuidados personales ha llegado a límites indescriptibles. No se muda de ropa
interior, mugriento, desaliñado, carece cada día de menos dinero porque lo que
su madre le envía va desapareciendo de sus manos como un espejismo en el
desierto de sus calamidades. Sucia la barba, la camisa llena de manchas de
ajenjo y otros licores ingeridos durante el día, es el atuendo que sin gracia y
sin vergüenza, pasea el poeta por las calles, cafetines y bares.
¡Ay!
Maestro, cómo duele escuchar sus últimos lamentos.
Hay
un árbol en el cementerio
que
crece en toda libertad,
no
plantado por un luto falso
que
flota a lo largo de una piedra humilde.
Sobre
ese árbol, verano como invierno,
viene
un pájaro, que canta claro
su
canción tristemente fiel,
ese
árbol y ese pájaro: somos nosotros;
Tú
el recuerdo, yo la ausencia
que
el tiempo que para, recuenta…
¡Ay,
vivir aún a tus pies!
¡Ay,
vivir aún! Pero qué, hermosa,
¡la
nada es mi frío vencedor!
Por
lo menos, dime, ¿vivo en tu corazón?
Unos pasos en la escalera crujiente de madera
alertó a la señora Brecht. Colocó el Diario en su lugar con mucho cuidado. Tomó
su plumero y se dispuso a salir de la habitación en el instante que el señor
Brecht hacía su ingreso.
-
Hola querida,
dijo sonriente
La señora Brecht torció la cara y lo miró con
indiferencia. El señor Brecht, sorprendido, la vio salir.
BÚMERAN
Después de cenar el señor Brecht y su esposa
descansaba en la sala de lectura.
-
Hermosa noche,
dijo la señora Brecht, no hay como la paz
y el silencio del hogar.
De repente, el teléfono empezó a sonar
insistentemente.
-
Bueno, no siempre es así, dijo la señora Brecht retomando su tejido.
-
Diga,
preguntó el señor Brecht.
-
La casa de la familia Brecht, preguntaron por el hilo telefónico.
-
Sí,
contestó el señor Brecht algo alarmado.
-
Disculpe, me equivoqué de número.
Unas risotadas al otro lado del teléfono
denunciaban a unos bromistas.
A los pocos minutos volvió a sonar el teléfono.
-
Diga,
preguntó el señor Brecht.
Una voz muy seria interrogó:
-
¿La casa del señor Bruner?
-
No, número equivocado.
-
Disculpe, señor.
Y colgaron. A los pocos minutos, otra vez el
teléfono.
-
Diga.
-
Buenas noches, se encuentra el señor Bruner, preguntó la misma voz.
-
No, señor, número equivocado, contestó el señor Brecht algo mal humorado.
Cinco minutos después, otra vez el teléfono.
-
Hable usted,
dijo el señor Brecht con voz marcial.
-
Buenas noches,
dijo una voz diferente a las otras, habla
el señor Bruner, alguien me ha
llamado por favor.
El señor Brecht refunfuñó cuando su mujer le
preguntó quién era. De inmediato volvió a timbrar el teléfono. Como un rayo, el
señor Brecht tomó el auricular y dijo con voz socarrona:
-
Hable, estúpido.
Al otro lado hubo un breve silencio y colgaron.
-
¿Quién era?,
preguntó la señora Brecht.
-
Alguien a quien ya no le quedarán ganas de volver a
llamar.
Al otro día, el señor Brecht llegó a la oficina de
buen humor. Hacía tiempo que no se levantaba tan jovial.
-
Buenos días con todos, dijo en el hall donde estaban varios oficinistas.
Todos lo miraron con los rostros lánguidos.
-
El jefe está con un humor de diablos, ojala logres
ablandarlo, le dijo al oído uno
de los asistentes de gerencia.
-
No te preocupes, ya verás cómo lo vuelvo una masita.
La masita apareció y todos bajaron la mirada.
-
Buenos días, señor, dijo el señor Brecht esbozando una de sus mejores
sonrisas.
El gerente se detuvo y mirándolo fijamente, le
dijo:
-
Hable, estúpido.
Luego se retiró a toda prisa.
TARJETITA
Llamó al señor Brecht un amigo suyo que era
abogado. Mientras bebían un vino en un bistrot, el abogado le manifestó una
inquietud:
-
Estoy defendiendo a un comerciante de especias que
tiene una tienda en el centro de la ciudad, el arrendatario, al ver que
prosperaba, quiere subirle el alquiler a pesar que hubo un compromiso de honor.
-
No hubo contrato de por medio, preguntó el señor Brecht.
-
No, todo fue de palabra, dijo el abogado bastante preocupado.
El señor Brecht se quedó pensativo.
-
Este es el defensor del arrendatario, dijo el abogado alcanzándole una tarjeta de popelina,
todo un defensor de la justicia. Es un
hombre corrupto y despreciable, como el dueño del inmueble.
-
¿Y el juez?,
interrogó el señor Brecht.
-
Es un hombre
honesto a prueba de balas, con un nombre bien ganado en la judicatura de
ciudad.
-
Interesante,
dijo el señor Brecht bebiendo un sorbo de vino, muy interesante.
Los hombres se despidieron y el abogado se marchó
más tranquilo. A las pocas semanas se volvieron a encontrar en el mismo lugar.
El abogado se mostraba entusiasmado.
-
Una botella del mejor vino que tenga, dijo, hoy
quiero brindar con mi amigo.
-
Sabe una cosa, dijo
el abogado, ganamos el caso. La justicia
se impuso querido amigo; dura lex, sed lex.
Cuando se despedían, el señor Brecht, dijo:
Me debe una botella de whisky.
El abogado, sorprendido, replicó:
-
Una botella de… ¿Por qué?
-
Recuerda la tarjetita que me mostró
-
Sí, claro, usted se la quedó.
-
Se la envié al juez con una nota muy simpática.
También la acompañé con el whisky.
BROMAS PESADAS
El señor Brecht se jacta ante unos amigos de ser
una persona muy tolerante.
-
Todos tenemos debilidades y el conocimiento de eso
nos hace que perdonemos las tonterías de los otros.
-
Lo que es yo, a la primera estupidez, mandaría a
ese pazguato a pasear, dijo un
anciano malhumorado que aspiraba constantemente una pepa de cerezo.
-
Lo peor que puede haber son las bromas pesadas, ni
siquiera al mejor de mis amigos se la soportaría, dijo otro.
El señor Brecht los escuchaba risueño. Luego de una
pausa, dijo:
-
Trabajen su tolerancia, señores.
Después de beber un trago de su cerveza, agregó.
-
Les voy a contar una anécdota que les crispará los
nervios.
Viajaba en un
tren y un señor de edad avanzada me buscó conversación. A los pocos minutos me
dijo: mi hijo está furioso, sabe, hoy hablé por teléfono con él y me dijo:
“Papá, ya no soporto más a esa línea aérea en la que viajo constantemente. No
me dejan echarme un trago, no me puedo levantar de mi asiento para nada, no
puedo ver película alguna, y como las ventanas donde me siento siempre no
tienen cortinas me es imposible dormir”.
¿Qué le parece
amigo?
Lo único que se
me ocurrió decirle a aquel anciano es que le dijera a su hijo que cambiara de aerolínea.
Muy serio, me
contestó:
-
Le es imposible.
-
¿Por qué?, repliqué.
-
Porque es el piloto.
Lo único que
atine a hacer fue hundirme en mi asiento y tratar de dormir, mientras el viejo
se desternillaba de risa.
LA OFERTA
Acosado por el dueño de un periódico de jardinería
para que le escribiera un artículo sobre el cultivo de azucenas, el señor
Brecht se negaba contantemente.
El hombre se había vuelto un moscardón difícil de
sortear.
-
Si no fuera tan mezquino para pagar, le escribiría
el artículo con gusto, le dijo el
señor Brecht a su mujer.
Una mañana el director coincidió con el señor
Brecht y su mujer en el mercado de frutas. Con voz angustiada, le dijo:
-
Brecht, le pagaré lo que me pedía.
-
Es muy poco, mejore su oferta, amigo, contestó Brecht con aire grave.
TRAMOYA
Invitado a una charla sobre el teatro isabelino, el
señor Brecht acudió con un amigo a la noche de gala donde se habló de Marlowe,
Jonson y sobre todo de Shakespeare. El hijo del organizador del evento, un
joven tesonero que había escrito algunos dramas mediocres y otras tantas
tragedias medianejas, tomó la palabra al final de la jornada. Su aburrida
perorata arrancó bostezos al por mayor. El padre, obstinado en hacer de su hijo
un connotado dramaturgo, hablo de él y de sus grandes dotes de creatividad.
-
Creo
firmemente, que mi muchacho, es el hijo predilecto de esta ciudad, concluyó el
padre.
El señor Brecht le dijo a su amigo con suma
seriedad.
-
Eso ni dudarlo;
el hijo predilecto, genial y honesto que nunca ha dado que hablar.
CRÍTICO DE ARTE
Apurado por un amigo, el señor Brecht llegó hasta
una galería de arte en el centro de la ciudad.
-
Gracias por
venir, amigo mío, no sabes cuánto te lo agradezco. Esta es mi primera
exposición y cuando me enteré que iba a venir Santieri, casi me desmayo de la
impresión.
Santieri era el principal crítico de arte de la
ciudad. Un comentario suyo, una sola carraspeada, podía sepultar a un aspirante a pintor o sepultarlo
en el baúl del olvido. Seguidor de la escuela de Túrner, el amigo del señor
Brecht era prometedor paisajista. Ya se habían escuchado pequeños y loables
discursos por algunos críticos locales y de provincia, cuando hizo su ingreso
el gran Santieri. Era bajo, regordete, medio calvo y de piernas gruesas y
estevadas.
A pesar de no ser un anciano, lucía sobre el ojo
derecho un monóculo que le daba cierto aire de distinción. “Es parte de su ego,
con ese vidrio grueso alimenta su vanidad”, murmuró alguien por ahí. Santieri
recorrió la sala de un extremo a otro lanzando un ajá cada vez que quitaba la
mirada de un lienzo.
La sala permanecía en silencio, el señor Brecht se
mostraba impasible y el amigo temblaba y se mordía la uñas de impaciencia.
-
Sé que algo va
a decir, lo presiento.
-
No te
preocupes, dijo el señor Brecht, todo saldrá bien.
Al llegar al último cuadro, Santieri se detuvo,
acomodó su monóculo y lanzó su sentencia.
-
Noto un interés
por el espacio ambiental y los fenómenos de la luz. Hay interés por la
luminosidad y la atmósfera. Este naufragio se muestra romántico al mejor estilo
de Turner, hay sentido de movimiento. Los efectos del paisaje me conmueven,
pero…
Un suspiro de angustia invadió la sal y la garganta
del joven pintor sintió el aguijón de una espina.
-
Este azul del
mar me parece un poco suave, le falta profundidad y dramatismo; quizá una suave
pincelada lograría la perfección.
Antes de que el joven pintor corriera en busca de
la paleta y el pincel, el señor Brecht lo detuvo y le murmuró algo al oído. El
joven tomó el pincel, lo embadurnó de azul y moviendo ligeramente el pincel se
acercó al cuadro cuidándose muy bien de no tocar el lienzo y lo dejo tal como
estaba.
-
Y ahora,
maestro, como lo ve.
-
Ahora está
perfecto, dijo Santieri, me gusta mucho más, has alcanzado la perfección, hijo
mío.
A la hora del brindis, el señor Brecht y su amigo
se desternillaban de risa.
FILOSOFÍA DE LA POBREZA
Saliendo de una función de cine, el señor y la
señora Brecht fueron a una fuente de soda. Al salir, toparon con un hombre bien
trajeado que pedía limosna. Arqueando las cejas, la señora Brecht dijo con voz
indignada:
-
No le da
vergüenza estar pidiendo dinero en vez de ponerse a trabajar.
El hombre miró al señor Brecht como buscando su
aquiescencia.
-
Con todo
respeto, mi querida señora, creo que usted no me ha entendido, yo le he pedido
dinero, no consejos.
La irritación de la señora Brecht tomaba los visos
de un elefante salvaje al que había que domar. El señor Brecht la tomó del
brazo y la llevó consigo, no sin antes deslizar unas monedas en la mano del
hombre.
Un guiño y una leve sonrisa parecían interpretar un
bien hecho, amigo, en el ánimo del
señor Brecht.
IR POR LANA…
Se encontraba el señor Brecht jugando una partida
de naipes en el club de ex combatientes de la Segunda Gran Guerra con otros
tres veteranos, cuando irrumpió en el salón un conocido miembro del club que
gozaba de una gran fama de chanchullero. Al ver al señor Brecht dijo:
-
Estuve por el
interior de país y me topé con el famoso arqueólogo Gil María Espíndola
haciendo unas excavaciones que darán mucho que hablar.
El señor Brecht habló de los libros que había
escrito el arqueólogo y no escatimó elogios para destacar su obra y su férrea
personalidad. Su interlocutor con cierta ironía replicó:
-
Espíndola no
habla lo mismo de usted.
Después de repartir los naipes, Brecht lo miró con
picardía y contestó:
-
Lo más probable
es que ambos estemos equivocados en nuestras apreciaciones.
La mesa estalló en carcajadas y el intrigante se
marchó enfadado.
EL SEÑOR BRECHT
EN EL CAMPOSANTO
Había ido al cementerio la señora Brecht a colocar
flores en la tumba de una amiga. El señor Brecht, reacio a ese tipo de costumbres,
decidió dar un paseo entre las sepulturas.
¿No entiendo porque ponerle nombre a las tumbas? ,
le dijo un adolescente a otro.
El señor Brecht, que escuchó el comentario, se
apresuró a decir:
-
Si enterráramos
semillas no habría necesidad de ponerles nombres.
ACLARACIÓN Y
PRECISIÓN
-
Si al hijo de
Guillermo Tell le hubieran puesto una nuez en la cabeza, igual la hubiera
atravesado con su ballesta. La precisión de nosotros los suizos deriva de
nuestras manos, firmes, impávidas, certeras. Ahí está la precisión de nuestros
relojes y la riqueza de nuestros quesos.
El señor Brecht lo observó con detenimiento. En la
mirada de ese hombre cargado de espadas, casi jorobado, había algo dulcemente
grato que hacía que sus palabras resultaran agradables. Sus dientes, blancos y
sólidos, contrastaban con su tez morena, cuyo rostro dejaba ver unas cuantas
arrugas.
-
Puedo
acompañarlo amigo, dijo el suizo abandonando la barra y acomodándose en la mesa
en que el señor Brecht bebía una copa de bourdon.
-
Disculpe mi
atrevimiento, pero hay algo que no puedo evitar, conversar, me gusta conocer la
gente, puedo pasarme horas hablando: creo que es un vicio, pero un vicio
impune, no cree.
El señor Brecht se sonrió y bebió.
-
Está usted de
vacaciones, preguntó el señor Brecht.
-
Sí, trabajo en
un banco, manejo una buena cartera de
clientes. La banca helvética tiene una tradición de siete siglos. Seguridad,
discreción y seriedad, esa es nuestra mejor carta de presentación.
El señor Brecht se sonrió.
-
He dicho algo
gracioso, amigo; dijo el suizo algo contrariado.
-
No, contestó el
señor Brecht. Recordé que un escritor alemán
dijo que robar un banco era un delito, pero que más delito era fundarlo.
-
La verdad es
que no entiendo qué quería decir ese señor.
El señor Brecht cargó sus baterías y dijo:
-
La segunda
Guerra Mundial favoreció a su país, fieles a su neutralidad no participación en el conflicto. Pero sí les interesó el oro
que los nazis obtenían de la rapiña. Hasta los dientes de oro de los judíos que
morían en las cámaras de gas llegaron a los bancos suizos.
El suizo quiso intervenir, pero el señor Brecht lo
cortó de golpe.
-
No los juzgo,
sólo que las cosas hay que aclararlas. ¡Ah! Y todo no quedó ahí. Bajo las
calles elegantes donde se ubican los grandes bancos, llegan en la actualidad
grandes cantidades de dinero de dudosa procedencia. Ahí están los dictadores
que expolian las arcas del Estado que detentan, los magos de la evasión fiscal,
los traficantes de drogas y de armas.
El suizo se levantó de improviso.
-
Disculpe que lo
corte, pero acabo de recordar que tengo una cita, mi reloj parece estar
fallando, disculpe nuevamente.
El señor Brecht lo vio marcharse.
EL SEÑOR BRECHT
Y EL DENTISTA (1)
Caminaba el señor Brecht acompañado de su dentista
por una de las calles más céntricas de la ciudad.
-
Los jóvenes de
ahora están más despistados cada día. La tecnología los ha alejado de los
libros y viven más en el entretenimiento.
El dentista, amante de los celulares y de las
computadoras, se explayó en distintos argumentos que contradecían la opinión del
señor Brecht. Pero el señor Brecht volvió a la carga:
-
Estos jóvenes se
levantan un día son darse cuenta de que su concentración se ha disipado luego
de una o dos páginas de un libro. No retienen ni una coma. La profundización de
la lectura se ha convertido en un esfuerzo que ya no pueden alcanzar.
En el camino, el señor Brecht divisó una librería.
-
Entremos, le
dijo al dentista
Un jovencito esmirriado y larguirucho se apresuró a
atenderlos, después de sacarse los audífonos y arrojar el chicle que mascaba.
-
¿En qué puedo
atenderlos, señores, dijo muy solícito?
El señor Brecht miró al dentista como buscando su
complicidad.
-
Estoy buscando
un libro para mi sobrino, no recuerdo el título, pero sé que se trata de una
hormiga que habla varios idiomas y escribe artículos en computadora para un periódico
que se vende solo en la luna… ¡ah! casi lo olvido, es una gran deportista,
pues, practica la natación, el básquet y el golf.
El muchachito se rascó la cabeza, miró un instante
los libreros y preguntó:
-
Es un libro histórico
o de ficción.
El señor Brecht miró a su dentista, quien,
ruborizado, solo asintió.
EL SEÑOR BRECHT
Y EL DENTISTA (2)
Iban al mercado de compras el señor Brecht y su
dentista.
-
Sabes qué, dijo
el dentista; estuve pensando en el joven de la librería, y creo que es una excepción
a la regla, tú sabes, siempre suceden esas excepciones.
El señor Brecht tomó unas manzanas muy rojas y
lustrosas y las comparó con otras que estaban en una canasta. Le pareció que
eran iguales, pero unas costaban un dólar cincuenta el kilo y las de la canasta
dos dólares. El jovencito que atendía se movía como una peonza, de seguro
siguiendo el ritmo de la música que le llegaba a través de los audífonos.
-
Oiga, joven,
cuál es la diferencia entre estas manzanas y estas otras, dijo tomando una de
las del canasto.
-
Cincuenta centavos,
señor, contestó el muchacho y siguió con su música.
El dentista movió la cabeza de un lado a otro como
aceptando su derrota.
EL SEÑOR BRECHT
Y EL DENTISTA (3)
-
Desayunemos,
dijo el señor Brecht.
Su dentista pidió jugo de sauco, tostadas de pan
negro y café.
-
No hay como una
ensalada de frutas; duraznos para prevenir la dispepsia y cítricos para evitar
la obesidad, dijo el señor Brecht dándose unos golpecitos en el vientre.
Mientras esperaban su pedido, un grupo de
entusiastas jovencitos reían y hacían bromas en una mesa cercana. Uno de ellos
manipulaba con entusiasmo y concentración una tablet. El señor Brecht miró al
dentista y este bajó la mirada haciéndose el desentendido. Una de las
jovencitas que portaba una cámara fotográfica, se acercó a ellos y, solicita y
sonriente, les dijo:
-
Uno de ustedes sería
tan amble de tomarnos una foto, nos reencontramos después de un año y quiero
llevarme un grato recuerdo.
El dentista, obsequioso, tomó la cámara y esperó
que los jóvenes se acomodaran. El dentista tomó una instantánea y, precavido,
dijo:
-
Tomaré otra por
si ésta no sale bien.
-
No será necesario,
señor, siempre me dan dos impresiones.
El señor Brecht casi se atora con la primera
cucharada de frutas. El dentista, algo disgustado, devolvió la cámara y se
sentó refunfuñando.
EL SEÑOR BRECHT
Y EL DENTISTA (4)
El señor Brecht encendió su pipa de cerezo mientras
su dentista servía dos vasos con cognac.
-
Es del mejor,
dijo el sacamuelas, un generoso amigo, me lo acaba de traer de París.
El señor Brecht paladeó el primer sorbo, exhaló un
suspiro y agregó:
-
Buen amigo, por
cierto.
Cerca de ellos, la hija del dentista luchaba con un
niño a quien cuidaba en sus horas libres.
-
Este majadero
no hace más que escupir la papilla, parece que no es de su agrado esta marca,
dijo la jovencita bastante contrariada.
Al lado de ella, su enamorado, un muchachito
fornido de unos dieciocho años, tecleaba afanosamente en su laptop.
-
Hazme el favor
de ir al supermercado y devuelve estos pomos sobrantes, este diablillo no las
comerá ni por todos los chocolates del mundo.
El muchacho trató de evadirse, pero la mirada
inquisitiva le arrancó una sonrisa estúpida y, tomando los frascos, se marchó.
A los pocos minutos regresó muy sonriente.
-
¿Y cómo te
fue?, le preguntó la muchacha.
-
Para no
incomodar al dependiente coloqué los pomos en su lugar sin que se dieran
cuenta.
El señor Brecht enarcó las cejas, miró al dentista
y dijo socarronamente:
-
Un brindis por
la tecnología, querido amigo.
RESPUESTA
PRECISA
La suegra del señor Brecht había ido perdiendo la
capacidad de oír al paso de los años.
-
Deberías adquirir
un aparato para oír, en vez de esa bola de bolos que quieres comprarte.
El señor Brecht que desayunaba en ese momento
refunfuñó.
-
No se olvide
que mañana es la función teatral del municipio.
Al otro día, el señor Brecht se hallaba sentado
entre su esposa y su suegra esperando que diera inicio a la función. El teatro
estaba abarrotado, la representación de “La trágica historia del doctor Fausto”
de Marlowe, había convocado a gran número de artistas, músicos y amantes del
teatro. En la escena segunda del acto tercero, la suegra preguntó al señor Brecht:
-
¡Qué diablos
dijo ese tipo! no lo escuché bien.
Con sorna, el señor Brecht contestó:
-
Que debió haber
traído su bola de bolos.
EL SEÑOR BRECHT
EN LA PICOTA
Fue el señor Brecht a visitar a su hermana que vivía
en los extramundos de la ciudad. Encontró a la mujer fregando los platos y
observando por la ventana al patio que colindaba con el jardín. Allí, un
jovenzuelo preparaba una prensa y la probaba introduciendo entre las placas
algunas latas de conservas vacías.
-
¿Qué hace mi
sobrino ahí?, interrogó el señor Brecht.
La hermana, sonriente, le contestó:
-
Mañana es su último
año en la escuela y prepara, por la tarde, aplastar ese despertador que le
regalaste para que se despertara durante diez años a las seis de la mañana.
TERCERA CLASE
Cambiaba el señor Brecht y su esposa sus pasajes
por un boleto de embarque cuando un señor de mediana estatura preguntaba a la
muchacha que estaba en el mostrador.
-
¿Cuál es la
diferencia entre un boleto de tercera clase y uno de segunda?
-
Aproximadamente
cuarenta dólares, contestó la muchacha.
-
Ni hablar, dijo
el hombre, me quedo con el de tercera.
Ya en el avión, el señor Brecht se percató que
todos estaban sentados juntos, que no había siquiera una cortina que separa a
los pasajeros de diferentes clases. De repente, vio que el hombre de mediana
estatura interrogaba a la aeromoza con curiosidad:
-
Dígame,
señorita, no veo diferencia alguna, todos estamos sentados juntos; los de
primera, los de segunda y los de tercera.
La muchacha miró de un lado a otro tratando de que
nadie la escuchara y, acercándose al oído del hombre, musitó:
-
Me tiene que
prometer que no comentará con nadie lo que voy a decirle.
El hombre asintió.
-
Pues bien, en
caso de algún desperfecto los de primera clase cuentan con un paracaídas y los
de segunda con un salvavidas…
-
¿Y los de
tercera?, interrogó el hombre curioso y angustiado.
-
Tendrán suerte
si encuentran un trozo del avión a que aferrarse.
El señor Brecht, que llevado por la curiosidad
había colocado su oído para escuchar la confidencia, luego de mirar su boleto
de tercera, se hundió en su asiento y se encomendó a los dioses.
EL SEÑOR BRECHT
Y LA PINTURA
Empecinado por iniciarse en el arte de la pintura,
el señor Brecht se hizo de un caballete, una paleta y un buen número de
pinceles de diferentes tamaños.
-
¡Qué manera de despilfarrar el dinero!, le dijo su mujer, desde que vivo contigo no te he visto ni pintar la fachada de la casa.
El señor Brecht hizo de oídos sordos y partió en su
nueva aventura. “El campo es el mejor
lugar para iniciados, no hay como la naturaleza para inspirarse y dejar que la
imaginación aflore y se pose sobre la tela”, se dijo. A las pocas horas,
entre abedules, magnolios y arces, el señor Brecht se internó en el bosque con
la convicción de que un pintor renacentista dormía dentro de él. Un leñador que
pasaba por ahí le sirvió de guía. “Ese,
lugar me parece maravilloso”, dijo el señor Brecht emocionado. A poca distancia,
un arroyuelo cortaba simétricamente una floresta. El leñador se despidió
amablemente y continuó su camino. Al atardecer, cuando regresaba con un hatajo
de leña, encontró al señor Brecht dando las últimas pinceladas. El hombre
observó el cuadro y luego el paisaje. Antes de retirarse, el señor Brecht le ofreció
dinero por haberlo guiado hasta tan bello lugar. “Es lo menos que puedo hacer por usted por haberme traído hasta aquí”.
El hombre se negó a recibir la compensación, pero le dijo que gustoso recibiría
el cuadro como retribución. La vanidad de aquel pintor primerizo se elevó hasta
las nubes. “Es un honor el que me hace,
buen hombre”, dijo el señor Brecht emocionado. A los pocos días, acompañado
a su esposa al mercado del pueblo, el señor Brecht vio al leñador ofertando a los
transeúntes su cuadro. “Pobre hombre,
debe andar muy necesitado de dinero para deshacerse del cuadro”, pensó el
señor Brecht. Sigilosamente, se escabulló entre un grupo de personas que
miraban su primera obra maestra.
“Oiga amigo, no
le parece descabellado pensar que alguien pueda pagar por esa porquería”, gritó uno de los mirones. La gente estalló en
risotadas.
“Ya ves, hijo; dijo el leñador al niño que lo acompañaba, espero que ahora cambies de opinión y
desistas de hacer estos mamarrachos”. Esa noche, mientras su mujer dormía,
el señor Brecht tomó sus aperos de pinturas y los arrojó al tacho de basura.
EL SEÑOR BRECHT
Y LA FICCIÓN
Cuando el señor Brecht llegó a la casa de su
cuñada, la encontró en plena discusión con uno de sus hijos, un pequeño niño de
nueve años quien se negaba a presentar a la escuela, el cuadro que había
pintado por cuanto sentía que no se ajustaba a los cánones impuestos en los
requisitos del concurso. El señor Brecht tomó el folleto de las bases. El cuadro debe ser un tema de ficción,
decía escuetamente la información. Al ver el cuadro del sobrino, el señor
Brecht notó que mostraba la escalera de la casa que iba de la primera a la
segunda planta, nada más.
-
Tirarán mi
cuadro a la basura y dirán que de pintor de ficción no tengo nada, se quejaba
el niño.
El señor Brecht tomó un pincel, lo embadurno con
pintura negra y puso el título del cuadro. El niño abrió los ojos y se
entusiasmó tanto que envolvió el cuadro y se marchó a la escuela.
-
¿Qué hiciste?
Le preguntó su esposa sin salir del asombro.
-
Muy simple,
contestó el señor Brecht. “El hombre invisible bajando las escaleras”, muy
original verdad.
EUFEMISMOS
Un amigo del señor Brecht, dramaturgo aficionado,
acostumbraba escenificar en víspera de navidad, una obra. Para ahorrarle
esfuerzos a su imaginación, solía hacer de muchos habitantes del pueblo modelos
para sus personajes.
Una noche en que se representaba una de sus obras,
el banquero del pueblo, hombre usurero y mezquino, se sintió tocado por uno de
los personajes de la obra, a quien se representaba como un tipo petulante y
faltó de seso.
-
Esto no se quedarás
así, dijo en un intermedio de la obra, ahora mismo lo interpelaré por tal
atrevimiento.
El señor Brecht, a quien el banquero caía como una
piedra en el zapato, trató de calmarlo e irónicamente le dijo:
-
No se preocupe,
buen hombre, sólo un imbécil representaría en escena a un hombre como usted.
CONCIERTO Y
CENA
Un pianista, amigo del señor Brecht, llegó de
visita a la ciudad y, como quería agenciarse algún dinero, alquiló el teatro
para dar un concierto.
-
Pero ese teatro
es para doscientas personas, dijo la señora Brecht, y que yo sepa, usted no es
conocido por estos lares.
-
Optimismo,
señora, hay que tener fe, dijo el amigo.
La noche del concierto solo había en la sala ocho
personas. El pianista se lamentaba gimoteando sobre el piano. El señor Brecht al
ver al amigo tan triste, salió al escenario y dijo con la mejor gracia del
mundo.
-
Señores, el
boleto del concierto incluye también una cena, así que somos pocos, acompáñenos
a nuestra casa que, después de comer, el maestro ejecutará las piezas
programadas.
Al otro día, el teatro colmó sus localidades. El rumor
de la cena los había animado. Al final del concierto, hasta altas horas de la
noche, algunos asistentes buscaban por todas partes al pianista.
AGUAFIESTAS
Conocido por su vena irónica, el señor Brecht era
invitado frecuentemente por un amigo a ciertas reuniones sociales para que se
hiciera cargos de algunos petimetres a quien el amigo detestaba.
-
Mire amigo, Brecht,
ahí está ese antipático de Günther, en cada reunión que asiste, se llena la
boca pregonando que desciende de barones y marqueses de sabe Dios qué lugares,
siempre quiere ser el primero en todo.
Reunidos en una ronda de diez, el tal Günther
aprovechó la situación para hacer un brindis, antes que alguien se le
adelantara. Con los cristales al tope de exquisito Champan, dijo
ceremoniosamente.
-
Quisiera brindarles
el honor para que me acompañen en este brindis por la memoria de mi bisabuelo,
el barón de Vertshubeen que acaba de fallecer hace dos noches en su palacio.
Todos dijeron salud y bebieron con elegancia. Los mozos
sirvieron una segunda ronda.
-
¿Y este segundo
brindis por quién?, interrogó Günther pasando la mirada de rostro en rostro.
-
Por usted, dijo
el señor Brecht seguramente querrá ser el primero en seguirle.
CUADRO
TEATRO
LLENO
Preocupado porque no era un actor
conocido en la ciudad, el director – actor de un grupo teatral habló con el
señor Brecht.
- La puesta en escena de esta obra
ha tenido éxito donde la he representado, pero no puedo correr el riesgo de que
no se vendan las cuatrocientas localidades del teatro que nos quieren alquilar,
dijo el actor.
Brecht se rascó la barbilla y le dio la
solución. Como era de esperar, el teatro se llenó de palmo a palmo. El aviso
publicado en el periódico atrajo al público como abejas a la miel. Hoy, entrada
gratuita. Después del primer acto y bajado el telón, la gente empezó a aplaudir
a rabiar. Antes del segundo acto, el actor – director salió al escenario y
anunció:
- Bien señores, veo que están
convencidos que la obra es genial y que los actores no los hemos defraudado.
La gente asintió y los aplausos
cobraron mayor entusiasmo.
- Bien, pues entonces,
continuó el actor – director, mientras
nos preparamos para el segundo acto, sirvan acercarse a la boletería a hacer el
pago respectivo.
SUEÑOS
DE CIEGO
Habiendo salido tarde rumbo a la
oficina, el señor Brecht llegó al paradero del autobús, donde había una fila de
gente esperando.
- Hoy debía llegar temprano y con
esta larga cola llegaré más tarde de lo que pensaba,
se dijo.
Rápidamente regresó a su casa, se
proveyó de unos lentes oscuros y un viejo bastón y regresó presuroso al
paradero del autobús.
- A ver, denle preferencia a este
hombre que es ciego, dijo una bondadosa señora.
Recordando sus mejores actuaciones en
el teatro de la escuela, el señor Brecht llevó a cabo su papel de invidente con
gran maestría. Acomodado al lado de un hombre con cara de curioso, éste lo
interrogó:
- Dígame, buen hombre, usted
sueña.
Sin titubear, el señor Brecht le
contestó:
- Por supuesto, sino que como soy
ciego no veo lo que sueño.
CONCIERTO
DE VIOLÍN
Una amiga de la señora Brecht llevó a
su hija, que tocaba el violín, a la casa del señor Brecht para que escucharan a
ese “prodigio” de muchacha. Ya
instalada la joven en la sala, la madre anunció con gran solemnidad: un
fragmento de uno de los caprichos de
Paganini. La joven de unos veinte años le dio al violín y al arco con gran entusiasmo.
- ¿Verdad que es todo un genio?,
dijo la afanosa madre antes de retirarse con la hija.
Ya a solas, mientras cenaban, la señora
Brecht preguntó a su marido qué le había parecido.
- Realmente
me ha sorprendido, la muchacha tiene una técnica admirable para maltratar a Paganini.
CUESTIÓN
DE MANO
Compraba el señor Brecht comestibles en
una tienda de abarrotes, cuando lo abordó un amigo de juventud que había
atravesado por una crisis económica muy grave. El señor Brecht, que no era un
hombre muy adinerado que digamos, lo había socorrido con una cantidad de dinero
con la cual el hombre se estaba recuperando. La señora Brecht le había elevado
el cheque por el importe personalmente:
- Amigo, Brecht, cómo está usted.
Ya saldaremos esa cuenta dentro de poco. Agradézcale a su señora por el gesto
de llevarme el cheque. Ahora me despido, no sin antes estrecharle esa mano
bendita que hace obras tan buenas.
Brecht, algo contrariado le contestó:
- No tiene por qué amigo, solo
quiero aclararle que yo firmo con la derecha.
PODER
DIVINO
Un vendedor de baratijas que llegaba a
la ciudad solía instalarse los días domingos en la plaza principal para atraer
a los transeúntes y paseantes con esa labia que parecía hipnotizar a quién lo
oyera. Cada vez que presentaba algún producto, buscando dar veracidad a lo
ofrecido, culminaba con una coletilla ¡Que
Dios me corrija!
La gente, a pesar del aspecto grotesco
del comerciante (casi enano, jorobado, regordete y contrahecho), compraba a
manos llenas. El señor Brecht que se hallaba entre los presentes, cuando escucho
al vendedor decir su repetitiva frase: ¡Que
Dios me corrija!, le dijo q su esposa que se hallaba junto a él:
- ¡Gran trabajo que le va a
costar, hacer eso!
ESPERA
La estación del tren se hallaba a unos
minutos del centro de la ciudad, al lado de un viejo cementerio.
- Si no te das prisa perderás el
tren, dijo la señora Brecht terminando de
colocar algunas camisas en su acostumbrada maleta de viaje.
- No te preocupes, querida, esos
trenes nunca son puntuales.
Ya en la estación, el señor Brecht
fumaba un cigarrillo y leía las noticias del diario. El tren, como había
supuesto, llevaba más de media hora de retraso. Un señor se avanzada edad que
esperaba el mismo tren, le dijo:
- A quién se le habrá ocurrido
construir una estación de tren al lado de un cementerio.
Dejando de lado el periódico, el señor
Brecht le contestó:
- Es para enterrar a los que se
mueren esperando el tren.
NEGATIVA
IRREVOCABLE
El dueño de una revista musical
perseguía al señor Brecht para que le escribiera un artículo sobre ópera
italiana: Puccini, Verdi, Donizetti.
- Nadie como usted, Brecht conoce
a esos músicos, dijo el empecinado director de
la revista.
Brecht seguía reacio a ese encargo,
pues, consideraba al solicitante un patán.
- Le aseguro, Brecht, que no me
iré de aquí son ese artículo. No hay nada que mi dinero no pueda conseguir. Le
pagaré el precio que usted quiera y aún más.
El señor Brecht lo miró con disgusto y
dijo:
- Para mí sigue siendo poco.
ENCUENTRO
DIVINO
- Ese hombre es tan vanidoso que
no creo que haya nadie que lo soporte más de un minuto,
dijo al señor Brecht unos de los
invitados.
El señor Brecht vio al tipo aludido
rodeado de un buen grupo de contertulios que lo escuchaban atentamente.
- Pues, eso no es lo que parece,
observe con que atención lo escuchan, dijo Brecht
sonriendo y provocando la ira del maledicente.
Luego de unos minutos, el murmurador
volvió al ataque:
- Si le quitáramos la vanidad a
ese patán no le quedaría ni el traje. Ya me imagino cuando tenga que
encontrarse con Dios.
El señor Brecht contestó:
- Lo tratará de tú a tú,
seguramente.
OREJA
JUSTICIERA
Bebía un café el señor Brecht junto a
un amigo, cuando repentinamente se acercó a la mesa un conocido lenguaraz y,
sin mediar permiso alguno, pidió un café y se sentó con ellos. A los pocos
minutos comenzó a chacharear sobre un personaje conocido por los tres.
Mientras el hombre lanzaba sus
invectivas el señor Brecht cubría su oreja izquierda con una mano. Cuando se
retiró el intrigante, el amigo de Brecht le preguntó porque se había tapado una
oreja.
- Con esta voy a escuchar al otro
cuando nos encontremos.
VACACIONES
Hospedado con su esposa en un hotel
cerca de una villa vacacional, el señor Brecht se acomodó en su cama para
dormir. Su esposa dormía como una roca, pero él no podía conciliar el sueño,
pues, por seguridad, el hotel tenía un vigilante por piso que hacia su ronda
durante toda la noche. Desvelado por ese incomodo ir y venir continuo, el señor
Brecht se asomó al pasillo y, al ver los ojos somnolientos del vigía, le dijo:
- Oiga, buen hombre, sí usted se va
a dormir, yo y usted pasaremos una noche placentera, no cree.
HACIA
EL MÁS ALLÁ
Tomando un té en una hostería, un amigo
del señor Brecht, comerciante viajero, le dijo con voz afligida:
- Lo que más temo, mi querido
señor, es morirme en otro país, lejos de mi patria. Lo único que me consuela es
que he dejado dispuesto que si eso sucede, mis restos sean repatriados lo más
rápido posible.
Brecht bebió un largo sorbo de té, y le
dijo:
- Por qué se preocupa por eso, la
entrada hacia el más allá es el mismo desde cualquier lugar.
DIFERENCIA
ESPECÍFICA
Discutía el señor Brecht sobre poética
con un fanático conservador quien pretendía imponer sus puntos de vista a como
diera lugar. Sumamente exaltado, el hombre dijo solemnemente mirando a todos
los presentes:
- Le pregunto al señor Brecht.
¿Qué cree que lo hace diferente a mí?
Brecht lo miró sonriendo y dijo:
- Que si yo discutiera con un
imbécil seguiría siendo el mismo.
EL
BUEN SENTIDO
Después de leer unos párrafos de su
última novela, el amigo del señor Brecht lo felicitó por los éxitos que estaba
alcanzando como escritor.
- Vaya, pensaba que no te gustaba
lo que tu amigo escribe, le dijo la señora Brecht a su
esposo, mientras el escritor era acosado por algunos entusiastas admiradores.
- La gente de este tipo lee lo mismo
que come: la buena o mala lectura los tiene sin cuidado, lo mismo que la buena
sazón. Tienen hambre, pero poco gusto.
VELADA
POÉTICA
Asistió el señor Brecht a una velada
literaria invitado por un amigo. Un poeta, de esos que se compran por kilos y que
mejor sería meterlos en una conserva, había organizado en su casa un recital,
donde los únicos poemas que se escucharían eran los de él. Después de unos
tragos como para avivar los oídos, el poeta en cuestión comenzó:
La risa salió de mi boca
como sale el pan de una
panadería,
y mi amiga se sonrió como una
loca,
sin saber de lo que me reía.
Después de unos sosos y aburridos
versos, que aquel moharrachero recitaba con una voz atiplada y afectada, al
señor Brecht lo venció el sueño y se pasó el resto de la velada repantigado en
una cómoda poltrona. Cuando el poeta dio fin a su lectura, los presentes
aplaudieron por cortesía. El hombre de las musas pidió una opinión aquí, otra
allá y otra acullá. Queriendo ofender al
señor Brecht, a quien los generosos aplausos habían ya despertado, dijo con
tono acido:
- ¿Qué podría preguntarle a usted
que se ha pasado dormido toda la velada?
- Porque no, contestó el señor
Brecht, así le he dado mi opinión.
REFRÁN
Un hombre excesivamente flaco daba un
discurso en una plaza pública en la cual el señor Brecht y su dentista daban un
paseo.
- Por eso les digo, cuídense de
aquellos a quienes hacemos favores, pues, la ingratitud reina por todos los
caminos del señor. Recuerden, cría cuervos y te sacarán los ojos.
El señor Brecht echó una mirada a su
dentista y le dijo:
- Este tipo no crió cuervos sino
sanguijuelas.
IDIOMAS
Llegado un amigo del señor Brecht de
Francia, donde había pasado varios años como consultor de una firma comercial,
no dejaba la oportunidad de soltar en cuanto la ocasión lo permitiera, alguna
palabra en francés. Los bon appétit, los bonjour y los merci ben coup salían de los labios del galómano con una afectación
que hacía sonreír al señor Brecht, pero no al amigo que lo acompañaba, que
aparte de su lengua materna, no conocía ni el good morning, lo cual lo hacía sentir un poco incómodo y
disminuido, sobre todo, cuando escuchaba parlotear a ambos en francés.
- ¿Y usted, buen hombre, es
también poliglota?, preguntó el recién llegado.
Al ver el rostro de sorpresa de su
amigo, el señor Brecht repuso:
- No, él es monóglota.
PROBLEMAS
DE TAMAÑO
Estando en la iglesia, el señor Brecht
observó que había un nuevo cura, algo regordete, medio calvo y de baja
estatura. Un señor que estaba al lado de él, aprovechando que el coro entonaba
una canción, le murmuró:
- ¿Por qué será que todos los
sacerdotes de esta iglesia son de baja estatura?
Ante esa tonta pregunta, el señor
Brecht encontró una respuesta justa:
- Es para estar más cerca de Dios.
GALICISMO
Se representaba en el Gran Teatro de la
ciudad La dama de las Camelias, de
Alejandro Dumas hijo, la versión posterior que para la escena hiciera el
escritor francés, cuando uno de los actores se golpeó fortuitamente con una
mesa y pronunció un sonoro ¡ay! que
no estaba en el libreto.
- ¿Qué dijo?,
preguntó una distraída señora que estaba al lado del señor Brecht.
- No sé, le contestó debe estar en
francés.
BOMBAS
INCENDIARIAS
En la sesión de elecciones municipales,
los miembros del Partido Reformista
se trabaron en una feroz polémica. Las horas pasaban y no se llegaba a un
consenso general. El señor Luck, un empecinado recalcitrante, profería
diatribas a todo aquel que osaba contradecirle. Como sus propuestas caían en
saco roto, Luck se levantó de su silla y dijo con voz estentórea y amenazante:
- Señores, creo que mi presencia
aquí no es bienvenida, por lo que renuncio a este partido y, por las
circunstancias, me veo obligado a pasarme a las filas del partido opositor.
Cuando se marchaba y, ante la
incertidumbre de todos los presentes, el director de debates dijo:
- Pienso en las consecuencias que
tendrá la ausencia del señor Luck.
El señor Brecht, con su serenidad
característica, dijo:
- No se preocupen señores, su
ausencia nos va a favorecer. El señor Luck es como las bombas incendiarias, solo
hace daño donde cae.
LÓGICA
INFANTIL
Atendiendo a una llamada de su hermana,
el señor Brecht se presentó una mañana muy temprano.
- Ya no sé qué hacer con este
muchacho, me paso gran parte del año yendo a la escuela para ver como justifico
su mala conducta.
La madre, ofuscada y contrariada, no
encontró mejor manera para enmendar al niño que mandarlo a la iglesia. El señor
Brecht, hombre de posición agnóstica, pero tolerante, prefirió no opinar y
cumplir con el encargo sin chistar. En la primera misa del domingo, tío y
sobrino entraron a un concurrido sermón. Ubicados en segunda fila, el niño de
unos siete años parecía muy atento a las palabras del cura. Quejándose de las
guerras y los conflictos sociales que sacuden el mundo, el cura tomó la ostia y
alzando los brazos dijo:
- Te
suplicamos humildemente, Dios todopoderoso, que por medio de tu santo ángel
hagas presentar estas ofrendas en tu sublime altar, ante la presencia de tu
divina majestad…
Y casi al borde de las lágrimas, agregó
mirando a los feligreses:
- ¡Qué
puedo hace para que Dios escuche mis oraciones y acabe de una vez con esto!…
- Grítele más fuerte,
se escuchó la voz del niño.
TÍTULO
SUGESTIVO
En el salón del municipio de la ciudad,
el alcalde había colocado un cuadro muy vistoso donde se veía a dos hombres en
el campo dándose un abrazo. Debajo habían colocado un ánfora y sobre ella un
escueto aviso donde se leía.
Colóquele nombre al cuadro
y gánese dos pasajes al lugar
que usted elija.
Pasando por la alcaldía para hacer un
trámite, la esposa del señor Brecht le dijo:
- Cuanto me gustaría ganarme esos
pasajes, pero la verdad es que no se me ocurre ningún nombre.
El señor Brecht se sonrió y le dijo:
- Pues, a mí sí.
Tomó un pequeño papel y escribió unas
breves palabras. Camino a su casa, su esposa lo interrogo:
- Se puede saber que escribiste.
- Claro, La paz y la justicia.
La mujer frunció el ceño.
- ¿Y qué significa eso?
- Se encuentran tan pocas veces.
LO
MENOS MALO
En una reunión del club de
filatelistas, el señor Brecht se pasó la tarde hablándole a dos coleccionistas
que había llevado un gran número de estampillas para intercambiar con otros
socios. Ya entrada la noche y a punto de retirarse, se le acercó uno de los
secretarios de la institución, hombre correcto y de finas maneras.
- No entiendo como un hombre como
usted ha podido pasarse la tarde hablándole a ese par de pelmazos que son tan
indigestos.
Brecht se sonrió y le dijo:
- Peor hubiera sido el horror de
escucharlos.
CUADRO
Caminando por el bulevar de los
artistas, el señor Brecht se quedó observando las pinturas de unos jóvenes
artistas. Le llamó la atención un cuadro donde dos jóvenes pastores habían
contraído matrimonio.
Un hombre de pronunciada calvicie y con
un ridículo bigote, acercó la mirada al cuadro con aires de crítico de arte. El
autor del cuadro se emocionó, pues, veía en ese gesto una venta segura.
- Hay ciertos defectos cromáticos
que le llevan a pensar que la sustitución de la imagen visual de los objetos
por una concepción mental no está bien definida.
El muchacho se quedó de una pieza y en
su rostro se dibujó una leve frustración. El señor Brecht fue al rescate del
desconsolado joven.
- Yo lo veo desde otra
perspectiva. Usted ha hecho una obra maestra jovencito. Ha demostrado que hasta
en pintura es difícil hacer un buen matrimonio.
El hombre de la pronunciada calvicie se
sintió un insecto a quien le han lanzado una carga de insecticida. Hizo una
venia de despedida y se marchó raudamente.
COLORES
PRIMARIOS
Un amigo del señor Brecht exponía sus
cuadros en una exposición compartida con otro pintor al cual no lo tenía en
buenas migas.
- Bonito cuadro,
dijo el quisquilloso pintor con cierto tono de envidia.
- Gracias, me llevó un año, tuve
que luchar con colores de gran brillantes por la preeminencia de colores primarios…
- Un año,
dijo cortándolo y en tono de sorna, en un
año puedo pintar hasta veinte cuadros.
Algunos presentes arquearon las cejas,
uno carraspeó estruendosamente y otros quedaron sorprendidos al igual que el
amigo del señor Brecht.
- Sí,
pero, sus pinturas, por lo que he visto, no durarán ni un año, dijo el señor
Brecht sonriente.
PUNTO
DE VISTA
Iba el señor de compras con su esposa
por una de las principales calles de la ciudad, cuando se cruzaron con una
conocida.
La señora Brecht la saludo cortésmente,
pero la otra mujer se hizo la desentendida y paso de largo.
- ¿Qué desfachatez la de esa
majadera?
El señor Brecht se sonrió y le dijo:
- ¿Por qué te enoja ser más
educada que ella?
CABALLEROS
En el bar donde el señor Brecht y unos
amigos jugaban a las cartas, entró un exmilitar que tenía la costumbre, cuando
estaba pasado de copas, contar a cada punto chascarrillos de pésimo gusto.
Pasadas las horas y viendo que ya las damas se habían retirado, el
chascarrillero fue poniéndose cada vez más hostil.
- Señores, dijo, en vista que las damas
ya se han retirado, permítanme contarles unas anécdotas muy picantes.
El señor Brecht colocó las cartas que
tenía en la mano sobre la mesa y mirándolo amenazadoramente le espetó:
- No había damas, pero hay
caballeros.
El exmilitar apuró su trago y se marchó
disimuladamente.
- Ganaste la partida, Brecht,
le dijo uno de sus amigos.
CURIOSOS
Y OBSERVADORES
Invitó el señor Brecht a un amigo de
infancia para que diera a los niños de una escuela una charla sobre la creación
del universo; teniendo en cuenta que él, como profesor universitario
especialista en temas de astronomía, había escrito muchos libros sobre el tema,
le resultaría sencillo explicar un tema tan complicado a niños cuyas edades
iban entre los siete y nueve años.
- Vamos, amigo Brecht, no te
preocupes, esto será de lo más sencillo, los niños son tan curiosos y
observadores que me será fácil captar su atención.
El señor Brecht celebró el entusiasmo
contagiante del amigo. La charla se llevó a cabo en el auditorio de la escuela
donde asistieron alrededores de cien muchachos. El expositor habló de planetas,
nebulosas, galaxias, satélites, polvo cósmico con tal emoción que los niños se
mantuvieron atentos durante la hora que duró la exposición. Luego de los
aplausos de rigor, el señor Brecht, con una sonrisa de satisfacción, preguntó:
- Y bien, futuros astronautas,
¿Qué los ha impresionado más?
Un mocoso de los más pequeños que
estaba en primera fila dijo:
- El hueco que tiene el señor en
los fundillos.
“Curiosos
y observadores, no”, pensó el señor Brecht más rojo
que una ciruela.
ATARDECER
Al ver que el señor Brecht pasaba largo
tiempo inmóvil viendo el ocaso, una mujer se le acercó y le dijo:
- ¿Qué hay de prodigioso ahí para
que pierda el tiempo de esa manera?
El señor Brecht la miró como quien mira
una mosca molestosa.
- Tendría que tener usted mis ojos
y mi alma para percibirlo.
UN
UCASE
Asistió el señor Brecht con su esposa a
una exposición de esculturas, cuando entre los cuantiosos concurrentes asomó la
figura de un hombre regordete, calvo y de vistoso bigote.
- Mira,
le dijo a su esposa, ese no es el
sinvergüenza que habló mal de ti en una oportunidad.
El señor Brecht alzó la mirada y no
dijo nada. A la hora de los brindis, el sujeto, que era uno de los presentadores
de la muestra, dijo ceremoniosamente.
- Agradezco vuestra presencia, sin
ustedes, que sería del arte.
Y viendo al señor Brecht a pocos
metros, dijo:
- Permítanme brindar por el señor
Brecht, aquí presente.
El señor Brecht movió la cabeza de un
lado a otro provocando en el oferente cierto fastidio.
- ¿Cómo, no me recuerda, usted?
- La verdad que no, no soy
rencoroso.
La esposa del señor Brecht se sonrió al
ver el rostro desencajado del tipejo.
PASEO
POR EL BOSQUE
Paseaba el señor Brecht con su amigo
Otto por el bosque. La cojera del amigo retrasaba el andar; el señor Brecht
aprovechaba para recoger hojas para su colección. Flores y hojas lo
entusiasmaban como a un niño.
- Esta pierna estevada es
caprichosa, pero la otra no se deja amilanar y la lleva a cuestas,
dijo el señor Otto a media voz y con untuosa sonrisa.
Detenidos en una cabaña donde vendían
refrescos, licores y buenas meriendas, ambos se acomodaron en una de las
rusticas mesas cerca de una ventana. Pidieron lonjas de ganso asado, arenque con
cebolla y salsa de mostaza y una jarra de cerveza fresca. A los pocos minutos
entraron tres hombres de mediana edad. Uno de ellos, un gordinflón fofo y
bizco, no le tenía ninguna simpatía al señor Otto. Bebieron cerveza. Al poco
rato, algo ebrio, el hombre bizco le gritó al señor Otto:
- ¿Y cómo va esa pierna?,
preguntó el bizco son sorna.
Otto, sonriendo, le contestó:
- Torcida como usted ve.
ALGO
DE LÓGICA
Conversaban en un café el señor Brecht,
un amigo y un recién llegado que era conocido del amigo de Brecht. Ya le había
advertido su amigo al señor Brecht que aquel tipo tenía fama de hablar mal de
medio mundo. A los pocos minutos ingreso un señor muy elegante con una vistosa
dama que parecía ser su esposa. Mientras pedían la comida, el lenguaraz dijo:
- Yo puedo hablar mal de ese tipo,
porque gracias a mí obtuvo la gerencia general de un importante banco, la buena
remuneración que recibe y todas las gollerías a las que se hace acreedor de un
ejecutivo de ese nivel.
El señor Brecht se sonrió y le dijo:
- Por lo que escucho, usted no
tendría necesidad de apelar a esos títulos, usted debe estar acostumbrado a
rajar de las personas gratuitamente.
QUINCENARIO
La asociación de Intelectuales por el
Arte había sacado un boletín informativo cultural cada quince días al que
llamaron “Las voces de los otros”. La difusión fue un éxito, no sólo por los
buenos artículos que contenía sino por su distribución gratuita en escuelas y
universidades. Después de los primeros veinte números no hubo problema alguno.
Un día el señor Brecht, tesorero de la Asociación y encargado de la edición del
boletín, se presentó ante los asociados y dijo:
- Lamento informarles que no habrá
dinero para sacar un número más, las cuentas están en rojo.
Los asociados, reunidos en el gran
salón de la asociación, se miraron desconcertados. El presidente intervino:
- Lo que me preocupa es que hemos
estado apareciendo como quincenario. Pero ahora que no sabemos con qué
periocidad sacaremos el boletín, como lo llamaremos.
- Muy fácil,
dijo el señor Brecht en tono humorístico y como para aliviar las tensiones. Ya no quincenario sino cuando podamos sa –
car – lonario.
HONRAS
FÚNEBRES
Cuando falleció uno de los principales
banqueros de la ciudad, hombre usurero conocido por la gente como “corazón de
piedra”, un gran número de personas acompañaron el cortejo fúnebre hasta el
cementerio. El señor Brecht, obligado por las circunstancias, se hallaba entre
el séquito. El padre Thomas fue el encargado de despedir al difunto antes que
regresaran sus restos a la tierra.
- Envía tu espíritu y serán
creados, y renovarás la faz de la tierra. Oh cuán bueno y cuán suave es, Señor,
tu espíritu en nosotros, dijo el padre Thomas y todos
los presentes cayeron de rodillas. Ven,
Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego
de tu amor.
Y, elevando los brazos abiertos hacia
el cielo, concluyó:
- Recibe el alma de éste, tu hijo:
El señor Brecht susurró al oído de su
amigo Fritz:
- No creo que el Todopoderoso
quiera aceptarla.
GOLPES
BAJOS
Hay gente tan envidiosa que siente
envidia hasta de los muertos. Y éste era el caso de Bentham Krupp, un agente
viajero que se mordía las orejas cada vez que se encontraba con el señor
Brecht, quien en los albores de su juventud, había sido catalogado como el Príncipe
de los agentes viajeros del país. Estando de paso por la ciudad, Krupp encontró
bebiendo unas cervezas al señor Brecht con unos amigos en la taberna del viejo
Gunther: Algo picado por la cerveza, Krupp, que se hallaba sentado solo, como
era su costumbre, dijo con voz estentórea:
- ¡Cómo está, Brecht!, veo que me
han engañado al decirme que ya no tenía amigos porque había perdido la
decencia.
Brecht, sonriente, elevó su vaso y
dijo:
- No crea, Krupp, en todo lo que
dicen; a mí también me contaron que usted había encontrado la suya.
RISTRA
Cuando Kurt Grundet, secretario general
de la junta de Accionistas de Trouel Motors comenzaba su informe semestral,
empezaba la tortura para quienes tenían que escuchar sus ampulosas
observaciones. “No olviden su almohada”,
decían algunos. “Y su despertador”,
agregaba otro. El día de la reunión, el señor Brecht, pertrechado en su butaca
en el centro de la reunión, escuchaba impasible el somnoliento discurso que ya
llevaba más de una hora. En un momento, Grundet, para mencionar un hecho en
cuestión que era harto conocido por todos, dijo:
- Y esto bien que lo saben todos:
ateos y creyentes, tirios y troyanos, judíos y cristiano, comunistas y
capitalistas, católicos y protestantes, güelfos y gibelinos, idealistas y
realistas, romanos y cartagineses, capuletos y montescos.
En eso se escuchó la voz del señor
Brecht:
- Entretenidos y aburridos.
INTERVENCIÓN
OPORTUNA
Aficionada la señora Brecht a las
manualidades, había adquirido en cuantiosos y dedicados años a elaborar verdaderas
joyas ornamentales. Sus adornos eran bien solicitados por coleccionistas y
público en general. Una amistad suya de la escuela secundaria, algo celosa del
éxito de su compañera había optado desde hacía un año el mismo hobby, pero sin la destreza de la señora
Brecht y sin el menor éxito. Un día que se apareció en casa de los Brecht, el
señor Brecht se hallaba ensimismado en una partida de solitario.
- ¿Cómo estás, querida, tiempo que
no me visitas, deberías venir más seguido, te aseguro que temas de qué hablar
no nos faltarán?
La mujer, con algo de vanidad contestó:
- Si viniera más frecuentemente la
gente pensaría que soy yo quien hace tus adornos.
La señora Brecht se quedó contrariada.
El señor Brecht, alzando la vista de sus naipes, dijo a su esposa:
- Deberías ser tú quien vaya a la
casa de ella, te aseguro que nadie va a pensar que tú haces los de tu amiga.
LA
VOLUNTAD DE DIOS
Después de unas breves vacaciones, el
señor Brecht se hallaba en la estación de buses esperando la salida del ómnibus
que lo regresaría a casa.
- Ya llevamos dos horas esperando,
qué barbaridad, esto es un abuso, se quejó la
señora Brecht mientras éste fumaba tranquilamente su pipa.
Un hombre de gruesos anteojos que
estaba junto a ellos escuchó que el señor Brecht le decía a su mujer:
- El nuestro es un autobús
católico querida.
De improviso, el hombre de gruesos
anteojos mirando su boleto preguntó:
- No me diga que sólo es para
aquellos que profesan esa religión.
- No, amigo, lo que pasa es que
sale cuando Dios quiere.
SORDERA
Jugaba el señor Brecht al dominó con un
grupo de amigos en el BÜRKLI; BAR, cuando de improviso salió a colación un tema
sobre la sordera. El señor Fusch, que era otólogo, se explayó en los motivos
que generaban la disminución y privación de la facultad de oír. Uno de los que
estaba ahí presentes, frecuentemente decía: ¡Qué
dijiste!, ¡Qué dijo!, ¡Qué dijeron!
- A usted hay que hablarle a cada
momento en voz alta, vaya a mi consultorio, me gustaría auscultarlo,
dijo el otólogo.
Otro de los presentes, comentó que
también había sordos por conveniencia.
- No es el caso de él,
comentó el señor Brecht, él no escucha ni
lo que le conviene.
CONCIERTO
En una reunión del comité de Damas
Caritativas se daba un pequeño concierto para reunir fondos para ayudar a un
hospicio. La convocatoria había resultado un éxito, pues, en la sala se
contaban más de cien personas. Un cuarteto de Mozart era interpretado por
cuatro señoras de avanzada edad: primer violín, segundo violín, alto y
violoncelo. Terminada la intervención se escucharon aplausos. Unas
impertinentes damas habían llevado a sus mascotas; una un pequeño pekinés y
otra con un gato de angora. El perro, en un descuido de su dueña, salto de su
regazo ladrando al gato quien escapó entre sillas y bambalinas, provocándose un
estridente sonido donde los ladridos se confundían con los maullidos. El señor
Brecht, mirando a su mujer, le dijo:
- ¡Vaya, por fin vamos a escuchar
buena música!
ANZUELO
Decididos a darse unas vacaciones, el
señor Brecht y su esposa abandonaron la ciudad y tomaron la carretera que iba
al norte. Después de dos horas de camino, divisaron aun lado de la carretera a
una pareja de jóvenes que, con la capota descubierta, trataban de reparar un
destartalado automóvil.
- Veré que puedo hacer por esos
jovencitos, dijo el señor Brecht deteniéndose en
la vía auxiliar.
Los jóvenes, un muchacho y una
jovencita de unos veinte años, se acercaron al vehículo del señor Brecht.
- ¿En qué podemos ayudarlos?,
preguntó la señora Brecht.
- ¿Podría llevarnos hasta el
pueblo más cercano? Son 30 kilómetros más o menos.
Ya en el coche, el señor Brecht,
preguntó:
- ¿Problemas con el motor?
- No,
contestó la muchacha
- Entonces… alguna de las llantas.
- Si no tiene, bueno, es decir,
que las que tiene no le sirven de nada. El caucho está ya vencido.
El señor Brecht se mostró intrigado.
- Jamás tenemos dificultades con Anzuelo.
- ¿Anzuelo?,
preguntó Brecht sorprendido.
- Así es como llamamos a esa
chatarra inservible. Vera usted, son pocos automóviles que pasan por aquí, dijo
el muchacho. La mayoría son una lata y no quieren detenerse a darnos un
aventón. Pero desde que compramos a Anzuelo
en un remate, las cosas han cambiado.
El señor Brecht se rascó la barbilla y
dijo:
- Me quiere decir que ese automóvil
no sirve para nada.
La muchacha, que permanecía callada,
agregó:
- ¡Oh! No, claro que nos sirve. Le
faltan las ruedas de un lado, no tiene motor. Pero con su ayuda, nunca faltan
personas generosas como ustedes que nos den un aventón gratis.
CONCLUSIÓN
OPORTUNA
En un almuerzo de camaradería
organizada por la Asociación de “El buen
ciudadano”, el señor Brecht se hallaba entre los comensales que llegaban casi a un centenar. El
retraso del Director del Comité Organizador hizo refunfuñar a más de uno a
quien el hambre hacía tronar las tripas. El subdirector, preocupado por la situación,
ordenó a los mozos que sirvieran la ensalada, como para ir animando en algo a
los ya exaltados invitados. Cuando miraban la ensalada con ojos golosos, apareció
el Director, nervioso y sudoroso. Luego de la presentación que hizo el subdirector,
donde no faltaron los cohetones de rigor, el Director carraspeo dos veces y
dijo:
- Cuando Miguel Ángel tomó el
martillo y el cincel…
Confuso y turbado, y mientras buscaba
en su saco el discurso que había preparado, repetía la frase sin poder recordar
nada más de lo que había escrito en el bendito discurso que no aparecía.
- Cuando el gran Miguel Ángel tomó
el martillo y el cincel…
El señor Brecht se puso de pie y acudió
en su ayuda:
- Así es, estimado Director. Cuando
Miguel Ángel tomó el martillo y el cincel, para iniciar su labor que le ponía los
nervios de punta, ya había dado cuenta de una sopa de trigo con puerros, pollo
frito con cebolla, azafrán y perejil, para asentar el almuerzo, media jarra de
vino Trebbiano que era su preferido…
Luego de una breve pausa, agregó:
- En cambio nosotros todavía estamos
en ascuas…
Y sin añadir palabra alguna, tomó un
tenedor y comenzó con su ensalada.
LECCIÓN
DE HONOR
Estaba el señor Brecht dando un paseo
por el parque observando a unas palomas, cuando se le acercó un desconocido
abogado cuya fama de indiscreto le había valido el mote de “baúl que habla”.
- ¿Cómo esta Brecht, bonita mañana
verdad?
De inmediato, el señor Brecht se acordó
del dicho de que cuando el diablo reza es porque el alma quiere.
- Sí, bonita en verdad, contestó
secamente.
Luego de un breve silencio, el abogado
comento:
- Me he enterado de que su amigo,
el señor Hepp quiere vender ciertas tierras que tiene en el norte del país, y
es de suponer que debe haberle contado donde se encuentran.
- Sí,
respondió el señor Brecht como restándole importancia al tema. Pero me pidió que no dijera a nadie donde se
encuentran, para evitar intermediarios que quieran sacar provecho de la venta.
Los ojos del abogado brillaron como los
de un buitre que ha encontrado un buen trozo de carroña.
- Vamos, Brecht, ser indiscreto
alguna vez no es un pecado.
El señor Brecht lo miró con cierto
desdén.
- Preferiría darle mi automóvil,
que no tengo; al menos tendría la posibilidad de recuperarlo en algún momento o
comprarme otro. Pero si falto a mi promesa, pierdo el honor que no se puede
recuperar. Ahora me disculpa, voy a continuar con mi paseo.
ENIGMA
Almorzaba en el Club de Veteranos del pueblo el señor Brecht. A su lado, un hombre
que decía su descendiente de un conde belga conversaba y bebía coñac con otro
sujeto que parecía ser su abogado. Repentinamente, irrumpió en el comedor un
hombre gordo y de bigote copioso. Era un sastre que venía a cobrar una deuda.
- Siento interrumpir su reunión,
pero es intolerable que no me cancele esta deuda,
dejo mostrando un papel que parecía ser un pagaré. Ya ha pasado un año y hasta ahora no se ha dignado a asumir el costo
por los trajes que le he confeccionado.
El deudor lo miró tras un monóculo que
colgaba de su levita con una fina correa de armiño.
- Sepa usted que soy un caballero
y en este momento me encuentro pagando deudas de honor por las cuales he
empeñado mi palabra.
El hombre desesperado, se aliso los
bigotes, mirando a todos los presentes como clamando solidaridad. El señor Brecht,
que ya había terminado su almuerzo, se acercó a la mesa, tomó el pagaré que el hombre
blandía en las manos, y lo rompió en cuatro pedazos, luego se marchó.
- Pero qué hace, se ha vuelto
loco, gritó el hombre.
El hombre del monóculo movió la cabeza
con fastidio y extrajo unos billetes de su bolsillo y se los dio al sastre.
- Tenga, ya no le debo nada.
El sastre se marchó rascándose la
cabeza y sumido en una incertidumbre que casi tumba una mesa al salir.
UN
PELMAZO
A pesar de su agnosticismo, el señor
Brecht acostumbraba acompañar a su esposa a la iglesia los domingos por la
mañana.
- A ver si así sentado te cae la
bendición de Dios y te libras de cocinarte en el infierno, blasfemo.
Acostumbrado a los pequeños “sermones” de su mujer, el señor Brecht
se encogía de hombros, se colocaba su abrigo y su sombrero y le ponía el brazo
a su mujer para llevarla a su encuentro con el Señor.
Uno de esos domingos, el ministro,
sumamente emocionado, comenzó a hablar sobre las maravillas que encontrarían
los creyentes en el más allá; llevado por el entusiasmo que veía en los rostros
de su grey, comenzó a describir lugares edénicos con pinceladas cromáticas que
hubieran despertado la envidia de un Leonardo o un Tintoretto. Un muchacho con
rostro pícaro lo interpeló:
- ¿Usted cómo sabe que es así lo
que describe si nunca ha estado ahí?, dijo con
sorna.
El ministro quedose sorprendido ante
tamaña impertinencia y carraspeó como quien busca que Dios le envié un
salvavidas.
El señor Brecht saltó de su asiento
como impulsado por un resorte y le dijo:
- Alguna vez has visto a alguien
que quiera regresar de un lugar tan placentero, tarado.
La
gente no pudo ocultar su satisfacción y a punto estuvo de aplaudir la
ocurrencia que ponía en ridículo al desvergonzado muchacho. El ministro abrió
los brazos al cielo agradeciéndole a Dios por su ayuda.
SAN
PEDRO Y LOS BRACKETS
No muy entusiasmado, el señor Brecht
acompañó a su esposa a visitar a su hermana.
- Eres un remolón,
le dijo su mujer, te pasa tus horas de
ocio y tus días de descanso repantigado en la poltrona leyendo y fumando. ¿Es
qué tu cuerpo no siente necesidad de un poco de sol y aire fresco?
Cuando llegaron donde la hermana, el
señor Brecht encontró a su cuñada batallando con el mayor de sus hijos, un
mocoso antojadizo que debía desempeñar el papel de San Pedro en una obra de
teatro en la escuela por Navidad.
- Cálzate las sandalias de una vez
o vamos a llegar tarde y ahí sí que se va a armar la grande,
dijo la madre sumamente disgustada.
El muchacho, emperrado, quería ponerse
sus zapatillas de tenis.
- ¿Dónde se ha visto un San Pedro
recibiendo a las almas en el cielo con zapatillas de tenis?
Antes que el muchacho abriera la boca,
el señor Brecht dijo:
- Pero tampoco usaba brackets en
los dientes.
El muchacho le mostró los dientes con
una mueca burlona en el preciso instante que el señor Brecht recibía un codazo
en las costillas, cortesía de su mujer. Esa noche San Pedro lucia unas bellas
zapatillas de tenis y lucia su sonrisa despampanante.
g
MAESTRÍA
El esposo de una de las amigas de la
infancia de la señora Brecht daba una exposición de sus últimos cuadros. Aun cuando
el pintor caía al señor Brecht sumamente antipático, éste, por no discutir con
su esposa, se comprometió a acompañarla. Hubo brindis, lágrimas, felicitaciones
a granel por parte del anfitrión a los asistentes. Al notar que su esposo
miraba detenidamente un autorretrato del pintor, la señora Brecht le dijo:
- ¿Te ha gustado ese cuadro,
verdad?
Con una risa sardónica, el señor Brecht
contestó:
- La verdad que sí. Cualquiera no
es capaz de representa la estupidez con tanta maestría.
FALSA
ILUSIÓN
Acompañó el señor Brecht a un amigo a
la estación del tren. Este, que era escritor, se hallaba algo deprimido debido
a que sus libros parecían no tener mucha aceptación en el mercado infantil.
- No te preocupes, la gloria llega
con el tiempo, dijo el señor Brecht tratando de
elevar el ánimo del alicaído amigo.
Faltando pocos minutos para que el tren
partiera, un niño se desprendió de la mano de su madre y se acercó a donde
Brecht estaba con el amigo. El niño, que llevaba un libro en el que se veía la
foto del autor, dijo:
- No es usted el autor de este
libro.
El amigo del señor Brecht miró al niño
y, llevado por la emoción, dibujó una sonrisa estúpida.
- Sí, yo soy.
El niño miró a su madre que ya venía en
su busca.
- Por su culpa no puedo salir a
jugar con mis amigos. “Hasta que no termines con ese maldito libro no saldrás
de la casa”, me ha dicho ella.
Dicho esto, el niño le largó una patada
en la espinilla y se fue corriendo. El pobre señor Brecht miró al cielo como
implorando unas palabras para tratar de consolar lo inconsolable.
HOMBRE
DE EMPRESA
El municipio de la ciudad organizó un
homenaje a un octogenario empresario que era considerado uno de los hombres más
ricos del país. Los oradores se turnaron para rendirle tributo: “hombre visionario”, “adalid de masas”,
“mecenas prominente”, fueron algunos de los epítetos con que engalanaron la
vanidad del anciano. El más eufórico fue el alcalde quien no escatimó lisonja
alguna:
- Este insigne hombre llegó a esta
ciudad como si fuera un pordiosero, descalzo y semidesnudo, portando solo un
viejo talego.
Los aplausos y los hurras retumbaron en
el recinto como petardos. Un hombrecito que se hallaba al lado del señor Brecht
le preguntó:
- ¿Qué traería ese hombre en ese
talego?
- Unos cuantos millones, seguramente,
le contestó.
PRECAUCIÓN
De visita a una amiga que vivía en
Singapur y que estaba de paso en la ciudad, la señora Brecht se presentó con su
esposo, no sin antes advertirle que no saliera con una de sus ocurrencias.
Después de una copiosa cena donde no
faltó el salmón, las alcaparras con lechuga y postre de ciruelas, la señora
Brecht dijo complacida:
- La cena estuvo deliciosa,
querida.
- Gracias, dijo
la amiga satisfecha. Todo se lo debo a mi
madre, que aun teniendo trece hijos, se dio maña para enseñar a sus hijas la
buena cocina.
El señor Brecht, que permanecía
callado, sonriendo dijo:
- Debieron haberla puesto en un
pedestal para que su padre no pudiera alcanzarla.
GENEALOGÍA
Jugando al póquer, un vanidoso y
presumido individuo no dejaba pasar oportunidad alguna para resaltar el hecho
de que descendía de condes y barones.
- Mi tío, el conde de Alsacia,
solía jugar al póquer durante tres días seguidos, ganando enormes cantidades de
dinero, dijo el engolado.
Luego de algunas horas, más de uno
hubiera dado todo el dinero que llevaba encima con tal de asestarle un golpe en
la boca. De repente, el señor Brecht dijo cerrando el juego:
- Siento interrumpirlo, pero
vuestra majestad me adeuda una buena cantidad de dinero.
El hombre miró la escalera real que el
señor Brecht puso sobre la mesa y tuvo que tragarse su orgullo ante las
risotadas que generó la ocurrencia.
SOCIALISMO
Un líder socialista daba una charla en
el Club de veteranos de guerra, donde el señor Brecht tenía el cargo de
Promotor de Cultura. Entre el público se hallaba un periodista que tenía fama
de intrigante y aguafiestas. Terminado su discurso, el señor Brecht invitó a
los concurrentes a una ronda de preguntas. Como era de esperar, el cacógrafo
tomó la delantera.
- ¿O sea que si usted tuviera dos
viviendas compartiría una de ellas con quien no la tiene?,
preguntó el periodista.
- Así es, amigo, no dudaría en
ofrecerle una.
- ¿Y si tuviera dos yates, como
solo podría navegar en uno de ellos, compartiría con placer uno de ellos?
- Tenga
la seguridad que sí lo haría.
- ¿Y si tuviera dos cabañas en el
bosque no dudaría en compartir una de ellas?
- Naturalmente, amigo, claro que
lo haría.
Al ver que el tipejo se estaba poniendo
más empalagoso a cada momento, el señor Brecht decidió intervenir.
- ¿Y si tuviera dos automóviles,
también los compartiría?
- Eso no podría hacerlo,
respondió el señor Brecht con voz seria y rotunda.
- ¡Aja! ¿Y por qué no?,
preguntó el periodista, creyendo que había atrapado a la zorra en su red.
- Pues, porque los dos automóviles
si los tiene, dijo el señor Brecht socarronamente.
El periodista abandonó la sala
indignado, entre pifias y risotadas a granel.
EN
LA CARNICERÍA
El señor Brecht se encontró con un
amigo en la carnicería.
- ¿Cómo está usted, querido amigo?
- Bien, muy bien,
contestó el señor Brecht.
Dirigiéndose al carnicero, le dijo:
- Deme dos bistec, por favor.
- Le daré del más fino que tengo,
contestó el carnicero, mientras descolgaba un trozo de carne del garabato.
- No, no hay necesidad de que me dé
del más fino, hoy cocina mi suegra.
PREOCUPACIÓN
Estando en casa de su hermana, el señor
Brecht escuchaba como esta rezongaba porque su hijo mayor, un atlético
adolescente de diecisiete años, no regresaba a casa y ya era medianoche.
- Mira la hora que es y yo
preocupada porque este muchacho no regresa del baile con esa muchacha. Y bien
que se lo advertí.
El señor Brecht la miró con suspicacia
y le dijo:
- Quien se debe preocupar es la
madre de la muchacha.
SIMPLE
DEDUCCIÓN
Es la juramentación del nuevo
presidente de la Legión de Veteranos de Guerra, el candidato electo lucía un
visible moretón en el ojo derecho. Entre los cuantiosos concurrentes, el señor
Brecht llenaba el crucigrama del diario.
- Acepto este cargo con el
compromiso de hacer de nuestra institución un organismo serio y transparente.
Los aplausos de sus seguidores no se
hicieron esperar. Los adeptos al presidente saliente se abstuvieron de
manifestarse.
- Yo no pienso llevar esta
gloriosa institución como la ha llevado mi antecesor, hombre arbitrario y
sectario que ya tendrá que rendir cuentas, y subrayo lo de rendir cuentas al
nuevo tesorero.
Las hurras salieron de entre el público
como petardos en noche buena.
- ¿Por qué no va y se lo dice en
su cara?, gritó un eufórico opositor.
El nuevo presidente, elevando la frente
dijo:
- ¿Y por qué crees que estoy así,
infeliz?
SEGURIDAD
Pensando en el refrán que es mejor
prevenir que lamentar, la señora Brecht mandó llamar al cerrajero para que
instalara el mejor sistema de seguridad posible. Cuando el hombre terminó
después de haberse pasado casi todo el día asegurando la puerta, dijo:
- Bien señora, por aquí no pasará
ladrón alguno. He puesto dos cerraduras, tres pestillos, un candado automático,
una cadena de acero y una barra de precaución. Espero esté satisfecha.
La señora Brecht canceló la cuenta y
dijo al señor Brecht:
- Ahora sí podremos dormir
tranquilos, no te parece.
El señor Brecht levantó la mirada del
diario y le contestó:
- Ruega que la oportunidad no
llame a la puerta, porque cuando logres abrir ya se habrá ido.
LAS
BUENAS IDEAS
Después de varios días de no hablarse,
la señora Brecht lanzó un puente buscando amistarse con su esposo.
- Se me ha ocurrido una gran idea,
salgamos esta noche a comer, luego a bailar y así olvidaremos todas nuestras
desavenencias. ¿Qué te parece?
El señor Brecht sonriendo, le dijo:
- Excelente, pero eso sí, el que
regresa primero a casa saca a pasear al perro mañana en la mañana.
NO
TODO LO QUE BRILLA ES ORO
El señor Brecht se había comprometido a
darles una charla a los Boys Scouts de una congregación de adventistas y, para
ello, había elegido como tema los refranes, pues consideraba que esos dichos
agudos y sentenciosos de uso común, serían de mucha utilidad para esos
inquietos niños exploradores.
- Mire que son niños de corta edad
y que se repente ese lenguaje figurativo les puede ser de difícil comprensión,
le dijo al señor Brecht el jovencito pelirrojo que dirigía a ese grupo de entusiastas
chiquillos.
- No se preocupe, deje todo en mis
manos, contestó el señor Brecht.
Esa noche, con un recinto al tope,
donde los niños y padres se habían dado cita, el señor Brecht apareció en el
escenario y dijo:
- ¿Qué les parece mi traje?
- Muy bonito,
gritaron los niños.
- ¡Aja!, ¿y esta hermosa camisa
que llevo puesta?
Los niños al ver esa vistosa camisa
celeste con puños, pechera y cuello relucientes, gritaron en coro:
- ¡Más
bonita aún!
De inmediato, el señor Brecht se quitó
el saco y los niños rieron al ver que la “bonita” camisa no era más que dos
puños, una pechera y un cuello.
- Ya
ven, no todo lo que brilla es oro, como dice el refrán.
El público lo aplaudió a rabiar.
PASEAR
AL PERRO
Estaba el señor Brecht en la biblioteca
solicitando un libro, cuando se le acercó un conserje entregándole una carta
urgente. Leyó la breve misiva y no pudo contener la risa. La bibliotecaria, que
se aprestaba a entregarle el libro solicitado, no pudo contener su curiosidad y
trató de darle una ojeada al escrito.
- Léalo, es de mi madre, todos los
años siempre puntual, dijo el señor Brecht.
La mujer, intrigada, leyó: “No te olvides de pasear al perro”.
- Debe amar mucho a los animales,
dijo la bibliotecaria esbozando una dulce sonrisa.
- Nunca ha tenido perro, es solo
su mensaje en clave para recordarme que mañana es mi aniversario de matrimonio
y que debo comprarle un regalo a mi esposa. Sabe que tengo memoria de cedazo,
desde hace 30 años no deja de recordármelo.
EL
MEJOR REGALO
Llegó el señor Brecht al hospital a
visitar a un amigo que había sido operado de la vesícula. En la sala de espera,
se encontró con dos amigos del convaleciente. Ambos llevaban regalos para “la
pronta recuperación” del compañero.
- ¿Cómo está señor Brecht, veo que
ha venido con las manos vacías?, dijo uno de
ellos con insidia.
- Se equivoca, señor mío, siempre
traigo algo que muy pocos pueden dar.
- ¿Y qué es eso?,
preguntó el otro.
- Una buena conversación,
contestó el señor Brecht.
Ningún insecticida pudo haber espantado
más rápido a esos bichos.
EN
LA BARBERÍA
Estaba el señor Brecht en la barbería
esperando turno, cuando entró un jovencito de unos quince años quien, después
de mirar de un lado a otro, se sentó a esperar turno. Su ruidosa fealdad
acompañaba a sus toscos modales como Sancho a don Quijote. Llegado el turno al
señor Brecht, este se dispuso a ocupar el sillón del barbero, pero el
jovenzuelo se lanzó con tal prisa que dejó al señor Brecht a medio camino.
- Estoy apurado, el señor puede
esperar, dijo el muchacho.
Sabio y tolerante, el señor Brecht hizo
una seña al barbero para que lo atendiera. Refunfuñando y mascullando palabras
incomprensibles el barbero se dispuso a cortar el cabello al jovencito. De
improviso, este sacó una fotografía del bolsillo, la desdobló, y dijo:
- Córteme así.
El barbero miró la fotografía con
detenimiento, era un apuesto modelo que seguramente el chico habría encontrado
en alguna revista. Luego miró el rostro del muchacho y estalló en una sonora
carcajada.
- Oye chico,
dijo riéndose, la única forma para que te
veas así es pegándote la foto en la cara.
El muchachito, herido en su orgullo,
cogió la fotografía y se marchó.
- La piedra que lanzó le dio en el
rostro, dijo el señor Brecht arrellanándose en
el sillón.
CONFIDENCIAL
Estando el señor Brecht con su sobrino
en la iglesia, el padre interrumpió su sermón y comenzó a perorar en latín
mientras elevaba el cáliz.
-
Dómine, non sum dignus, ut intres sub tectum meum, sed
tantum dic verbo, et sanábitur ánima mea.
El sobrino, que en ese momento se
hurgaba la nariz con gran entusiasmo, preguntó al señor Brecht:
- Tío, qué está diciendo.
- ¡Chss!... es una conversación
privada con el Señor y no es dable interrumpir.
El niño miró fastidiado y púsose a jugar con una bolita de moco.
SOBRIO
La madre del señor Brecht arqueó la
ceja y con una mirada de disgusto, increpó a su hijo:
- Quiéraslo o no, Hans es tu primo
y debes ir a su boda. Además, no estaría bien que tu esposa vaya sola a la
ceremonia, así que anda viendo que traje te pondrás.
A pesar de tener más de cincuenta años,
el señor Brecht sabía que contradecir a aquella octogenaria anciana era toparse
con una muralla de acero.
- Las madres son madres toda la
vida, dijo la señora Brecht a su marido. Para ella siempre será el niño a quien podía
regañar a su gusto.
Ya en el salón de recepciones, después
de la ceremonia, el señor Brecht vio a su primo Hans saludando a sus invitados
y negándose a todo brindis.
- Vaya con el primito,
dijo el señor Brecht a su esposa, quiere
con esa alharaca hacer creer a todos que su fama de borracho es solo un chisme
de viejas.
- No hables así,
dijo la señora Brecht, ha prometido no volver a beber y ese gesto solo es digno
de un buen hombre.
- ¡Bah!, ya volverá a beber como
un camello.
Antes de irse, el señor Brecht escribió
en el libro de recuerdo:
- Hoy el novio estuvo sobrio.
SOLTERÍA
Reposaba el señor Brecht en su jardín mientras
su esposa acomodaba unos tiestos.
- Toma el hocino y corta un poco
de leña en vez de estar envejeciéndote más en esa perezosa,
dijo la mujer refunfuñando.
Mientras cortaba la leña, el perro de
la vecina pasó junto a él, olisqueó algunas ramas y se marchó.
- Ese perro se da la gran vida,
dijo la señora Brecht, entra y sale de
esa casa cuando le da la gana.
El señor Brecht le contestó con una
coletilla.
- Es
que ese animal no vive con su esposa.
SILOGISMO
Estaba el señor Brecht en casa de su
hermana cuidando a uno de sus sobrinos más pequeños; el muchacho mascaba el
lápiz con entusiasmo mientras hacía su tarea.
- Tío,
dijo el niño. ¿Qué es un hombre que trabaja
con sus manos?
- Un artesano,
respondió el señor Brecht sin quitar la mirada de su periódico.
Al rato se escuchó otra vez al niño.
- ¿Y un hombre que trabaja con su
conocimiento y su cerebro?
- Un científico,
sentenció el señor Brecht.
A los pocos minutos volvió el niño a la
carga.
- ¿Y el hombre que utiliza sus
conocimientos, su cerebro e imaginación?
- ¡Ah!, ese es un artista.
Como era de esperar, el niño prosiguió
con sus preguntas.
- ¿Y el que no usa nada de eso,
tío?
- Fácil, sobrino, ese es un vago.
LOS
MILAGROS DE SAN PEDRO
- Te has demorado una eternidad en
cambiarte, hoy hay estreno y seguramente el cine estará repleto,
le recriminó la señora Brecht a su esposo.
Llegados a la ventilla de compra, se
dieron con un gran letrero: “Entradas agotadas”. Un gran número de personas se
agolpaban a la entrada del cine como esperando un milagro.
- Ahí está un compañero de la
escuela, es el jefe de la taquilla y siempre me saca de estos apuros,
dijo la señora Brecht.
Minutos después, el señor Brecht y su
esposa se acomodaban en uno de los mejores sitios de la sala.
- Cuando se trata de sus amigos,
él se las ingenia para conseguir entradas, dijo
la señora Brecht.
- Ojalá llegue al cielo antes que
nosotros, así estaremos seguros de tener un buen lugar en el Paraíso, dijo
el señor Brecht.
UNA
INSIGNIFICANTE CHISPA
Asistiendo a una polémica entre dos
candidatos a una gobernación, el señor Brecht se acomodó entre las primeras
filas del auditorio. Preparados los dos contendores, lo que más llamaba la
atención era el físico de los polemistas. Uno era alto, fornido, de cuerpo
atlético; el otro, por el contrario, era de baja estatura, de una flacura
llamativa que causaba irrisión. Un hombre regordete que estaba sentado al lado
del señor Brecht, le dijo:
- Ese hombre va a desaparecer a
ese enclenque, mire no más el contraste.
El señor Brecht se sonrió:
- No hay enemigo pequeño que no
pueda vencernos, amigo, una chispa puede acabar con un bosque.
Después de una hora de debate, el
pequeño hombrecito, con gran elocuencia, desbarató uno por uno los
planteamientos de su rival, quien se retiró como si por encima le hubiera
pasado una aplanadora.
- ¡Vaya que su se incendió el
bosque!, dijo el hombre regordete.
- Y de qué forma,
agregó el señor Brecht.
AGREGADO
El señor Brecht y un grupo de amigos,
acudieron al cementerio al entierro de la esposa de un miembro del municipio
local. El viudo, gran bohemio desde su juventud, no había sido una pieza de
museo en cuanto a sus deberes maritales, hecho que era vox populi. Después que el sacerdote diera su consabido sermón de
despedida, el cajón descendió a la huesa. Antes de que unos oficiosos
enterradores comenzaran a cubrir el cajón de tierra, el marido con voz
acongojada y lanzando una rosa sobre el ataúd, dijo:
- Esta tierna flor a la memoria de
mi querida esposa quien parte hoy hacia la eternidad…
El señor Brecht, con voz sardónica y
sumamente, dijo:
- En busca de un hombre mejor.
LA
ÚLTIMA PALABRA
En las elecciones de los candidatos a
la alcaldía, el favorito para obtener el sillón municipal era un anciano de
rostro amargado que no se iba con quisquillas ni melindres cuando de
desprestigiar a sus opositores se trataba. Su pronunciada calvicie, su ralo
bigote canoso y su rostro arrugado como una pasa no favorecía en nada su
apariencia; pero esto no era problema, su verbosidad, aunque hueca e
insustancial, cautivaba a cualquier tonto que lo escuchara, y de esos había
muchos en el abarrotado teatro en que los adláteres del viejo los habían
convocado.
- He aquí al hombre que nuestra
ciudad reclama urgentemente, un hombre en cuya mirada se vislumbra la luz de un
visionario, la inteligencia de un adalid, la…
Y las alabanzas fueron cayendo sobre el
auditorio como cae la fruta madura de las ramas encorvadas del membrillero.
La esposa del señor Brecht parecía
atrapada en ese manejo de lisonjas como mosca en una telaraña, al punto que
daba la impresión de tener decidido su voto.
- De todo se podrá dudar de este
hombre, menos de sus méritos intelectuales y morales,
concluyó el presentador.
El señor Brecht se acercó a su mujer y
le susurró al oído:
- Nadie lo discute porque no
existen.
MONEDA MÁGICA
Leía el señor Brecht los titulares de
los diarios en un quiosco; al lado suyo un anciano muy entrado en años hacía lo
mismo. A cada lectura de un diario seguía un gruñido de insatisfacción seguido
de un este mundo cada día está más loco.
Repentinamente, se escuchó un gemido seguido de un leve ruido de cajas. Un
caballero había tropezado con uno de los adoquines de la acera y fue a dar al
suelo. Unos jovenzuelos que se hallaban cerca al hombre, lejos de socorrerlo,
estallaron en carcajadas.
- Es el colmo,
dijo el anciano, en vez de ayudar a ese
hombre, estos baladrones se burlan de la desgracia ajena. Son tan holgazanes
que ni siquiera son capaces de agacharse.
Una vez que el hombre había recogido
sus cajas y húbose marchado muy enojado, el señor Brecht dijo al anciano:
- Se equivoca, señor mío, no son
ociosos, lo que falta aquí es una moneda mágica.
Dicho esto, el señor Brecht arrojó una
moneda cerca de donde estaban los muchachos. El tintineo del metal actuó como
un catalizador y los jóvenes se lanzaron sobre ella. Empujones, coscorrones y
zarandeos se sucedieron unos tras otros hasta que uno de ellos se hizo del
pequeño trofeo.
SANTA
PSICOLOGÍA
En una partida de póker, en el Club de
Jubilados de Periodistas, dos de los jugadores se trabaron en una agria
discusión que parecía ir a mayores. El señor Brecht, que bebía un bourbon con unos vendedores de seguros,
fue interpelado por uno de ellos:
- No piensa intervenir, ambos son
amigos suyos.
El señor Brecht apuró un sorbo y dijo:
- De ninguna manera, en estos
casos es mejor seguir las enseñanzas de San Agustín. No intervengas jamás en
una disputa entre dos de tus amigos, pues corres el riesgo de perder la amistad
de uno de ellos. En cambio, si se trata de dos enemigos tuyos, no dudes en
hacerlo, pues de seguro ganarás una nueva amistad.
Satisfecho con la respuesta, el hombre
mandó una ronda nueva y pagó con sumo
placer.
PECADOR
Jugando craps con unos compañeros de universidad, el señor Brecht llevaba
perdida una buena cantidad de dinero.
- Este tipo debe tener los dados
cargados, no hace más que sacar 7 y 11, dijo uno de
los que también iba perdiendo.
A los pocos minutos, entró al bar un
hombre que tenía fama de llevar una vida disipada y pecaminosa. Luego de
preguntar al barman sino había dejado olvidado su abrigo en aquel lugar se
retiró.
- Le hubieras leído ese
mandamiento que dice “No desearas la mujer de tu prójimo” y te aseguro que
hubiera recordado la memoria, dijo el
señor Brecht.
LÓGICA
INFANTIL
El sacristán daba un sermón en la
iglesia, donde el señor Brecht se hallaba en compañía de su esposa, su hermana
y su sobrino. Para que el niño no moleste, la madre le había prometido ir a la
heladería una vez terminada la misa.
- Nosotros debemos glorificarnos
en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual están la salud, la vida y
nuestra resurrección; por quien hemos sido salvados y libertados. Dios tenga
misericordia de nosotros y nos bendiga, dijo el
sacristán, elevando luego los brazos al cielo.
La sala se mantenía en silencio; el
sacristán elevó los brazos al cielo y dijo con gran solemnidad:
- Que Dios haga resplandecer sobre
nosotros la luz de su rostro y que nos permita, el día de nuestra muerte, la
entrada a su sagrada casa. Toda la humanidad así lo desea,
concluyó el sacristán.
El sobrino del señor Brecht rompió el
silencio:
- Tío, tan grande es la casa de
Dios.
ACLARANDO
DUDAS
En el entierro de un jubilado que había
sido bibliotecario, le correspondió dar el responso a un viejo soberbio y
vanidoso. Terminado el cura de echar agua bendita sobre el ataúd y hacer la
señal de la cruz, el consabido anciano puso una mano sobre el féretro y dio
inicio a una perorata donde solo hablaba de sus méritos, dando la impresión que
el muerto era él.
-
Sé
que dentro de poco también la parca vendrá a buscarme y yo, como en las
trincheras donde luchan los valientes, estaré esperándola, erguido como un
roble, la miraré con la frente señera y las manos firmes como un guerrero
sujeto al petral de su caballo, y sé también que seré despedido con sentidos y
melancólicos ayes por aquellos que me admiran por mi grandeza que emerge del
aura que, cual diadema celestial y divina, corona mi cabeza…
El anciano carraspeó en señal que había finalizado;
fisgoneó de un lado a otro buscando las palmas que no llegaron ni el
asentimiento de complacencia.
-
¿Qué
te parece?, interrogó al señor Brecht un amigo de
antaño.
-
Este
hombre me ha aclarado una duda. Ahora ya sé que hay dos tipos de viejos: los
viejos sabios y los viejos estúpidos.
SENTIDO
COMÚN
En el sermón dominical, el señor Brecht se hallaba
en primera fila.
-
Hay
que estar más cerca a Dios, dijo la
señora Brecht.
El señor Brecht asintió con benevolencia. Cuando el
sacerdote ingresó y todos se pusieron de pie, llegó la hermana del señor Brecht
con el mayor de sus hijos.
-
El
demonio y el señor a la misma hora, susurró el
señor Brecht a su esposa.
Durante todo el sermón, el niño se mostraba
inquieto mirando de un lado a otro.
-
En
el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra, empero, estaba informe
y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de
Dios se movía sobre las aguas. Dijo, pues, Dios: sea hecha la luz. Y la luz
quedó hecha…
En ese momento supremo en que el sacerdote, con los
ojos cerrados, había abierto los brazos y los había elevado al cielo, se
escuchó la voz del niño:
-
¿Mamá,
y en qué momento hizo los medidores?
Un murmullo recorrió el amplio salón.
¡A
MÍ CON ABRACITOS!
Al oír la voz de su hermana al otro lado del
teléfono, el señor Brecht sabía que no existía excusa alguna cuando la mujer le
pedía algún favor, y menos aún cuando se trataba del mayor de sus sobrinos, la “oveja negra” de la familia.
-
Entiéndeme,
dijo la hermana, el niño tiene que ir a
ver la obra, porque de lo que vea tendrá que exponer en la escuela, sino fuera
de suma urgencia no te molestaría y eso bien que lo sabes. Además el niño te
tiene un cariño especial…
A regañadientes el señor Brecht se puso un traje de
ocasión y pasó a buscar a su sobrio quien, en la puerta del teatro, amenazó con
no ingresar al recinto si no llevaba consigo una buena provisión de frunas,
chocolates y confites. A mitad de la escena segunda un joven emocionado invocó
al cielo ceremoniosamente…
¡Oh! Dioses del amor,
has que mi amada, Venus de Milo,
abrace fuertemente
este cuerpo doliente.
En ese momento se escuchó la voz del sobrino del
señor Brecht…
-
¡Cómo
te va a abrazar, cretino, si no tiene brazos…!
Mientras el señor Brecht abandonaba la sala cargado
sobre sus espaldas rechiflas y anatemas, el niño reclamaba que si no veía la
obra completa lo reprobarían.
TRETAS
DE CÓNYUGE
Aprovechando que su esposa había
viajado a ver a su madre y se ausentaría una semana, el señor Brecht comenzó a
hacer una lista de todas las cosas que haría aprovechando la ausencia.
- Ahí te he dejado una lista de
todas las cosas que tienes que hacer, desde podar el césped hasta encerar los
pisos, le dijo la señora Brecht en la
estación del tren.
Después de bañarse, el señor Brecht
llamó a varios de sus amigos para encontrarse en la cancha de bolos. Cuando fue
en busca de su boliche, encontró una nota:
- ¿A dónde crees que vas?
¿Ya has hecho todo lo que tenías
indicado?
El señor Brecht dejó la bola en su lugar
y, después de llamar a sus amigos, fue al garaje por la podadora.
SABIA
RESPUESTA
Siendo secretario de la Asociación de
Bibliotecarios de su localidad, el señor Brecht se hallaba sentado en el
escenario al lado derecho del Presidente a quien reprochaban de dirigir
antidemocráticamente a la asociación. El presidente estaba furioso, el
vicepresidente irascible y el público insoportable reclamando su vacancia. El
Presidente se volvió hacia el señor Brecht que, según su concepto, era
absolutamente honrado e imparcial.
- Dígales, por favor, si le parece
que dirijo la Asociación arbitraria y antidemocráticamente.
El señor Brecht dio una mirada amistosa
y; conciliatoria al Presidente. Luego respondió, juiciosamente:
- Yo opino que no. Pero sí que los
miembros votan en forma puntualmente democrática, por lo que usted desea que
voten.
UNA
ALEGRE COMEDIA
Un grupo de jóvenes actores itinerantes
representaba una versión moderna de “La
dama de las Camelias” del autor francés Alejandro Dumas hijo. El señor
Brecht, amante desde su juventud de la literatura francesa, dijo a su mujer:
- Vamos querida, no puedes
perderte esta oportunidad, solo habrá una presentación.
La señora Brecht, atacada por una
migraña, se negó de pleno a acompañarlo. Aquella noche el teatro se la ciudad
estaba abarrotado. Al lado del señor Brecht se encontraba una anciana a quien
ya no le cabía una joya más en el cuerpo. “Una
joyería ambulante”, pensó el señor Brecht, repantigado cómodamente en su
butaca. Todo marchó de polendas, hasta el momento en que en una parte del drama
Armando confiesa su amor a Margarita Gautier. Esta emocionada, corre a su
encuentro y tropieza. El público contuvo la respiración. La actriz, respuesta,
volvió a la carga y cayó nuevamente: el tacón alto de sus zapatos le estaba
jugando una mala pasada. Una tercera caída y el público estalló en carcajadas
creyendo que los infortunios de la actriz eran parte de la obra la cual,
seguramente, no era un drama sino una comedia. La anciana que estaba junto al
señor Brecht era una de las que reía enardecida.
- ¿Cómo se llama esta obra tan
divertida?, preguntó al señor Brecht.
Con el entusiasmo oscurecido y el ánimo
en el suelo, le respondió:
- La dama de las caídas, señora.
CARA
O SELLO
El señor Brecht veía televisión
mientras si sobrino realizaba sus tareas escolares en la mesa de la sala. Al
ver que el niño lanzaba una moneda al aire y que luego anotaba algo sobre un
papel, se acercó a curiosear.
- ¿Qué haces le preguntó?
- Es muy fácil, tengo que
responder verdadero o falso. Si sale sello pongo verdadero; si cara, falso.
A la media hora, el niño pidió permiso
para salir a jugar.
- Déjame ver tu tarea,
dijo el señor Brecht.
Tomó la tarea y comenzó lanzando una
moneda al aire.
- ¿Qué haces tío?,
preguntó el niño con curiosidad.
- Verifico tus respuestas,
granuja.
CUESTIÓN
DE IDIOMAS
Daba una conferencia sobre Arqueología
un destacado profesional que, desde el inicio, demostró ser una persona
pedante, vanidosa y antipática. A la hora del coctel, quiso lucirse hablándole
a los que lo rodeaban en la lengua de los circundantes, la cual hablaba pésimo:
- Me disculparán, pero les he
hablado en un idioma que no es el mío.
El señor Brecht, alzando su copa, le
dijo:
- No se preocupe, lo hemos
escuchado en un idioma que no es el nuestro.
EN
EL PARADERO
En la fila del autobús, un tipo
regordete renegaba por el atraso de la máquina; luego por el calor que hacía;
luego por el exceso de ruido y, por último, le increpó amargamente a un joven
que estaba detrás de él.
- ¡No empuje!
Después de una larga espera, el autobús
llegó. La gente comenzó a subir y, cuando le llegó el turno al gordo, este,
agarrado del pasamanos y con pie en la escalerilla, hacía vanos esfuerzos por
subir.
- Ahora sí puedes empujarlo
muchacho, le dijo el señor Brecht al que iba detrás
del gordo.
ÓPTICA
Como las suegras siempre son motivo de
conversación, conversaba el señor Brecht con un grupo de amigos sobre ellas
mientras jugaban una partida de canasta.
- Son insoportables, quieren
meterse en todo, dijo uno de los contertulios.
- Lo que es yo, la mantengo lo más
lejos de mi casa, dijo otro.
- Deberíamos embarcarlas en un
gran barco y después hundirlas en el océano, dijo
un tercero provocando la risa de todos.
- ¿Y tú?,
le preguntaron al señor Brecht.
Permaneció en silencio unos segundos y,
mirando a todos dijo:
- Yo no tengo el problema de
ustedes, yo adoro a la suegra de mi mujer.
COMPRAS
El señor Brecht se encontró en el
estacionamiento de tiendas de ropa, con un amigo del Club de Jubilados de
Periodistas, en el preciso instante que este le daba a su mujer su billetera.
- Espero que no te demores mucho,
dijo el marido a su mujer.
- No te preocupes amigo,
dijo el señor Brecht, regresará tan
pronto deje la billetera vacía.
BODA
Estaba el señor Brecht en la iglesia
acompañando a su esposa, pues se casaba la hija de una amiga de la infancia.
- Sé que las bodas te aburren,
dijo la señora Brecht, pero no se vería
bien que mis amigas me vieran sola sabiendo que tengo marido.
En el momento en que el novio daba el
sí a la novia, una señora bien entrada en los años comentó:
- ¡No es maravilloso!
- Sí,
dijo el señor Brecht, el novio está
tomando la última decisión libre de su vida.
UNA
APUESTA PERTINENTE
Llegando el señor Brecht a casa de su
hermana, encontró a esta discutiendo con uno de sus hijos menores que no quería
tomar la sopa. De nada valían las amenazas, el niño de cuatro años estaba emperrado
y no daba muestras de dar su brazo a torcer. Completamente desalentada, la
madre abandonó el comedor cuando regresó a los pocos minutos, encontró al señor
Brecht sonriente.
- Sírveme un plato de sopa,
dijo el señor Brecht a su hermana.
Cuando regresó, al rato, vio que el
niño había tomado toda la sopa.
- ¿Qué hiciste para que este
majadero se la tomara?
- Muy fácil, le aposté un helado a
que yo terminaba antes que él.
PSICOLOGÍA
FEMENINA
Saliendo de la odontóloga con su
esposa, el señor Brecht le dijo algo fastidiado:
- Si hubiéramos ido donde mi
amigo, habríamos gastado la mitad de lo que te ha costado la curación con esta
doctora. ¿O es que acaso no lo crees buen dentista?
La mujer lo miró con severidad.
- No es eso querido. No has oído aquel
dicho: “Por el diente se conoce la edad del caballo”. Las mujeres somos un poco
vanidosas.
El señor Brecht se encogió de hombros y
siguió caminando en silencio.
ÚNICO
ERROR
Estaba el señor Brecht dando
instrucciones a unos amigos sobre la forma en que se armaba una podadora de césped
que había llegado a la ciudad con la promoción de ser un objeto revolucionario
en su campo.
- ¿Estás seguro de que es así?, preguntó
uno de los amigos.
- Claro que sí, podría armarla
hasta con los ojos cerrados, dijo el
señor Brecht orgulloso.
- Irradias tanta seguridad que da
la impresión que nunca te has equivocado en tu vida,
dijo otro.
- No lo creas, contestó el señor Brecht,
solo una vez.
Al decir esto, señaló a la señora Brecht
que descansaba en una perezosa.
SOLIDARIDAD
GATUNA
Pasaba el señor Brecht por una casa
donde había un vistoso jardín. Se detuvo un momento y observó a un pequeño gato
que rasgaba la puerta insistentemente. Luego de tocar el timbre, un hombre salió
por una ventana del segundo piso:
- ¿Qué desea?,
dijo el tipo en tono poco amigable.
- Yo nada, señor, pero creo que
este pequeño gato se halla desesperado por no llegar al timbre.
CRÍTICO
MUSICAL
Durante la misa dominical, el sacerdote
presentó al nuevo maestro de música que se haría cargo del clavicordio, en
ausencia del titular. A la hora de los cánticos, las voces del coro se unían con
las notas que salían del viejo instrumento de cuerdas y teclado.
Cuando el señor Brecht regresó a su
casa, encontró a su esposa tomando el té con una señora de gesto severo y
altanero.
- ¿Y qué te pareció el nuevo
tecladista?, preguntó la señora Brecht.
El señor Brecht, regocijándose, dijo:
- Dos calaveras bailando una rumba
en un techo de latón sonarían mejor.
A los pocos segundos, un portazo remeció
la casa y la señora Brecht no le habló a su marido una semana.
- Como iba yo a saber que esa
mujer era la esposa del bendito maestro, le decía el
señor Brecht a un amigo.
CUESTIÓN
DE JUICIO
El señor Brecht fue nombrado presidente
de la Asociación del Buen Vecino, institución encargada de mantener en buen
estado el ornato de la ciudad y la limpieza de las calles. Provisto de su
cargo, comenzó a impartir órdenes entre los miembros de la antigua junta
directiva, donde no faltaban los remolones y los convenidos. Muchos,
descubiertos en sus faltas, fueron removidos de sus cargos y otros advertidos
con severidad.
- Si sigue así se va a quedar sin
amigos, señor Brecht.
El señor Brecht frunció el entrecejo y
contestó:
- Mientras sea presidente de esta institución
no tendré más amigos que la justicia.
CONSUELO
Enterado por un amigo del fallecimiento de un
empleado del banco de la ciudad, un tipejo antipático, insidioso, metijón, a
quienes muchos consideraban un ser indigno y miserable, el señor Brecht frunció
el entrecejo.
-
¿Qué
le parece, señor Brecht?
-
Pues
le diré, repuso el señor Brecht con aire
pensativo mientras daba vueltas al cigarrillo entre los dedos, solo espero que no haya muerto de nada
grave.
JUBILACIÓN
Un candidato al puesto de administrador de
cobranzas en la alcaldía, preguntó a la recepcionista si el cargo incluía un
plan de jubilación.
-
Por
supuesto, eso téngalo por seguro, contestó
una jovencita mientras mordisqueaba un lápiz.
El señor Brecht que se hallaba a pocos metros
intervino.
-
Le
aseguro que en ese puesto se jubilará más rápido de lo que se imagina.
PRECAUCIÓN
Almorzaba el señor Brecht con su esposa en un
restaurante italiano, cuando de pronto apareció un hombre gordo elegantemente
vestido.
-
No
se puede negar que aquel hombre viste bien, pero no me explico porque lleva
correa en los pantalones si tiene puesto tirantes;
dijo la señora Brecht con una sonrisa sardónica.
El señor Brecht quitó la mirada de la carta y dijo:
-
Hombre
precavido vale por dos.
REPARTICIÓN
Sabiendo el señor Brecht que su esposa detestaba
que algo se desperdiciara, tomó la bolsa del refrigerio que su mujer le había
enviado al trabajo y la repartió entre el personal de la oficina.
-
¿Y
por qué hiciste eso?
-
No
pude negarme a la invitación que el gerente me hizo. Un almuerzo en su casa,
contestó el señor Brecht.
Luego de una pausa, agregó:
-
A
la secretaria le tocó el emparedado de queso; al conserje el jugo de melón; al
administrador las uvas y al ascensorista la jalea de cerezas.
La señora Brecht quedó pensativa.
-
¿Sucede
algo, querida?
-
No,
contestó la señora Brecht. Estoy pensando
cuál de ellos se quedó con la tarjeta en la que te enviaba un beso.
SALVAVIDAS
Tomando un café estaba el señor Brecht
mientras leía su periódico en una cafetería. Un amigo llegó y se dispuso a
acompañarlo. Llamando al dependiente le dijo:
- Estoy con un hambre leonino, de
que son los emparedados.
Antes de que el hombre respondiera, el
señor Brecht susurró a oídos del amigo.
- Son surtidos. Algunos son de
ayer, otros de hoy y otros de anteayer…
El amigo sonrió estúpidamente y dijo:
- Mejor
tráigame solo un café.
DEPORTE
IDEAL
Repantigado en su sillón, el señor
Brecht escuchaba la conversación que su esposa sostenía con una amiga con quien
había compartido las aulas en la escuela.
- No sé qué hacer con ese hombre
para que deje el hábito de fumar, lo he intentado todo,
dijo en tono apesadumbrado la amiga.
- Muy fácil, querida, que
practique algún deporte, veras que en poco tiempo ya ni se acordará del
cigarro, dijo la señora Brecht muy entusiasta.
La amiga la miró fijamente y le dijo:
- Ya lo intenté. Mientras trotaba
fumaba; con el ciclismo fumaba; patinaje con cigarro en mano, el remo con humo
en la boca; el tenis, un cigarro en la mano y en la otra la raqueta; caminata
echando humo, hasta saltando la cuerda fuma ese testarudo.
El señor Brecht pensó que el momento de
intervenir había llegado.
- No ha probado con el único
deporte en el que no podrá fumar: la natación.
La mujer se fue agradecida y la señora
Brecht se sintió complacida de tener un esposo tan sabio.
NOMBRES
PRECISOS
Llegó el señor Brecht a casa de su
hermana y de inmediato fue abordado por dos de sus sobrino menores.
- Tío, mamá ha comprado tres
lindos pollitos, ayúdanos a ponerles nombres, dijo
uno de los chiquillos.
La hermana miró al señor Brecht y le
hacía señas con las manos para que no fuera a salir con una de sus
indiscreciones. Sabido era la costumbre de la hermana de comprar aves para
engordarlas en casa y después mandarlas a la olla.
- A ver,
dijo el señor Brecht, tomando a uno de los polluelos. Este se llamara Noche Buena, este otro Año Nuevo y este Bajada de
Reyes.
TÁCTICAS
DE COMBATE
En una reunión de excombatientes, el
señor Brecht se movía entre viejos generales de pronunciada calvicie y
coroneles que rengueaban como consecuencia de las heridas de guerra.
Dirigiéndose a los militares más jóvenes, un general de vistosos bigotes canos
dijo ceremoniosamente:
- A ustedes, muchachitos, les digo.
Ataquen al enemigo como se acometieran contra una mesa llena de alimentos
después de un prolongado ayuno. Un pollo rostizado es una peligrosa metralleta,
un lechón al horno, un poderoso tanque, una ensalada la trinchera del enemigo…
Y así siguió el curioso discurso donde
el arte culinario se amalgamaba con tácticas de combate. De pronto, el señor
Brecht se vio interpelado por un anciano que lucía un birrete púrpura.
- ¡Qué desvergüenza!, mire a ese
jovencito llevándose bajo la chaqueta dos botellas de champán.
El señor Brecht se sonrió y le dijo:
- Se equivoca, no hace más que
seguir las enseñanzas de su maestro. Si capturas al enemigo en plena batalla,
te lo llevas prisionero.
MENSAJE
DIVINO
Estaba el señor Brecht vigilando que su
sobrino comiera la sopa de letras que su madre le había servido. El rostro del
pilluelo reflejaba el desgano con que ingería aquella comida que, para muchos
adultos, es todo un manjar.
- Por eso es que los niños no
comprendemos a los adultos, cómo pueden comer esto,
dijo el niño refunfuñando.
El señor Brecht se mostraba un juez impasible. Al poco
rato, el señor Brecht, distraído en la lectura de una revista, notó que el niño
había escrito algo sobre el tapete uniendo algunas letras de la sopa.
-
Señor
Todopoderoso, haz que mi tío acuda en ayuda de este pobre niño.
Sin poder contener la risa, el señor Brecht se
comprometió a comerse la mitad de la sopa.
EL
GURÚ
Un gurú llegó a la ciudad a dar unas conferencias
con gran propaganda por parte de la alcaldía.
-
Ese
no es más que un charlatán, dijo un hombre que había
asistido a la primera función.
Movido por la curiosidad, el señor Brecht se
avecinó al teatro y adquirió una entrada. Por la noche, ya estaba sentado en las
primeras filas. El “guía espiritual”
habló del alma, del espíritu, de los muertos, hasta del cielo y del infierno.
Los bostezos afloraron como sapos de un estanque por todos lados. Para
impresionar al público a quien ya notaba aburrido y algo adormecido, el gurú
dijo, abriendo los ojos como dos enormes huevos:
-
Les
aconsejo que hagan algo por su espíritu, algo que nunca hayan hecho en su vida:
una cosa agradable y otra desagradable. Verán como sus vidas cambiarán.
Y para darle más sazón a sus palabras, gritó
desaforadamente:
-
Reto
a alguien a que me diga si ha hecho algo agradable y algo desagradable durante
toda su vida.
Hubo un silencio de cementerio. De pronto el brazo
del señor Brecht se alzó. El gurú se quedó estupefacto.
-
Diga
usted, sentenció.
-
Todos
los días me le levanto y me acuesto.
Las risotadas estallaron en la sala.
AGREGADO
Estando en la iglesia con su esposa, el señor
Brecht recibió una invitación que repartía un monaguillo:
Boletín: “Un grupo de señores de la
tercera edad iniciarán la próxima semana un estudio sobre los sacramentos: qué
son y cómo se han de practicar.
Tomando su lapicero, el señor Brecht escribió
líneas más abajo.
“También un grupo de jóvenes iniciarán un curso
sobre el pecado: qué es, cuáles son y cómo se han de ejecutar”.
LETRERITO
Bebiendo una cerveza en un bar, el señor Brecht
obtuvo un curioso marbete, donde se inducía a hacer el amor y no la guerra.
-
Fui
yo quien lo puso ahí, no le parece oportuno en un lugar como este, donde
algunos borrachos se trenzan a golpes, dijo una
sonriente jovencita que atendía la barra.
Por la noche, cuando ya la muchacha se marchaba
después de haber cumplido su turno, leyó su letrero con gran sorpresa:
“Hagamos
el amor, no la guerra”.
Debajo habían escrito:
“Pida
informes a la barman”.
CANCIONES
DE CUNA
-
Mi
madre nunca nos cantaba canciones de cuna para hacernos dormir, prefería los
cuentos, dijo el señor Brecht a una amiga de su
esposa especialista en niños.
-
Pero
las canciones de cuna son más relajantes para lograr que un niño duerma,
dijo la mujer con aire de soberbia.
-
Quizá
tenga razón, pero era mi madre la que se quedaba dormida.
LÓGICA
INFANTIL
Un destacado psicólogo había ido a visitar al señor
Brecht; este, para agasajarlo, sacó a relucir un añejo coñac que guardaba para
grandes ocasiones.
-
Tengo
un sobrino, hijo de mi hermana, que es de lo más timorata que te puedas
imaginar, dijo el señor Brecht.
-
Por
favor, contestó el amigo jugueteando con su
fino sombrero, estás ante el mejor psicólogo
infantil, para mí sería un gusto enorme ayudar a ese niño.
A los pocos minutos, el psicólogo se hallaba frente
al niño, quien no podía ocultar su nerviosismo.
-
Ven
conmigo, pequeñín, no tengas ningún temor. Haremos una prueba bien sencilla.
El hombre colocó su elegante sombrero sobre la
alfombra, a una prudente distancia del niño.
-
Imagínate
que esta es una enorme araña venenosa. ¿Qué harías? ¿Saltarías sobre ella? ¿La
bordearías y saldrías airoso? ¿O te alejarías de ella como un conejo asustado?
El psicólogo, ante la expectativa de la madre y del
señor Brecht, sonreía vanidosamente.
El niño se quedó pensativo chupándose el dedo. De repente,
lanzando un grito de guerra, saltó y cayó sobre el sombrero, chancándolo una y
otra vez hasta hacerlo trizas.
-
Maté
la araña, grito victorioso y sonriente.
Vanos fueron los intentos del señor Brecht por
reparar ese emplasto de fieltro.
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